—¿Seguro que no te importa que me vaya? —preguntó Gabriela—. ¿Por qué no vienes con nosotros? Dijiste que tenías ganas de ver el concierto.
¡Claro que tenía ganas! Pero no era plan de irme sola con Hugo y con ella, y más ahora que él estaba tonteando con otra. A lo mejor, estando solos, por fin ocurría lo que tanto tiempo llevábamos esperando.
—Aún queda bastante para que empiece, así que iré con estos un poco más tarde. Tú vete, que lo mismo se te presenta hoy la oportunidad con Hugo… —respondí en voz baja para que el aludido, que se encontraba a un metro escaso de nosotras, no pudiera oírnos.
—Ya me gustaría… ¡No! Ya le gustaría a él… —aunque intentaba mostrar indiferencia, le brillaban los ojos y hacía esfuerzos por contener los nervios—. Tú cuídate. No olvides lo que dijo tu tía. No hagas nada raro, ¿eh?
—¡Vete ya! —repliqué empujándola suavemente.
Le di la espalda adrede para dejar claro el poco crédito que daba a los temores de mi tía. Me acerqué a Laura y a Charlie, que mantenían una animada conversación. Álvaro aún no había llegado. Esperaba con cierta desazón el momento de volver a verlo, pues no estaba segura de qué iba a sentir ni de si iba a ser capaz de disimularlo.
—¿Y lo grabaste todo? —Laura señalaba el móvil de Charlie—. Álex, mira esto. ¡Es muy fuerte!
Me acerqué por detrás y apoyé mi cabeza sobre el hombro de Laura.
—Espera —Charlie me agarró suavemente por la cintura para separarme de mi amiga y acercarme hacia donde estaba él—, desde ahí no vas a ver nada.
Había demasiado ruido a nuestro alrededor como para poder oír el vídeo. Estábamos en la plaza del Ayuntamiento, y la música pachanguera que salía de las casetas de las peñas se imponía a cualquier otro sonido. Intenté concentrarme en la imagen, que era bastante mala. Solo alcanzaba a ver una enorme fachada de ladrillo y lo que parecía ser un grupo de chicos que se acercaba.
—¿Dónde es esto? —pregunté. Me resultaba vagamente familiar.
—Es el centro cultural. En la valla de detrás —respondió Charlie. Seguía con su brazo alrededor de mi cintura, a pesar de que ya no había motivo alguno para hacerlo. No me importaba. Charlie era un tipo encantador, bajito y con las orejas un poco grandes, lo que sumado a su casi perenne sonrisa, le hacía parecer un duende, pero muy simpático. Y era evidente que tenía cierto interés por mí. Si al final esa noche surgía la oportunidad, no pensaba decirle que no. No podía seguir esperando a desenamorarme de Álvaro, porque tal vez eso nunca llegara a ocurrir. Se me encogió de nuevo el estómago al pensar que iba a verle de un momento a otro.
En el móvil, los chicos comenzaron a lanzar lo que parecían botellas de cerveza contra la pared de ladrillo. La poca nitidez de la imagen hacía imposible reconocerlos. Parecían salidos de American History X y daban miedo, sobre todo el jefecillo, que iba rapado y llevaba una cazadora de color blanco metálico. Estaban eufóricos. Cada vez que una de las botellas se rompía, se abrazaban exageradamente y se exaltaban más. Cuando ya parecían haberle pillado el truco al jueguecito y todas las botellas que chocaban contra la pared terminaban hechas añicos, el de la espantosa cazadora blanca sacó de un bolsillo interior una especie de bidón pequeño del que sobresalía un trapo enrollado. Acto seguido, encendió un mechero que expelía una enorme llama, prendió fuego a aquella improvisada mecha y lo lanzó contra la tapia. Gran parte de la pared comenzó a arder, y también las hierbas y matojos que había junto a ella. Sin duda, aquel recipiente debía de contener algún líquido inflamable, porque el fuego, lejos de ceder, se avivaba cada vez más.
