A pesar de que ya no llovía, me seguía doliendo la pierna, así que mis planes iniciales de ponerme un vestido corto con tacones se fueron al traste. No me importaba demasiado. Mi ánimo era tan gris como el día y me veía gorda y fea en el espejo.
—También puedes ponerte un vestido con zapato plano —dijo Gabriela mientras examinaba detenidamente mi armario.
—Ni de broma. Tengo los gemelos demasiado gordos. Prefiero pantalones.
—¡Eres boba! Yo sí que no puedo ponerme falda corta con estos palillos —se remangó sus pantalones anchos y arqueó las piernas como si fuera un cowboy en un baile ridículo.
—¡Estás pirada! —no pude reprimir las carcajadas—. Vas guapísima. Hugo va a flipar.
Me dejé caer en la cama, desanimada. Llevaba semanas deseando que por fin llegara el día de la fiesta y ahora no tenía ganas de ir. Me incomodaba la idea de ver a Oliver y a Morgan juntos. No estaba segura de qué es lo que había pasado entre él y yo en el salón de actos, pero aun en el caso de que realmente estuviera pensando en besarme, Morgan seguía siendo su chica o, al menos, una amiga muy amiga con derecho a algo más que roce. Me vino a la mente la escena de sexo en la terraza. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar cómo él la envolvía con sus brazos y su cuerpo. Lo peor es que lo que sentía por él no solo se trataba de un deseo físico, ojalá hubiera sido así, sino de algo mucho más profundo y difícil de gestionar.
—¿Se puede saber qué te ocurre? —a Gabriela no le pasó desapercibido mi sonoro suspiro—. ¿Tanta pena por no poderte poner unos tacones? —no tenía ganas de sacarla de su error, así que me limité a responder con una media sonrisa. Se movía a tal velocidad por la habitación que parecía un ciclón. Ella era de por sí muy nerviosa, pero a mí no podía ocultarme que había algo detrás.
—Y esto de estar tan acelerada es por… —dije esperando que terminara la frase. Dejó de buscar en el armario, me miró y suspiró profundamente.
—Es que hoy me voy a acostar con Hugo —confesó mientras se desplomaba a mi lado en la cama.
—¿¡En serio!? ¡Uauuu! ¿Y eso? Estarás de los nervios, ¿no? ¿Qué dice él? —su cara era de lo más elocuente—. No tiene ni idea, ¿verdad? —deduje estupefacta.
—No. Bueno, algo se olerá, porque sabe que mis padres no están y le he insistido una y otra vez para que dijera en casa que no aparecería para dormir…
—¿Y tu hermano?
—Me ha costado lo mío, pero he conseguido que se largue. Vamos a estar completely alone —me abrazó entusiasmada—. Mira, me he comprado esto especialmente para la ocasión.
Se desvistió en un abrir y cerrar de ojos para enseñarme su precioso conjunto negro de ropa interior.
—¡Le vas a matar! ¡Estás impresionante!
—¿No es muy de loba? —preguntó, dubitativa, mirándose de un lado y de otro en el espejo.
—¡Qué va! Es superbonito. Estás ultrasexy. No me puedo imaginar su cara. Se le van a poner las rastas de punta. Lo mismo te pincha…
Tardamos un buen rato en recobrarnos del ataque de risa que nos dio al imaginarnos la escena.
—Espero que salga bien —suspiró—. Estoy pilladísima.
—Ya verás como sí. ¡Está loco por ti! —volvió a abrazarme—. Anda, ponte algo, que como venga mi madre y te vea medio desnuda entre mis brazos, a ver qué narices le decimos.
—¿Y tú? ¿Piensas ir con esos bonitos pantalones de pijama a la fiesta? A Oliver le encantarían —bromeó mientras se vestía de nuevo.
—No se iba a asustar, no creas. Con peores cosas me ha visto…
—¡Bueno! ¡Pues ya lo tengo! Te vas a poner este pantalón negro y esta blusa azul.
—No, esa no. Tiene mucho escote y se me ve el canalillo. Además, es de tirantes, y tengo los brazos muy fofos.
—Mañana, si quieres, te pones el burka, pero hoy te vistes así y no hay discusión.
No me sentía con la fuerza necesaria para oponerme. Obedecí dócilmente. Además de escogerme la ropa, se ocupó también de alisarme el pelo y de maquillarme.
—¿Ves? —me empujó hacia el espejo—. Para ser un caso perdido, no has quedado nada mal.
Tenía que reconocer que había hecho un buen trabajo, aunque de donde no hay, no se puede sacar. La blusa, al ajustarse bajo el pecho y ensancharse más abajo, disimulaba el michelín que acentuaban los ajustados pantalones. Para que no se me vieran los brazos, me puse una americana negra, pero el problema del canalillo no parecía tener solución.
—¡Déjatelo así! —me golpeó en la mano al ver que intentaba inútilmente disimular el pecho ajustándome el sujetador—. La gente se gasta una pasta para ponerse tetas y tú te empeñas en esconderlas. ¡Lo que pagaría Keira Knightley por tener tu escote!
