Aquella noche fue la más larga y horrible que los huérfanos Baudelaire habían vivido, y habían vivido muchas. Hubo una noche, poco después de que naciese Sunny, en que los tres sufrieron una gripe terrible y no pudieron pegar ojo en toda la noche, tenían mucha fiebre y su padre intentó aliviar su malestar colocando toallas empapadas en sus sudorosas frentes. La noche de la muerte de sus padres, los tres niños se habían quedado en casa del señor Poe y habían permanecido despiertos toda la noche, demasiado tristes y confundidos para ni siquiera intentar dormir. Y, claro está, habían pasado muchas noches largas y terribles viviendo con el Conde Olaf.
Pero aquella noche en concreto pareció incluso peor. Desde la llegada de Monty hasta que se fueron a la cama, Stephano tuvo a los niños bajo vigilancia constante, una frase que aquí significa «los miró en todo momento para que no pudiesen hablar con Tío Monty a solas y revelarle que él era en realidad el Conde Olaf», y Tío Monty estaba demasiado preocupado para pensar que ocurría algo fuera de lo normal. Cuando descargaron el resto de las compras de Tío Monty, Stephano llevaba las bolsas sólo con una mano, y la otra en el bolsillo de su abrigo donde ocultaba el cuchillo, pero Tío Monty estaba tan excitado con las compras que había hecho que ni se preguntó por qué. Cuando se metieron en la cocina para preparar la cena, Stephano sonreía amenazador a los niños mientras troceaba champiñones, pero Tío Monty estaba demasiado ocupado vigilando que no hirviese la salsa stroganoff para darse cuenta de que Stephano utilizaba el mismo cuchillo para amenazar a los niños y cortar los champiñones. Durante toda la cena, Stephano contó historias divertidas y alabó el trabajo científico de Monty, y Tío Monty se sentía tan halagado que ni siquiera se le pasó por la cabeza imaginar que Stephano sostenía un cuchillo debajo de la mesa, rozando ligeramente con la hoja la rodilla de Violet. Y, cuando Tío Monty anunció que pasaría la noche enseñándole a su nuevo ayudante la Habitación de los Reptiles, estaba demasiado ilusionado para darse cuenta de que los Baudelaire se iban a la cama sin pronunciar palabra.
Por primera vez tener dormitorios individuales pareció más un infortunio que un lujo, porque, sin la compañía de sus hermanos, los huérfanos se sintieron todavía más solos y desamparados. Violet se quedó mirando los papeles pegados en la pared, e intentaba imaginar lo que estaba planeando Stephano. Klaus se sentó en su silla grande con cojín y encendió su lámpara de latón, pero estaba demasiado preocupado para siquiera abrir un libro. Sunny se quedó mirando sus objetos duros, pero no mordió ni uno.
Los tres niños pensaron en ir por el pasillo hasta la habitación de Tío Monty, despertarle y decirle lo que ocurría. Pero para llegar a su habitación tenían que pasar por delante de la habitación donde estaba Stephano, y éste se pasó la noche montando guardia sentado en una silla ante su puerta abierta. Cuando los huérfanos abrieron sus puertas para mirar el oscuro pasillo, vieron la cabeza pálida y afeitada que, en la oscuridad, parecía flotar encima de su cuerpo. Y pudieron ver su cuchillo, que Stephano movía lentamente como si del péndulo del reloj de un abuelo se tratase. De un lado para otro, de un lado para otro, brillando a la débil luz, y la imagen daba tanto miedo que ni se les ocurrió salir al pasillo.
Al final, la luz de la casa adquirió el azul grisáceo del amanecer, y los niños Baudelaire, con ojos legañosos, bajaron las escaleras para desayunar, cansados y doloridos tras la noche en vela. Se sentaron a la mesa donde la primera mañana habían comido tarta, y picaron con desgana un poco de la comida que tenían delante. Por primera vez desde su llegada a casa de Tío Monty, no estaban ansiosos por entrar en la Habitación de los Reptiles y empezar el trabajo del día.
—Supongo que deberíamos ir para allá —dijo finalmente Violet, apartando la tostada que casi no había tocado—. Estoy segura de que Tío Monty ya ha empezado a trabajar y nos está esperando.
—Y yo estoy seguro de que Stephano también está allí —dijo Klaus, mirando taciturno su bol de cereales—. Nunca tendremos oportunidad de decirle a Tío Monty lo que sabemos de él.
