39

Atravesé medio aeropuerto hasta llegar al mostrador de facturación de equipajes. Solo llevaba el bolso y una maleta que, aunque no era muy pesada y tenía ruedas, me costaba mover. Aún tenía las muñecas doloridas y hacer determinados esfuerzos no era sencillo. Afortunadamente, Eduardo y yo habíamos convencido a mi madre para que se quedara en casa con él y no me acompañara. Estaba hecha un mar de lágrimas y verla así solo me generaba más dudas e inseguridad. Le pedí a mi padre que me dejara en la zona de viajeros sin aparcar el coche siquiera. Se le daban fatal las despedidas, así que me hizo caso sin rechistar. Además, entre unas cosas y otras, habíamos llegado justos de tiempo. Hasta el último momento mi madre estuvo tratando de convencerme para que me quedara y casi lo consigue. Tras los últimos hechos, no me encontraba con muchas fuerzas para rebatir a nadie. El reflejo en papel de lo ocurrido estaba en un recorte de periódico doblado que llevaba en el bolsillo: «Dos fallecidos en un tiroteo en Villanueva». Dos disparos, solo dos, y aún resonaban en mi cabeza: uno y dos.

Me hubiera gustado tomarme un café tranquila antes de cruzar el control de pasaportes, pero estaba claro que no iba a poder. Por suerte, solo tenía cuatro o cinco personas delante y la azafata no hacía más que advertirnos de que nos diéramos prisa porque iba a cerrar el vuelo. Me dio las pegatinas correspondientes y me encaminé hacia la zona internacional. Para mi sorpresa, no había demasiada gente: familias con niños, hombres de negocios, un grupo de amigas, algunas parejas… Recordé la escena inicial de Love Actually, en la que un montón de personas se reencuentran felices en la terminal de Heathrow y también la de mi partida tiempo atrás al mismo destino. Habían pasado muchas cosas desde aquel día y mi vida ya no era la misma. Ni siquiera yo era la misma. Iniciaba el viaje decidida, pero también con heridas en el cuerpo y en el alma.

Cogí el recorte de periódico y volví a leer algunas frases: «Varias personas implicadas en el suceso», «tragedia familiar». Hice una bola y lo tiré a una papelera. Ya sabía bien lo que había ocurrido y no quería pensar en todo ello en ese momento, justo cuando tenía en las manos un billete de avión que me iba a llevar muy lejos. Aunque era inevitable. Una angustia negra comenzó a invadirme y las imágenes de los últimos días se agolparon en mi mente. Antes tenía miedo a los aviones, pero me di cuenta de que ya no. Quizá cuando ves la muerte de frente, el miedo a volar se convierte en algo absurdo y se desvanece. Yo no tenía miedo, ya no. Solo estaba triste y vacía.

La cola iba lenta, así que decidí poner en marcha el reproductor del móvil para entretenerme y concentrar mis pensamientos en la música. Mala idea. La primera canción que el sistema aleatorio eligió fue High. Las manos comenzaron a temblarme y no era capaz de detenerla. Las notas se me iban clavando en el alma como si fueran cuchillos llegando a producirme dolor físico. Noté que las lágrimas se agolpaban en mis ojos y comenzaban a derramarse por mis mejillas. «Running wild among all the stars above. Sometimes it’s hard to believe you remember me». Su voz, sus ojos, sus manos suaves…

La fila aceleró el ritmo y llegué al mostrador llorosa y con la nariz taponada. El guardia me miró raro. Ni que fuera la primera vez que veía a alguien llorando en el aeropuerto. Mientras revisaban mi documentación, busqué inútilmente en los bolsillos algo con que limpiarme. No tenía. Para pasmo del agente, mis lágrimas se hacían más copiosas. Opté por la manga del jersey que llevaba anudado a la cintura. Qué más me daba ya. Cogí mi pasaporte y me dispuse a pasar el arco de seguridad. De pronto oí una voz aguda que gritaba mi nombre.