—Si yo fuera perfecta como ella, me darían igual mis tetas.
—Mira, Álex, ¿sabes cuál es el secreto del éxito? No consiste en tener la suerte de nacer con una genética perfecta. ¿Cuántos hay así? ¡Unos pocos en todo el mundo! Lo importante es la imagen que proyectas. Tienes que ir de estrella del rock, ¿entiendes? Haz el favor de lucir esas tetas y ese culo. Hace cuarenta años, los hombres hubieran matado por ese cuerpo. ¿Crees que las cosas han cambiado tanto en ese tiempo? Los tíos siguen siendo tíos y se mueren por las curvas.
—¿De dónde te has sacado esto? ¿Del Cosmopolitan?
—No, de la MTV —respondió sin poder reprimir una sonrisa que me contagió—. De verdad que estás guapísima, Álex. Esta noche triunfas, estoy segura.
***
No aguanté ni cinco minutos con la americana. Hacía muchísimo calor en El Escondite. Nunca lo había visto tan abarrotado de gente. Por suerte, a pesar del frío que hacía fuera, habían abierto la terraza para que el aire circulara y pudieran salir los fumadores. En el escenario, Fran, Kobalsky y el dueño del local estaban arrodillados conectando los amplificadores y haciendo pruebas de sonido. Al verme, me hicieron señas para que subiera.
—¿Has visto a Oliver y a Morgan? —me preguntaron casi al unísono. Estaban visiblemente agobiados porque en unos minutos debían empezar a tocar. En mi cerebro se colaron un par de ideas poco castas de lo que podían estar haciendo juntos.
—No. Acabo de llegar —me acuclillé a su lado cruzando la mano sobre el pecho como quien no quiere la cosa en un intento por taparme.
—¿Sabes si ha venido Laura? —preguntó Kobalsky en voz más baja para que Fran no pudiera oírnos. A lo mejor lo de la blusa no era para tanto, porque ni siquiera miró de reojo.
—No he visto a nadie todavía. Pero sé positivamente que va a venir… Eso sí, con Álvaro —me incliné sobre su oído para que pudiera escucharme, aunque tuve que ayudarme de los dos brazos para no perder el equilibrio y dejé al descubierto el escote.
—¡Guau, Alexia! Estás impresionante hoy —clavó sobre mí su mirada y abrió mucho los ojos. Noté cómo la vergüenza teñía con rapidez mis mejillas. Ya no iba a volver a casa a cambiarme, así que más me valía llevarlo con dignidad.
—¡Míralos! Ahí están —exclamó Fran, a todas luces aliviado.
Oliver subió apresuradamente los peldaños del escenario seguido de Morgan. Aunque se soltaron enseguida, me dio tiempo a ver que iban de la mano. Ella vestía tan provocativa como el día de las fiestas y un buen número de chicos se habían arremolinado a su alrededor.
Oliver pasó por delante de mí sin mirarme mientras se quitaba el jersey. Algunas chicas se habían agolpado junto al escenario. Entre ellas se encontraba Carlota, que gritaba como si estuviera poseída, agitando como una loca sus mechas rosas. Cuando ya estuvieron debidamente preparados y colocados en el escenario, Fran tomó la palabra al micrófono:
—Buenas noches a todos. En primer lugar, quería daros la enhorabuena por esta gran fiesta que habéis montado. Aún no hemos echado cuentas, pero seguramente, con lo que habéis recaudado, se cubra buena parte del viaje.
Se oyeron silbidos de asombro y de alegría acompañados de un tímido aplauso.
—En segundo lugar, os diré que tengo dos noticias: una mala y otra peor. La mala es que, por desgracia para vuestros oídos, estos grandes músicos han querido que los acompañe tocando el bajo. La peor es que, a vuestro pesar, hemos sido los profesores los que hemos elegido las canciones que se van a tocar aquí —un jocoso abucheo general le interrumpió—. Como profesor de música, quería aprovechar esta oportunidad para cultivar un poco vuestro nefasto gusto musical. No se admiten peticiones. Es más, si a alguien se le ocurre pedir una canción de Justin Bieber, le suspendo. Quedáis avisados.
Una sonora pitada le impidió seguir. Cuando se hizo de nuevo el silencio, fue presentando uno a uno a los integrantes del grupo, empezando por Morgan, a la que aplaudieron y vitorearon fervientemente, y terminando por Kobalsky, que saludó con una graciosa reverencia.