—Yinga —dijo Sunny con tristeza, dejando caer al suelo la zanahoria cruda que ni siquiera había probado.
—Si Tío Monty supiese lo que nosotros sabemos —dijo Violet— y Stephano supiese que él sabía lo que nosotros sabemos… Pero Tío Monty no sabe lo que sabemos y Stephano sabe que él no sabe tampoco lo que nosotros sabemos.
—Lo sé —dijo Klaus.
—Sé que lo sabes —dijo Violet—, pero lo que no sabemos es lo que el Conde Olaf, quiero decir Stephano, está tramando. Anda tras nuestra fortuna, seguro, pero ¿cómo puede hacerse con ella si estamos al cuidado de Tío Monty?
—Quizá simplemente espere hasta que seas mayor de edad y entonces nos robe la fortuna —dijo Klaus.
—Cuatro años es una espera muy larga —dijo Violet. Los tres huérfanos recordaron en silencio dónde habían estado cuatro años atrás. Violet tenía diez años y llevaba el pelo muy corto. Recordaba que por aquel entonces había inventado un nuevo tipo de sacapuntas. Klaus tenía unos ocho años, y recordaba lo muy interesado que había estado por los cometas, y que había leído todos los libros de astronomía que sus padres tenían en la biblioteca. Sunny, claro, no había nacido todavía hacía cuatro años, y se sentó a intentar recordar qué sentía entonces. Muy oscuro, pensó, con nada que morder. A los tres jóvenes cuatro años les parecía mucho tiempo.
—Venga, venga, vais muy lentos esta mañana —dijo Tío Monty entrando en la habitación. Su rostro estaba más radiante que de costumbre y llevaba en la mano unos papeles doblados—. Stephano sólo lleva un día trabajando aquí y ya está en la Habitación de los Reptiles. De hecho, se ha levantado antes que yo; me lo he encontrado bajando las escaleras. Es un entusiasta. Pero vosotros tres os estáis moviendo como la Perezosa Serpiente Húngara, ¡cuya velocidad máxima son dos centímetros por hora! Hoy tenemos muchas cosas que hacer y me gustaría llegar al pase de las seis de Zombis en la nieve, así que tenemos que intentar ir deprisa, deprisa, deprisa.
Violet miró a Tío Monty y se dio cuenta de que aquella podría ser la única oportunidad que tendrían de hablar con él a solas, sin Stephano rondando alrededor, pero parecía tan emocionado con sus historias que no estaban seguros de que fuese a escuchar lo que le dijeran.
—Hablando de Stephano —empezó ella tímidamente—, nos gustaría hablarte de él.
Los ojos de Tío Monty se abrieron mucho y miró a su alrededor como si hubiese espías en la habitación, antes de acercarse a los niños y murmurar:
—A mí también me gustaría hablar con vosotros. Tengo mis sospechas acerca de Stephano y me gustaría comentarlas con vosotros.
Los huérfanos Baudelaire se miraron aliviados.
—¿De verdad? —dijo Klaus.
—Claro —dijo Tío Monty—. Anoche empecé a sospechar mucho de este nuevo ayudante. Hay algo un poco misterioso en él. Y yo… —Tío Monty volvió a mirar a su alrededor y empezó a hablar todavía más bajo, y los niños tuvieron que contener la respiración para poder escucharle—. Y yo creo que deberíamos discutirlo fuera. ¿Os parece?
Los niños asintieron y se levantaron de la mesa. Dejando los platos del desayuno sucios, algo que en general no está bien pero que es completamente comprensible en casos de emergencia, caminaron junto a Tío Monty hasta la puerta de entrada, pasando junto al cuadro de las dos serpientes enroscadas, y salieron al césped, como si en lugar de querer hablar entre ellos quisiesen hacerlo con los setos con formas de serpientes.
—No pretendo vanagloriarme —empezó a decir Tío Monty, utilizando una palabra que aquí significa «ser fanfarrón»—, pero es cierto que soy uno de los herpetólogos más respetados en el mundo entero.
Klaus parpadeó. Era un principio inesperado para la conversación.
—Claro que lo eres —dijo—, pero…
—Y por eso lamento decir —prosiguió Tío Monty como si no le hubiese oído— que muchas personas me tienen envidia.
—Estoy segura de que eso es cierto —dijo Violet perpleja.
