9

Tuve que parpadear varias veces hasta adaptarme a la claridad. La música y las voces habían cesado para dejar paso a un sonido rítmico: bip, bip, bip… Un frío intenso me obligaba a permanecer inmóvil para no desplazarme lo más mínimo del espacio de la cama que se mantenía caliente.

Poco a poco fui cobrando conciencia de mi propio cuerpo y del lugar en el que me encontraba. Me sentía abandonada y vulnerable entre aquellos paneles de tela verde, rodeada de aparatos y cables. Era desconcertante no recordar nada de ese lugar ni cómo había llegado a él. No tenía fuerzas para intentar reconstruir lo que había pasado. Me sentía aturdida, como si mi capacidad mental hubiera entrado en modo de ahorro de energía.

Tenía la boca seca. Intenté hablar, pero un tubo que me raspaba en la garganta me lo impedía. No sin gran dificultad, levanté ligeramente la sábana que me cubría y comprobé que tenía la pierna derecha escayolada. Intenté moverla, aunque pesaba demasiado para mis exiguas fuerzas, al igual que mis párpados, que se empeñaban en cerrarse. De nuevo, solo había oscuridad.

***

—Álex, Álex… Despierta. Álex, Álex…

Como si de un eco lejano se tratara, empecé a oír la voz suave de mi madre, pero mi cuerpo y mis sentidos respondían con demasiada lentitud. Poco a poco, sus palabras se fueron haciendo más cercanas, al tiempo que yo salía de mi letargo. Logré abrir los párpados y la vi mirándome con una sonrisa y los ojos empañados en lágrimas.

—Cariño, no hables. No tengas miedo. Has sufrido un accidente pero estás bien —su voz se quebró—. Te van a quitar el respirador y tienes que estar muy tranquila y hacer lo que te indique el médico, ¿de acuerdo? ¿Me has entendido?

Asentí, aunque estaba aterrada.

—Mamá…

Fue un hilo de voz ronca pero suficiente para que mi madre se abalanzara sobre mí llorando desconsoladamente. Detrás de ella estaba mi padre, que intentaba ocultar las lágrimas simulando que se le había metido algo en un ojo.

Me conmovió ver llorar a mi padre. Era la primera vez que lo hacía en mi presencia. Creo que se dio cuenta de la angustia que me producía, porque se recompuso enseguida y comenzó a gastar bromas sobre mi aspecto. Apenas me atrevía a sonreír. Estaba tan dolorida y cansada que me costaba hasta mover los dedos de las manos. Tenía raspones en los brazos, una muñeca vendada y en la otra conectados varios tubos. La pierna derecha estaba escayolada y la izquierda tenía una costra sanguinolenta que cubría toda la rodilla.

El miedo se apoderó de mí cuando hicieron salir a mis padres y la enfermera me pidió que relajara la garganta. No quería enfrentarme a aquello sola.

***

Varios días más tarde, me trasladaron a una habitación. Debía de ser muy temprano porque, aunque a través del inmenso ventanal solo alcanzaba a ver el ala de enfrente del hospital, la luz que llegaba era muy tenue. Fue un alivio encontrarme en un lugar tan tranquilo, sin monitores, ni ruidos, ni movimiento constante. Pero necesitaba ayuda para todo. Hasta incorporarme en la cama suponía un esfuerzo sobrehumano. Menos mal que las enfermeras eran muy amables y mi madre no tardaría en llegar. Mi sorpresa fue mayúscula cuando a la que vi aparecer fue a Gabriela; aunque, al ver su reacción —cómo dejó caer de golpe la carpeta y la mochila—, creo que la realmente sorprendida fue ella.

—¡Vaya susto que nos has dado!

—Sí que ha debido de ser grande para que te pegues este madrugón. ¿Qué hora es?

—Las siete y cuarto. Es que tenía muchas ganas de verte y he preferido pasarme antes de ir a clase.

—Casi madrugas para nada, porque me acaban de bajar a la habitación ahora mismo.

—Ayer me dijo tu madre que lo más seguro es que te trajeran a planta a primera hora. ¿Qué tal estás?