—¿Dónde estabas tú grabando? —le pregunté.
—En el coche. Estaba esperando a uno de mis compañeros de piso, que había entrado un momento en el bar de enfrente, y los vi.
—¿Y llamaste a la policía? —preguntó Laura, a lo que él respondió negativamente—. Pues pásame el vídeo para que se lo enseñe a mi padre, Charlie. El fuego casi alcanza las ventanas. Imagínate que no se hubiera apagado. Me parece que a esta gente hay que pararles los pies. A lo mejor son los mismos que entraron a la biblioteca del insti en verano y pintaron todo con sprays. A mí estas cosas no me hacen ninguna gracia.
—A ti nunca te hace gracia nada…
No tuve que volverme para reconocer la voz rasgada y ronca de Álvaro. Era inútil. No había nada que hacer. Bastaba con escucharle para que mi corazón se acelerara y mi estómago se encogiera. Me sentí mal conmigo misma por ser tan débil y no ser capaz de mantener mi cuerpo bajo control.
—¡Hombre, Álex! —se dirigió a mí tras besar a Laura en los labios y darle una palmada en el culo. Por su mirada, supe que no se le había escapado que Charlie seguía rodeando mi cintura—. ¡Dichosos los ojos! Ya no quieres nada con los viejos amigos, ¿eh?
Aunque parecía bromear, había un tono de reproche e ironía en su voz.
—Sí que hace tiempo, sí. Desde que estuvimos en el pueblo de Laura, si no me equivoco —respondí con aspereza. Si pensaba que me iba a quedar callada, lo llevaba claro. Daba igual lo que sintiera por él. No iba a sucumbir. Era el novio de mi amiga. Más me valía tenerlo claro.
—Pero me darás dos besos, ¿no? ¿O ya ni eso?
Se acercó a mí de forma que Charlie no tuvo otra opción que soltarme. Álvaro aprovechó para poner sus manos sobre mis caderas. Me besó con intensidad en la mejilla, y soltó de golpe su aliento sobre mi oreja. Se me erizó todo la piel. Instintivamente, busqué a Laura con la mirada, pero vi que se alejaba de espaldas a nosotros.
—Ya hablaremos tú y yo —me susurró al oído.
Al soltar por fin la respiración contenida, la música volvió a hacerse presente. Cada vez se iban congregando más y más personas en la plaza. Estaba a punto de anochecer y la gente formaba una masa uniforme en la que era difícil reconocer a nadie. Sin embargo, no me pasó desapercibido un grupo de cuatro personas —tres chicos y una chica—, que se aproximaban en nuestra dirección por la calle Real. Lo que me llamó la atención en un primer momento fue la altura de los chicos, especialmente de uno de ellos, el más corpulento, que debía de andar en torno a los dos metros. Iban vestidos igual, con pantalones y cazadoras de cuero, lo que les hacía parecer una especie de guardaespaldas de la chica que caminaba con ellos, a la que apenas llegaba a ver. Cuando estuvieron más cerca, para mi sorpresa, descubrí que el más grande en el que me había fijado era Kobalsky. Me aproximé a él para saludarle y fue entonces cuando vi que otro de ellos era Oliver. Sin duda, se trataba del grupo de música del que me había hablado. Imaginé que el rubio delgado era Marek, el primo de Kobalsky, y que la chica era Morgan.
Si ellos llamaban la atención por su altura, ella lo hacía por su sensualidad. Y eso que, a pesar de llevar unas botas con una gran plataforma, era bastante más bajita que yo. No solo tenía un cuerpo de escándalo, sino que lo explotaba al máximo con su vestuario: una minifalda extraordinariamente pequeña, unas medias de rejilla, un corpiño superajustado negro y una cazadora y una gorra de cuero bajo la que asomaba una larga melena rubia. Me pareció que el nombre conjugaba a la perfección con su aspecto, aunque, con ese físico, hasta el nombre más feo le hubiera sentado bien. Lo que más me sorprendió es que iba agarrada a Oliver y llevaba la mano en su bolsillo trasero. Él le había dado a entender a Gabriela en la comida que no estaba con nadie. Tenía que avisarla cuando la viera, por si finalmente decidía lanzarse; aunque no creo que eso le supusiera un problema a mi amiga.