—Y cuando la gente te tiene envidia —dijo Tío Monty moviendo la cabeza—, haría cualquier cosa. Haría locuras. Cuando me estaba sacando el título de herpetólogo, mi compañero de habitado tenía tanta envidia del nuevo sapo que yo había descubierto que me robó mi único espécimen y se lo comió. Tuve que radiografiar su estómago y utilizar las radiografías en lugar del sapo en mi exposición. Y algo me dice que aquí tenemos una situación similar…
¿De qué estaba hablando Tío Monty?
—Me temo que no te sigo —dijo Klaus, que es la forma educada de decir: «¿De qué demonios estás hablando, Tío Monty?».
—Anoche, después de que os fueseis a la cama, Stephano me hizo demasiadas preguntas sobre todas las serpientes y sobre la expedición. Y, ¿sabéis por qué?
—Creo que sí —empezó Violet. Pero Tío Monty la interrumpió—. Porque este hombre que se hace llamar Stephano es en realidad un miembro de la Sociedad Herpetóloga y está aquí para intentar encontrar a la Víbora Increíblemente Mortal, para poder adelantarse así a mi presentación. ¿Sabéis lo que eso significa?
—No —dijo Violet—, pero…
—Significa que Stephano me va a robar la serpiente —dijo Tío Monty— y la va a presentar a la Sociedad Herpetóloga. Al ser una especie nueva, no hay forma de que yo pueda demostrar que fui yo quien la descubrió. Antes de que nos demos cuenta, la Víbora Increíblemente Mortal se llamará la Serpiente Stephano o algo igualmente espantoso. Y, si él está planeando eso, pensad qué hará en nuestra expedición a Perú. Cada sapo que cojamos, cada muestra de veneno que introduzcamos en una probeta, cada encuentro con una serpiente que anotemos, cada trabajillo que hagamos, caerá en manos de este espía de la Sociedad Herpetóloga.
—Él no es un espía de la Sociedad Herpetóloga —dijo Klaus impaciente—. ¡Es el Conde Olaf!
—¡Sé exactamente a qué te refieres! —dijo Tío Monty excitado—. Este comportamiento es de hecho tan vil como el de aquel hombre. Por eso actúo así. —Levantó una mano y zarandeó los papeles en el aire—. Como sabéis, mañana nos vamos a Perú. Aquí están nuestros billetes para embarcar a las cinco en punto en el Próspero, un buen barco que nos llevará por mar hasta América del Sur. Hay un billete para mí, uno para Violet, uno para Klaus, uno para Stephano, pero no hay para Sunny, porque la esconderemos en una maleta para ahorrar dinero.
—¡Diipo!
—Estoy bromeando. Pero esto no es una broma —Tío Monty, el rostro sonrojado de excitación, cogió uno de los papeles y empezó a hacerlo añicos—. Éste es el billete de Stephano. Él no va a ir a Perú con nosotros. Mañana por la mañana le diré que es necesario que se quede aquí para cuidar mis especímenes. De esta forma podremos llevar a cabo una fantástica expedición.
—Pero Tío Monty… —dijo Klaus.
—¿Cuántas veces tengo que recordarte que interrumpir no es de buena educación? —le interrumpió Tío Monty negando con la cabeza—. En cualquier caso, sé lo que os preocupa. Os preocupa lo que pueda ocurrir si él se queda aquí solo con la Víbora Increíblemente Mortal. Pero no os preocupéis. La víbora se unirá a nosotros en la expedición, viajando en una de las jaulas para transportar serpientes. Sunny, no sé por qué estás tan taciturna. Pensaba que te alegraría tener la compañía de la víbora. Así que no estéis tan preocupados, bambini. Como podéis ver, vuestro Tío Monty tiene la situación bajo control.
Cuando alguien está un poco equivocado —como cuando un camarero pone leche desnatada en tu cortado en lugar de leche semidesnatada—, a menudo es bastante fácil explicarle cómo y por qué está equivocado. Pero si alguien está increíblemente equivocado —como cuando un camarero te muerde la nariz en lugar de tomar nota—, a menudo te puede sorprender no ser capaz de decir nada. Paralizado por lo equivocado que está el camarero, te quedarás boquiabierto y parpadeando, pero no serás capaz de pronunciar palabra. Eso fue lo que les ocurrió a los niños Baudelaire. Tío Monty estaba tan equivocado con Stephano al pensar que era un espía herpetólogo en lugar del Conde Olaf, que los tres hermanos no encontraron forma de decírselo.
—Venga, queridos míos —dijo Tío Monty—. Ya hemos perdido bastante tiempo hablando. Tenemos que… ¡au! —se interrumpió con un grito de sorpresa y dolor.