—Se supone que bien o, al menos, mejor. Pero estoy dolorida y muy torpe en todos los aspectos…

—¡Ah! Entonces, estás como siempre —sentenció sacándome la lengua—. Que sepas que nos has tenido muy preocupados, sobre todo los días que estuviste en coma. No hemos venido a verte porque en la UCI solo dejan a familiares. Laura y yo intentamos entrar cuando te despertaste diciendo que éramos tus hermanas, pero no coló. ¡Y te has vuelto de lo más popular, guapa! Que tenemos a todo el mundo detrás preguntándonos por ti: Kobalsky, Charlie, la Miss, Fran… ¡Hasta el macizo de tu vecino un par de veces! ¿Sabes que fueron él y Morgan los que avisaron a la ambulancia cuando tuviste el accidente? Menos mal que andaban por allí, que, si no, no sé si hoy estarías aquí con esa pinta horrorosa.

—Gracias —puse todo el retintín que me permitían mis fuerzas.

—¡Que no, boba! Que estás estupenda —me abrazó, pero no pude reprimir un gesto de dolor cuando dejó caer su peso sobre mi pierna—. Perdón, perdón, no quería hacerte daño —dijo retirándose agobiada.

—Tranquila. Creo que me duelen hasta las pestañas. Pero si es por un beso de mi mejor amiga, me aguanto —le tendí la mano.

—Ya verás como dentro de poco estás perfecta —dijo acariciándome el pelo. Me sorprendió que se mostrara tan cariñosa. Siempre ha odiado todo tipo de sentimentalismos.

—¿Has dicho que Oliver llamó al SAMUR? —era incapaz de recordar cómo había llegado al hospital.

—Sí, pero tranquila, que de devolverle el favor con grandes dosis de agradecimiento ya me ocupo yo…

—Pensé que ya había caído en tus redes. ¿No quedaste al final con él después del concierto? ¡Estás perdiendo facultades!

—No. Y eso que lo intenté, porque el imbécil de Hugo se lio con la pija asquerosa esa y me dejó tirada; pero Oliver me dijo que tenía que recoger. Gracias a ti ahora sé que se había ido con Morgan. No me sorprende: hay que reconocer que su novia no está mal…

—¿No te dijo nada de lo que pasó? —cada vez que intentaba recordar lo ocurrido me invadía una angustia insoportable. Estaba en la moto y, de repente, todo se oscureció, como el clic-clac de un interruptor.

—No es mucho de hablar tu vecinito. Mejor. Por muy bueno que esté, no deja de ser un hombre, y cada vez que abren la boca lo estropean…

—No hay mal que por bien no venga —bromeé—. Me alegra saber que mi piñazo al menos sirvió para que te lo quitaras de la cabeza.

—¿Quitármelo de la cabeza? ¡Ni mucho menos! De hecho, ahora sé muchas cosas sobre él… —dijo levantando varias veces las cejas con ese característico gesto que ponía cada vez que se enteraba de algún cotilleo.

—¿Algo interesante?

—¿Interesante? ¡Es como una peli! Aunque me dé náuseas reconocerlo, Álvaro tenía razón: su casa se quemó. Pregunté al padre de Laura y se acordaba de aquello. Resulta que antes ya le habían detenido varias veces por trapichear. Pero luego vino lo fuerte. Al parecer, fue un incendio de la leche y no se explican cómo salió de allí con vida. Su casa quedó completamente en ruinas y por poco quema la del vecino, porque el jardín ardió por completo. Pero lo que Álvaro no sabe es que todo este tiempo no ha estado en la cárcel…

Era típico de Gabriela hacer esas pausas dramáticas. Le encantaba que le insistiéramos una y otra vez para que continuara la historia.

—¿Y dónde se supone que ha estado? —procuré no demostrar demasiado interés para no darle el gusto.

—En un loquero, bueno, en un centro de internamiento terapéutico. Vamos, en lo que viene siendo un reformatorio para locos —respondió después de mirar hacia todos lados y bajar la voz.

Aquello trajo a mi mente las extrañas voces de mi cabeza y un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—¿Y cómo lo has sabido? ¿Te lo dijo también el padre de Laura?

—No, fue Kobalsky. Me costó sonsacarle, pero se rindió cuando le prometí que me quitaría de en medio para que vinieran él y Laura solos a verte… ¡Uy! Me marcho o me perderé la magnífica clase de Lengua —dijo con sorna—. Ya me imagino a la Miss con ese tonito de creída diciendo: «¡Gabriela Schneider! Analiza la frase Presentarse a Selectividad en septiembre por hacer pellas en Lengua es una soberana estupidez». Me paso a verte por la tarde.

