TRECE

Si éste fuese un libro escrito para entretener a niños pequeños, sabríais lo que iba a ocurrir a continuación. Una vez descubiertos la identidad del villano y sus maléficos planes, llegaba la policía y le metía entre rejas para el resto de su vida, y los jóvenes valientes se iban a comer una pizza y vivían felices por siempre jamás. Pero este libro trata de los huérfanos Baudelaire, y vosotros y yo sabemos que es tan poco probable que estos desgraciados niños vivan felices por siempre jamás como que Tío Monty regrese al mundo de los vivos. Más a los huérfanos Baudelaire les pareció, ante la evidencia del tatuaje, que al menos un poquito de Tío Monty había vuelto a ellos, al haber demostrado de una vez por todas la traición del Conde Olaf.

—Ahí está el ojo, es cierto —dijo el señor Poe y dejó de frotar el tobillo del Conde Olaf—. Está claro que usted es el Conde Olaf y está claro que queda detenido.

—Y está claro que yo estoy tremendamente sorprendido —dijo el doctor Lucafont, llevándose a la cabeza aquellas manos extrañamente rígidas.

—Como yo —asintió el señor Poe, y agarró al Conde Olaf del brazo para evitar que intentase escapar—. Violet, Klaus, Sunny, perdonadme por no haberos creído antes. Me parecía demasiado inverosímil que él hubiese dado con vosotros, se hubiese disfrazado de ayudante de laboratorio y hubiese tramado un elaborado plan para robar vuestra fortuna.

—Yo me pregunto qué le pasó a Gustav, el verdadero ayudante de laboratorio de Tío Monty —se interrogó Klaus en voz alta—. Si Gustav no hubiese dimitido, Tío Monty nunca habría contratado al Conde Olaf.

El Conde Olaf había permanecido en silencio todo el tiempo, desde que había aparecido el tatuaje. Sus brillantes ojos habían mirado de un lado a otro, observando cuidadosamente a todo el mundo, como observaría el león una manada de antílopes, buscando el más apropiado para matarlo y comérselo. Pero, al oír el nombre de Gustav, habló.

—Gustav no dimitió —dijo con voz sibilante—. ¡Gustav está muerto! Un día estaba recogiendo flores silvestres y le ahogué en el Pantano Oscuro. Después falsifiqué una nota donde decía que dimitía —el Conde Olaf miró a los tres niños como si fuese a precipitarse sobre ellos y estrangularlos, pero se quedó completamente quieto, lo cual, de algún modo, daba incluso más miedo—. Pero eso no es nada comparado con lo que os voy a hacer a vosotros, huérfanos. Habéis ganado esta parte del juego, pero no importa, yo volveré a por vuestra fortuna y vuestra preciosa piel.

—Esto no es un juego, hombre horrible —dijo el señor Poe—. El dominó es un juego. El waterpolo es un juego. El asesinato es un crimen y usted va a pagar por ello en la cárcel. Ahora mismo voy a llevarlo a la comisaría de la ciudad. Oh, maldición, no puedo. Mi coche está destrozado. Bueno, pues le llevaré en el jeep del doctor Montgomery, y vosotros, niños, nos podéis seguir en el coche del doctor Lucafont. Supongo que, después de todo, podréis ver el interior del automóvil de un médico.

—Quizá sería más fácil —dijo el doctor Lucafont— meter a Stephano en mi coche, y que los niños nos sigan. El cuerpo del doctor Montgomery está en mi coche, así que, de todas formas, no hay sitio para los tres niños.

—Bueno —dijo el señor Poe—, odio decepcionar a los niños después de los momentos difíciles que han vivido. Podemos colocar el cuerpo del doctor Montgomery en el jeep y…

—No nos podría importar menos el interior del coche de un médico —dijo Violet impaciente—. Sólo lo dijimos para no acabar solos en un coche con el Conde Olaf.

—Huérfanos, no deberíais decir mentiras —observó el Conde Olaf.

—Olaf, no creo que esté en situación de dar lecciones de moral a los niños —dijo el señor Poe con dureza—. De acuerdo, doctor Lucafont, usted lo lleva.

