DIEZ

Quizás cuando erais muy pequeños alguien os leyó la insulsa historia —la palabra «insulsa» significa aquí «que no vale la pena leerle a nadie»— del chico que gritó «¡Lobo!». Un chico muy pesado, quizás lo recordéis, gritó «¡Lobo!» cuando no había ningún lobo, y los crédulos aldeanos que corrieron a socorrerle vieron que había sido una broma. Después gritó «¡Lobo!» cuando no era una broma, y los aldeanos no corrieron en su ayuda y el lobo se comió al niño, y la historia, gracias a Dios, llego su fin.

La moraleja de la historia, claro, debería ser: «Nunca vivas en un sitio donde los lobos anden sueltos», pero probablemente quien os leyese la historia os diría que la moraleja era que no había que mentir. Esa moraleja es absurda, porque tanto yo como vosotros sabemos que a veces no sólo es bueno mentir, sino que es necesario. Por ejemplo, era perfectamente apropiado que Sunny, después de que Violet saliese de la Habitación de los Reptiles, se arrastrase hasta la jaula que contenía la Víbora Increíblemente Mortal, la abriese y empezase a gritar con todas sus fuerzas, aunque en realidad no pasaba nada.

Hay otra historia con lobos de por medio que probablemente alguien os haya leído y que es igualmente absurda. Estoy hablando de Caperucita Roja, una chiquilla extremadamente desagradable que, como el chico que gritó «¡Lobo!», se emperró en entrar en un territorio de animales peligrosos. Recordaréis que el lobo, después de ser tratado de forma muy grosera por Caperucita Roja, se comió a la abuela de la chiquilla y se puso su ropa como disfraz. Este es el aspecto más ridículo de la historia, porque uno pensaría que incluso una chica tan imbécil como la Caperucita Roja podría advertir en un segundo la diferencia entre su abuela y un lobo en camisón y con pantuflas. Si conoces a alguien muy bien, como a tu abuela o a tu hermana, sabes cuándo son de verdad o cuándo son falsas. Por eso, cuando Sunny empezó a gritar, Violet y Klaus supieron de inmediato que sus gritos eran fingidos.

—Esos gritos son fingidos —se dijo Klaus desde el otro extremo de la Habitación de los Reptiles.

—Esos gritos son fingidos —se dijo Violet, mientras subía las escaleras hacia su cuarto.

«¡Dios mío! ¡Está pasando algo terrible!», se dijo el señor Poe desde la cocina, donde estaba hablando por teléfono.

—Adiós —dijo, colgó y salió corriendo de la cocina para ver qué pasaba.

—¿Qué ocurre? —preguntó el señor Poe a Stephano y al doctor Lucafont, que habían acabado de descargar las maletas y estaban entrando en la casa—. He oído unos gritos procedentes de la Habitación de los Reptiles.

—Seguro que no es nada —dijo Stephano.

—Ya sabe cómo son los niños —dijo el doctor Lucafont.

—No podemos permitirnos otra tragedia —dijo el señor Poe, y corrió hacia la enorme puerta de la Habitación de los Reptiles gritando—: ¡Niños! ¡Niños!

—¡Aquí! —gritó Klaus—. ¡Dense prisa!

Su voz sonaba ronca y fuerte y cualquiera que no conociese a Klaus hubiera pensado que estaba muy asustado. Sin embargo, si conocieseis a Klaus, sabríais que cuando estaba muy asustado su voz sonaba tensa y chillona, como cuando descubrió el cuerpo de Tío Monty. Su voz se volvía ronca y fuerte cuando intentaba no reír. Es algo muy bueno que Klaus consiguiese no reír cuando el señor Poe, Stephano y el doctor Lucafont entraron en la Habitación de los Reptiles. De haberlo hecho, lo habría echado todo a perder.

Sunny estaba estirada en el suelo de mármol, sus bracitos y piernecitas moviéndose frenéticamente, como si estuviese intentando nadar. Fue la expresión de su rostro lo que hizo que Klaus sintiese ganas de reír. Sunny tenía la boca muy abierta, mostrando sus cuatro afilados dientes, y sus ojos parpadeaban a gran velocidad. Estaba intentando parecer asustada y, si no conocieseis a Sunny, habría parecido auténtico. Pero Klaus conocía a Sunny y sabía que cuando ella estaba muy asustada se quedaba muda y frunciendo el ceño, como cuando Stephano la había amenazado con cortarle un dedo del pie. Para todos excepto para Klaus, Sunny parecía aterrada, sobre todo teniendo en cuenta con quién estaba. Porque, enroscada al cuerpecito de Sunny, había una serpiente negra como una mina y gruesa como una cañería. Miraba a Sunny con sus brillantes ojos verdes y tenía la boca abierta como si estuviese a punto de morder a la niña.

—¡La Víbora Increíblemente Mortal! —gritó Klaus—. ¡La va a morder!

Y Sunny abrió todavía más la boca y los ojos para parecer más asustada. La boca del doctor Lucafont también se abrió, y Klaus vio que empezaba a decir algo pero era incapaz de encontrar las palabras. Stephano, a quien, evidentemente, no le podía importar menos la seguridad de Sunny, parecía sorprendido como mínimo. Pero al señor Poe le dominó el pánico.