Me acerqué para saludar a Kobalsky, que estaba irreconocible. La gente de la plaza se había vuelto a mirarlos. Estaba claro que no pasaban desapercibidos.
—¡Kobalsky! ¡Qué fuerte! ¡Si pareces una estrella de rock!
Sonrió tímidamente y me cogió las manos.
—¡Tú sí que estás guapa! —dijo y se separó un poco para mirarme de arriba abajo—. Estoy de los nervios, Álex. En una hora tocamos…
—¿Es tu primera actuación?
—No, pero normalmente no conozco a nadie del público. En esta van a estar todos los del pueblo… Irás, ¿no?
—¡Claro! Gabriela ya está allí con Hugo. Ahora intentaré mover a esta gente, porque si no, no vamos a encontrar un buen sitio. Pero ¿qué haces aquí en la plaza? ¿No tendrías que estar ya allí?
—Es que hemos quedado con uno de la comisión de fiestas que se encarga del concierto.
—¡No pareces tú, Kobalsky! Lo mismo te haces famoso y todo…
—Álex, tengo que irme. Te veo luego —se apresuró a decir después de que Oliver le hiciera un gesto. En ese momento, me vio. O eso creo, porque no dijo nada. Ni siquiera adiviné en sus ojos una señal de reconocimiento. Solo me miró fijamente durante un instante para después girar la cabeza y seguir avanzando agarrado de Morgan, perdiéndose entre la muchedumbre. Sin embargo, llegué a ver cómo le comentaba algo y ella se volvía para mirarme. Era preciosa.
—¿Quién es esa rubia? —me preguntó Charlie. Sin duda le había gustado, y mucho.
—Es una del grupo que actúa esta noche en el recinto ferial —respondí sin fuerza. Me sentía fea y desaliñada comparada con ella.
—¿Los conoces? —me preguntó Álvaro alarmado—. ¿Conoces al que iba con ella?
—Sí. Va al instituto —no sé por qué pero preferí omitir que también era mi vecino.
—¿Al vuestro? No entiendo cómo le han admitido. Álex, no te acerques a él: es un delincuente —¿delincuente? Me quedé perpleja. Tenía algo raro pero no creo que estuviera entre los más buscados del país…—. Te lo digo en serio, hazme caso.
—Pero ¿por qué? ¿Qué se supone que ha hecho? —pregunté con una mezcla de escepticismo y curiosidad.
—Es un pirómano —respondió Álvaro con gravedad.
Me llevó un rato asimilarlo. Aquello era mucho más grave de lo que podía imaginarme.
—Pero… ¿qué hizo exactamente?
—Fue hace unos dos años, en verano. Era de noche y debía de ser bastante tarde. Estábamos en el jardín y, de repente, todo se empezó a llenar de humo. Era asqueroso cómo olía. Y comenzamos a oír una sirena, y otra, y otra… Cuando salimos, vimos que su chalet estaba completamente en llamas. Aquello era un infierno. Tuvieron que desalojar las casas de al lado porque no podían controlar el fuego… Por suerte, no murió nadie.
—¿Y fue él quien lo hizo?
Álvaro asintió con la cabeza. Estaba tan serio y se le veía tan impresionado al recordar lo ocurrido que no me cabía ninguna duda de que lo que me contaba era cierto. Aquello era terrible. Me asustaba pensar que una persona capaz de hacer algo así dormía al otro lado de la pared.
—¿Y qué pasó con él? —estaba sobrecogida.
—No le había vuelto a ver hasta hoy. Supongo que habrá estado encerrado…
Los dos dirigimos la mirada hacia el lugar por el que habían desaparecido él y su grupo. Me preguntaba si Kobalsky conocía esta información, aunque, por la admiración que había visto en sus ojos la noche que me habló de él, imaginaba que la respuesta era negativa.
