Mientras el jeep renqueaba delante de ellos, los huérfanos Baudelaire recorrieron penosamente a pie el camino de regreso a la casa de Tío Monty, el olor a rábano picante en las narices y una sensación de frustración en los corazones. Es muy desconcertante que te demuestren que estás equivocado, especialmente cuando en realidad tienes razón y la persona que está equivocada es la que te está demostrando que estás equivocado y demostrando equivocadamente que tiene razón. ¿Verdad?
—No sé cómo se ha deshecho de su tatuaje —le dijo Klaus tercamente al señor Poe, que estaba tosiendo en su pañuelo—, pero no hay duda de que es el Conde Olaf.
—Klaus —dijo el señor Poe cuando hubo dejado de toser—, esto de dar vueltas y más vueltas a lo mismo me empieza a cansar. Acabamos de ver el intachable tobillo de Stephano. «Intachable», significa…
—Sabemos lo que significa «intachable» —dijo Klaus, mientras miraba a Stephano salir del jeep y entrar a toda prisa en la casa—. «Sin tatuajes». Pero es el Conde Olaf. ¿Cómo no lo ve?
—Todo lo que veo —dijo el señor Poe— es lo que tengo delante. Veo a un hombre sin cejas, con barba y sin tatuaje, y no es el Conde Olaf. De todas formas, aunque por alguna razón el tal Stephano os quisiera hacer daño, no tenéis nada que temer. Es un contratiempo que el doctor Montgomery haya muerto, pero no vamos a entregaros sin más al ayudante junto con vuestra fortuna. ¡Si este hombre ni siquiera es capaz de recordar mi nombre!
Klaus miró a sus hermanas y suspiró. Comprendieron que, una vez el señor Poe había decidido algo, iba a ser más fácil discutir con los setos con formas de serpientes que con él. Violet estaba a punto de volver a intentar razonar con él, cuando sonó un claxon detrás de ellos. Los Baudelaire y el señor Poe se apartaron del camino del automóvil que se acercaba, un cochecito gris con un conductor muy delgado.
El coche se detuvo frente a la casa y la persona delgada salió, un hombre alto con un abrigo blanco.
—¿Podemos ayudarle? —dijo el señor Poe, al acercarse con los niños.
—Soy el doctor Lucafont —dijo el hombre alto, señalándose con una mano fuerte y grande—. He recibido una llamada de que ha habido un terrible accidente con una serpiente.
—¿Ya está aquí? —preguntó el señor Poe—. Pero si Stephano casi no ha tenido ni tiempo de llamar, por no hablar de que usted llegase hasta aquí.
—Yo creo que en una emergencia la velocidad es esencial, ¿no? —dijo el doctor Lucafont—. Si se tiene que realizar una autopsia, debe ser de inmediato.
—Claro, claro —se apresuró a decir el señor Poe—. Sólo es que me ha sorprendido.
—¿Dónde está el cuerpo? —preguntó el doctor Lucafont, dirigiéndose hacia la puerta.
—Stephano puede decírselo —dijo el señor Poe, mientras abría la puerta de la casa.
Stephano esperaba en la entrada con una cafetera en la mano.
—Voy a hacer un poco de café —dijo—. ¿Quién quiere una taza?
—Yo tomaré una taza —dijo el doctor Lucafont—. No hay nada como un café antes de empezar un día de trabajo.
El señor Poe frunció el entrecejo.
—¿No debería echar primero un vistazo al doctor Montgomery?
—Sí, doctor Lucafont —dijo Stephano—. El tiempo es esencial en una emergencia, ¿no le parece?
—Sí, sí, supongo que tiene razón —dijo el doctor Lucafont.
—El pobre doctor Montgomery está en la Habitación de los Reptiles —dijo Stephano, señalando el lugar donde yacía el tutor de los jóvenes Baudelaire—. Por favor, lleve a cabo un examen lo más exhaustivo posible y después podrá tomar un poco de café.
—Usted manda —dijo el doctor Lucafont, abriendo la puerta de la Habitación de los Reptiles con una mano extrañamente rígida.
Stephano acompañó al señor Poe hasta la cocina y los Baudelaire les siguieron cabizbajos. Cuando uno se siente inútil e incapaz de ayudar, puede usar la expresión «sintiéndose como la quinta rueda», porque, si algo tiene cuatro ruedas, como un carro o un coche, no es necesaria una quinta. Mientras Stephano preparaba café para los adultos, los tres niños se sentaron a la mesa de la cocina donde habían comido por primera vez tarta de coco con el Tío Monty hacía poco tiempo, y Violet, Klaus y Sunny se sintieron como quinta, sexta y séptima rueda de un coche que iba en la dirección equivocada, hacia el Puerto Brumoso, listos para zarpar en el Prospero.
