26

Álvaro. ¿Es que nunca pensaba darse por vencido?

Me estaba quedando totalmente congelada. ¿Por qué se me habría ocurrido acceder a quedar con él? Encima había perdido un guante. Genial. Caminé en círculos, frotándome las manos para tratar de entrar en calor. Era imposible. Además, estaba agotada y lo único que me apetecía era meterme en la cama con uno de mis pijamas de franela. Saqué el móvil para enviarle un mensaje y cancelar la cita pero, cuando mis manos temblorosas lograron escribir algo inteligible, vi las luces de un coche que se acercaba. Álvaro se arrimó tanto a la acera que subió media rueda en ella y, acto seguido, me hizo un gesto para que me acercara.

—Cinco minutos y me subo a casa. ¿Qué es tan importante? —le solté nada más sentarme en el asiento del copiloto.

—Tú, tú eres tan importante.

De no ser porque su modo de arrastrar las sílabas no dejaba lugar a dudas de que estaba borracho, hasta me habría conmovido.

—Álvaro, vete a casa, que ya he tenido suficiente esta noche —abrí la puerta para salir. Él me agarró el brazo y me miró suplicante. Luego, llevó su mano al volante y buscó una canción en el reproductor. Comenzó a sonar My Girl, de The Temptations.

—Álex… —oh, no. Aquella mirada, no. Estaba claro que me lo iba a poner difícil—. Eres mi chica, siempre lo he sabido y hoy estabas tan guapa en la fiesta… Estás tan guapa ahora… —me acarició la mejilla—. Te deseo como nunca he deseado a nadie.

—Ya, ya veo. Por eso estás con Laura y ni quiero saber con cuántas más —la música seguía sonando. Esa había sido nuestra canción. Aquello era un golpe bajo.

—El resto da igual. La única que me importa de verdad eres tú. La única a la que quiero, la que siempre tengo en mis pensamientos… eres tú. Aunque haga tanto tiempo, no puedo olvidar aquellos días que pasamos juntos, tu cuerpo junto al mío…

Me abrazó y buscó mis labios con los suyos. Traté de evitarle, pero no podía y quizá tampoco quería… ¿Qué estaba haciendo? Me dejé llevar. No debía… Era Álvaro, el Álvaro de Laura, aunque ahora era mío. No, no, no. Tenía que escapar. Me esforcé en traer a mi mente la imagen de mi amiga, su novia, pero sus besos me confundían.

—Vámonos a mi casa. Quiero que seas mía… —susurró.

—No, Álvaro, no.

—Si lo deseas tanto como yo.

—No, no puedo —no soné muy convincente. Siguió besándome.

—Sí puedes, no vas a dejarme así… Solo una vez más, por los viejos tiempos.

Tardé unos segundos en comprender su propuesta. Le aparté con ambas manos.

—¡No me lo puedo creer! ¡Eres un capullo! ¡Por los viejos tiempos! Vamos, que lo que tú quieres es un polvo de despedida y mañana seguir con tu vida como si nada, ¿no?

—No, no, no es eso, pero es que no puedo dejar a Laura, y tú y yo tenemos algo tan especial…

—Ya, ya lo veo. Si la idiota soy yo por no haberme dado cuenta de este juego mucho antes. Se acabó, Álvaro, olvídame.

Salí del coche dando tal portazo que retumbó en toda la calle. Caminé a toda prisa hasta casa mientras oía cómo me llamaba. Me dio igual.

***

No había podido pegar ojo en las pocas horas que estuve en la cama. No hacía más que darle vueltas a lo ocurrido. Mil imágenes se agolpaban en mi mente y barajé diversas alternativas con sus consecuencias, pero siempre llegaba a la misma conclusión: solo había un camino correcto. Como solía decir Oliver, es lo que debía hacer.

En cuanto amaneció, me di una ducha, me abrigué bien y me encaminé a la pastelería de Laura.

Aún no habían abierto al público, pero estaba segura de que la encontraría dentro trabajando. Tuve que llamar varias veces al timbre hasta que salió a abrirme. Llevaba puesta una bata blanca y un gorro le cubría todo el pelo. Tenía cara de estar muy cansada y, por un momento, dudé si era mejor seguir guardando silencio. No. Asumiría las consecuencias. Era lo que debía hacer.

—¡Buenos días! ¿Qué haces aquí tan temprano? —dijo pizpireta al tiempo que me daba dos besos—. Si te esperas dos minutos, te invito a cruasanes, que los acabamos de sacar del horno.

—Bueno, como quieras, yo… yo es que quería hablar contigo. ¿Tienes un ratito?

—Sí, ¿estás bien? Espera que aviso a mi madre.

Pasó a la trastienda y regresó quitándose la bata y el gorro. Se puso el abrigo y salimos a la calle. Intentamos ir a la cafetería que había en la siguiente manzana, pero estaba cerrada todavía. No teníamos ninguna otra opción a mano, así que, a pesar del viento gélido que se clavaba hasta los huesos, decidimos pasear.