Se hizo un momento de silencio y Kobalsky chocó tres veces las baquetas. Al instante, Oliver comenzó a tocar la guitarra, Morgan soltó un grito estremecedor y Kobalsky arrancó con un rápido redoble de la batería. Conocía esa canción de la lista de Spotify de Oliver. Era Baby, I Don’t Care, de un grupo de rock de los ochenta llamado Transvision Vamp, una de las pocas que podía recordar. Me encantaba. Tenía mucho ritmo, y todo el mundo se puso a pegar botes por el local. Parecían verdaderas estrellas. La música sonaba muy bien, como si fueran profesionales, y Morgan cantaba y se movía por el escenario como si llevara haciéndolo toda la vida. La química entre ella y Oliver era evidente, estaban muy compenetrados. A él se le veía disfrutar. Nunca le había visto así de exultante. Se movía siguiendo el compás y una enorme sonrisa le llenaba la cara. De tanto en tanto, Morgan se acercaba a él con movimientos sensuales e intercambiaban miradas cómplices. En un momento en que la canción decía en inglés: «puedo oír tus pensamientos y sé que me deseas», Morgan se acercó a Oliver, le atrajo hacia ella tirándole de la camiseta y le ofreció el cuello, que él simuló morder con sus blancos dientes. El público se mostraba cada vez más enfervorizado y no paraban de piropearles y proferir todo tipo de barbaridades hacia ellos.
Hacían buena pareja: guapos, sensuales y alternativos. Es fácil ser diferente cuando tienes ese físico. Y más siendo músico, porque la magia del escenario magnifica a todo el que se sube ahí arriba.
—¿Quién soy? —aunque me había tapado los ojos, no tenía dudas de que era Laura. Al volverme, me impresionó lo imponente que estaba, con una minifalda ultracorta que dejaba ver al completo sus interminables piernas.
—¡Dios, Laura! Estás espectacular.
Dolía solo de verla.
—¿Te gusta? Han sido los Reyes de Álvaro. Me lo he puesto por él —bajó la voz para que no la oyera—. A mí me parece un poco demasiado. ¿No lo voy dando todo?
—¡No seas tonta! Estás más que perfecta.
—Hola, Álex —dijo Álvaro cuando llegó hasta nosotras después de saludar a algunos antiguos alumnos de su promoción—. ¡Vaya! Estás despampanante.
No me pasó desapercibido el exhaustivo examen que le hizo a mi escote. Dudaba si volver a ponerme la chaqueta, pero es que por lo menos había treinta grados allí dentro.
—¿Y Gaby? —preguntó Laura.
—Está pidiendo con Hugo. Ahora vienen.
—Pues voy con ellos. ¿Queréis algo?
Los dos negamos con la cabeza. Cuando Laura desapareció de nuestra vista, Álvaro se acercó a mí bailando y me cogió de la cintura. En aquel momento sonaba una versión más movida de You And Me Song, de The Wannadies.
—Hace siglos que no nos vemos… —se me erizó la piel cuando me habló al oído para que pudiera escucharlo—. ¿Qué tal vas?
—Bien, como siempre —no podía evitar buscar a Laura en todas las direcciones. No quería que nos viera tan juntos.
—Yo diría que estás más que bien —replicó enarcando las cejas con picardía.
—No digas chorradas —aproveché para empujarle con suavidad y alejarme ligeramente de él—. La que está increíble es Laura. Parece una actriz.
Su gesto de contrariedad me indicó que algo pasaba.
—¿Va todo bien?
—Va como va —respondió con sequedad—. Ya te dije que lo nuestro tiene los días contados.
—No digas eso… —no estaba preparada para retomar esa conversación. No quería ni oír hablar de ello. Bastante tenía con aclarar mis sentimientos por Oliver como para que Álvaro volviera a colarse en mi vida.
—¿Y qué quieres que diga? ¿Que me va de lujo? Si te soy sincero, Álex, cuando no coincidimos, lo llevo mejor. Pero es que es verte y se me mueve todo.
Volvía a estar demasiado cerca y su mano pasaba peligrosamente la frontera en la que la espalda pierde su nombre.
—Álvaro, va a venir Laura —era casi una súplica.
—Tal vez sea lo mejor. Que venga y nos vea de una vez. Ya no aguanto más esta situación.
Me estaba tocando el culo sin ningún tapujo, mientras con la otra mano me acariciaba el cuello. Estaba tan nerviosa que pensé que me iba a salir un salpullido. Intentaba deshacerme de él con delicadeza, pero no había forma.
—De verdad que creo que las cosas no se hacen así… —de nada sirvió que pretendiera demostrar firmeza, mi voz dejó a la luz toda mi inseguridad.
—Álex, ¿no te das cuenta de que cuanto más difícil me lo pones más ganas te tengo? —me clavó sus profundos ojos avellana, acercó mi cara a la suya y me besó. Fue un beso corto, suave, casi imperceptible. Me sorprendió tanto que tuve que parpadear varias veces. Debía quitármelo de encima cuanto antes, Laura podía aparecer en cualquier momento, pero me sentía incapaz de reaccionar. Lo único que tenía claro es que no reconocía a la persona que tenía delante. O tal vez llevaba todo este tiempo ciega y la cara que ahora veía de Álvaro, la que Gaby llevaba años y años intentando mostrarme, era la verdadera, y todo lo demás no había sido más que un espejismo fruto de mis sentimientos y de sus grandes cualidades de actor. Iba a besarme de nuevo cuando alguien se me lanzó encima en un fuerte abrazo y le apartó bruscamente de mí.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —aunque me miraba enfadada, agradecí al cielo y a todos los astros que Gabriela hubiera aparecido en ese momento. Álvaro se volvió para increparla, pero detrás de Hugo apareció Laura y reculó.
