SIETE

—Caramba, caramba, caramba, caramba —dijo una voz detrás de ellos, y los huérfanos Baudelaire se dieron la vuelta para ver a Stephano allí de pie, llevando la maleta negra con el candado plateado y con una mirada de embelecadora sorpresa en el rostro. «Embelecadora» es un sinónimo tan extraño de «falsa» que ni siquiera Klaus sabía lo que significaba, pero no hacía falta decirles a los niños que Stephano simulaba sorpresa—. Menudo terrible accidente ha ocurrido aquí. Mordedura de serpiente. El que lo descubra quedará muy trastornado.

—Usted… —empezó a decir Violet, pero se detuvo, tenía la extraña sensación en la garganta de que la muerte de Tío Monty era como un alimento que sabía fatal—. Usted… —volvió a decir. Stephano no le hizo ni caso—. Claro está, cuando descubran que el señor Montgomery está muerto, se preguntarán qué habrá sido de aquellos repulsivos huérfanos que holgazaneaban por la casa. Pero éstos se habrán ido muy lejos. Por cierto, es hora de marcharse. El Próspero zarpa del Puerto Brumoso a las cinco en punto y me gustaría ser el primer pasajero en embarcar. Así tendré tiempo de tomarme una botella de vino antes de comer.

—¿Cómo ha podido? —susurró Klaus con voz ronca. No lograba apartar la mirada del rostro pálido, muy pálido de Tío Monty—. ¿Cómo ha podido hacer esto? ¿Cómo ha podido asesinarle?

—Bueno, Klaus, estoy sorprendido —dijo Stephano, y se acercó al cuerpo de Tío Monty—. Un sabelotodo como tú debería ser capaz de llegar a la conclusión de que tu viejo tío gordinflón ha muerto de mordedura de serpiente, no ha sido asesinado. Mira las marcas de estos colmillos. Mira su rostro tan pálido. Mira esos ojos como platos.

¡Pare! —dijo Violet—. ¡No hable así!

—¡Tienes razón! —dijo Stephano—. ¡No hay tiempo para charlas! ¡Tenemos un barco que tomar! ¡Vámonos!

—No iremos a ningún sitio con usted —dijo Klaus, más concentrado en su difícil situación que en no perder el control—. Nos quedaremos aquí hasta que llegue la policía.

—¿Y cómo supones que sabrá la policía que tiene que venir? —dijo Stephano.

—Nosotros les llamaremos —dijo Klaus, en lo que esperaba fuese un tono de voz firme, y empezó a caminar hacia la puerta.

Stephano dejó caer su maleta, el candado plateado golpeando ruidosamente el suelo de mármol. Avanzó un poco y cerró el paso a Klaus, los ojos muy abiertos y rojos de ira.

—Estoy tan cansado —gruñó Stephano— de tener que explicártelo todo… ¡Se supone que eres muy listo, pero siempre olvidas esto! —se metió la mano en el bolsillo y sacó el cuchillo dentado—. Esto es mi cuchillo. Está muy afilado y muy deseoso de hacerte daño, casi tanto como yo. Si no haces lo que te digo, te hará daño de verdad. ¿Ha quedado lo bastante claro? Ahora, métete en el jodido jeep.

Es, como sabéis, muy, muy grosero y a menudo innecesario decir palabrotas, pero los huérfanos Baudelaire estaban demasiado aterrorizados para hacérselo saber a Stephano. Los tres niños, después de mirar por última vez a su pobre Tío Monty, siguieron a Stephano a través de la puerta de la Habitación de los Reptiles, para meterse en el jodido jeep. Para más inri —palabra que aquí significa «forzar a alguien que ya está muy triste a llevar a cabo una tarea desagradable»—, Stephano obligó a Violet a sacar su maleta de la casa, pero ella estaba demasiado abstraída en sus propios pensamientos para que le importase. Pensaba en la última conversación que ella y sus hermanos habían mantenido con Tío Monty, y pensaba, en un repentino ataque de vergüenza, que realmente no había sido una conversación. Recordaréis, claro está, que, de regreso a casa después de Zombis en la nieve, los niños estaban tan preocupados por Stephano que no le habían dicho una sola palabra a Tío Monty, y entonces el jeep había llegado a la casa y los huérfanos Baudelaire habían corrido escaleras arriba para huir de aquella situación, sin darle siquiera las buenas noches al hombre que ahora yacía muerto y cubierto por una sábana en la Habitación de los Reptiles. Cuando los chicos llegaron al jeep, Violet intentaba recordar si le habían dado las gracias por llevarlos al cine, pero todo lo referente a aquella noche era confuso. Le parecía que ella, Klaus y Sunny le habrían dicho probablemente: «Gracias, Tío Monty», cuando estaban en la taquilla del cine, pero no podía estar segura. Stephano abrió la puerta del jeep e hizo gestos con el cuchillo para que Klaus y Sunny entrasen en el diminuto asiento trasero, y Violet, con la pesada maleta negra en el regazo, en el asiento del copiloto. Los huérfanos tuvieron la leve esperanza de que el motor no arrancase cuando Stephano giró la llave, pero fue en vano. Tío Monty cuidaba muy bien de su jeep y el motor arrancó a la primera.

