Primero pensó absurdamente que estaba en un baúl pero, como era obvio, el lugar de su encierro era el maletero de un coche. Golpeó en vano con los pies hacia abajo: era imposible que el lateral cediera. Además, no le quedaban muchas fuerzas y el escaso espacio no le permitía ejercer la suficiente presión. Hizo varios intentos para girar sobre sí mismo y así poder colocarse boca arriba; también fue inútil. Le dolía todo el cuerpo y cualquier movimiento de la cabeza por mínimo que fuera le hacía sentir que le estallaba. No sabía qué hacer ni la razón por la que había acabado allí, pero su instinto le decía que debía hacer lo posible por salir de su encierro cuanto antes. Le iba la vida en ello, y quizá no solo la suya.