—Te juro que yo no he hecho nada —aún no había asumido del todo que Álvaro me hubiera besado a la vista de todo el mundo.
—Pues ni se te ocurra separarte de mí en lo que queda de noche…
Asentí dócilmente y me giré para mirar de reojo a Álvaro, que de un sorbo se bebió medio vaso de Laura.
Poco a poco, volví a tomar conciencia del concierto. Para haberlas elegido los profes, las canciones no estaban mal: Al amanecer, de Fresones Rebeldes; This is the Life, de Amy MacDonald; Should I Stay or Should I Go, de The Clash…
Gaby pegaba botes sin despegarse de mí. Aunque no lograba olvidarme de lo que había sucedido con Álvaro, conseguí meterme en la música y disfrutar.
Con cada canción, aumentaba la energía entre Morgan y Oliver. Era absurdo enamorarse de él. Ella era su chica ideal, no había más que verlos. Seguro que tenían alguna conexión especial de esas de las que hablaba la tía Beatriz. ¿Por qué me empeñaba en enamorarme de gente difícil? ¿Por qué no podía fijarme en un chico majo que no estuviera con nadie? Como si hubiera escuchado mis pensamientos, Charlie se acercó hasta mí con su sonrisa de duende.
—Estás guapísima, Álex —agradecí el cumplido. Sabía que lo decía por ser amable, pero a todos nos gusta escuchar cosas bonitas.
—¡No te había visto! ¿Dónde andabas?
—En primera fila, babeando por esa rubia, que me tiene loco —respondió señalando al escenario. En ese momento, Oliver y Morgan cantaban juntos al micrófono a dos milímetros el uno del otro.
—¡Vaya! —es lo único que acerté a decir, aunque sonó como si le diera el pésame. Era una pena toparse con otro insensato que se pillaba por quien no debía.
—¿Tú también piensas que es mucha chica para mí?
—¡No, claro que no! Es solo que… bueno, como verás, parece que se te han adelantado —aclaré, volviendo la mirada a Oliver.
—Reconozco que él está mucho más bueno, pero chistes como los míos seguro que no cuenta.
—No —admití riendo—. De hecho, no tiene demasiado sentido del humor.
—¡Pues eso es lo principal! Te digo yo que a esa rubia se la conquista haciéndola reír y con una cena romántica en un sitio bonito. Y si no, al tiempo. Que la tengo ya ahí, ahí…
Desde luego el chaval tenía moral. Hacía bien en no tirar la toalla.
—Bueno, chicos —dijo Fran al micrófono—. Por nuestra parte, esto toca a su fin. Para terminar, dedicamos esta canción, The Reason, de Hoobastank, a todos los enamorados que alguna vez habéis metido la pata. ¡Por las segundas oportunidades! Al micrófono, ¡Oliver Sandoval!
Las chicas prorrumpieron en aplausos y silbidos al ver que Oliver se situaba en la parte principal del escenario y comenzaba a cantar. ¿Cómo podía tener ese magnetismo? Era para derretirse. Y no solo lo pensaba yo, sino que todas las chicas estábamos ensimismadas. Hasta la Miss, que estaba fuera fumándose un cigarro con Izquierdo, se olvidó de disimular y se quedó mirándole con la boca abierta.
Me estremecí al oírle decir cosas como «la razón para empezar de nuevo eres tú» o «quiero ser el que seque todas tus lágrimas» con su preciosa voz. Cantaba con tanta emoción que parecía que lo sintiera de verdad. Por un momento soñé que era a mí a quien dirigía esas palabras. Imaginé que no había nadie más en el bar, que estábamos solos y él se declaraba de ese modo. Pero no tenía sentido pensar esas cosas. Esa canción la habría elegido Fran, como las otras, y en caso de ir dedicada a alguien, sería para Morgan y no para mí. Ella ya había bajado del escenario y avanzaba entre la gente. Los chicos se agrupaban en torno a ella e intentaban darle conversación o invitarla a alguna copa, pero ella los ignoraba. Venía en mi dirección. Sin embargo, se detuvo al encontrarse con Charlie y se puso a hablar animadamente con él. Aunque estaba lejos, pude ver cómo Álvaro se acercaba a ellos, sacaba todos sus encantos y le brindaba su mejor sonrisa. No tenía remedio.
Oliver terminó de cantar The Reason y la música del DJ sustituyó a la del concierto. Eran las doce, la hora pactada para que los estudiantes más pequeños volvieran a casa y yo tenía que estar con ellos hasta que sus padres vinieran a buscarlos.
***
La noche era muy fría. Se me estaban quedando las manos y los pies helados. Era Gabriela la que debería estar allí o, al menos, haberme acompañado, pero nada más terminar el concierto se había ido a vivir su gran noche de amor. No pude evitar sonreír pensando en las rastas electrizadas de Hugo al verla con su sensual conjunto.