—¡Alexia! ¡Alexia! ¡Espera, espera!

Era Gaby, que corría hacia mí a trompicones entre la gente y sus carritos. Tras ella, se podía ver claramente a Kobalsky, cuya cabeza sobresalía sobre las de los demás. Retrocedí y me dirigí hacia ellos.

—Creo que hay dos tipos allí, al fondo del aeropuerto, que todavía no te han oído.

Gaby me miró y frunció el ceño.

—¿Es que pensabas que te podías pirar sin despedirte de nosotros? Ni de casualidad.

—Yo estaba por la labor de hacerte caso y no venir, pero aquí la loca se puso tan pesada… —apuntó Kobalsky al tiempo que la señalaba.

Tras él, asomó la nariz de Laura.

—¿Te parece mal que hayamos venido? —dijo con voz tímida.

—Me parece fatal que paséis olímpicamente de lo que os digo… —traté de simular enfado—, pero me alegro muchísimo de veros.

—¡Veis! Ya os lo decía yo —sentenció Gaby.

—Yo me refería solo a Laura y Kobalsky… —le saqué la lengua y ella me respondió del mismo modo.

—Te hemos traído una cosa —Laura sacó de su bolso un paquete de regalo y me lo dio.

Comencé a quitarle despacito el celo para no romper el papel, pero Gaby me lo arrancó de las manos y lo deshizo.

—¡Venga! ¡Que vas a perder el vuelo!

Me lo devolvió y pude ver lo que era: una camiseta con cada uno de nuestros nombres y avatares…

—¡Gracias, chicos! ¡Me encanta!

—Es para que no te olvides de nosotros —dijo Laura.

—Y para que te acuerdes de traernos algo cuando vuelvas —añadió Gaby.

—Te vamos a echar de menos… —a Kobalsky se le quebró ligeramente la voz. Verle tan grande y emocionado me conmovió.

—¡Y yo a vosotros! —me abalancé sobre ellos para abrazarlos.

—Que tengas buen viaje y cuídate mucho —añadió Laura al tiempo que me daba dos besos.

—Eso, que en cuanto te dejamos sola la lías parda —Gaby me abrazó con fuerza y casi en un susurro añadió—: Te quiero mucho, Alexia. Buen viaje.

—¡Cuidaos vosotros también y escribidme para contarme novedades!

Regresé hacia el control de pasaportes y me volví por última vez para verlos y decirles adiós con la mano. Respiré hondo y crucé el arco de seguridad. Ya no había vuelta atrás.

Caminé a paso ligero por la terminal mirando sin prestar atención los escaparates de las tiendas mientras me dirigía a la sala de embarque. Al llegar, ya había algunos pasajeros de pie ante el mostrador. Me senté en una de las butacas y me invadió de nuevo la sensación de vértigo. Cerré los ojos y traté de relajarme. Pensar en lo ocurrido suponía revivirlo de nuevo, y no podía. Debía dejarlo aparcado y tratar de digerirlo en los meses que iba a estar fuera y alejada de todo. El murmullo de la gente, que comenzaba a embarcar, me devolvió al aeropuerto. En solo unos minutos, estaría muy lejos de allí.

—Pensaba que estabas dormida.

Me abracé a él con todas mis fuerzas. Oliver, Oliver, Oliver.

—Ay, ay —me apartó ligeramente con gesto dolorido.

Pero qué bruta. Era imposible que las costillas le hubiesen soldado. Aún tenía una mano vendada y los puntos en la brecha de la cabeza.

Le miré a los ojos y no pude evitar que las lágrimas rodaran por mis mejillas.

—¡Me prometiste que no vendrías! —gimoteé.

—Ufff, si llego a saber que te ibas a poner a llorar así, habría mantenido mi palabra —me contestó con su media sonrisa—. Aunque suele pasar, todas las mujeres, cuando se alegran de verme, lloran.

