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Por fin era viernes. Solo faltaban unas horas para irnos, aunque antes debíamos pasar por el instituto a mirar las notas y después preparar la maleta.

—¿Estás nerviosa?

Sí, lo estaba, pero no por la PAU, sino por el maravilloso fin de semana que se me presentaba.

Gabriela ya estaba allí con Hugo cuando llegamos.

—¡He sacado un 8,5! Seguro que consigo entrar en Psicología —pegaba saltos como una loca—. No las han publicado. Hay que subir al despacho de Fran y él las da. Podéis esperar tranquilos, hay una cola de una hora por lo menos.

—¡Enhorabuena, Gaby!

Estaba radiante. Me abrazó con tanta fuerza que me clavó sus huesos en el pecho.

—¡Mira! Ahí vienen los tortolitos.

Me volví sin saber a qué se refería cuando vi que Kobalsky y Laura entraban cogidos de la mano, aunque se soltaron nada más vernos.

—¿Tú sabías que estos estaban juntos? —cuchicheé al oído de Oliver para que no pudieran oírme.

—¿Yo? —si le hubiera preguntado si sabía dónde estaba enterrada el Arca Perdida habría puesto la misma cara—. ¿Por qué iba a saberlo? ¿Están juntos?

—Hola —Kobalsky se situó a nuestro lado—. Solo pasábamos a veros. Ya cogimos la nota esta mañana.

—¿Y? —preguntó Gabriela.

—Laura ha sacado un 13,76, la mejor nota del instituto y la tercera mejor de todo Madrid —estaba orgulloso. Ella se sonrojó—. Yo tengo un 7,2. No está mal, ¿no?

¡Parecía que Kobalsky se estaba acercando poco a poco! Laura se merecía que alguien se preocupara de verdad por ella y más después del año tan malo que había pasado la pobre, en buena parte por mi culpa.

—¡Felicidades, Laura! —aún no estaba segura de en qué punto estaba nuestra relación, así que, aunque tenía ganas de abrazarla, me contuve—. Me alegro muchísimo. Eres una crack.

Me estrechó efusivamente entre sus brazos.

—Gracias, Álex —me estampó un fuerte beso en la mejilla. Me sentía tan feliz por haber arreglado nuestras diferencias…—. Ya me he enterado de que has vuelto con Oliver. ¿Qué tal?

—Genial —no pude reprimir mi habitual sonrisa bobalicona—. ¿Y tú? ¿Estás con Kobalsky? —susurré.

—No exactamente. Todavía no estoy preparada para estar con nadie. Pero se está convirtiendo en alguien muy especial. ¿Tú sabes lo majo, dulce y cariñoso que es? El otro día estuvo amasando conmigo hasta las doce de la noche. ¡Álvaro no habría hecho eso aunque le hubieran pagado!

—¿Sabes algo de él? —aún se me revolvía el estómago al pensar en Álvaro. Desde aquel mensaje que me envió el día que rompimos Oliver y yo, no había vuelto a tener noticias suyas.

—Pasó hace poco por la pastelería y estuvimos hablando mucho rato. Me pareció sincero al decir que su intención no era hacerme… hacernos daño. Creo que su único problema es que es un mujeriego empedernido… Quién sabe, quizá con el tiempo consigamos ser amigos. Me gustaría que fuera así.

—A mí también —admití.

—Alexia —nos interrumpió Oliver—, ¿subimos? Parece que se ha ido un montón de gente.

Me invadió la nostalgia al encontrar todas las puertas cerradas y los tablones casi vacíos en el pasillo de segundo de Bachillerato. Había pasado en ese instituto los últimos seis años de mi vida y se terminaba una etapa. Ya no estaríamos todos juntos ni tendríamos los mismos profesores a los que criticar. Creo que lo iba a echar mucho de menos, incluso a Izquierdo, con todo lo duro y borde que podía llegar a ser.

Salían risas de la Jefatura de Estudios. Al asomarnos, vimos a Fran y la Miss, que intentaban contener sus carcajadas.

—Pasad, chicos —dijo Fran.

La Miss me saludó amablemente y a Oliver le dedicó una sonrisa arrebatadora llena de perfectísimos y blancos dientes.

—¿Qué tal, chicos? ¿Cómo estás, Ol? —se arrimó demasiado a él.

¡¿Cómo que «Ol»?! ¿Acaso a ella no le había soltado la misma bordería que a mí de que solo Morgan podía llamarle así?

—Aquí tenéis —Fran nos tendió dos sobres blancos. Al ver que Oliver se lo guardaba en el bolsillo trasero de los vaqueros, la Miss preguntó:

—¿No vas a abrirlo? Me gustaría saber qué nota has sacado, especialmente en Lengua, que lo has hecho muy bien…

Por el esbozo de sonrisa que se dibujó en la cara de Oliver supe que se había dado cuenta de que la rabia bullía en mi interior. Sí, era bueno en «lengua», podía dar fe de ello, pero ella era una… una… pervertidora, cuando menos.

Rasgó el sobre muy despacio. Miró un segundo el papel y se lo tendió a la Miss.

—He aprobado —dijo sin ninguna emoción—. Muy justo, pero he aprobado. Y gracias a Lengua, que me han puesto un ocho.

Me miró de reojo con una sonrisa burlona.

También yo abrí mis notas. ¡Un nueve y medio!

—¡Felicidades! —exclamaron la Miss y Fran al unísono cuando se lo enseñé. ¡No me lo podía creer!

—Enhorabuena —Oliver me atrajo hacia él de la cintura mientras me besaba en los labios. Me puse tan colorada que parecía una luz de emergencia. ¡Me había besado delante de la Miss! Menos mal que ya había aprobado porque, si no, seguro que le suspendía en el acto.

—Os voy a echar de menos, chicos —Fran nos abarcó a los dos con los brazos extendidos. Las lágrimas se me agolparon en los ojos. Le abracé fuerte y le besé en la mejilla.

—Nosotros también, Fran. Eres el mejor profe que se puede tener.

—Y tú —continuó dirigiéndose a Oliver—, has hecho un gran trabajo. Estoy muy orgulloso de ti. No te metas en líos, ¿entendido?

Oliver asintió y le dio un fuerte apretón de manos. La Miss se acercó a nosotros.

—Te deseo mucha suerte, Alexia —me sorprendió que me diera dos besos—. Oliver… —dijo después con su perfecta sonrisa situándose frente a él.

—Olivia… —respondió él, también sonriendo. Parecían compartir una broma privada que ni Fran ni yo entendíamos. Se dieron un efusivo abrazo y ella le besó en la mejilla.

—Cuídate mucho. Y ven a vernos alguna vez, ¿vale?

—Claro.

Cuando salimos de allí no sabía qué sensación dominaba a las demás: si la tristeza por despedirme de Fran, la vergüenza por que Oliver me hubiera besado allí o la rabia por los arrumacos que había intercambiado con la Miss.

—Te toca celebrar las notas conmigo este finde… —su mirada se tornó salvaje. A saber en qué estaba pensando exactamente.

—A lo mejor prefieres irte con la Miss —si pretendía que mi comentario sonara más a broma que a celos, no lo conseguí.

—Llevaros a las dos no es una opción, ¿no? —lo dijo sin cambiar el gesto.

—¡Serás cretino!

Me volví al oír risas detrás de nosotros. Eran Fran y Olivia, que salían del despacho, él con el brazo en su cintura y ella, que era más alta, agarrándole por los hombros. Miré sorprendida hacia Oliver.

—La Miss está con… ¿Fran?

—Sí.

—¿Y siempre lo ha estado?

Afirmó de nuevo con la cabeza.

—¿Y tú y ella no…?

—No, nunca. Una leyenda urbana…

—¿Y por qué ibas a su casa?

—Porque me estaba ayudando con Lengua. Llevaba dos años sin tocar un libro y no sabía ni lo que era un sujeto.

—¿Y tú no le dabas nada a cambio?

—Clases de piano…

¡Tierra, trágame! Creo que no había sentido más vergüenza en mi vida. Me sentía tan estúpida, y él me había vacilado tanto con aquella historia, que creía que mi cara iba a arder en una combustión espontánea.

«Te voy a matar, Gabriela», proferí para mis adentros.