Tras darme un sonoro beso en la mejilla salió corriendo en dirección a la puerta, pero acto seguido regresó para, en un segundo, alisar la sábana y la colcha y taparme amorosamente.

Gabriela me había dejado perpleja con lo de Oliver. La verdad es que no sabría decir si resultaba más tranquilizador que hubiera estado en un psiquiátrico o en la cárcel. En cualquier caso, tenía que agradecerle que hubiera llamado al SAMUR. Lo último que recordaba de aquel día era que creía haberle visto con Morgan bajo la farola, pero tampoco estaba muy segura de que fueran ellos. A partir de ahí, y hasta el momento en el que oí la voz de mi madre en la UCI, todo era una incógnita. Aunque me habían contado que había pasado varios días en coma, para mí, el mundo se había detenido y ese tiempo había desaparecido de mi vida. Si me hubieran dicho que había estado inconsciente unas horas o unos minutos, lo habría creído igualmente. No recordaba haber soñado, solo la canción, que se repetía una y otra vez. Ni siquiera tenía conciencia de estar viva. Ahora empezaba a entender cómo se sentían los protagonistas de Resacón en Las Vegas, aunque lo mío no pintaba tan divertido.

No pude pensar mucho más, ya que enseguida aparecieron mis padres. Debían de haber discutido, porque se notaba que mi padre quería salir de allí lo antes posible. Además, para acabar de sumarle tensión al ambiente, llegó Eduardo. No es que se llevaran mal, simplemente mantenían un cordial equilibrio de respeto mutuo, aunque, a mi entender, algo frágil.

Me ayudaron a levantarme para ir al baño a ducharme. Por suerte, mi madre me había traído un camisón decente, porque el del hospital, aparte de ser horrible, tenía toda la espalda abierta. Por primera vez me pude mirar al espejo. Estaba demacrada. Mi piel se había vuelto de color amarillo y unas oscuras ojeras rodeaban los ojos como si me hubiera disfrazado para Halloween. Tenía varios puntos de sutura en la frente. El pelo estropajoso se me pegaba a la cara y los labios estaban completamente secos y agrietados. Me veía horrible.

Intenté no desmoralizarme. Tenía suerte de seguir viva y quería pensar que, con el tiempo, mi aspecto mejoraría. Menos mal que solo alcanzaba a verme de cuello para arriba. Mi madre se ocupó de lavarme la cabeza en el lavabo. Aunque ella le ponía mucho mimo y le quitaba importancia, me sentía una auténtica inútil que, hasta para las cosas más simples, dependía de los demás.

Pasé la mañana entre visitas de médicos y enfermeras. Después de comer, estaba quedándome dormida cuando oí que alguien golpeaba la puerta con suavidad.

—¿Se puede?

—Sí, claro, adelante.

Había reconocido perfectamente la voz de Laura, y tras ella entró Kobalsky.

—No me miréis con esa cara, que no ha sido para tanto… ¿No vais a darme besos?

Ambos se acercaron muy despacio, como si aprovecharan el trayecto para asimilar mi aspecto. Sin embargo, yo, solo con verlos, ya me sentía reconfortada.

—Te hemos traído esto —dijo Kobalsky al tiempo que me acercaba la caja de bombones más grande que había visto en mi vida. Iba acompañada también de un sobre enorme que me apresuré a abrir. Contenía una tarjeta de esas de muñequitos graciosos y dentro un montón de firmas con buenos deseos. Casi se me saltan las lágrimas—. Hemos colaborado todos —añadió.

—¡Gracias! ¡Me encanta! Sobre todo la tarjeta.

—Vale, pues entonces nos llevamos el chocolate y nos lo zampamos nosotros. Por un día, mi endocrino no se lo va a tomar mal…

—Agárralos bien, que todavía no sé cómo han llegado vivos hasta aquí —intervino Laura—. Álvaro me ha mandado un mensaje y me ha insistido en que te diera recuerdos. Es que está hasta arriba con las clases y las prácticas, por eso no ha podido venir. Hace días que no nos vemos… —su tono era triste. Algo no iba bien.

—Lo mismo ha pillado una venérea —masculló Kobalsky entre dientes para asegurarse de que solo yo podía oírlo.