Álvaro y Laura salieron de El Escondite agarrados de la mano. Ella no pasó inadvertida entre los que se congregaban fuera, que se volvieron para devorarla con la mirada.
—¿Ya os vais? —no me hacía ninguna gracia quedarme sola.
—Solo voy a acompañarla a casa. Ahora vuelvo. Laurita, a ti no te importa, ¿no? —preguntó inocente y mimoso. Era una actuación digna de un Oscar. Como si le importase mucho lo que Laura pensara…
—¡Claro que no! Lo que siento es no poder quedarme yo más rato, pero mañana tengo que estar a las ocho en la panadería. De mayor voy a ser funcionaria. Recordádmelo, por favor. No me dejéis nunca tener una tienda.
—¡Qué pena que tengas que irte! Pensé que estaríamos las tres para tomarnos una ronda de chupitos, y Gaby y tú desaparecéis…
—Eso queda pendiente. Te juro que cuando terminemos la PAU le dan por ahí a la panadería, a mi padre y a todo el mundo, y nos vamos a celebrarlo por todo lo alto las tres… —se despidió de mí con un fuerte abrazo. Después de lo que había pasado, no quería darle dos besos a Álvaro, pero no tenía modo de evitarlo sin que Laura sospechara algo.
—Ahora te veo —no me gustó nada su sonrisa maliciosa.
—Yo también me voy a ir a casa en cuanto termine aquí —ni mucho menos era esa mi intención, pero no quería que volviera a buscarme.
Me miró fijamente a los ojos, como buscando una doble interpretación a mis palabras, pero en ese momento llegó el padre de otro alumno y me alejé para recibirle.
Cuando el último se fue, había pasado casi hora y media. Los profesores, incluido Fran, también se habían marchado. Entré de nuevo muerta de frío. Habían bajado mucho las luces y era difícil distinguir a nadie. Lo que un rato antes era una fiesta de lo más animada se había convertido en un desfile de parejas. Me acerqué hasta el centro del pub intentando encontrar a Charlie. Al pasar por la zona de los baños, vi a Morgan. Se estaba besando con alguien que no alcanzaba a identificar y di por hecho que se trataba de Oliver. No pude resistir la tentación de mirar y casi me caigo de la sorpresa al descubrir que era Charlie. Aun a riesgo de ser descubierta, me aproximé más para comprobar que lo que veían mis ojos era real, porque mi mente no acertaba a creérselo. Sí, no había duda, era él. ¡Lo había conseguido! Jamás habría apostado por ello.
Volví hasta la barra central, aún perpleja. Supuse que Oliver se habría ido ya, dado que ella se estaba enrollando con otro. Estaba lista si pensaba que no se iba a enterar. Al fin y al cabo, estábamos en una fiesta de instituto y Morgan, a esas alturas, era como Rihanna. Todos querrían estar con ella, así que iba a correr como la pólvora que Charlie había sido el afortunado.
Mi único recurso era Kobalsky. Con un poco de suerte aún andaría por allí. Me repateaba tener que volver a casa tan pronto después de tanto preparativo y tanto «acontecimiento del año», así que, a pesar de los cinco grados que debía de haber fuera, decidí salir a la terraza a buscarle.
—Pensé que te habías ido —no era necesario volverme para saber que la voz que se dirigió a mí tras cruzar la puerta era la de Oliver.
—¿Qué haces aquí? —pregunté angustiada al pensar que podía encontrarse con Morgan y Charlie. Me senté junto a él en el pequeño escalón que separaba la terraza del interior.
—No puedo ir a mi casa. Hoy duermo en la de Morgan, pero está… ocupada —imaginé que su abuelo había vuelto y que, por tanto, él tenía que permanecer fuera. No entendía cómo pretendía aún dormir en casa de Morgan, porque era evidente que sabía lo que estaba pasando dentro.
—¿A ti no te importa? —me sorprendía su indiferencia.
—¿El qué?
—Que Morgan esté con… —no me atreví a terminar la frase. No estaba segura de que él anduviera al corriente de todo y no quería meter la pata.
—¿Que esté con Charlie? No. ¿Por qué iba a importarme?
—Bueno… tú y ella… pensé…
—Somos amigos, solo eso.
Mi cara de incredulidad debía de ser muy elocuente, porque sin que yo dijera nada añadió:
—No me mires así. Claro que de vez en cuando nos liamos. Es inevitable, ¿no?
¡Aleluya! ¡Por fin se dignaba a reconocerlo!
—Y, por supuesto, a ti te da exactamente igual que se enrolle con otro —dije con ironía. Estaba segura de la respuesta.
—Por supuesto —respondió con naturalidad, como si aquello fuera lo más normal del mundo.
—Pues me vas a perdonar, pero no te creo.
Sonrió divertido, pero no intentó convencerme.
—¿Y me puedes explicar cómo vas a dormir en su casa con este panorama?
