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Un golpe seco y todo se sumió en una absoluta negrura. No tuvo tiempo de reaccionar, aunque pudo ver ante sus ojos a la persona que se lo propinó. Había sido imprudente y arrogante, dos de los principales errores que hacen vulnerables a los valientes. Él nunca había pretendido serlo, pero, tras todo lo ocurrido en los últimos años, sentía que ya pocas cosas podrían hacerle más daño o acabar con él. Se equivocó.