—¿NO CONOCE usted nuestras instalaciones? ¿No se ha dado usted una vuelta por nuestro bosque privado? ¿Quiere usted hacer un recorrido para familiarizarse con la mansión?
Carvalho duda si Gausachs ha dicho una de estas tres cosas. La que ha dicho o las dos que ha sugerido su entonación. Alto, con el tórax en forma de campana, la espalda tiesa, rubio cabello caro de joven patricio del textil con algún ingeniero inglés o su hija entre sus antepasados, la corrección misma en unas facciones griegas algo hinchadas en los primeros años de la treintena por un exceso de mesa y bebida, ademanes de jefe de protocolo, mirada semientornada, sonrisa contenida y sólo un brazo en movimiento suave para indicar asiento, memoria, olvido, dirección a, un castellano forzado para evitar las relajadas vocales catalanas, falsamente acastizado para estar a la altura de gentes importantes de Madrid:
—Me han explicao… he constatao… se ha cerrao y toda la jerga lingüística de joven ejecutivo: por supuesto, en base de, a nivel de, eso está hecho.
—Con mucho gusto se las enseñaré aunque ha de disculpar un cierto desorden porque estamos en obras. Cada maestrillo tiene su librillo y he querido adaptar a mi estilo sobre todo la parte de recepción. El llorado Jaumá, como en todo, era un intuitivo y no concedía excesiva importancia al escenario. Incluso este improvisado despacho en el que le recibo hubiera sido inconcebible en sus tiempos.
Revestimientos de pared en madera de haya, mesa Res Mobel, nevera de despacho, tresillo Oxford en piel auténtica, tan delicada que diríase piel humana, alfombra india, un Sunyer adquirido en una reciente subasta, un regalo, apostilló Gausachs, un mueble bar donde el whisky de malta predominaba en torno a un cubo de hielo de plata maciza.
—Luego le enseñaré donde ejercía Jaumá. Parece la oficina de un almacén del Pueblo Nuevo o del Pueblo Seco, de un barrio de ésos. Era un hombre de intuiciones geniales pero un poco chapado a la antigua, aunque puede decirse que estaba en plena juventud. A nivel de gestión, un águila. Pero a nivel de representación, de imagen, vivía con cincuenta años de retraso.
—¿Ya se ha hecho usted cargo totalmente de la empresa?
—Me asesora una junta enviada desde la central de Londres, pero próximamente se irán.
—Según los especialistas en la Petnay, y usted sabe que los hay sobre todo desde el golpe de Chile, junto a los altos cargos de gestión, por ejemplo usted, siempre hay altos cargos… políticos. Algo equivalente a la función del comisario político en los ejércitos populares.
Milagrosamente Gausachs conseguía reírse sólo con el labio inferior, maravilla técnica que dejó boquiabierto a Carvalho.
—Las multinacionales no sé si pasarán a la historia de la Economía, señor Carvalho, pero desde luego ya tienen un lugar en la historia de la Literatura, capítulo de Cuentos y Leyendas. Absurdo. Completamente absurdo. No le negaré que hay gestiones que rozan la política y, más que la política, la legislación vigente. Esas gestiones se realizan a altos niveles políticos, pero las realizo yo, Martín Gausachs Doménech, ¿comprende?, como en su día las realizaba el señor Jaumá.
—¿Nada escapa al control de un gerente general de zona?
—Absolutamente nada. Cada uno de nosotros tiene contactos bilaterales trimestrales con la dirección y cada semestre hay una convención general. Periódicamente pasan inspectores de zona o generales y hay una especie de comité de administración central que cumple el papel de gran cerebro contable.
—Dieter Rhomberg ya no es el inspector de esta zona.
—En efecto. Ha dimitido.
—¿Cuándo?
—Yo me enteré ayer. Recibí un télex de la central en el que dicen: Desde hace dos meses Rhomberg ya no es inspector de zona. Ha dimitido.
—¿No es extraño que le comuniquen esa dimisión con dos meses de retraso?
—Desde la muerte de Jaumá ha habido algunos desfases, evidentes décalages en base al necesario período de reajuste abierto y que aún tardará en cerrarse. Aunque estas grandes empresas son como maquinarias gigantescas, el factor humano cuenta y sobre todo en el caso de Jaumá, un hombre muy personal, con muchas cosas en la cabeza y poco uso de la agenda. Montones de rincones dejados por Jaumá aún no han sido explorados. Confiaba en su prodigiosa memoria y eso no se hereda. No se fiaba de la división de poderes y trabajos. Imagínese usted. Esta empresa tiene un equipo de administración impresionante, absolutamente fabuloso y con un centro de cálculo comparable al del Pentágono. Pues bien. ¡Jaumá hacía repasar las cuentas de su jurisdicción por misteriosos contables amigos suyos!
De nuevo la risa plana, como si fuera una lámina descargada a síncopes por el labio inferior de Gausachs.
—¿Sospechaba de algo o de alguien?
—No. No creo. Era una manera de ser en base a un origen rural o algo así, provinciano, eso es. Era un poco provinciano en algunas cosas.
—¿Le tenía usted aprecio?
—Apreciaba sus cualidades profesionales, innegables, aunque muchas cosas yo las hubiera hecho de otra manera. —Ahora podrá hacerlas.
—Se me ha complicado mucho la vida. El puesto de Jaumá obliga a viajar mucho. He de dejar mi adjuntía en la Universidad y ahora mismo se me plantea un problema de conciencia. ¿Me presento como candidato a diputado para la próxima legislatura de las Cortes? Un grupo de amigos me anima a que lo haga. Catalunya necesita hombres de empresa que la representen en los supremos órganos legislativos.
—Y los órganos legislativos necesitan la representación de Catalunya a través de los hombres de empresa.
—Sin duda. Pero no sé si podré alternar la responsabilidad política y la responsabilidad profesional. Creo que hay que elegir.
—¿Qué elegirá?
—De momento, sin duda, tal como están las cosas hoy, a las diez de la mañana, en base a los datos que todos tenemos y a nivel de decisión estrictamente privada, elijo la Petnay. Puedo esperar otra convocatoria de elecciones y, por supuesto, de momento este cargo me fascina.
—¿Qué fabrica la Petnay en España?
—Fabricar, fabricar, sobre todo cosmética, farmacia, abonos, piensos, industria alimenticia. Pero tiene cadenas de acabado de muchísimos otros productos y no es un secreto que los intereses de la Petnay participan en condiciones cualitativamente determinantes en muchos otros sectores industriales del país.
—¿Cualitativamente determinantes?
—Es una expresión que yo he acuñado en mis clases sobre la inversión exterior. Muchas veces no es necesario que la gran empresa internacional controle el 51 por ciento de las acciones. Le basta con tener un paquete de acciones suficiente para garantizar el equilibrio interno de la empresa y su imagen exterior de cara al crédito bancario. ¿Comprende?