El doctor Lucafont agarró al Conde Olaf por el hombro con una de sus manos extrañamente rígidas, salió de la Habitación de los Reptiles y se encaminó hacia la puerta principal, deteniéndose allí para dirigirle al señor Poe y a los tres niños una débil sonrisa.

—Diga adiós a los huérfanos, Conde Olaf —dijo el doctor Lucafont.

—Adiós —dijo el Conde Olaf.

—Adiós —dijo Violet.

—Adiós —dijo Klaus.

El señor Poe tosió en su pañuelo e hizo una especie de señal, de mala gana, para decirle adiós al Conde Olaf. Pero Sunny no dijo nada. Violet y Klaus la miraron, sorprendidos de que no hubiese dicho «¡Yit!» o «¡Libo!» o cualquiera de sus palabras que significaban «adiós». Pero Sunny miraba al doctor Lucafont con insistencia, y en un segundo había cruzado el aire y le había mordido la mano.

—¡Sunny! —dijo Violet, y estaba a punto de disculparse por el comportamiento de su hermana cuando vio que la mano del doctor Lucafont se separaba de su brazo y caía al suelo.

Cuando Sunny se agarró a ella con sus cuatro afilados dientes, la mano dio un crujido como el de la madera o el plástico que se rompe y no el de la piel y los huesos. Y Violet, mirando el lugar donde debía estar la mano del doctor Lucafont, no vio sangre ni ninguna herida, sino un brillante garfio de metal. El doctor Lucafont miró también el garfio, miró a Violet y soltó una horrible risotada. El Conde Olaf también se echó a reír, y en un segundo los dos habían cruzado rápidamente la puerta.

—¡El hombre de las manos de garfio! —gritó Violet—. ¡No es un médico! ¡Es uno de los secuaces del Conde Olaf!

Violet empezó instintivamente a manotear en el lugar donde habían estado los dos hombres, pero evidentemente no estaban allí. Abrió la puerta principal y los vio correr entre los setos con formas de serpientes.

—¡A por ellos! —gritó Klaus.

Y los tres Baudelaire empezaron a correr. Pero el señor Poe se les puso delante y les impidió el paso.

—¡No! —gritó.

—¡Pero es el hombre manos de garfio! —gritó Violet—. ¡Él y Olaf van a escapar!

—No puedo dejaros correr tras dos peligrosos criminales —contestó el señor Poe—. Chicos, soy responsable de vuestra seguridad y no permitiré que sufráis el menor daño.

—¡Entonces sígalos usted! —gritó Klaus—. ¡Pero dese prisa!

El señor Poe fue a cruzar la puerta, más se detuvo al oír el rugido del motor de un coche al arrancar. Los dos rufianes —palabra que aquí significa «personas horribles»— habían llegado al coche del doctor Lucafont y ya se alejaban.

—¡Métase en el jeep! —exclamó Violet—. ¡Sígalos!

—Un hombre adulto —dijo el señor Poe con severidad— no participa en una persecución de coches. Es trabajo para la policía. Voy a llamarles y quizás puedan instalar controles.

Los jóvenes Baudelaire vieron que el señor Poe cerraba la puerta y corría hasta el teléfono, y se les cayó el alma a los pies. Sabían que no serviría para nada. Cuando el señor Poe consiguió explicar la situación a la policía, el Conde Olaf y el hombre manos de garfio debían de estar ya muy lejos. Violet, Klaus y Sunny, repentinamente exhaustos, caminaron hasta la gran escalera de Tío Monty y se sentaron en el primer peldaño, mientras escuchaban el débil sonido del señor Poe hablando por teléfono. Sabían que intentar encontrar al Conde Olaf y al hombre manos de garfio, especialmente cuando había caído la noche, era como intentar encontrar una aguja en un pajar.

Los tres huérfanos, a pesar de su preocupación porque el Conde Olaf había conseguido escapar, se debieron de quedar dormidos un par de horas, porque lo siguiente que recuerdan es que se había hecho de noche y seguían al pie de las escaleras. Alguien les había puesto una manta por encima y, mientras se desperezaban, vieron que tres hombres vestidos con monos salían de la Habitación de los Reptiles con las jaulas de algunos de los animales. Detrás iba un hombre regordete con un traje a cuadros de colores chillones, que se detuvo al ver que los niños se habían despertado.

