Estaba a punto de perder la consciencia. Deseaba con todas sus fuerzas que fuera así, no por los golpes, pues apenas los sentía ya, sino por el dolor desgarrador y continuo que le laceraba el pecho. No iba a salir de allí con vida, eso lo tenía claro, daba igual lo que hiciera. Por eso pensaba mantener el silencio. Esa sería su recompensa personal: se lo llevaría a la tumba.
Además, se lo debía a su abuela. No iba a fallarla. No iba a decir nada, aunque le mataran. Imaginó que le sonreía desde alguna parte y le tendía los brazos esperando a que se reuniera con ella. La vista se le nublaba. ¿Cuánto dolor era capaz de soportar un ser humano? Otro golpe. Otra pregunta. No, no iba a decir nada.