—¿De qué querías hablar? ¿Ha ocurrido algo? Te noto seria —su tono era cordial, aunque no exento de preocupación.

—Laura, llevo mucho tiempo queriendo contarte algo y no sé si por cobardía o por qué, la verdad es que no sé la razón, pero no me he atrevido antes… Y sé que debería haberlo hecho —me miró expectante, sin decir nada—. Es sobre Álvaro.

—No, Álex, no empieces tú también como Gaby y los demás. No quiero saber nada —me sorprendió su respuesta—. Mira, quizá en algún momento haya podido tener algún desliz y, a veces, las cosas vistas desde fuera parecen lo que no son. Ahora estamos bien, bueno, más o menos. Así que no quiero más rumores ni historias. ¿Sabes? Aunque no os lo creáis, yo le quiero tal como es y creo que él a mí también.

La iba a destrozar. ¿Y si le hacía caso y no le contaba nada? Muchas veces se es más feliz en la ignorancia, pero ¿era justo? ¿Aunque ella misma me pidiera que callara? ¿En qué clase de persona me convertía si no se lo decía? Me armé de valor.

—Laura, no dudo que te quiera, pero no lo hace como tú te mereces —me hizo un gesto con la mano para que no siguiera, pero no le hice caso—. No sé cómo decirte esto, pero llevo toda la vida enamorada de Álvaro. Lo que había entre nosotros antes de que me fuera a Estados Unidos era más fuerte de lo que siempre creísteis todos. Él me dijo que me esperaría —se quedó perpleja—. Eres la primera persona a quien se lo cuento. Luego, empezasteis a salir y yo voy y me entero por tu e-mail. ¡No sabes el daño que me hizo aquello! Yo estaba a miles de kilómetros de distancia y mi amiga me estaba contando que había empezado a salir con la persona a quien yo quería… Me sentí traicionada. Cuando regresé, te tenía mucha envidia, ¡os veía tan felices! Pero luego superé ese sentimiento y me alegré de que las cosas marcharan entre vosotros. Sin embargo, él no ha dejado nunca que me apartara del todo —tampoco quería darle muchos detalles que solo le aportaran sufrimiento. Se apoyó en una pared y cerró los ojos—. En verano, cuando estabais todos de vacaciones, pasamos demasiado tiempo juntos y, un día, me dio un beso —volvió a abrirlos. Los tenía empañados—. Lo siento, de verdad que no sabes cómo lo siento. Me dijo que iba a cortar contigo, me lo ha dicho varias veces… Y sé que no es excusa, pero yo le he dicho siempre que hablara contigo, que eras mi amiga y que no era justo hacerte algo así. Y él siempre dice que lo hará, pero nunca lo hace —bajó la cabeza—. Laura, lo siento, lo siento mucho, pero se acabó. Ayer volvió a intentarlo. Estuve más cerca que nunca de caer en su trampa, pero al fin me di cuenta del tipo de persona que es y tomé la determinación de contártelo todo. No quiero que haya ningún secreto entre nosotras, no me siento bien mirándote y ocultándote cosas. No está bien. No voy a volver a ver a Álvaro nunca más, ni a cogerle el teléfono. Está fuera de mi vida, pero no quiero que tú lo estés. Eres mi amiga, una persona excepcional, y no quiero perderte y, aunque me duela, entenderé si decides no volver a dirigirme la palabra. No sabes cuánto lo siento…

Levantó la cabeza y me miró con los ojos llorosos. Vi un ligero temblor en sus labios.

—¿Os habéis acostado?

—¡No! Eso fue antes de que me fuera y de que empezarais a salir.

—Pero él lo ha intentado…

Me limité a mirar al suelo.

—No me contestes. Sé que sí. No soy tan ingenua como todos os pensáis. O quizá sí que lo sea…

—Laura —me acerqué e intenté agarrarla del brazo, pero ella se alejó como accionada por un resorte—, ódiame si quieres, me lo merezco. Solo espero que algún día me perdones.

Me volvió a mirar. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Tuve la sensación de que intentaba decir algo, pero no llegó a articular una sola palabra y salió corriendo calle arriba.

***

Regresé a casa totalmente abatida. Aunque en conciencia creía haber hecho lo correcto, me sentía fatal. Solo me consolaba que Álvaro ya no podría buscarse una nueva excusa y que, al fin, había logrado apartarlo para siempre. Me acosté un rato, pero no logré quedarme dormida. La imagen de Laura llorando me asaltaba una vez y otra. Había perdido a una de mis mejores amigas y le había hecho un daño tremendo. No sabía si me perdonaría en un futuro. Ni siquiera sabía si yo podría perdonármelo a mí misma.

Pasé el sábado dormitando, con el runrún de la televisión de fondo y solo comí algo de fruta por la tarde. Tenía tal nudo en el estómago que casi me provocaba náuseas. Ni siquiera me sentía con ánimo de responder al aluvión de mensajes y llamadas de Gaby, tan exultante que corría riesgo de acabar con todos los signos de exclamación existentes. No quería enturbiar su felicidad con mi tristeza.