—Hola, chicos —dijo el hombre regordete en voz alta y resonante—. Perdonadme si os he despertado, pero mi equipo tiene que actuar con rapidez.

—¿Quién es usted? —preguntó Violet.

Quedarte dormido cuando es de día y despertarte cuando ha caído la noche te deja muy confundido.

—¿Qué está haciendo con los reptiles de Tío Monty? —preguntó Klaus.

También te deja muy confundido darte cuenta de que has estado durmiendo en una escalera y no en una cama o un saco de dormir.

—¿Dixnik? —preguntó Sunny.

Siempre te dejan muy confundido las razones por las que alguien se pone un traje a cuadros.

—Me llamo Bruce —dijo Bruce—. Soy el director de marketing de la Sociedad Herpetológica. Vuestro amigo el señor Poe me ha llamado para que venga a recoger las serpientes ahora que el doctor Montgomery ha fallecido. «Recoger» significa «llevarme».

Sabemos lo que significa la palabra «recoger» —dijo Klaus—, pero ¿por qué se las lleva? ¿Dónde van?

—Bueno, vosotros sois tres huérfanos, ¿verdad? Iréis a casa de algún otro pariente que no se os muera como Montgomery. Y estas serpientes necesitan cuidados, así que se las vamos a dar a otros científicos, a zoos y a hogares de jubilados. A las que no les podamos encontrar un nuevo hogar, las pondremos a dormir.

—¡Pero es la colección de Tío Monty! —gritó Klaus—. ¡Le llevó años encontrar todos estos reptiles! ¡No puede simplemente repartirlos a diestro y siniestro!

—Tiene que ser así —dijo Bruce sin alterarse.

Seguía hablando en voz alta, casi gritando, sin razón aparente.

—¡Víbora! —gritó Sunny, y empezó a gatear hacia la Habitación de los Reptiles.

—Lo que mi hermana quiere decir —explicó Violet— es que es muy amiga de una de las serpientes. ¿Podríamos quedarnos sólo una, la Víbora Increíblemente Mortal?

—Por supuesto que no —dijo Bruce—. Porque, primero: un tal Poe nos ha dicho que ahora las serpientes nos pertenecen. Y segundo: si pensáis que voy a dejar a unos niños cerca de una Víbora Increíblemente Mortal, estáis muy equivocados.

—Pero la Víbora Increíblemente Mortal es inofensiva —dijo Violet—. Su nombre es inapropiado.

Bruce se rascó la cabeza.

—¿Qué?

—Eso significa que es un «nombre equivocado» —explicó Klaus—. Tío Monty la descubrió y podía ponerle el nombre que quisiese.

—Pero se supone que ese hombre era brillante —dijo Bruce. Metió la mano en la americana a cuadros y sacó un puro—. Darle un nombre equivocado a una serpiente no me parece nada brillante. Me parece estúpido. Pero, de hecho, ¿qué puedes esperar de alguien que se llama Montgomery Montgomery?

—No está bien —dijo Klaus— pasquinar así el nombre de alguien.

—No tengo tiempo para preguntarte qué significa «pasquinar». Pero si el bebé quiere despedirse de la Víbora Increíblemente Mortal, será mejor que se dé prisa. La víbora ya está fuera.

Sunny empezó a gatear hacia la puerta principal, pero Klaus no había acabado de hablar con Bruce.

—Nuestro tío Monty era brillante —dijo con firmeza.

—Era un hombre brillante —asintió Violet— y siempre le recordaremos como tal.

—¡Brillante! —gritó Sunny mientras gateaba.

Y sus hermanos la miraron y sonrieron, sorprendidos de que hubiese pronunciado una palabra que todo el mundo podía comprender.

Bruce encendió su puro, soltó una bocanada de humo y se encogió de hombros.

—Es hermoso que lo sientas así, chico —dijo—. Ojalá tengáis buena suerte allí donde os lleven.

Miró el brillante reloj de diamantes que llevaba en la muñeca y se dio la vuelta para hablar con los hombres que iban vestidos con monos.

—Démonos prisa. Dentro de cinco minutos tenemos que estar de regreso en la carretera que huele a jengibre.

—Es rábano picante —le corrigió Violet.

