En aquel mismo instante en otro lugar, Violet estaba inspeccionando el dormitorio de Stephano con ojo crítico. Respiró hondo y se recogió el pelo con un lazo para mantenerlo fuera de los ojos. Tanto vosotros como yo o como cualquiera que conozca a Violet sabe que cuando se recoge el pelo con un lazo es porque necesita pensar un nuevo invento. Y en aquel instante necesitaba pensar uno a toda prisa. Violet, cuando su hermano comentó que Stephano les había ordenado meter su maleta dentro de la casa, se había dado cuenta de que la prueba que buscaba estaba sin lugar a dudas en aquella maleta. Y ahora, mientras sus hermanos distraían a los adultos en la Habitación de los Reptiles, tenía una oportunidad única de abrir la maleta y obtener pruebas del malvado complot de Stephano. Pero su hombro dolorido le advertía que no iba a poder abrir fácilmente la maleta, que tenía una cerradura tan brillante como los malvados ojos de Stephano. Confieso que, si yo estuviera en la piel de Violet, con sólo unos pocos minutos para abrir una maleta, en lugar de estar escribiendo esto en la cubierta del yate de mi amiga Bela, probablemente habría perdido toda esperanza. Habría caído de rodillas en el dormitorio y habría golpeado con mis puños la alfombra, preguntándome por qué diablos la vida era tan injusta y estaba tan llena de dificultades.
Sin embargo, por suerte para los Baudelaire, Violet estaba hecha de un material más fuerte que yo y paseó su mirada por el dormitorio en busca de algo que le pudiese servir de ayuda. No había demasiado en lo que a materiales para inventos se refiere. Violet hubiera deseado disponer de un cuarto ideal para inventar cosas, lleno de cables y herramientas y con todo el equipo necesario para inventar aparatos de primerísima categoría. De hecho Tío Monty poseía la mayoría del equipo, pero Violet recordó que se encontraba en la Habitación de los Reptiles. Miró las hojas de papel enganchadas en las paredes, donde había querido esbozar inventos desde que vivía en casa de Tío Monty. Los problemas habían empezado tan pronto que Violet sólo tenía unos pocos garabatos en una de las hojas, que había escrito a la luz de una lámpara de pie su primera noche allí. La mirada de Violet se dirigió a la lámpara al recordar aquella noche, y cuando llegó al enchufe tuvo una idea.
Todos sabemos, claro está, que nunca, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás, jamás debemos tocar los aparatos eléctricos. Nunca. Hay dos razones para ello. Una es que te puedes electrocutar, lo cual no sólo es mortal sino muy desagradable, y la otra es que no somos Violet Baudelaire, una de las pocas personas del mundo que sabe manejar tales cosas. E incluso Violet iba con mucho cuidado y estaba nerviosa al desenchufar la lámpara y mirar detenidamente el enchufe. Quizás funcionaría.
Esperando que Klaus y Sunny siguiesen distrayendo a los adultos, Violet movió las dos clavijas del enchufe hasta que se separaron de la caja de plástico. Ahora tenía dos pequeñas láminas de metal. Quitó una de las chinchetas que sujetaban las hojas a la pared, y dejó que se doblase suavemente. Con la parte puntiaguda de la chincheta removió y manipuló las dos láminas, hasta que una estuvo enganchada a la otra, y entonces colocó la chincheta entre las dos láminas, de forma que la parte puntiaguda saliera hacia fuera. El resultado tenía el aspecto de una pieza de metal en la que no te fijarías si estuviese tirada en la calle, pero, en realidad, lo que Violet había construido era una burda —la palabra «burda» significa aquí «hecho toscamente en el último minuto» y no «grosera o desconsiderada»— ganzúa. Las ganzúas, como probablemente sabréis, son aparatos que funcionan como si de llaves se tratase, y son utilizadas en general por los malos para robar en casas o escapar de la cárcel, pero aquel era uno de los raros momentos en que una ganzúa estaba siendo utilizada por los buenos: Violet Baudelaire.
Violet bajó en silencio las escaleras con la ganzúa en una mano y los dedos cruzados en la otra. Pasó de puntillas por delante de la enorme puerta de la Habitación de los Reptiles y salió fuera, esperando que no se percataran de su ausencia. La mayor Baudelaire, desviando deliberadamente la mirada del coche del doctor Lucafont para evitar ver el cuerpo de Tío Monty, se acercó al montón de maletas. Primero miró en las viejas, pertenecientes a los Baudelaire. Aquellas maletas contenían, recordaba, mucha ropa fea y áspera que el señor Poe les había comprado poco después de la muerte de sus padres. Por unos instantes, Violet, mirando las maletas, se encontró recordando lo fácil que había sido su vida antes de que llegasen todos aquellos problemas y lo sorprendente que era encontrarse en aquellos momentos en unas circunstancias tan desgraciadas. Esto quizás no nos sorprenda a nosotros, porque sabemos lo desastrosas que son las vidas de los huérfanos Baudelaire, pero a Violet siempre le sorprendía su desgracia, y tardó un minuto en sacarse de la cabeza los pensamientos sobre su situación y concentrarse en lo que tenía que hacer.
Se arrodilló para tener más cerca la maleta de Stephano, sostuvo en una mano el brillante candado plateado, respiró hondo y metió la ganzúa en el ojo de la cerradura. Entró pero, al intentar darle la vuelta, casi no se movió, sólo rascó un poco el interior de la cerradura. Tenía que moverse con más suavidad o nunca funcionaría. Violet sacó la ganzúa y se la metió en la boca para humedecerla, haciendo una mueca por el mal gusto del metal. Volvió a meter la ganzúa en la cerradura e intentó moverla. Se movió ligeramente y volvió a trabarse.