Esbocé una sonrisa. Álvaro… ¡Cretino! Pero ¿cómo podía tener la poca vergüenza de mandarme un recadito a través de Laura? Del accidente no me acordaba, pero de lo de antes, perfectamente. Si no me hubiera dado plantón, no me habría pasado nada. No es que le echara la culpa a él de lo sucedido, porque la culpa era toda mía por estar pendiente de un imbécil como él, pero… Mejor dejar el tema.

—Contadme, ¿me he perdido algo interesante estos días?

—Te has perdido unas clases geniales, divertidas, de esas de las que no quieres marcharte porque son como una fiesta…

—¿En serio, Kobalsky? —pregunté socarrona.

—¡Qué va! No ha pasado nada, el mismo rollo de siempre… Por cierto, como sabía que venía a verte, te he traído fotocopiados los apuntes de Física y Mates. Me ha costado lo mío, pero he conseguido que me los dejara Tejeda —hizo sonar los nudillos y adoptó una pose de matón. Me hizo gracia porque, si había alguien poco violento en el mundo, ese era Kobalsky; pero con semejante tamaño, nadie en su sano juicio, y menos el tirillas de Tejada, se arriesgaría a comprobarlo—. Hubiera preferido pedírselos a otro, pero seguro que los suyos son los mejores. Lo he comprobado y están todos. Como el muy empollón numera las hojas de los apuntes, no ha podido quitar ninguna.

—¡No te metas con él! —intervino Laura—. No es mal chaval. Conmigo siempre es muy majo…

Kobalsky y yo intercambiamos una mirada cómplice. ¡Todos eran majos con Laura! Ella no parecía entender que su cuerpo escultural tenía bastante que ver en eso.

—Muchas gracias, Kobalsky —lo último que me apetecía era ponerme a hacer problemas de Mates y Física.

—Por cierto —dijo Laura mientras se recogía su larga melena rubia en una coleta y se sentaba en una esquina de la cama—, están hablando de organizar una fiesta para recaudar fondos y hacer un viaje después de la PAU.

—¡Guay! —me había perdido el viaje de cuarto por estar en Estados Unidos, así que me parecía un gran plan. Además, me daba penilla dejar el instituto y esa podía ser una despedida inolvidable—. ¿Han pensado en algún sitio en concreto?

—Han hablado de Ibiza, Mallorca, Italia, Croacia…, pero depende del dinero. Si no sacamos mucho, nos iremos de excursión a Toledo. ¡Qué le vamos a hacer! Espero que mi padre me deje ir y que a Álvaro no le importe…

—Si no, te raptamos —dijo Kobalsky. Laura sonrió pensando que era broma, pero creo que lo decía completamente en serio.

—¿Qué ha pasado con tu móvil? Te hemos mandado un montón de chorradas por WhatsApp y no contestas —preguntó Laura.

—No tengo. Se estropeó en el accidente. Mi madre quiere traerme uno viejo que anda por casa, si es que lo encuentra, que espero que no. Pero Eduardo me ha dicho que me va a regalar uno nuevo. Menos mal, porque mi madre es capaz de endosarme un ladrillo de esos de hace siglos…

—¿Y no te sientes incomunicada? Cuando yo me quedo sin batería, me dan los siete males. Menos mal que mi padre no tiene ni idea de móviles y no sabe que se puede chatear y esas cosas, porque ya sabes que no me deja tener Messenger ni Tuenti ni Facebook ni nada… —¡pobre Laura! Y luego yo me quejaba de mi madre.

—Sí que lo he echado de menos. En la UCI no podía hacer nada. Cuando estaba en coma, vale, pero es horrible volver a la vida y descubrir que no tienes teléfono…

Solo pretendía hacer una broma, pero mi comentario debió de resultar algo más dramático para Laura, porque se le inundaron los ojos de lágrimas y me apretó fuerte la mano. También Kobalsky se dio la vuelta mientras se apretaba con fuerza los lagrimales para que no viéramos que se había emocionado.

—Por suerte, todo ha ido bien y se ha quedado en un mal susto —dijo Laura con su habitual dulzura, sin soltarme la mano—. Como dice mi madre, debes de tener un ángel de la guarda trabajando full time.

Sonreí. En ese momento entró mi madre. Les saludó y les dio las gracias por haber venido a verme y luego se sentó en la butaca del rincón con una revista.