—Bueno, siempre puedo pasar la noche en el coche…
No parecía muy entusiasmado con la idea. Por un momento pensé en invitarle a la mía. Si echaba el cerrojo, mi madre no se enteraría y… ¡Qué estupidez! Se daría cuenta enseguida por el más mínimo detalle: a lo mejor el techo se abombaba una millonésima parte de milímetro por el peso de los dos o detectaba un olor que no le resultaba familiar desde el cuarto o encontraba un pelo desconocido, como hacen los de CSI. No sé cuáles eran sus tácticas, pero resultaban infalibles.
—A lo mejor se van a casa de Charlie —la idea pareció animarle.
—Ojalá, porque estoy muy cansado y es horroroso dormir en el coche.
—¿Lo dices por experiencia?
—Sííí… —abrió mucho los ojos, como dando a entender que había ocurrido muchas veces antes.
Desde luego, la temperatura invitaba a pasar la noche a cubierto y con una buena calefacción. Él parecía llevar estupendamente el hecho de tener que marcharse de su casa de tanto en tanto, pero a mí me parecía muy triste.
—Ol… —me di cuenta inmediatamente de que no le gustaba que le llamara así, pero ya era tarde—. ¿Por qué no puedes volver a casa? ¿No podrías arreglar las cosas con tu abuelo?
Sus músculos se crisparon y se le petrificó la mirada. Me acordé del primer día que comió con Gaby y conmigo en mi casa. Ahora le conocía mucho más y ya no le tenía miedo. Tal vez no fuera asunto mío, pero los amigos están para decirse las cosas: las que gustan y las que no. Como no parecía tener intención de responderme, insistí.
—Mira, sé que no te gusta que se metan en tu vida. Y no voy a hacerlo más. Pero el otro día dijiste que me envidiabas por tener una familia. ¿Sabes lo que se hace en las familias? Hablar. O por lo menos intentarlo.
Me miró con dureza, aunque poco a poco sus ojos se fueron ablandando.
—Lo he intentado, pero no hay nada que hacer —respondió al cabo de un rato.
—Pero ¿por qué? ¿Le has explicado que tú no quemaste la casa?
—Eso aún no lo sé…
—¡Claro que sí! Tal vez no te acuerdes del todo, pero sabes que tú no fuiste. Y yo también lo sé…
Estaba completamente segura. Le conocía bien, más por sus silencios que por su elocuencia, y era consciente de sus muchos defectos, pero también de que una especie de fuerza terrenal le aferraba a la vida y le hacía ponerse en pie cada mañana. Nunca habría intentado suicidarse. No tenía la más mínima duda.
—No es solo eso… Hay mucho más.
—Sea como sea, ojalá pudieras arreglarlo.
La pierna me dolía por el frío y la postura, así que me levanté y fui hasta la barandilla. A pesar de la oscuridad de la noche, el cielo se había vuelto blanquecino, como si se preparara para nevar. Se acercó para apoyarse a mi lado. Parecíamos dos fumadores empedernidos por el vaho que salía de nuestro cuerpo.
—Lo he intentado muchas veces… —su voz era tan queda que aquello parecía una confesión—. Pero él me echa la culpa de todo: del incendio, de la muerte de mi madre, de la de mi abuela, de cada uno de sus fracasos… Nunca me va a aceptar.
—¿Por qué? —no podía entenderlo. Era tremendamente injusto.
—Mírame. ¡Soy medio negro! Partiendo de ahí, no hay nada que pueda hacer.
Tuve que pestañear varias veces hasta que los pensamientos se ordenaron en mi cerebro.
—¿Me estás diciendo que su problema es por tu piel?
—Ese es uno de ellos. Me echa la culpa de que mi madre se quedara embarazada siendo tan joven. De que, después de morir, mi abuela se ocupara de mí y me cuidara como a su propio hijo. Cuando ella murió, se volvió loco. Reconozco que tampoco se lo he puesto nunca fácil, pero ya ni siquiera soporta que estemos en la misma habitación más de cinco minutos.
—No puede ser tan, tan malo. A lo mejor te has olvidado de lo bueno…
Se quedó pensativo.
—La verdad es que no siempre ha sido así. Recuerdo que, cuando era pequeño, alguna vez me llevó a montar a unos caballitos. No sé dónde estaban… Y luego me compraba chucherías en un puesto que había al lado —sonrió—. Supongo que, con todo lo que ocurrió después, se le fue la pinza. Además, podía haber pasado por completo de mí y no lo hizo. Le di muchos motivos, porque nunca me he portado demasiado bien ni les he puesto las cosas fáciles a los demás, y con todo aceptó ser mi tutor… Tienes razón, quizá no sea tan malo. Quizá en sus circunstancias yo hubiera hecho lo mismo…
—¿Y por qué viene y no se queda en su casa?