Violet sacó la ganzúa, volvió a recogerse el pelo con el lazo y se concentró todo lo que pudo. Sin embargo, al apartarse el cabello de los ojos, sintió un repentino hormigueo en la piel. Era desagradable y familiar. Era la sensación de estar siendo observada. Miró rápidamente hacia atrás, pero sólo vio los setos con formas de serpientes. Miró a un lado y sólo vio la carretera que daba al Camino Piojoso. Pero entonces miró hacia adelante, a través de las paredes de cristal de la Habitación de los Reptiles.
Nunca se le había ocurrido que las personas podían mirar con la misma facilidad desde dentro de la Habitación de los Reptiles que desde fuera, pero Violet, al levantar la mirada, pudo ver entre las jaulas la silueta del señor Poe, que caminaba nervioso de un lado a otro. Vosotros y yo sabemos, claro, que el pánico se había apoderado del señor Poe por lo de Sunny y la Víbora Increíblemente Mortal, pero todo lo que Violet sabía era que, fuese cual fuese la distracción que sus hermanos habían inventado, seguía funcionando. Sin embargo, aquello no explicaba el hormigueo, pero, al mirar con un poco más de atención a la derecha del señor Poe, vio que Stephano la estaba mirando directamente a los ojos.
Quedó boquiabierta por la sorpresa y el pánico. Sabía que en cualquier momento Stephano inventaría una excusa para salir de la Habitación de los Reptiles y venir en su busca, y ella ni siquiera había abierto la maleta. Deprisa, deprisa, deprisa, tenía que encontrar alguna forma de que su ganzúa funcionase. Bajó la mirada a la grava mojada del camino y la levantó al débil sol amarillento de la tarde. Se miró las manos llenas de polvo y precisamente entonces se le ocurrió algo.
Violet se puso de pie, regresó corriendo a la casa, como si Stephano ya estuviese tras ella, y entró a toda prisa en la cocina. Tirando una silla al suelo con las prisas, cogió una pastilla de jabón del fregadero mojado. Pasó la substancia resbaladiza por la ganzúa, hasta que todo el invento estuvo cubierto de una capa delgada y resbaladiza. Con el corazón saliéndosele del pecho, salió corriendo y echó una rápida mirada a las paredes de la Habitación de los Reptiles. Stephano le estaba diciendo algo al señor Poe —estaba alardeando de sus conocimientos acerca de las serpientes, pero Violet no tenía forma alguna de saberlo— y Violet aprovechó ese instante para arrodillarse y volver a introducir la ganzúa en el ojo de la cerradura. La pudo girar completamente y entonces se partió por la mitad. Hubo un débil ruidito cuando una parte cayó al suelo, mientras la otra quedaba prendida del ojo de la cerradura, como un diente mellado. Su ganzúa estaba rota.
Violet, desesperada, cerró los ojos un instante, y luego se puso en pie, apoyándose en la maleta para recuperar el equilibrio. Sin embargo, al poner la mano encima de la maleta, el candado saltó y la maleta se abrió, dejando caer todo su contenido al suelo. Violet, sorprendida, volvió a arrodillarse. Al girar la ganzúa, había abierto de alguna forma la cerradura. A veces, incluso en las vidas más desafortunadas, hay uno o dos momentos de fortuna.
Es muy difícil, nos lo han dicho los expertos, encontrar una aguja en un pajar, razón por la cual «una aguja en un pajar» se ha convertido en una frase bastante utilizada que significa «algo difícil de encontrar». La razón por la que es difícil encontrar una aguja en un pajar, claro, es que, de todas las cosas de un pajar, la aguja sólo es una. Sin embargo, si estuvieseis buscando cualquier cosa en un pajar, no sería nada difícil, porque, una vez hubierais empezado a buscar por el pajar, seguro que encontraríais algo: paja, claro está, pero también suciedad, gusanos, unas herramientas de labranza y quizás incluso un hombre que se había escapado de la cárcel y estaba allí escondido. Cuando Violet buscó entre el contenido de la maleta de Stephano, era más parecido a buscar cualquier cosa en un pajar, porque no sabía exactamente qué quería encontrar. Por consiguiente, resultaba bastante fácil encontrar cosas que podían servir como pruebas: un frasquito de cristal cerrado con un tapón de goma, como el que uno podría encontrar en un laboratorio; una jeringa con una afilada aguja, como la que utiliza el doctor para ponerte inyecciones; un fajo de papeles; un carnet plastificado, una borla y un pequeño espejo de bolsillo.
A pesar de saber que sólo disponía de pocos segundos, Violet separó estas cosas de la ropa apestosa y de la botella de vino que también estaban en la maleta, y miró todas sus pruebas con detenimiento, concentrándose en cada una como si fuesen pequeñas partes con las que iba a construir una máquina. Y, en cierto modo, lo eran. Violet Baudelaire necesitaba ordenar aquellas pruebas para hacer fracasar el malvado plan de Stephano, y llevar paz y justicia a las vidas de los huérfanos Baudelaire por primera vez desde que sus padres habían fallecido en un terrible incendio. Violet observó cada prueba, concentrándose mucho, y al cabo de poco rato se le iluminó el rostro, como siempre ocurría cuando todas las piezas de algo encajaban a la perfección y la máquina funcionaba correctamente.