—Cuando he hablado con el doctor Lucafont Por teléfono —dijo Stephano—, le he contado lo del accidente con su coche. Cuando haya acabado con el examen médico, le llevará a usted hasta la ciudad para buscar un mecánico, y yo me quedaré aquí con los huérfanos.
—No —dijo Klaus con firmeza—. No nos vamos a quedar solos con él ni un instante.
El señor Poe sonrió mientras Stephano le servía una taza de café, y después miró severamente a Klaus.
—Klaus, comprendo que estés muy trastornado, pero es injustificable que sigas tratando a Stephano con tanta rudeza. Por favor, pídele disculpas.
—¡No! —gritó Klaus.
—No pasa nada, señor Poe —dijo Stephano en tono conciliador—. El asesinato del doctor Montgomery ha dejado muy trastornados a los niños, y no espero que tengan el mejor de los comportamientos.
—¿Asesinato? —dijo Violet. Se volvió hacia Stephano e intentó parecer sólo ligeramente curiosa, en lugar de enfurecida—. ¿Por qué has dicho asesinato, Stephano?
El rostro de Stephano se oscureció y cerró los puños con fuerza. Parecía que no había nada que desease más que arrancarle los ojos a Violet.
—Me he equivocado —dijo finalmente.
—Está claro —dijo el señor Poe y bebió de su taza—. Pero los niños pueden ir con el doctor Lucafont y conmigo si de esa forma se sienten más cómodos.
—No estoy seguro de que quepan —dijo Stephano con ojos centelleantes—. Es un coche muy pequeño. Pero si los huérfanos lo prefiriesen, podrían ir conmigo en el jeep y podríamos seguirles a usted y al doctor Lucafont hasta el mecánico.
Los tres huérfanos se miraron y pensaron detenidamente. Su situación parecía un juego, aunque un juego desesperado con apuestas muy altas. La finalidad del juego consistía en no acabar solos con Stephano, porque, de ser así, se los llevaría en el Próspero. Lo que entonces ocurriría, cuando estuviesen solos en Perú con una persona tan despreciable y codiciosa, era algo en lo que no querían pensar. En lo que tenían que pensar era en cómo evitar que ocurriese. Parecía increíble que sus propias vidas dependiesen de una conversación en la que se decidiese quién iba con quién en el coche, pero en la vida a menudo los detalles más insignificantes acaban siendo los más importantes.
—¿Por qué no vamos nosotros con el doctor Lucafont —dijo Violet con cautela—, y así el señor Poe puede ir con Stephano?
—¿Por qué? —preguntó el señor Poe.
—Siempre he querido ver el interior del automóvil de un médico —dijo Violet, sabedora de que era una invención poco convincente.
—Oh, sí, yo también —dijo Klaus—. Por favor, ¿podemos ir con el doctor Lucafont?
—Me temo que no —dijo el doctor Lucafont desde la puerta, cogiéndolos a todos por sorpresa—. En cualquier caso, no los tres. He colocado el cuerpo del doctor Montgomery en mi coche, y sólo queda sitio para dos personas más.
—¿Ya ha completado su examen? —preguntó el señor Poe.
—El preliminar, sí —dijo el doctor Lucafont—. Voy a tener que llevarme el cuerpo para hacerle más pruebas, pero mi autopsia muestra que el doctor murió de mordedura de serpiente. ¿Queda un poco de café para mí?
—Claro —contestó Stephano y le sirvió una taza.
—¿Cómo puede estar seguro? —le preguntó Violet al doctor.
—¿A qué te refieres? —dijo el doctor Lucafont en tono burlón—. Puedo estar seguro de que queda café porque lo veo ahí mismo.
—Violet se refiere —dijo el señor Poe— a cómo puede estar seguro de que el doctor Montgomery murió por una mordedura de serpiente.
—En sus venas he encontrado veneno de la Mamba du Mal, una de las serpientes más venenosas del mundo.
—¿Significa eso que hay una serpiente venenosa suelta por la casa? —preguntó el señor Poe.
—No, no —dijo el doctor Lucafont—. La Mamba du Mal está segura en su jaula. Debió de salir, morder al doctor Montgomery y volver a encerrarse.