—Vive fuera de Madrid, no tiene casa aquí, y se supone que yo estoy a su cargo. De vez en cuando tiene que hablar con el trabajador social y hacer algunos trámites…
—¡Ol, estás aquí! —interrumpió una voz cantarina. Los dos nos volvimos a un tiempo. Allí estaban Morgan y Charlie. No tuve valor para sacar el móvil y hacerle una foto, pero no era para menos, ¡estaba pletórico! La sonrisa se le salía de la cara, como si fuera un personaje de cómic—. Alexia, ¿cómo estás, guapa? —me plantó dos de sus sonoros besos—. ¿Has visto el concierto? ¿Qué te ha parecido?
—Me ha encantado. Ha sido espectacular. No me imaginaba que tuvieras esa voz.
—¡Ja! No lo dirás por el gallo que se me ha escapado nada más empezar. ¡Menos mal que con la batería se disimuló un poco! —Charlie observaba embobado cómo gesticulaba. Le entendía perfectamente: tenía una cara tan bonita, que todos aquellos gestos la hacían adorable.
—Te aseguro que no se ha notado nada. De verdad que me he quedado impresionada.
—Pues aquí tu amigo me ha echado una mirada… —golpeó a Oliver suavemente en el brazo, que se limitó a encogerse de hombros—. Bueno, que nos vamos a casa de Charlie y venía a dejarte las llaves.
Oliver sonrió y me guiñó un ojo cómplice sin que Morgan nos viera.
—Las sábanas son limpias, pero se me ha olvidado dejarte una toalla en el baño. La coges del armario del pasillo. Como sabía que venías, he comprado Cola-Cao con pepitas y palmeritas de chocolate para que desayunes. Y Mariona ya sabe que duermes allí, acabo de enviarle un whatsapp. Haz el favor de no pasearte en bolas como siempre, que la última vez casi se muere de la impresión. Y porfa, mañana no te olvides de mirar si Sting tiene agua y comida. El pienso está en el tendedero, ¿vale? Y no cierres la puerta de la habitación, que ya sabes que se pone muy pesado y no deja de maullar en toda la noche, y luego me echan la charla los vecinos —Oliver asentía con la cabeza paciente mientras hacía girar el llavero sobre su dedo. Yo no podía procesar más allá de que iba desnudo por la casa—. Pues eso. Me llamas de todos modos con cualquier cosa. ¡Qué tonterías digo! ¿¡Te vas a dignar tú a coger el teléfono!? Ya puede salir la casa ardiendo, que antes me llaman los bomberos que tú. En fin… que te veo mañana.
¡Qué forma de sobrarse! Estaba claro que entre ambos tenían muchísima confianza. Le tiró de la camiseta hacia abajo para que se pusiera a su altura y le dio un fuerte beso en la mejilla. También a mí me dio otro.
—Pasadlo bien —dije cuando nos dieron la espalda para irse.
—¡Lo mismo digo! —respondió Charlie mientras le pasaba el brazo a Morgan por encima de los hombros. Ella le agarró de la cintura y le besó en los labios. Miré a Oliver de reojo, pero no percibí ninguna reacción. ¿Sería posible que de verdad le diera igual?
—No te cuida nada mal Morgan, ¿eh?
—Nada mal —admitió con una sonrisa pícara—. La verdad es que no puedo quejarme.
—No lo comprendo. Es guapa, es encantadora, os gustan las mismas cosas… ¿por qué no estáis juntos? ¡Es perfecta para ti!
—Estamos bien como estamos. ¿Para qué vamos a cambiar?
—Pues… no sé, supongo que cuando quieres a alguien lo quieres solo para ti y no te gusta compartirlo con otro.
—Mi forma de querer no es así. Ella no tiene que darme cuentas de nada. ¿Qué sentido tendría que le reprochara que esté con Charlie si es lo que quiere hacer?
—A lo mejor está con él porque no puede estar contigo… —no encontraba otra explicación. Charlie podía ser muy majo y no dudaba de sus encantos, pero no había más que mirar a Morgan para darse cuenta de que Oliver ocupaba el puesto más alto en su vida y era mucho más que un amigo.
Oliver se quedó en silencio, absorto en sus pensamientos, como si nunca antes hubiera sopesado esa posibilidad.
—No —respondió finalmente—. No es eso.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque ella ya se había fijado en él desde hace algún tiempo… Sabía que no iba a parar hasta conseguirlo. Ella es así, nunca se rinde… —sonrió, como si se tratara de una broma privada—. Morgan es una persona muy especial en mi vida, pero no somos más que amigos. Ella hace su vida con quien quiere y yo hago la mía.
—¿Y con quién quieres tú hacer tu vida? —aunque intenté reflejar seguridad, no pude evitar que me temblara la voz. Él me miró serio.
—Con nadie. Solo sueño con salir de aquí, con irme lejos y no volver jamás.
La punzada fue profunda. Sabía de antemano que yo no entraba en sus planes, pero no por eso dolió menos al oírlo de su boca.
—¿Y dónde piensas irte?