Violet, Klaus y Sunny miraron hacia atrás, y Stephano empezó a conducir el coche por la avenida de los setos con formas de serpientes. Al ver la Habitación de los Reptiles, que Tío Monty había montado con tanto cuidado para albergar sus especímenes y en la que él era ahora también un espécimen, la desesperación de los Baudelaire fue demasiado grande y empezaron a llorar en silencio. La muerte de un ser querido es algo curioso. Todos sabemos que nuestro tiempo en este mundo es limitado y que al final todos acabaremos cubiertos por una sábana para nunca despertar. Y, sin embargo, siempre es una sorpresa cuando le pasa a alguien que conoces. Es como subir a oscuras las escaleras en dirección a tu dormitorio y creer que hay un peldaño más de los que hay. Tu pie cae al vacío y hay un instante de sorpresa mientras vuelves a ajustar la forma que tienes de pensar en las cosas. Los huérfanos Baudelaire no sólo lloraban por Tío Monty, sino también por sus padres, y con esa oscura y curiosa sensación de caída que acompaña a una gran pérdida.

¿Qué les iba a ocurrir? Stephano había asesinado cruelmente al hombre que se suponía tenía que cuidar de los Baudelaire y ahora estaban solos. ¿Qué les iba a hacer Stephano? Se suponía que se tenía que quedar en tierra cuando ellos zarpasen rumbo a Perú, pero ahora él iba a embarcarse con ellos en el Próspero. ¿Y qué terribles cosas iban a suceder en Perú? ¿Iba a rescatarles alguien allí? ¿Se haría Stephano con su fortuna? Y ¿qué ocurriría con los tres niños después?

Estas preguntas dan miedo y, si estáis pensando tales cosas, requieren toda vuestra atención, y los huérfanos estaban tan inmersos pensando en ellas que no se dieron cuenta de que Stephano estaba a punto de chocar contra otro coche hasta el momento del impacto.

Hubo un horrible ruido de metal retorcido y cristales rotos, cuando un coche negro chocó contra el jeep de Tío Monty, tirando a los niños al suelo con un fuerte zump, que les dio la sensación de que su estómago seguía en el asiento. La maleta negra golpeó el hombro de Violet y después el parabrisas, que al instante se llenó de fisuras, como si de una telaraña se tratase. Stephano soltó un grito de sorpresa y giró el volante hacia un lado y hacia el otro, pero los dos vehículos estaban enganchados y, con otro zump, salieron de la carretera y acabaron sobre un montón de lodo. Es extraño que un accidente de coche pueda considerarse buena suerte, pero ése fue el caso. Con los setos con formas de serpientes todavía visibles, el viaje de los Baudelaire hasta el Puerto Brumoso se había detenido.

Stephano soltó otro cortante grito, esta vez de rabia.

—¡Maldigo los infiernos! —gritó.

Y Violet se tocó el hombro para comprobar que no estaba seriamente dañado. Klaus y Sunny se levantaron con cuidado del suelo del jeep y miraron por el parabrisas roto. Parecía que en el otro coche sólo había una persona, pero era difícil saberlo a ciencia cierta, porque el vehículo había sufrido muchos más daños que el jeep de Monty. Su morro estaba completamente aplastado, como un acordeón, y un tapacubos daba vueltas en el Camino Piojoso, haciendo ruidos y trazando círculos imperfectos, como si se tratase de una moneda gigante que alguien hubiese lanzado al suelo. El conductor iba vestido de gris, emitió un ruido seco mientras abría la puerta abollada del coche y luchaba por salir. Volvió a emitir el ruido seco, se metió la mano en un bolsillo del traje y sacó un pañuelo blanco.