Y cayó al suelo.
—¡Tío Monty! —gritó Klaus.
Los niños Baudelaire vieron un objeto grande y brillante encima de Tío Monty, y un momento más tarde vieron de qué objeto se trataba: era la lámpara de latón para leer que estaba al lado de la silla grande con cojín en la habitación de Klaus.
—¡Au! —volvió a decir Tío Monty, sacándose la lámpara de encima—. Eso ha dolido. Igual tengo el hombro desgarrado. Ha sido una suerte que no aterrizara en mi cabeza, o realmente podría haberme hecho daño de verdad.
—Pero ¿de dónde ha caído? —preguntó Violet.
—Debe de haber caído por la ventana —dijo Tío Monty, señalando la habitación de Klaus—. ¿De quién es esa habitación? Klaus, creo que es la tuya. Tienes que ir con más cuidado. No puedes dejar colgados de la ventana objetos pesados. Mira lo que ha estado a punto de ocurrir.
—Pero esa lámpara no estaba en ningún sitio cercano a la ventana —dijo Klaus—. La tengo en el nicho, para poder leer en la silla grande.
—¿De verdad, Klaus? —dijo Tío Monty, poniéndose en pie y dándole la lámpara—. ¿Realmente esperas que crea que la lámpara llegó hasta la ventana y saltó desde allí contra mi hombro? Por favor, vuelve a colocar esto en tu habitación, en un lugar seguro, y no hablemos más del asunto.
—Pero… —dijo Klaus.
Su hermana mayor le interrumpió:
—Yo te ayudo, Klaus —dijo Violet—. Encontraremos un lugar seguro donde colocarla.
—Bueno, no tardéis demasiado —dijo Tío Monty, tocándose el hombro—. Os esperamos en la Habitación de los Reptiles. Vamos, Sunny.
Entraron en la casa y en las escaleras se separaron: Tío Monty y Sunny en dirección a la enorme puerta de la Habitación de los Reptiles, y Violet y Klaus llevando la pesada lámpara de latón a la habitación de Klaus.
—Tú sabes muy bien —le murmuró Klaus a su hermana— que yo no he sido descuidado con esta lámpara.
—Claro que lo sé —susurró Violet—. Pero de nada sirve intentar explicárselo a Tío Monty. Cree que Stephano es un espía herpetólogo. Tú sabes tan bien como yo que Stephano ha sido el responsable de esto.
—Qué listos sois al haber llegado a esta conclusión —dijo una voz procedente de lo alto de las escaleras.
Y fue tal la sorpresa de Violet y de Klaus que casi se les cae la lámpara. Era Stephano o, si lo preferís, el Conde Olaf. Era el chico malo.
—Pero siempre habéis sido muy listos, niños —prosiguió—. Un pelín demasiado listos para mi gusto, pero no estaréis aquí por mucho tiempo, así que eso no me preocupa.
—Usted no es demasiado listo —dijo Klaus furioso—. Esta pesada lámpara de latón casi nos da a nosotros, pero, si algo nos ocurre a mí o a mis hermanas, nunca conseguirá hacerse con la fortuna de los Baudelaire.
—Qué pena, qué pena —dijo Stephano, mostrando en su sonrisa los sucios dientes—. Si quisiese hacerte daño a ti, huérfano, tu sangre ya estaría cayendo por estas escaleras como una cascada. No, no voy a tocar ni un pelo ni una cabeza de ningún Baudelaire, no aquí en esta casa. No tenéis nada que temer, pequeñines, hasta que nos encontremos en un lugar donde sea más difícil rastrear los crímenes.
—¿Y dónde está ese lugar? —preguntó Violet—. Tenemos planeado quedarnos aquí hasta que seamos mayores.
—¿Sí? —se mofó Stephano—. Pues yo tenía la impresión de que mañana nos íbamos del país.
—Tío Monty ha roto su billete —contestó Klaus triunfante—. Sospechaba de usted y ha cambiado sus planes y ahora no va a ir con nosotros.
Stephano dejó de sonreír y frunció el ceño, y sus dientes manchados parecieron hacerse más grandes. Sus ojos se pusieron tan brillantes que a Violet y a Klaus les dolió mirarlos.
—Yo no confiaría en eso —dijo con una voz terrible, terrible—. Incluso los mejores planes pueden cambiar si hay un accidente. —Señaló con uno de sus puntiagudos dedos la lámpara de latón—. Y los accidentes ocurren en cualquier momento.