El domingo aún me duraba la angustia pero, al menos, había dormido. Necesitaba hablar con alguien de lo ocurrido y sacarlo fuera. Quizá así podría ordenar las ideas, relativizarlo todo y sentirme algo mejor. Llamé a Gaby.

—¡Hola! —su voz sonaba más que pletórica. Todo lo contrario a la mía.

—Hola, ¿te pillo bien?

—Me pillas estupendamente, en las nubes, flotando. ¡Ayyyy! ¡Ha sido genial! ¿Tú qué tal? ¿Te pasa algo? Tienes voz de funeral.

—Bueno, más o menos. ¿Es para tanto?

—¡Es para más! —yo me refería a que si mi voz delataba mi ánimo, pero era evidente que Gaby se refería a otra cosa—. Estuvimos a punto de rozar el desastre pero luego todo fue de cine. Te cuento. Ya sabes que Hugo no sabía que había logrado despejar la costa completamente, así que, cuando me dejó en el portal y en vez de despedirme le invité a que subiera, se quedó de piedra. No, no voy a hacer ningún comentario soez a colación. El caso es que subimos a casa, puse música tranqui y nos empezamos a enrollar en el sofá. La cosa fue subiendo de tono y ni te cuento cómo se puso cuando me desabrochó la blusa y vio el encaje negro… Todo un éxito. Así que ahí estábamos cuando, de pronto, oigo la puerta de la entrada. Le tenía encima, pero le di tal empujón que se golpeó contra la mesa de centro. Me levanté como un muelle y cogí lo primero que pillé para taparme. Menos mal que, de milagro, aún llevaba los pantalones puestos, y salí al pasillo. Era muy improbable, pero lo primero que pensé es que se avecinaba la tragedia y que mis padres habían decidido volverse en el último momento… Y, claro, ahí estaba yo tratando de buscarme una excusa convincente que explicara qué hacía Hugo en calzoncillos. También iba rogando por el pasillo que mi maniobra de distracción fuera lo suficientemente larga como para que a él le diera tiempo de vestirse. Y te preguntarás, ¿eran mis padres? Pues no, porque entonces hoy estaría muerta o incomunicada de por vida. Era el lelo de mi hermano, que se venía con cinco amigotes y otras tantas pizzas a echar unas partidas con la consola. ¡¿Te lo puedes creer?! ¡Se había confundido de día! Le hubiese ahogado. Así que le dije que o se piraba o ya estaba tardando en devolverme los cincuenta euros. Accedieron a marcharse a casa de uno de sus colegas, pero con la Xbox. Cuando entramos en el salón a por ella, Hugo ya estaba visible, aunque descalzo. Menos mal que mi brother no deja de ser un tío y no se fija en nada. Y menos mal que no era mi madre, porque en tres segundos se habría hecho una composición de lugar que no dejaba duda alguna de lo que allí ocurría: Hugo descalzo, más rojo que una bombilla, los cojines del sofá destartalados y yo, con la cazadora de cuero cerrada hasta el cuello. Jajajaja. Era el único modo de que no se viera que no llevaba nada debajo y fue lo que pillé más a mano… No tardaron mucho en irse. ¿Me estás escuchando?

—Ajá.

—Es que como no dices nada…

—Es que como no me dejas meter baza…

—Cierto, pero, al menos, dame señales de vida. Bueno, sigo. Así que se fueron, pero ya nos habían cortado el rollo. Cerré la puerta y metí la llave para que, si se les ocurría volver, no pudieran abrir y tuvieran que llamar. El caso es que entré y nos empezamos a hacer bromas y a reír por lo ridículo de la situación y lo bobo que es mi hermano. Yo ya pensaba: se acabó la lujuria pero, de pronto, me pidió que me desabrochara despacio la cazadora y… Bueno, te ahorraré los detalles más escabrosos, pero fue genial. Y no me refiero a que surgieran fuegos artificiales ni nada de eso, porque la verdad es que entre que estábamos algo cortados, bastante torpes y nerviosos, la cosa en sí fue un poco chapuza, pero dio igual. Él estuvo cariñoso, encantador, divertido… Me moló y mucho. Y lo otro… pues ya nos saldrá mejor en otra ocasión, ¿no? Aunque no sé cuándo habrá otra oportunidad de tener el campo libre… ¡Jo! ¡Es que es tan mono!

—Me alegro mucho por vosotros, Gaby.

—Estoy requetefeliz.

—Se te nota.

—Oye, ¿y tú qué tenías que contarme?

—¿Yo? Mmmm, nada importante. Ya nos vemos mañana en el instituto.

—¿Seguro que no quieres hablar ahora?

—Seguro. Un beso grande, guapa. Hasta mañana.

Colgué. Ya había fastidiado lo suficiente a Laura como para también aguarle la fiesta a Gaby y todo en un mismo fin de semana.