—Y entonces, ¿cómo terminaron las fiestas? ¿Qué tal os fue la actuación? ¿Cuántos temas tocasteis? —quería cambiar de tercio para que mi madre no viera que mis amigos se habían emocionado: necesitaba mucho menos que eso para echarse a llorar como una magdalena. Según estaba lanzando la pregunta, me di cuenta de que había metido la pata.

—¿Te lo perdiste? Pensábamos que lo estabas viendo desde otro sitio, como había tanta gente… Pues estuvo superchulo… Tocan que te mueres, y eso que me perdí un trozo —respondió Laura mientras golpeaba cariñosamente en el brazo a Kobalsky, que se puso del mismo color que el extintor que tenía al lado—. Entonces, ¿dónde estuviste todo ese tiempo?

Pude ver cómo mi madre levantaba una ceja y ponía atención en la conversación.

—Ah, bueno, sí… ¡Qué tonta estoy! Claro que estuve. Es que aún tengo algo desordenados los recuerdos de ese día…

Titubeé pero, antes de que el desaguisado fuera mayor, la divina providencia hizo que una enfermera irrumpiera para traerme las pastillas y revisarme los vendajes, momento que aprovecharon para marcharse.

***

Pensé que al día siguiente estaría mejor pero, al contrario, me dolía todo el cuerpo y estaba aún más entumecida. Según las enfermeras, era normal. Seguía sin poder asearme sola, así que mi madre una vez más tuvo que ocuparse. Al salir del baño nos dimos de bruces con Charlie. Parecía que iba a decir algo, pero me miró de arriba abajo y, por primera vez desde que le conocía, me di cuenta de que, sorprendentemente, se había quedado sin palabras.

—Si tú no hablas, debe de ser que tengo un aspecto más lamentable del que pensaba.

—No, no, yo… —titubeó—. ¡Estás estupenda! ¡Me alegro de verte!

Le sonreí. Se acercó para ayudarme a llegar a la cama. En los escasos dos metros que nos separaban de ella, él y mi madre se pusieron al día sobre mi evolución, últimas noticias, perspectivas, sus clases de Periodismo… La cantidad de palabras que podían pronunciar cada uno por minuto daba vértigo. Tras acomodarme las almohadas, mi madre salió a buscarme un zumo, momento que Charlie aprovechó para sacar un paquete de la mochila.

—Es de Álvaro. Me ha dicho que te lo diera. Vino a verte mientras estabas en la UCI, pero no se atrevió a dejárselo a tus padres.

No supe qué decir. ¿Gracias? A él, bueno, por haber hecho de mensajero; pero a Álvaro no pensaba darle ni los buenos días. Y que no se le ocurriera aparecer, porque iba a pedir que me pusieran un cartel en la puerta de la habitación de esos de visitas restringidas para que solo entrara quien me apeteciera. O mejor, como en las discotecas: «Reservado el derecho de admisión». Él, desde luego, no estaba admitido.

No pensaba abrirlo. Al menos, no por ahora. Estaba dejando caer el paquete en el hueco entre la cama y la mesilla cuando mi madre entró de nuevo en la habitación.

—¿Le has traído un regalo? —le espetó lanzándose al paquete que casi había caído al suelo—. Pero qué majo eres, Charlie. Venga, Álex, ábrelo.

Charlie me miró y entendió que no debía sacarla de su error. No tenía escapatoria. No sabía lo que aquel envoltorio brillante podía contener, así que lo que menos me apetecía era abrirlo en público; pero luchar contra una madre expectante era inútil.

Quité el celo cuidadosamente y apareció una tela de cuadritos escoceses. Era un pijama.

—¡Uy! ¡Monísimo! Además, cariño, te viene estupendo. Muchas gracias, Charlie. A ver si te vale…

Según cogía la parte de arriba para sobreponérmela y calcular, un sobre azul se deslizó sobre la cama.

—¿Y esto?

Me lancé a por el sobre y se lo arrebaté de las manos.

—Muchas gracias, Charlie. El pijama es muy bonito. Luego leeré la tarjeta, cuando mi entrometida madre me deje hacerlo en privado.

Ella negó con la cabeza.