—Es como de película… —no daba crédito.
Era la primera vez en mi vida que conocía a un delincuente. ¿Qué podría llevar a alguien a cometer un acto tan terrible? ¿Le habría merecido la pena como para pasar dos años encerrado? A saber a qué tipo de malhechores y experiencias espeluznantes habría tenido que enfrentarse mientras estaba entre rejas. Mi imaginación comenzó a marchar sola, a la vez que mi curiosidad. Quería ir cuanto antes al concierto.
—¿Nos vamos ya? —pregunté impaciente. Después de comprobar que Laura y Charlie seguían enfrascados en lo que parecía una interesante conversación, Álvaro me llevó a un lado.
—Necesito hablar contigo, Álex —me susurró.
—Ya está todo dicho. Además…, quiero ir al concierto.
Intenté inútilmente separarme. Me tenía acorralada contra la pared.
—Llevas esquivándome un montón de tiempo. ¿Es que ya no somos amigos?
La angustia de su voz a punto estuvo de resquebrajar mi determinación.
—Sí, somos amigos, y eso es lo que vamos a seguir siendo, así que no hay nada más de lo que tengamos que hablar.
Álvaro miraba inquieto a Laura y a Charlie, que parecían estar concluyendo su animada charla.
—Espérame en la fuente del parque grande y ahora voy yo —dijo en lo que parecía mitad una orden, mitad una súplica. Sabía que debía negarme, pero siempre me ha costado decir que no.
—No creo que…
—Te veo en quince minutos —espetó al ver que Charlie y Laura se acercaban.
—¿Cuál es el plan? —preguntó ella cuando llegó a nuestro lado—. ¿Nos vamos al concierto?
—Me decía Álex que tiene que pasar por casa —mintió Álvaro—. Así que, si os parece, vamos yendo nosotros y luego que venga ella.
—¿Por qué tienes que ir a casa? —preguntó Laura extrañada.
—Mi madre… ya sabes… —respondí algo azorada mientras me encogía de hombros y señalaba el móvil. Me pareció adivinar cierta decepción en los ojos de Charlie.
Me sentía fatal por mentir. Estaba harta de tener que lidiar con los chanchullos de Álvaro. Todo aquello tenía que acabar de una vez por todas. Nunca podría estar con él, ni aunque lo dejase con Laura, así que no tenía sentido darle más vueltas. Me juré a mí misma que esa sería la última conversación que tendría con él sobre «nosotros».
***
Con las fiestas, el parque estaba vacío. Además, las nubes habían cubierto el cielo y apenas filtraban los últimos rayos del día. Dejé la moto aparcada en la acera y, nada más sentarme en un banco junto a la fuente, sonó el móvil. No pude evitar sentir cierta decepción al descubrir que era Gabriela y no Álvaro. Me hubiera gustado que fuera él quien llamaba para decirme que no podía venir. Quería zanjar de una vez ese asunto, pero, a solas, él era más fuerte que yo y no estaba segura de mi capacidad para mantenerme firme.
—¿Dónde andas, tía? Has ocultado tu número en el localizador del móvil —apenas podía distinguir lo que me decía por el volumen de la música.
—Lo sé. Es que no sabía si Laura tenía también la app instalada. Me vas a matar cuando te lo diga… Estoy en el parque grande, esperando a Álvaro.
—¿¿Dóndeeee?? —gritó.
—¡¡En el parque grande, esperando a Álvaro!! —mi voz retumbó en el parque vacío.
—¡Espera un momento, que voy a salir del concierto! —poco a poco la música se fue alejando del auricular hasta que apenas llegué a oírla—. ¡Tú eres idiota! ¡Haz el favor de venir aquí ahora mismo! ¿Es que no te puedo dejar sola ni un momento? ¿Qué piensas hacer con él?
—Nada. Voy a terminar con esto de una vez. No puedo tener nada con él, ni aunque lo deje con Laura. No tiene sentido alargarlo más.