—No lo sé, lejos. A un lugar tranquilo, donde no haya prisas y la gente no me presione… En uno de estos programas de españoles que viven fuera, salió una vez Tahití y me encantaron sus playas de arena blanca y la tranquilidad que desprendía toda aquella gente. Tal vez empiece por ahí… Llevo mucho tiempo como un animal enjaulado, sin poder moverme con libertad, teniendo que rendir cuentas… Pero, con un poco de suerte, en unos meses todo eso se acabará y recuperaré mi vida. Si todo sale bien, no pienso quedarme ni un segundo de más. Esto me ahoga y necesito tomar aire. No puedo escapar si algo me ata, ¿entiendes?
Asentí triste. Solo hacía unos meses que le conocía, pero ahora no podía imaginarme la vida sin él.
—Además, los amigos están ahí independientemente de la distancia que los separe, ¿no? Morgan siempre seguirá a mi lado, esté donde esté. No necesito nada más de ella…
Los dos teníamos la mirada perdida en la noche. Por un momento, las nubes abrieron un pequeño claro hasta dejar ver la luna, que un instante después volvió a quedar oculta. Hacía frío. No tenía sentido seguir allí por más tiempo, pero no podía separarme de él. Nunca he comprendido qué hace que las personas seamos tan masoquistas; por qué nos empeñamos en sufrir por nuestros sentimientos cuando la razón nos dicta el camino correcto.
—También puedes contar conmigo —tal vez sonara cursi e infantil, pero quería que supiera que, por encima de todas las cosas, tenía en mí a una amiga. Le acaricié la mano para refrendar mis palabras. Me sorprendió el calor que desprendía, porque la mía parecía un témpano de hielo. Era tan agradable sentir su contacto que de repente el frío había dejado de importarme.
—Manos de nieve… —lo dijo tan bajo que apenas llegué a oírle. Para mi sorpresa, no retiró la mano—. ¿Y cuáles son tus planes? ¿Qué piensas hacer?
—Pues lo que todo el mundo: estudiaré la carrera, intentaré encontrar trabajo y, como no encontraré nada, me tocará hacer miles de cursos, másteres… En fin, lo normal.
—¿Es eso lo que quieres?
¡Por supuesto que no! Estaba harta de ser tan normal, de que todo en mi vida transcurriera por los cauces preestablecidos, pero ¿qué iba a decirle? ¿Que me encantaría acompañarle a ese país del que nunca antes había oído hablar? ¿Que me encantaría vivir con él en una cabaña de paja y hacer el amor en una paradisiaca playa de arena blanca hasta el amanecer?
—Supongo que sí —respondí finalmente encogiéndome de hombros.
—Estás helada y yo estoy matadísimo —dijo reprimiendo un bostezo—. Si quieres, te acompaño a casa.
Asentí sin muchas ganas, porque a pesar de estar al borde de la congelación no quería separarme de él.
Salimos hacia nuestra urbanización. Las calles estaban tan solitarias y oscuras que me habría dado miedo volver sola. Caminamos en silencio, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos.
—Te agradezco muchísimo que me hayas acompañado —dije al girar la esquina que daba ya a nuestro portal.
—Espera —exclamó en voz baja mientras cruzaba el brazo delante de mí para impedirme el paso.
—¿Qué pasa? —pregunté alarmada.
—Hay alguien saliendo de la urba. No puedo verlo bien desde aquí, pero me ha venido un fogonazo.
Su cara reflejaba sus esfuerzos por recordar. Me asomé con cuidado. Había un hombre consultando su móvil frente a la puerta, y la luz iluminaba parcialmente su cara. Aunque no podía reconocerle entre las sombras, algo en él me resultaba vagamente familiar.
—El caso es que me suena, pero no sé de qué.
Oliver se pegó a mí para poder ver. Me gustó cómo olía. Otra vez imaginé el torrente de feromonas campando a sus anchas por mi cuerpo. Así no había nada que hacer.
—Vamos a esperar a que se vaya, no me da buen rollo.
El hombre comenzó a hablar por teléfono, pero, a pesar de agudizar el oído, solo llegaba hasta nosotros un rumor ininteligible. De tanto en tanto, levantaba la cabeza para mirar a alguna de las ventanas. Se paseaba nerviosamente arriba y abajo. Su agitación fue en aumento, hasta que por fin colgó de golpe, se subió a un coche y se fue.
—Debe de ser un vecino —aventuré al no conseguir recordar de qué le conocía.
—No lo sé… —respondió él mirando hacia su casa. Como era de esperar, no había luz en ninguna ventana de la urbanización. Al fin y al cabo, eran más de las tres.
Me acompañó hasta la puerta de la verja, esperó a que entrara y se fue en dirección a su viejo coche, que permanecía aparcado en la acera de enfrente. Me quedé observando sus rítmicos movimientos al andar. En no sé qué película decían que si alguien se vuelve mientras se aleja es porque siente algo. Por supuesto, él no lo hizo.
Nada más llegar al portal, sentí vibrar mi móvil. Lo saqué con curiosidad del bolso. No era capaz de imaginarme quién podría ser a esas horas.