Hay dos tipos básicos de pánico: quedarse quieto y no pronunciar palabra, o ir de aquí para allí diciendo lo primero que te viene a la cabeza. El señor Poe era de los segundos. Klaus y Sunny nunca habían visto al banquero moverse tan deprisa o hablar con una voz tan aguda.

—¡Dios mío! —gritó—. ¡Dios mío de mi vida! ¡Alá sea bendito! ¡Zeus y Hera! ¡María y José! ¡Nathaniel Hawthorne! ¡No la toquéis! ¡Cogedla! ¡Acercaos! ¡Huid! ¡No os mováis! ¡Matad a la serpiente! ¡Dejadla! ¡Dadle algo de comida! ¡No dejéis que la muerda! ¡Atraed a la serpiente! ¡Eh, serpiente! ¡Aquí, serpiente serpiente, eh!

La Víbora Increíblemente Mortal escuchaba pacientemente el discurso del señor Poe, sin apartar los ojos de Sunny y, cuando el señor Poe se detuvo para toser en su pañuelo, se echó hacia adelante y mordió a Sunny en el mentón, justo en el mismo sitio donde la había mordido cuando las dos amigas se habían conocido. Klaus intentó no reír, pero el doctor Lucafont jadeó, Stephano observaba, y el señor Poe volvió a empezar con los paseos y las frases inconexas.

—¡La está mordiendo! —gritó—. ¡La ha mordido! ¡La ha mordido! ¡Calma! ¡Moveos! ¡Llamad a una ambulancia! ¡Llamad a la policía! ¡Llamad a un científico! ¡Llamad a mi mujer! ¡Esto es terrible! ¡Esto es horrible! ¡Esto es fatal! ¡Esto es fantasmagórico! ¡Esto es…!

—No hay por qué preocuparse —interrumpió Stephano con tranquilidad.

—¿A qué te refieres con «no hay por qué preocuparse»? —le preguntó el señor Poe, incrédulo—. Sunny acaba de ser mordida por… ¿Cómo se llama la serpiente, Klaus?

—La Víbora Increíblemente Mortal —contestó Klaus rápidamente.

—¡La Víbora Increíblemente Mortal! —repitió el señor Poe, señalando a la serpiente que tenía la boca cerrada sobre el mentón de Sunny.

Sunny volvió a emitir otro falso grito de terror.

—¿Cómo puede decir que no hay nada de qué preocuparse? —insistió el señor Poe.

—Porque la Víbora Increíblemente Mortal es completamente inofensiva —dijo Stephano—. Cálmese, Poe. El nombre de la serpiente es una denominación equivocada que el doctor Montgomery inventó para divertirse.

—¿Estás seguro? —preguntó el señor Poe.

—Claro que estoy seguro —dijo Stephano.

Y Klaus reconoció una mirada en su rostro del tiempo en que vivía con el Conde Olaf. Era una mirada de absoluta vanidad, palabra que aquí significa «el Conde Olaf pensaba de sí mismo que era la persona más increíble que vivía en la faz de la tierra». Cuando los huérfanos Baudelaire estaban al cuidado de Olaf, a menudo se había comportado de esa manera, siempre contento de mostrar sus habilidades, ya fuese en escena con su atroz compañía de teatro o en la habitación de la torre urdiendo planes malvados. Stephano sonrió y siguió hablándole al señor Poe, deseoso de exhibirse:

—La serpiente es completamente inofensiva, incluso amistosa. He leído cosas sobre la Víbora Increíblemente Mortal y otras muchas serpientes en la biblioteca de la Habitación de los Reptiles y en los documentos privados del doctor Montgomery.

El doctor Lucafont se aclaró la garganta.

—Uh, jefe —dijo.

—No me interrumpa, doctor Lucafont —dijo Stephano—. He estudiado libros acerca de todas las especies principales. He mirado detenidamente croquis y esquemas. He tomado notas y las he revisado detenidamente cada noche antes de acostarme. Si puedo decirlo, me considero bastante experto en lo que a serpientes se refiere.

—¡Ajá! —gritó Sunny, desembarazándose de la Víbora Increíblemente Mortal.

—¡Sunny! ¡Estás sana y salva! —gritó el señor Poe.

—¡Ajá! —volvió a gritar Sunny, señalando a Stephano. La Víbora Increíblemente Mortal parpadeó con sus ojos verdes de modo triunfal.

El señor Poe, perplejo, miró a Klaus:

—¿Qué quiere decir tu hermana con «ajá»? —preguntó.

Klaus suspiró. A veces sentía que se había pasado media vida explicándole cosas al señor Poe.

—Lo que quiere decir con «ajá» —respondió— es «en un momento Stephano dice que no sabe nada de serpientes y al siguiente dice que es un experto». Con «ajá» quiere decir «Stephano nos ha estado mintiendo». Con «ajá» quiere decir «¡finalmente hemos demostrado su falta de honradez!». Con «ajá» quiere decir «¡ajá!».