—¿A Sunny no le gusta el coco? —preguntó Tío Monty.
El, el señor Poe y los huérfanos Baudelaire estaban sentados ante una mesa verde, cada uno con un trozo de la tarta de Tío Monty. Tanto la cocina como la tarta seguían calientes por el calor del horno. La tarta era magnífica, rica y cremosa, con la cantidad perfecta de coco. Violet, Klaus y Tío Monty estaban casi acabando sus raciones, pero el señor Poe y Sunny sólo habían comido un pedacito.
—A decir verdad —dijo Violet—, a Sunny no le gusta comer cosas blandas. Ella prefiere alimentos duros.
—Algo poco habitual en un bebé —dijo Tío Monty—, pero muy habitual en muchas serpientes. La Masticadora de Berbería, por ejemplo, es una serpiente que debe tener algo en la boca todo el tiempo, de no ser así empieza a comerse su propia boca. Muy difícil de mantener en cautividad. ¿Le gustaría a Sunny una zanahoria cruda? Es algo muy duro.
—Una zanahoria cruda sería perfecto, doctor Montgomery —contestó Klaus.
El nuevo tutor legal se levantó y se dirigió a la nevera, pero de repente dio media vuelta y negó con el índice, mirando a Klaus.
—Nada de «doctor Montgomery» —dijo—. Es demasiado formal para mí. ¡Llámame Tío Monty! Ni siquiera mis compañeros herpetólogos me llaman doctor Montgomery.
—¿Qué son herpetólogos? —preguntó Violet.
—¿Cómo te llaman? —preguntó Klaus.
—Niños, niños —dijo el señor Poe con severidad—. No tenéis que hacer tantas preguntas.
Tío Monty sonrió a los huérfanos.
—Está bien —dijo—. Las preguntas demuestran una mente curiosa. La palabra «curiosa» significa…
—Sabemos lo que significa —dijo Klaus—. «Llena de preguntas».
—Bueno, si sabéis lo que significa esto —dijo Tío Monty, dándole una zanahoria a Sunny—, deberíais saber también qué es la herpetología.
—Es el estudio de algo —dijo Klaus—. Cuando una palabra tiene ogía es el estudio de algo.
—¡Serpientes! —gritó Tío Monty—. ¡Serpientes, serpientes, serpientes! ¡Eso es lo que estudio! ¡Adoro las serpientes, todas las especies de serpientes, y recorro el mundo en busca de diferentes especies que estudiar aquí en mi laboratorio! ¿No es algo interesante?
—Es algo interesante —dijo Violet—, muy interesante. Pero ¿no es peligroso?
—No, si conoces el tema —dijo Tío Monty—. Señor Poe, ¿le gustaría también una zanahoria cruda? Veo que casi no ha probado la tarta.
El señor Poe se sonrojó y tosió un buen rato en su pañuelo antes de contestar:
—No, gracias, doctor Montgomery.
Tío Monty guiñó el ojo a los niños.
—Si usted quiere, señor Poe, también puede llamarme Tío Monty.
—Gracias, Tío Monty —dijo el señor Poe con frialdad—. Bueno, tengo una pregunta, si no le importa. Ha mencionado que recorre el mundo. ¿Alguien vendrá a cuidar a los niños mientras usted esté fuera recogiendo especímenes?
—Somos lo bastante mayores para quedarnos aquí solos —dijo Violet rápidamente, más en su interior no lo tenía tan claro.
El tema de estudio de Tío Monty parecía interesante, pero no estaba segura de estar preparada para quedarse sola con sus hermanos en una casa llena de serpientes.
—Ni hablar —dijo Tío Monty—. Los tres iréis conmigo. Dentro de diez días nos vamos a Perú, y quiero que estéis allí, en la jungla, conmigo.
—¿De verdad? —dijo Klaus. Tras el cristal de sus gafas sus ojos brillaban de excitación—. ¿De verdad nos vas a llevar a Perú?