—Solo espero que no tengas que arrepentirte, Álex —añadió con voz seria—. Es un capullo, pero es muy listo. Y tú eres tonta. No te creas nada de lo que te diga.
—Claro que no, Gaby. No te preocupes, que no va a pasar nada —intenté conferirle más seguridad a mi voz de la que yo misma sentía—. ¿Qué tal el grupo? —pregunté para cambiar de tema.
—¡Está fenomenal! Tocan increíblemente bien, la verdad. Lo malo es que el imbécil de Hugo está tonteando a saco con Tania. ¡Qué capullo! Menos mal que me puedo recrear la vista con tu vecinito. Me está poniendo a mil con ese cuerpazo y ese tatuaje… A ver si consigo quedar con él después del concierto.
—¡Ni se te ocurra! No te imaginas lo que me ha contado Álvaro.
—A ver, qué te ha contado ese imbécil.
Le hice un breve resumen.
—No me creo nada… Seguro que le cae mal a Álvaro por algo. Lo mismo le levantó una novia o algo así. No me extrañaría, porque no tienen ni punto de comparación…
—Pero tú ten cuidado, Gaby. A ver si te vas a meter en un lío.
—La que te vas a meter en un lío eres tú. Habla con Álvaro y vente al concierto de una vez. Solo van a tocar un par de canciones más y te lo vas a perder. Ni se te ocurra quedarte con él, ¿me oyes? Si en veinte minutos no estás, voy a buscarte al parque.
—Que síííí… Nos vemos en un ratito. Un beso.
Colgó sin despedirse para demostrar su enfado. La entendía perfectamente. Es más, tenía toda la razón. Estaba jugando con fuego, porque sabía que Álvaro siempre conseguía confundirme y hacerme dudar. Me sentía mal conmigo misma por ocultarle a Laura lo que estaba pasando, por estar esperando a su novio sin tener claro qué iba a ocurrir. Es verdad que ni ella ni Álvaro se habían portado bien conmigo tiempo atrás, pero había prometido perdonarlos y olvidarlo todo. Además, eso no justificaba mi comportamiento.
Me arrebujé en el jersey. El tiempo estaba cambiando y allí sentada me estaba quedando helada. Álvaro no aparecía. No quería escribirle, pues sabía de buena tinta que Laura solía cotillearle el móvil, así que me limité a hacerle una llamada perdida. No hubo respuesta. El sol ya se había ocultado y se oían truenos a lo lejos. Me preocupaba que estallara la tormenta, pues, aunque estaba cerca de casa, en fiestas y con los últimos robos, no quería dejar ahí la moto.
El silencio del parque era inquietante. Si alguien intentara atacarme, como el grupo de macarras del vídeo de Charlie, no habría quien me ayudara. Estaba sola, completamente sola, y cada minuto parecía durar una eternidad.
Agradecí sentir que el móvil vibraba en mi bolsillo. Era la tía Beatriz, que por WhatsApp me enviaba varias fotos de la orquídea mustia desde distintas perspectivas y quería asegurarse de que estaba bien. Intercambiamos varios mensajes en los que, además de preocuparse por mi estado, me contó que su grupo había suspendido la reunión de cuarto menguante porque estaba nublado y porque no se habían puesto de acuerdo sobre el lugar en que debía celebrarse.
Quería mucho a Beatriz, pero se preocupaba innecesariamente. Además, sus historias no dejaban de generarme cierto mal rollo: a base de premoniciones, algún día tenía que acertar. Era cuestión de puro cálculo de probabilidades, nada esotérico.
Álvaro se retrasaba. ¿Dónde se habría metido? Había sido idea suya, ¿por qué me tenía que hacer esperar? Cada minuto que pasaba crecía mi nerviosismo y mi inseguridad. No sabía qué hacer. Tal vez debía irme. Por otro lado, era mejor dejarlo claro cuanto antes. Necesitaba pasar página y quitármelo de la cabeza de una vez para siempre. Los jueguecitos del móvil no me distraían, por lo que empecé a leer un ebook que había comprado: Y por eso rompimos, de Daniel Handler. Esperaba que me hiciera olvidar por un momento que estaba sola y anochecía en un parque enorme completamente vacío. Pero no era capaz de concentrarme y tenía que volver a leer cada línea una y otra vez. ¡Dichoso Álvaro!