—¿Qué? —preguntó Violet—. Esta teoría es ridícula. Una serpiente no puede abrir sola una cerradura.
—Quizás la ayudaran otras serpientes —dijo el doctor Lucafont con tranquilidad, y dio un sorbo a su café—. ¿Hay algo para comer? He tenido que venir a toda prisa y no he podido desayunar.
—Su historia parece un poco extraña —dijo el señor Poe, y miró dubitativo al doctor Lucafont, que estaba abriendo un armario y mirando en su interior.
—He comprobado que los accidentes terribles son a menudo extraños —contestó.
—No puede haber sido un accidente —dijo Violet—. Tío Monty es… —se detuvo—. Tío Monty era uno de los herpetólogos más respetados del mundo. Nunca hubiera metido una serpiente venenosa en una jaula que ella pudiese abrir.
—Si no ha sido un accidente —dijo el doctor Lucafont—, alguien tiene que haberlo hecho a propósito. Obviamente vosotros, niños, no le habéis matado, y la única persona que había en la casa era Stephano.
—Y yo —añadió Stephano rápidamente— no sé apenas nada de serpientes. Sólo llevo dos días trabajando aquí y casi no he tenido tiempo de aprender nada.
—Parece haber sido un accidente —dijo el señor Poe—. Lo siento, chicos. El doctor Montgomery parecía el tutor apropiado para vosotros.
—Era más que eso —dijo Violet en voz baja—. Tío Monty era más, mucho más que un tutor apropiado.
—¡Ésa es la comida de Tío Monty! —gritó Klaus de repente, el rostro deformado por la ira, y señaló al doctor Lucafont, que había sacado una lata del armario—. ¡Deje de comer esa comida!
—Sólo iba a comer un par de melocotones —dijo el doctor Lucafont y, con una de sus manos extrañamente sólidas, sostenía una de las latas de melocotón que Tío Monty había comprado el día anterior.
—Por favor —le dijo el señor Poe con amabilidad al doctor Lucafont—. Los niños están muy trastornados. Estoy seguro de que puede entenderlo. Violet, Klaus, Sunny, ¿por qué no os vais un ratito? Tenemos muchas cosas que discutir, y está claro que estáis demasiado nerviosos para participar. Bueno, doctor Lucafont, intentemos solucionar esto. Usted tiene sitio para tres pasajeros, incluyendo el cuerpo del doctor Montgomery. Y tú, Stephano, también tienes sitio para tres pasajeros.
—O sea que es muy sencillo —dijo Stephano—. Usted con el cadáver en el coche del doctor Lucafont y yo les seguiré con los niños.
—No —dijo Klaus con firmeza.
—Niños Baudelaire —dijo el señor Poe con la misma firmeza—, por favor, ¿podéis dejarnos solos?
—¡Afup! —gritó Sunny, lo que probablemente significaba: «No».
—Claro que sí —dijo Violet, mirando a Klaus y Sunny como para darles a entender algo.
Y, tomándolos de la mano, se los llevó fuera de la cocina. Klaus y Sunny miraron a su hermana mayor y vieron que algo en ella había cambiado. Su rostro parecía más determinado que apesadumbrado, y caminaba deprisa, como si llegase tarde a algo.
Recordaréis, claro está, que, incluso años más tarde, Klaus permanecería despierto en la cama, con el arrepentimiento de no haber avisado al taxista que había vuelto a introducir a Stephano en sus vidas. Pero, en este sentido, Violet era más afortunada que su hermano. Porque, al contrario que Klaus, cuya sorpresa fue tan grande al reconocer a Stephano que se le escapó la oportunidad de actuar, Violet se dio cuenta, mientras escuchaba a los adultos hablar y hablar, de que había llegado el momento de actuar. No puedo decir que años más tarde Violet, cuando recordaba su pasado, durmiese a pierna suelta —había demasiados sucesos tristes en la vida de cualquiera de los Baudelaire para poder dormir como troncos—, pero siempre se sintió un poco orgullosa de sí misma por haber comprendido que ella y sus hermanos debían salir de la cocina y dirigirse a un sitio que les fuera más útil.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Klaus—. ¿Adónde vamos?
Sunny miró también a su hermana pidiéndole explicaciones, pero Violet no hizo más que mover la cabeza a modo de respuesta y aceleró el paso en dirección a la Habitación de los Reptiles.