Se agachó frente a mí y me retiró el pelo de la cara.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿y tú?

—He salido de golpes peores.

Le abracé y volví a llorar. ¿Es que no se me iban a acabar las lágrimas nunca?

—Eh, no estés triste —me dijo con ternura al tiempo que me acariciaba la cara con las manos.

—No lo estoy —sollocé.

—Pues disimulas estupendamente.

Ambos reímos. De pronto, caí en la cuenta.

—Y ¿cómo es posible que estés aquí? ¿Cómo te han dejado entrar?

—Gracias a mi irresistible encanto… Y a un billete para París, que era el más barato que he encontrado.

En ese momento me fijé en su ropa. Iba con camisa y chaqueta.

—¿Y te has puesto tan elegante para venir a despedirme?

—No. Vengo del entierro. Era lo que debía hacer.

Recordé el instante en que su abuelo le apuntaba con la pistola, dispuesto a apretar el gatillo y él se mantuvo mirándole, con los ojos bien abiertos. No lo hizo y disparó un tiro certero en el pecho al odioso policía. Acto seguido giró la mano y se llevó el cañón a la sien. Oliver saltó hacia él para evitarlo, pero no pudo. A pesar de todo, una vez más, hizo lo que debía hacer.

Le abracé, ahora con más cuidado.

—Gracias por venir.

Me sonrió dulcemente.

—No podía dejarte marchar sin desearte buen viaje y sin decirte de nuevo que voy a estar aquí cuando vuelvas. Aún no tengo claro que me creas…

Mi corazón dio un vuelco. Ya me lo habían dicho antes, pero no así, con palabras fuertes y sinceras.

—¿Por qué no nos vamos juntos, Oliver? ¿Por qué no compramos un billete para el próximo vuelo que haya? Nadie me echará de menos durante unos meses. Podemos hacerlo…

Alzó los ojos al cielo con esa sonrisa burlona que me volvía loca.

—¿Aquí? Nunca lo había probado en un aeropuerto…

—¡Te estoy hablando en serio! No puedo apartarme de ti.

Me suponía un dolor insoportable separarme de él.

—No quiero que cambies tus planes. Coge el avión y no seas tan tonta de echarme de menos.

—¿Cómo no te voy a echar de menos? Te quiero.

Rompí a llorar de nuevo. Me atrajo hacia él de la cintura para que apoyara la cara en su pecho. Me daba miedo lastimarle con mis sollozos.

—Yo también te quiero, Alexia. Y te voy a esperar. Tardes lo que tardes en regresar, te esperaré, y estaré a tu lado todo el tiempo que estés lejos. Te quiero y te esperaré.

Me besó suavemente y hundió la nariz en mi pelo, como si intentara retener mi olor.

—Tienes que irte.

Me volvió a besar y caminamos juntos hacia el mostrador. Creo que casi me empujaba, porque mis pies no querían separarse de él. Apretó mi mano con fuerza y le vi mientras me alejaba, sin moverse, mirándome. Sus palabras resonaban en mi cabeza, su sabor en mis labios y, una vez más volví a oír aquella melodía compartida.

Entré en el avión y me dirigí a mi asiento. Al intentar subir al compartimento el equipaje de mano, me di cuenta de que algo sobresalía del bolsillo exterior. Lo saqué y, sin soltarlo, me acomodé en la butaca. Al abrirlo, el sol que entraba por la ventanilla hizo destellar las serpientes doradas que se entrelazaban en la tapa de la caja que ahora tenía entre las manos. Ese precioso objeto en el que guardaba parte de su historia y que tan importante era para él.

Cuando el avión se elevaba a través de las primeras nubes, leí la nota que descansaba en su interior:

Quiero que formes parte de mi historia, pasada y futura, y guardar aquí los recuerdos, los míos, los nuestros. Quiero empezar una nueva vida, pero a tu lado.