—Estaré encantado de contar con vuestra ayuda —dijo Tío Monty, mientras se levantaba para coger un poco del trozo de tarta de Sunny—. Ayer mismo Gustav, mi ayudante, me dejó una inesperada carta de dimisión. He contratado a un hombre llamado Stephano para que ocupe su lugar, pero no llegará hasta la semana que viene, así que voy muy retrasado en cuanto a los preparativos para la expedición se refiere. Alguien tiene que asegurarse de que todas las trampas para serpientes funcionen, para que ningún espécimen resulte herido. Alguien tiene que leer estudios del territorio peruano, para que podamos recorrer la jungla sin problemas. Y alguien tiene que cortar una cuerda larguísima en cuerdas más cortas y manejables.
—A mí me interesa la mecánica —dijo Violet, lamiendo su tenedor—, y me encantaría aprenderlo todo sobre trampas para serpientes.
—A mí las guías me parecen fascinantes —dijo Klaus, limpiándose la boca con una servilleta—, y me encantaría aprender cosas sobre el territorio peruano.
—¡Eojip! —gritó Sunny y mordió su zanahoria.
Probablemente quería decir algo parecido a: «¡Me encantaría morder una cuerda larguísima hacer de ella trozos más cortos y manejables!».
—¡Maravilloso! —gritó Tío Monty—. Me alegra saber que sentís tanto entusiasmo. Así será más fácil arreglárnoslas sin Gustav. Es muy extraño que se haya ido de esta manera. Ha sido mala suerte perderle.
El rostro de Tío Monty se nubló, frase que aquí significa «adquirió un aspecto ligeramente pesimista, porque Tío Monty estaba pensando en su mala suerte», aunque, si Tío Monty hubiese sabido la mala suerte que pronto le esperaba, no habría perdido ni un instante pensando en Gustav. Yo desearía —y estoy seguro de que vosotros también— poder dar marcha atrás en el tiempo y avisarle, pero no podemos, así son las cosas. Tío Monty pareció pensar también «así son las cosas», porque meneó la cabeza y sonrió, expulsando los pensamientos negativos de su cabeza.
—Bueno, será mejor que empecemos —dijo—. No hay mejor momento que el momento presente, siempre lo digo. ¿Por qué no acompañáis al señor Poe hasta su coche y os enseño la Habitación de los Reptiles?
Los tres niños Baudelaire, que se habían sentido tan inquietos al pasar por primera vez junto a los arbustos en forma de serpientes, los cruzaron ahora corriendo confiados, al acompañar al señor Poe hasta su automóvil.
—Bien, niños —dijo el señor Poe tosiendo en su pañuelo—, volveré dentro de una semana para traeros el equipaje y para asegurarme de que todo va bien. Sé que el doctor Montgomery puede resultaros un poco terrorífico, pero estoy seguro de que con el tiempo os acostumbraréis a…
—No nos resulta terrorífico en lo más mínimo —interrumpió Klaus—. Parece muy fácil llevarse bien con él.
—Me muero de ganas de ver la Habitación de los Reptiles —dijo Violet emocionada.
—¡Mika! —dijo Sunny, lo que probablemente significaba: «Adiós, señor Poe. Gracias por acompañarnos en coche hasta aquí».
—Bueno, adiós —dijo el señor Poe—. Recordad que en coche estáis a un paso de la ciudad, y que podéis poneros en contacto conmigo o con cualquier otro directivo del banco si tenéis problemas. Hasta pronto.
Hizo un extraño gesto con el pañuelo para despedirse, entró en su pequeño coche y volvió a recorrer el paseo de grava en dirección al Camino Piojoso. Violet, Klaus y Sunny le devolvieron el saludo, y esperaron que el señor Poe se acordase de subir las ventanillas del coche para que el hedor de rábano picante no fuese demasiado insoportable.
—¡Bambini! —gritó Tío Monty desde la puerta principal—. ¡Venid, bambini!
Los huérfanos Baudelaire cruzaron corriendo los setos hasta donde su nuevo tutor les esperaba.
—Violet, Tío Monty —dijo Violet—. Me llamo Violet, mi hermano es Klaus, y Sunny es nuestra hermana pequeña. Ninguno de nosotros se llama Bambini.
—«Bambini» es «niños» en italiano —explicó Tío Monty—. He sentido la repentina necesidad de hablar italiano. ¡Me siento tan feliz de teneros a los tres aquí…! Podéis dar gracias a que no esté desvariando.
—¿Alguna vez has tenido hijos? —preguntó Violet.