—¡Es el señor Poe! —gritó Klaus.

Era el señor Poe, tosiendo como de costumbre, y los niños estaban tan contentos de verle que se encontraron sonriendo a pesar de las terribles circunstancias.

—¡Señor Poe! ¡Señor Poe! —gritó Violet, mientras sorteaba la maleta de Stephano para abrir la puerta del copiloto.

Stephano alargó el brazo y la agarró por el hombro herido, girando a la vez su cabeza lentamente para que los tres niños pudiesen ver sus brillantes ojos.

—¡Esto no cambia nada! —les susurró—. Habéis tenido un poco de suerte, pero es la última que os queda. Os prometo que los tres volveréis a estar conmigo en este coche en dirección al Puerto Brumoso a tiempo para subirnos al Próspero.

—Eso ya lo veremos —contestó Violet, abrió la puerta y se deslizó por debajo de la maleta.

Klaus abrió su puerta y la siguió, con Sunny en los brazos.

—¡Señor Poe! ¡Señor Poe!

—¿Violet? —dijo el señor Poe—. ¿Violet Baudelaire? ¿Eres tú?

—Sí, señor Poe —dijo Violet—. Somos nosotros tres y le estamos muy agradecidos por haber chocado con nosotros.

—Bueno, yo no diría eso —dijo el señor Poe—. Está claro que la culpa fue de vuestro conductor. Vosotros habéis chocado contra .

—¡Cómo te atreves! —gritó Stephano.

Y salió del coche, arrugando la nariz por el olor a rábano picante que flotaba en el aire. Se acercó a grandes zancadas al señor Poe, pero los niños vieron cómo a medio camino el rostro le cambiaba de la expresión de pura rabia a otra de embelecadora confusión y tristeza.

—Lo siento —dijo con voz aguda y agitada—. Todo esto ha sido culpa mía. Estaba tan afligido por lo ocurrido que no prestaba atención a las normas de circulación. Espero que no esté herido, señor Foe.

—Es Poe —dijo el señor Poe—. Me llamo Poe. No estoy herido. Por suerte parece que nadie está herido. Ojalá pudiese decir lo mismo de mi coche. Pero ¿quién es usted y qué hace con los niños Baudelaire?

—Yo te diré quién es —dijo Klaus—. Es…

—Por favor, Klaus —le reprendió el señor Poe, palabra que aquí significa «riñó a Klaus a pesar de que éste tenía buenas razones para interrumpir»—. No es de buena educación interrumpir.

—Me llamo Stephano —dijo Stephano, dándole la mano al señor Poe—. Soy… quiero decir era… el ayudante del doctor Montgomery.

—¿Qué quiere decir con era? —preguntó el señor Poe con dureza—. ¿Le han despedido?

—No. El doctor Montgomery… Oh, perdone.

Stephano se dio la vuelta e hizo ver que se frotaba los ojos como si estuviese demasiado triste para seguir. Dándole la espalda al señor Poe, les guiñó el ojo a los niños antes de continuar. —Lamento decirle que ha habido un horrible accidente, señor Doe. El señor Montgomery ha muerto.

Poe —dijo el señor Poe—, ¿ha muerto? Eso es terrible. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé —dijo Stephano—. Yo creo que ha sido una mordedura de serpiente, pero no sé nada de serpientes. Por eso me dirigía a la ciudad, a buscar a un médico. Los niños parecían estar demasiado tristes para que los dejase solos.

—¡Él no nos está llevando a buscar un médico! —gritó Klaus—. ¡Nos va a llevar a Perú!

—¿Ve usted a lo que me refiero? —le dijo Stephano al señor Poe, dándole un golpecito a Klaus en la cabeza—. Es obvio que los niños están muy afligidos. El doctor Montgomery iba a zarpar hoy hacia Perú con ellos.

—Sí, lo sé —dijo el señor Poe—. Por eso he venido a toda prisa esta mañana, para traerles finalmente su equipaje. Klaus, sé que el accidente te ha dejado confundido y triste, pero, por favor, intenta comprender que, si el doctor Montgomery está realmente muerto, la expedición está cancelada.

—Pero señor Poe… —dijo Klaus, indignado.

—Por favor —dijo el señor Poe—. Klaus, esto es algo que tienen que discutir los adultos. De todos modos, es evidente que hay que llamar a un médico.

—Bueno, ¿por qué no va usted hasta la casa —dijo Stephano— y yo me llevo a los niños y busco a un médico?

—¡Juose! —gritó Sunny, lo que probablemente significaba algo como: «¡Ni hablar!».

—¿Por qué no vamos todos a la casa —dijo él señor Poe— y llamamos a un médico?

Stephano parpadeó y, durante un segundo, su rostro mostró enfado, antes de poder calmarse y contestar tranquilamente.

—Claro —dijo—. Debería haber llamado antes. Obviamente no pienso con la misma claridad que usted. Venga, niños, volved al jeep y el señor Poe nos seguirá.

—No vamos a volver a ese coche contigo —dijo Klaus con contundencia.

Por favor, Klaus —dijo el señor Poe—. Intenta comprender. Ha habido un grave accidente. Todas las otras discusiones tendrán que esperar. El único problema es que no estoy seguro de que mi coche arranque. Está muy mal.

—Intente encenderlo —dijo Stephano.

El señor Poe asintió y volvió a su coche. Se sentó en el asiento del conductor y giró la llave. El motor hizo un ruido duro y seco —sonaba bastante parecido a la tos del señor Poe—, pero no se puso en marcha.

—Mucho me temo que el motor esté muerto —gritó el señor Poe.

—Y dentro de poco —murmuró Stephano a los niños—, tú también lo estarás.

—Lo siento —dijo el señor Poe—. No le he oído. Stephano sonrió:

—He dicho que es una pena. Bueno, ¿por qué no llevo yo a los huérfanos a la casa y usted viene caminando detrás de nosotros? No cabe nadie más.

El señor Poe frunció el entrecejo.

—Pero las maletas de los niños están aquí. No quiero dejarlas tiradas. ¿Por qué no colocamos el equipaje en su coche, y yo y los niños volvemos caminando a la casa?

Stephano frunció el entrecejo.

—Bueno, uno de los niños tendría que venir conmigo para que no me pierda.

El señor Poe sonrió.

—Pero ¡si puede ver la casa desde aquí! No se va a perder.

—Stephano no quiere que nos quedemos a solas contigo —dijo Violet finalmente. Había estado esperando el momento apropiado para exponer sus razones—. Tiene miedo de que te digamos quién es él realmente y lo que realmente está tramando.

—¿De qué está hablando? —le preguntó el señor Poe a Stephano.

—No tengo ni idea, señor Toe —contestó Stephano, negando con la cabeza y mirando furioso a Violet.

Violet respiró hondo.

—Este hombre no es Stephano —dijo señalándole—. Es el Conde Olaf y ha venido a llevarnos lejos de aquí.

—¿Quién soy? —preguntó Stephano—. ¿Qué voy a hacer?

El señor Poe miró a Stephano de arriba abajo y negó con la cabeza.

—Perdone a los niños —dijo—. Están muy trastornados. El Conde Olaf es un hombre terrible que intentó robarles su dinero, y los niños le tienen mucho miedo.

—¿Me parezco yo al Conde Olaf? —preguntó Stephano, con los ojos brillantes.

—No —dijo el señor Poe—. El Conde Olaf tenía una única ceja muy larga y una cara bien afeitada. Usted tiene barba y, si no le importa que lo diga, ni rastro de cejas.

—Se ha afeitado la ceja —dijo Violet— y se ha dejado crecer la barba. Cualquiera puede verlo.

—¡Y tiene el tatuaje! —gritó Klaus—. ¡El tatuaje del ojo en el tobillo! ¡Mire el tatuaje!

El señor Poe miró a Stephano y se encogió de hombros, como disculpándose.

—Siento pedírselo —dijo—, pero los niños parecen estar tan trastornados, y, antes de que sigamos discutiendo otras cosas, me gustaría verles más tranquilos. ¿Le importaría enseñarme el tobillo?

—Será un placer —dijo Stephano, sonriendo a los niños—. ¿Derecho o izquierdo?

Klaus cerró los ojos y pensó un instante.

—Izquierdo —dijo.

Stephano colocó su pie izquierdo en el parachoques del jeep de Tío Monty. Mirando a los huérfanos Baudelaire con los ojos muy, muy brillantes, empezó a levantar la pernera de su pantalón a rayas. Violet, Klaus, Sunny y el señor Poe clavaron sus miradas en el tobillo de Stephano.

La pernera del pantalón subió como el telón que sube para dar comienzo a la representación. Pero no había ningún tatuaje de un ojo. Los huérfanos Baudelaire se quedaron mirando el trozo de piel, tan blanco y pálido como el rostro del pobre Tío Monty.