Llevaba más de una hora esperando cuando recibí un mensaje de Gabriela en el que me avisaba de que llevaba un buen rato tocando Supersubmarina. Decidí que ya había hecho el tonto lo suficiente. Estaba enfadada con Álvaro, pero más conmigo misma. Me sentía engañada, traicionada y decepcionada. No solo me había quedado sin ver la actuación de Kobalsky por culpa de ese idiota y de mi debilidad, sino que se me habían quitado las ganas de todo y lo único que quería era irme a mi habitación a llorar. Para colmo de males, empezaba a diluviar, así que irremediablemente iba a llegar empapada a casa.
Caía más agua de la que el alcantarillado podía absorber, y la calzada estaba muy resbaladiza. En cualquier caso, ya iba calada hasta los huesos; pero había llegado a pocos metros de mi urbanización, así que no tenía sentido esperar a que escampara. Tuve que subir la visera del casco, porque la lluvia y la débil iluminación de las farolas dificultaban mucho la visión. Por suerte, no había nadie circulando. Era la única tonta de Villanueva que andaba por allí, con la que estaba cayendo.
En la calle anterior a la mía, vi una farola que se encendía y apagaba intermitentemente. Junto a ella, una pareja se resguardaba de la lluvia bajo una cornisa. No podía distinguirlos bien, pero, por la ropa y la diferencia de estatura, me dio la impresión de que eran Oliver y Morgan. Desaceleré un poco para poder observarlos con más detenimiento. Parecía que se estaban besando, pero no podía comprobarlo porque los fogonazos en los que se iluminaba la farola eran muy cortos. De pronto, como si una fuerza superior se hubiera colado en mis pensamientos y atendiera a mis deseos, la luz se mantuvo prendida. Quise fijarme en ellos, pero debí de pisar un charco más profundo de agua y sentí que perdía el control. No sé cómo, pero en el intento de evitar la caída, aceleré por error y la rueda delantera se levantó. Oí un chirrido y un golpe seco. Noté un dolor agudo en la cabeza y en la pierna, pero pronto cesó y una espesa oscuridad comenzó a inundarlo todo.
Poco a poco fui hundiéndome en una especie de fluido negro. Era una sensación extraña, aunque cálida y agradable ya que, cuanto más me atrapaba, más leve se hacía el daño. No quería luchar para recuperar la consciencia, era demasiado cansado y doloroso. Cuanto más me sumergía, más lejos quedaba todo: Álvaro, mi madre, la tía Beatriz y su orquídea, Gabriela, Laura, yo… Mi propio cuerpo me resultaba ajeno, como si lo estuviera abandonando, como si ya no fuera mío.
Cuando estaba a punto de dejarme caer por completo en aquel abismo, comencé a escuchar algo que poco a poco fue tomando fuerza. Era una melodía muy simple, que se repetía una y otra vez. Deseaba que terminara para volver al estado de paz y quietud de un momento antes, pero cada vez sonaba más y más alto. Era esa dichosa canción. Si hubiese podido hablar, habría gritado que se callara, pero mi cuerpo ya no era del todo mío y no obedecía mis órdenes. Aquella cantinela martilleaba mi cerebro. Había entrado en una especie de bucle y, cada vez que terminaba, comenzaba de nuevo con más potencia. Resultaba insoportable. Por su culpa, la oscuridad se estaba diluyendo y el dolor me hería por todas partes. Volví a oír esa voz, que ahora decía no te preocupes, todo va a salir bien. Esta vez tampoco fui capaz de determinar si venía de fuera o de dentro de mi mente. Me iba a estallar la cabeza. Se repetía a un ritmo frenético: