Pasaron varias semanas en las que Oliver siguió en la misma tónica. Estaba muy triste. Deseaba con todas mis fuerzas que lo nuestro funcionara, pero era consciente de que ya había puesto todo de mi parte y era él quien no parecía querer nada de mí, alternando ese comportamiento que me desconcertaba. De pronto estaba cariñoso y cercano o me preparaba una noche romántica, como que me ninguneaba. Por momentos sentía que quizá estaba enamorado de mí o que incluso me quería, pero luego me hacía algún desplante que rompía ese espejismo.
Una tarde que estaba estudiando, entró por la terraza con la mejor de sus sonrisas.
—¿Qué haces aquí? —pregunté con aspereza.
—Venía a verte. Llevo mucho sin saber de ti…
¿Es que no entendía nada? ¿Es que no comprendía que no podía pasar de mí sin más y luego presentarse como si tal cosa? Iba a contestarle, cuando entró un mensaje. Lo miré pensando que sería Gaby o Laura, pero me quedé pasmada cuando vi que era de Álvaro. Ni por lo más remoto pensé que podría tratarse de él y, aunque intenté mostrar normalidad, Oliver, lo notó.
—¿Ocurre algo?
—No, nada, todo bien —su mirada me indicó que no me creía. Opté por hablar—. Es Álvaro.
—¿Sigues hablando con él? —se sorprendió.
—No, qué va. Desde el día del concierto, no había tenido noticias.
—¿Y qué haces? ¿Estás estudiando? —obviamente, no parecía importarle mucho que Álvaro me escribiera.
—¿No quieres saber lo que dice? ¿No te importa?
Se encogió de hombros.
—Es cosa tuya. Ya sabes lo que opino de él, pero eres libre de hacer lo que estimes conveniente.
—¿De verdad que no te preocupa? —negó con la cabeza—. ¿Y si quedara con él?
—Te repito que no es algo de mi incumbencia.
Me molestó sobremanera. ¿Cómo era posible que todo le resbalara? Si realmente era así, es que yo le importaba un pimiento.
—A mí, si tú quedaras con una ex, me importaría.
—Vale. Esa es tu opinión.
—Entonces, si no te importa que quede con otros, ¿qué somos?
—¿Cómo que qué somos? No entiendo la pregunta.
—Sí, quiero que me digas qué somos nosotros.
—Personas.
—Oliver, no te pongas sarcástico. No es el momento —me estaba sacando de mis casillas—. Necesito saber si somos amigos con derecho a roce, novios… ¿Qué somos, Oliver?
—No entiendo por qué hay que poner etiquetas a todo. ¿Estás bien conmigo?
—Pues no… Bueno, a veces, sí. Sé dónde estoy y sé lo que quiero de ti y de lo nuestro, y pienso en el futuro, pero no sé qué pasa por tu cabeza.
—Las cosas no son tan sencillas cómo tú te piensas, Alexia. No son blancas o negras. La mayoría de las veces son grises… Y el futuro está muy lejos. La vida da mil vueltas y de un plumazo, te desbarata todos los planes —le miré expectante—. ¿Qué quieres que te diga? Para ti, todo es muy fácil.
—Nada. Tú nunca dices nada… Tengo que estudiar. Vete, por favor.
Di media vuelta para hacerle ver que la conversación había terminado. Salió sin decir nada más.
***
Pasó al menos una hora cuando le vi aparecer de nuevo por la terraza. Estaba muy serio, incluso me atrevería a adivinar que enfadado.
—Mira, no logro entender de qué va esto —dijo deteniéndose delante de mí con los brazos cruzados—. ¿Qué me estás pidiendo exactamente?
—No te estoy pidiendo nada. Solo necesito saber en qué punto estamos.
—¿Y para qué necesitas saberlo?
—Tal vez a ti te parezca de lo más normal, pero que no tenga noticias tuyas en días y días, que Morgan se vaya a pasar la noche a tu casa cuando me has dicho que quieres estar solo, que luego vayas tú a la suya, que cuentes con ella mucho antes que conmigo…
—¿Todo esto es por Morgan?
—No. Es solo un ejemplo.
—¿Y qué cambiaría si te dijera que somos novios? ¿Entonces no te importaría que ella viniera a verme?
—Sí, sí me importaría… —admití—. Oliver, yo solo necesito saber que te importo.
—Me importas. ¿Qué más? —lo dijo con tanta frialdad que sonó como un insulto.
—Pues… no sé… Quiero saber que puedo llamarte cuando quiera sin pensar que a lo mejor te molesto…
—Es que a lo mejor me molestas… —me interrumpió—. No puedo estar las veinticuatro horas a tu disposición.
—No es eso lo que quiero…
—¡Vaya! Parece que ahora no tienes muy claro lo que quieres —su sarcasmo me atravesó como un puñal afilado—. ¿Sabes cuál es el problema? Que siempre lo has tenido todo, antes incluso de desearlo. Y nada es suficiente para ti. Estamos juntos, estamos bien, pero tú no te conformas. ¿Por qué te empeñas en adaptarme a tu mundo? Sal de una vez de tu burbuja. La vida no es como tú la ves.
—Yo no quiero cambiarte. Solo quiero estar contigo y sentir que tú quieres estar conmigo.
—Lo siento, Alexia, pero mi vida es bastante complicada como para que ocupes el papel protagonista. Tengo muchas historias, ¿sabes? Necesito sacar pasta para pagar la luz, el agua y todo lo demás, porque no tengo a nadie que lo haga por mí; tengo que hacerlo bien en el instituto, con el psiquiatra, con todo el mundo, para recuperar mi libertad, y encima ahora se supone que debo cumplir una serie de requisitos contigo que ni siquiera eres capaz de explicarme. Sinceramente, creo que sabes muy poco de cómo funcionan las cosas.
Me quedé en silencio, intentando ordenar mis pensamientos, mientras la rabia y la tristeza circulaban a toda velocidad por mi cuerpo.
—¿Qué quieres? ¿Que te pida perdón? ¿Que me disculpe por haber tenido una madre y un padre que me quieren, por no tener un abuelo que me haga la vida imposible, por no haber pasado dos años en un psiquiátrico? Tú no tienes la culpa de lo que te ha pasado, pero yo tampoco de que mi vida haya sido, como dices tú, «tan fácil».
Poco a poco, la sonrisa burlona desapareció de su cara. Ahora estaba serio y me escuchaba sin mirarme.
—Mira, de verdad que lo siento mucho. Daría lo que fuera por cambiarlo todo, por que tu madre y tu abuela siguieran aquí, por que nunca se hubiera quemado la casa y no hubieras terminado en ese sitio, por que las cosas fueran de otra manera… Pero no puedo, no puedo hacer nada. Todo eso ocurrió y no se puede volver atrás. Llevo mucho tiempo deseando que seas esa persona amable, dulce y cariñosa que dejas salir de vez en cuando, sin darme cuenta de que no puedo tener solo esa parte de ti, de que tú eres también ese tipo hosco y distante. Por muchas vueltas que le doy, solo tengo claras dos cosas: que me he enamorado de ti y que, sin embargo, no me vale lo que me ofreces.
Al oír mi confesión, clavó sobre mí una mirada que no supe identificar, tal vez de asombro, tal vez de tristeza…
—Creo que llevo queriéndote mucho tiempo, que desde poco después de conocerte empecé a sentir algo muy fuerte por ti, a pesar de tus bromas y tus borderías. Hice esfuerzos por distanciarme, pero fue inútil. Estoy perdidamente enamorada de ti. Me paso el día esperando verte, esperando que sea uno de esos días en que me besas y me abrazas e incluso me dices cosas bonitas, esperando que me des todo de ti… A eso sí que he aprendido: a esperar. Y estoy harta de no tener lo que quiero, de soñar y de que mis sueños no se cumplan. Así que, puestos a esperar, prefiero esperar a que se me pase lo que siento por ti. No quiero estar más contigo. Así no.
No pude retener las lágrimas por más tiempo y rompí a llorar. Tal vez no debería haberme abierto de esa manera, pero no aguantaba más, necesitaba contárselo de una vez. Aquello fue como destapar una olla a presión que lleva mucho tiempo a punto de explotar. Intenté ahogar mis sollozos hundiendo la cabeza en la almohada. Pese a mis esfuerzos, no podía dejar de soñar que él iba a acercarse, a besarme y a decirme que también estaba enamorado de mí.
El ruido de la puerta al cerrarse me devolvió como una bofetada a la realidad.