Pero Bruce ya se había ido. Violet y Klaus se miraron, y empezaron a seguir a Sunny hacia el exterior, para despedirse de sus amigos reptiles. Pero, al llegar a la puerta, entró el señor Poe y volvió a bloquearles la salida.

—Veo que os habéis despertado —dijo—. Por favor, subid a vuestras habitaciones y poneos a dormir. Mañana tenemos que levantarnos muy pronto.

—Sólo queremos despedirnos de las serpientes —dijo Klaus.

Pero el señor Poe negó con la cabeza.

—Entorpeceréis el trabajo de Bruce —contestó—. Además, pensaba que ninguno de los tres querríais volver a ver una serpiente en la vida.

Los huérfanos Baudelaire se miraron y suspiraron. Todo en el mundo parecía estar mal. Estaba mal que Tío Monty estuviese muerto. Estaba mal que el Conde Olaf y el hombre manos de garfio hubiesen escapado. Estaba mal que Bruce pensase en Monty como en una persona que llevaba un nombre ridículo, y no como en un brillante científico. Y estaba mal asumir que los niños nunca querrían volver a ver una serpiente. Las serpientes y, de hecho, todo lo de la Habitación de los Reptiles, eran los últimos recuerdos que tenían los Baudelaire de los pocos días felices que habían vivido en aquella casa, los pocos días felices que habían vivido desde la muerte de sus padres. A pesar de que comprendían que el señor Poe no les permitiese vivir solos con los reptiles, estaba muy mal que no pudiesen volver a verlos jamás, y ni tan siquiera despedirse.

Violet, Klaus y Sunny, desoyendo las instrucciones del señor Poe, corrieron al exterior, donde los hombres vestidos con monos estaban cargando las jaulas en una furgoneta que llevaba escrito «Sociedad Herpetológica» en la parte trasera. Era luna llena y la luz de la luna se reflejaba en las paredes de cristal de la Habitación de los Reptiles, como si fuese una joya enorme y muy, muy resplandeciente, brillante, podríamos decir. Cuando Bruce había utilizado la palabra «brillante», refiriéndose a Tío Monty, quería decir «tener una reputación por su ingenio o inteligencia». Pero cuando los niños utilizaron la palabra —y cuando pensaron en ella al ver la Habitación de los Reptiles brillando a la luz de la luna—, quería decir más que eso. Quería decir que, incluso en las desoladoras circunstancias de su situación actual, a pesar de la serie de sucesos desafortunados que les ocurrirían el resto de sus vidas, Tío Monty y su bondad resplandecerían en sus recuerdos. Tío Monty fue brillante y el tiempo que vivieron con él fue brillante. Bruce y sus hombres de la Sociedad Herpetológica podían desmantelar la colección de Tío Monty, pero nadie podría jamás desmantelar la idea que los Baudelaire tenían de él.

—¡Adiós, adiós! —gritaron los huérfanos Baudelaire, cuando la Víbora Increíblemente Mortal fue cargada en la furgoneta—. ¡Adiós, adiós! —gritaron.

Y, a pesar de que la Víbora era sobre todo amiga de Sunny, Violet y Klaus se encontraron llorando junto a su hermana, y, cuando la Víbora Increíblemente Mortal levantó la mirada para verlos, vieron que también estaba llorando, diminutas lágrimas como perlas cayendo de sus ojos verdes. La víbora también era brillante y, cuando los niños se miraron, vieron sus propias lágrimas y cómo brillaban.

—Eres brillante —le murmuró Violet a Klaus—, por haber leído lo de la Mamba du Mal.

—Eres brillante —le murmuró Klaus—, por haber conseguido las pruebas de la maleta de Stephano.

—¡Brillante! —volvió a decir Sunny.

Y Violet y Klaus abrazaron a su hermana pequeña. Incluso la más joven de los Baudelaire era brillante, por haber distraído a los adultos con la Víbora Increíblemente Mortal.

—¡Adiós, adiós! —gritaron los brillantes Baudelaire, y saludaron con la mano a los reptiles de Tío Monty. Permanecieron juntos a la luz de la luna y siguieron saludando, incluso cuando Bruce cerró las puertas de la furgoneta, incluso cuando condujo a través de los setos con formas de serpientes y por la carretera en dirección al Camino Piojoso, e incluso cuando giró y desapareció en la oscuridad.