Debía salir de allí. Un dolor agudo en la parte posterior de la cabeza le había despertado. No sin gran esfuerzo, abrió los párpados, pero todo estaba tan oscuro que no podía ver nada. Intentó frotarse los ojos con las manos y fue cuando se dio cuenta de que las tenía aprisionadas por las muñecas con una cuerda de nailon. Aun así, intentó subir los brazos al tiempo; pero sus puños chocaron con una pared de moqueta y, al tratar de estirar las piernas, sus pies toparon con algo metálico. El espacio en el que se encontraba era tan angosto que casi no podía respirar.
¿Qué había ocurrido? ¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo llevaba allí encerrado? Se esforzó en recordar algún detalle, algo. Nada. Su mente no respondía. Únicamente notaba como si su cerebro palpitara y que el dolor de cabeza no cesaba.
Tomó una bocanada de aire para intentar relajarse. Fue inútil. Solo logró que un fuerte olor penetrara en sus pulmones provocándole tos. Era un olor que conocía perfectamente: gasolina. Le entraron arcadas. Debía mantener la calma para intentar salir. No era tarea sencilla.