—Me temo que no —dijo Tío Monty—. Siempre quise encontrar una mujer y formar una familia, pero luego acababa por olvidarlo. ¿Os enseño la Habitación de los Reptiles?
—Sí, por favor —dijo Klaus.
Tío Monty les llevó, pasando ante el cuadro de serpientes de la entrada, hasta una habitación enorme, con una gran escalera y un techo muy, muy alto.
—Vuestras habitaciones estarán allá arriba —dijo Tío Monty señalando las escaleras—. Cada uno puede escoger la habitación que quiera y colocar los muebles a su gusto. Tengo entendido que más adelante el señor Poe os traerá el equipaje en su ridículo coche. Pero, por favor, haced una lista de todo lo que podáis necesitar, y mañana iremos de compras a la ciudad, para que no tengáis que pasar los próximos días con la misma ropa interior.
—¿De verdad cada uno tiene su propia habitación? —preguntó Violet.
—Claro —dijo Tío Monty—. No creeríais que os iba a encerrar a todos en la misma habitación, ¿verdad? ¿Qué clase de persona haría eso?
—El Conde Olaf lo hizo —dijo Klaus.
—Oh, es verdad, el señor Poe me lo contó —dijo Tío Monty, haciendo una mueca como si acabase de probar algo horrible—. El Conde Olaf parece una persona malísima. Espero que algún día lo despedacen unos animales salvajes. ¿No os alegraría eso? Oh, bueno, aquí estamos: la Habitación de los Reptiles.
Tío Monty estaba delante de una puerta muy grande de madera, con un pomo justo en medio. Estaba tan alto que se tuvo que poner de puntillas para asirlo. Cuando la puerta se abrió chirriando, los huérfanos Baudelaire quedaron boquiabiertos de asombro y de placer al ver la habitación.
La Habitación de los Reptiles estaba hecha completamente de cristal, con unas luminosas y transparentes paredes de cristal y un alto techo de cristal, que culminado en un pináculo como si del interior de una catedral se tratase. Más allá de las paredes había un campo verde de hierbas y arbustos que, claro, era perfectamente visible a través de las paredes transparentes, de modo que estar en la Habitación de los Reptiles era como estar en el interior y el exterior al mismo tiempo. Pero, con lo extraordinaria que era la habitación, lo que había en su interior era mucho más emocionante. Reptiles, evidentemente, alineados en jaulas metálicas cerradas, colocadas sobre cuatro hileras de mesas de madera, a lo largo de la habitación. Había toda clase de serpientes, naturalmente, pero también había lagartos, sapos y otros animales que los niños nunca habían visto antes, ni siquiera en fotos, o en el zoo. Había un sapo muy gordo, con dos alas que le salían de la espalda, y un lagarto de dos cabezas que tenía rayas amarillas en el vientre. Había una serpiente con tres bocas, una encima de la otra, y una serpiente que parecía no tener boca. Había un lagarto con el aspecto de una lechuza, con unos ojos muy abiertos que les miraban desde el tronco donde estaba encaramado dentro de su jaula, y un sapo que parecía una iglesia, y cuyos ojos semejaban vidrieras de colores. Y había una jaula con una pieza de ropa blanca encima, de forma que no podías ver lo que había en el interior. Los niños caminaron por las hileras de jaulas, observando el interior de cada una anonadados, en silencio. Algunas de las criaturas parecían amistosas, otras daban miedo, pero todas ellas resultaban fascinantes, y los Baudelaire miraron detenida y cuidadosamente a todas y cada una de ellas, Klaus sosteniendo a Sunny en alto para que la niña también pudiese verlas.
Los huérfanos estaban tan interesados en las jaulas que ni siquiera vieron lo que había en el extremo más alejado de la Habitación de los Reptiles hasta que hubieron recorrido todas las hileras, pero, una vez llegados al final, volvieron a quedar boquiabiertos de asombro y placer. Porque allí, al final de las hileras e hileras de jaulas, había hileras e hileras de estanterías, cada una atestada con libros de diferentes formas y tamaños, con unas mesas, sillas y lámparas para leer en un rincón. Seguro que recordáis que los padres de los niños Baudelaire tenían una extensísima colección de libros, que los huérfanos recordaban con cariño y añoraban terriblemente, y, desde el horrible incendio, los niños siempre se mostraban encantados de conocer a alguien a quien le gustasen los libros tanto como a ellos. Violet, Klaus y Sunny examinaron los libros con el mismo cuidado que las jaulas de los reptiles, y al instante se dieron cuenta de que la mayoría de ellos versaban sobre serpientes y otros reptiles. Era como si todos los libros sobre reptiles, desde Una introducción a lagartos de gran tamaño hasta El cuidado y la alimentación de la cobra andrógina, estuviesen en aquellas estanterías, y los tres niños, sobre todo Klaus, se interesaron en leer algo sobre las criaturas de la Habitación de los Reptiles.