Gracias a la habilidad de Charlie para sacar temas de conversación, mi madre pronto olvidó lo del sobre. Yo no podía. Lo tenía bajo mi mano derecha, entre las sábanas, con la intriga de saber qué es lo que podría contener. La animada tertulia la interrumpió el médico y Charlie optó por marcharse. Al parecer, mi evolución era bastante buena. Me llamaba la atención ese modo que tenían de hablar de mí, como si yo no estuviera presente. Luego vinieron unas enfermeras a revisarme las heridas y, después de comer, afortunadamente, mi madre tuvo que salir a hacer algunos recados.

Dejé pasar un tiempo prudencial para asegurarme de que no regresaría para recordarme algo o porque se había dejado alguna cosa y me dispuse a abrir el sobre. Dudé si debía hacerlo. Quizá hubiera sido mejor romperlo sin mirar siquiera su contenido, pero la curiosidad me superaba.

Despacio, lo rasgué y allí estaba la carta.

Álex:

Llevo días pensando en escribirte, pero no me atrevía. La idea de que las cosas no fueran bien y de que me quedara para siempre con esta carta sin que la hubieras leído resultaba demasiado dolorosa. Ahora sé que estás a salvo y eso me ha dado valor. Llámame cobarde si quieres. No me importa, sé que lo soy.

Siento muchísimo no haberme presentado en el parque. Cuando salgas y todo haya quedado en un mal trago, te lo explicaré y espero que puedas perdonarme. Aunque lo hagas, te aseguro que yo siempre cargaré con esa culpa.

Álex, no sé cómo hacer las cosas. Por más vueltas que le doy, no encuentro una solución en la que nadie sufra. Solo sé que mis sentimientos son reales y que, por más que lo intento, no soy capaz de controlarlos.

Cada vez tengo más claro que me equivoqué. Solo debía esperar y no lo hice.

Termine como termine esta historia, ahora sé que no quiero perderte. Espero que, al menos, seamos amigos siempre.

Ya sabes que tú siempre serás mi chica,

Álvaro

No daba crédito a lo que había leído. Traté de evitar llorar, pero fue imposible. Estaba demasiado sensible por todo lo ocurrido y esto ya era el remate. Guardé la carta bajo la almohada y me aovillé todo lo que las escayolas, las vías y las vendas me permitían.

***

Los días siguientes fueron muy aburridos y eso que tuve bastantes visitas; Fran, el jefe de estudios, entre otros. Casi todas las tardes venía Gabriela, pero, aun así, las horas pasaban muy despacio. También Beatriz se dejaba caer por el hospital cada vez que tenía la certeza de que mi madre no andaba por allí. Además de comprarme todas las revistas que encontraba en el kiosco en las que salía James Blunt, traía amuletos raros que escondía bajo la cama para que mi madre no pudiera verlos. Al parecer, la orquídea empezaba a mejorar ligeramente, así que estaba más tranquila. Se sentía responsable de lo ocurrido por no haber hecho nada cuando sabía que algo malo iba a pasarme. Yo seguía sin creerme demasiado sus teorías, pero, después del accidente, empezaba a tener mis dudas.

Lo peor eran las mañanas. En la habitación había una tele pero, aparte de que era minúscula, funcionaba con monedas, así que había que estar echándole cada dos por tres. Además, sintonizaba poquísimas cadenas y la programación matinal era espantosa. Daba igual el canal que pusieras. Afortunadamente, Eduardo me consiguió un smartphone muy chulo y entre el tiempo que pasé configurándolo y con algunas aplicaciones, pude entretenerme a ratos.

Álvaro no paraba de mandarme mensajes a todas horas:

Te echo de menos.

Mejórate.

Estoy preocupado.

Me siento tan culpable.

Tenemos algo pendiente.

Uno a uno iba borrándolos después de leerlos. No quería hacerme esperanzas de nuevo. Era el novio de Laura y ella no se merecía que su mejor amiga la engañara. Ni siquiera me molestaba en responder, a la espera de que se cansase y dejara de escribirme. Hasta que recibí uno en que decía que esa misma tarde pasaba a visitarme, que no soportaba más no saber de mí.

Tenía ganas de verlo. Yo también echaba de menos los días de verano que habíamos pasado juntos. Pero estaba demasiado débil. No habría tenido fuerzas para resistirme ni oponerme a cualquier cosa que intentara.

Dame tiempo, por favor. Te prometo que hablaremos cuando esté mejor. Te agradezco mucho tu regalo.

Y la carta? La has leído?

El mensaje entró casi de inmediato.

Tú solo dame tiempo.