—Este sitio es alucinante —dijo finalmente Violet, rompiendo así el largo silencio.
—Gracias —dijo Tío Monty—. Me ha llevado una vida entera montarlo.
—¿Y de verdad nos está permitido entrar aquí? —preguntó Klaus.
—¿Permitido? —repitió Tío Monty—. ¡Claro que no! Os imploro que entréis aquí, chiquillo. Empezando por mañana a primera hora, todos nosotros tenemos que estar aquí todos los días para preparar la expedición a Perú. Voy a vaciar una de estas mesas, Violet, para que puedas trabajar en las trampas. Klaus, espero que leas todos los libros que tengo sobre Perú y que tomes notas. Y Sunny puede sentarse en el suelo y morder cuerda. Trabajaremos todo el día hasta la hora de la cena y después de cenar iremos al cine. ¿Alguna objeción?
Violet, Klaus y Sunny se miraron y sonrieron. ¿Alguna objeción? Los huérfanos Baudelaire acababan de estar viviendo con el Conde Olaf, que les hacía cortar leña y limpiar lo que sus invitados borrachos ensuciaban, mientras planeaba cómo robar su fortuna. Tío Monty acababa de describir una forma maravillosa de pasar el día, y los niños le sonrieron ilusionados. Claro que no habría objeciones. Violet, Klaus y Sunny contemplaron la Habitación de los Reptiles e imaginaron el final de sus problemas al vivir bajo el cuidado de Tío Monty. Estaban equivocados, claro, en lo que respecta a que su sufrimiento hubiese llegado a su fin, pero por el momento los tres hermanos se sentían esperanzados, emocionados y felices.
—No, no, no —gritó Sunny, contestando a la pregunta de Tío Monty.
—Bien, bien, bien —dijo Tío Monty sonriendo—. Bueno, vayamos ahora a ver con qué habitación os queréis quedar cada uno de vosotros.
—¿Tío Monty? —preguntó Klaus tímidamente—. Sólo tengo una pregunta.
—¿Cuál es? —dijo Tío Monty.
—¿Qué hay en esa jaula con la tela encima?
Tío Monty miró la jaula y después a los niños. Su rostro se iluminó con una sonrisa de absoluta alegría.
—Eso, queridos míos, es una nueva serpiente que traje de mi último viaje. Gustav y yo somos las únicas personas que la hemos visto. El próximo mes la presentaré a la Sociedad Herpetológica como un nuevo descubrimiento, pero mientras tanto os voy a dejar echarle un vistazo. Acercaos.
Los huérfanos Baudelaire siguieron a Tío Monty hasta la jaula cubierta por la tela y con un ademán —la palabra «ademán» significa aquí «un gesto dramático a menudo utilizado para presumir»— Tío Monty apartó la tela que cubría la jaula. En el interior había una serpiente enorme —negra, tan oscura como una mina de carbón y tan dura como una cañería—, que miraba fijamente a los huérfanos con unos brillantes ojos verdes. Sin la tela cubriendo su jaula, la serpiente empezó a desenroscarse y a deslizarse por su hogar.
—Como yo la he descubierto —dijo Tío Monty—, tengo derecho a ponerle nombre.
—¿Cómo se llama? —preguntó Violet.
—La Víbora Increíblemente Mortal —contestó Tío Monty.
Y en aquel instante ocurrió algo que seguro os interesará. Con un golpecito de su cola, la serpiente abrió la puerta de su jaula, se deslizó por la mesa y, antes de que Tío Monty o los huérfanos Baudelaire pudieran decir algo, abrió la boca y mordió a Sunny en la barbilla.