14

—¿Qué tal el día? ¿Muy aburrida?

Mi madre había subido a verme sin quitarse el abrigo siquiera.

—Pues la verdad es que no. He estado leyendo y viendo una peli. Y estudiando, claro.

Había sido un día mucho más que entretenido con Oliver. Cada vez estaba más a gusto con él, pero dudaba que a mi madre le pareciera buena idea que un chico se colara en mi habitación casi todas las mañanas.

—Me he cruzado en la calle con el vecino. ¿Sabes algo de él?

¡Alucinante! ¿Qué clase de poderes tenía mi madre para meterse en mi mente? ¿Sería una pregunta trampa? Tal vez, con alguno de sus recursos secretos, había averiguado que pasábamos la mayor parte de las mañanas juntos. No me extrañaría que hasta hubiera puesto alguna cámara oculta en mi habitación. La estudié detenidamente, pero ni su voz ni sus gestos dejaban ver que fuera con segundas.

—Me extrañó que no se pasara por el hospital después de lo bien que se portó contigo…

—Sí, he hablado algún día con él. Va al instituto —me limité a decir hasta ver por dónde discurría la conversación.

—La verdad es que parece un buen chico, aunque tímido. Yo no le hubiera dejado hacerse tantos tatuajes si fuera mi hijo, y eso que tengo que reconocer que no le quedan mal del todo… ¡Con lo mono que era de pequeño y esa piel tan preciosa que tenía!

—¿Le conoces? —pregunté sorprendida.

—¡Claro! ¿No te acuerdas? Vivían aquí hace muchos años. Tú eras muy pequeña. Yo creo que tu padre todavía estaba en casa —respondió mientras se paseaba por la habitación recogiendo los restos de la comida y todo aquello que infringía su maniático sentido del orden—. No sé dónde habrán estado todos estos años… A la que no he visto es a su madre. Aunque a lo mejor me he cruzado con ella y no la he reconocido. Como hace tanto tiempo…

—Creo que su madre murió. Ahora vive solo. Bueno, su abuelo viene de vez en cuando.

—¿En serio? ¡Qué pena! Era una chica preciosa. Debió de quedarse embarazada de penalti, porque era muy jovencita.

¿Por qué siempre que salía el temita de los embarazos me traspasaba con esa mirada acusadora? No tenía de qué preocuparse. En los últimos tiempos mi vida sexual se reducía al pico que me había dado Álvaro en verano… Además, bien que se encargaba de mirar el calendario donde yo apuntaba todos los meses el día que me venía la regla y de controlar que el paquete de doce preservativos que me había dado Eduardo siguiera cerrado y precintado en el cajón. Inolvidable el día que, molesta por que hurgara en mis cosas, se me ocurrió cambiarlo de sitio. ¡En qué hora! Casi le da algo.

—Era muy rubia, casi albina. Chocaba ver al crío tan moreno y, a la vez, tan parecido a ella. La verdad es que sigue siendo muy guapo, ¿no? —dijo en ese tonito que odiaba mientras me guiñaba un ojo y me lanzaba una sonrisa cómplice.

—Yo no sé dónde le veis tú y Gaby la guapura. Además, está con Morgan —error, error. Debí morderme la lengua.

—Bueno, quizá no sea tu tipo, pero guapo es. ¿Con qué Morgan? ¿Es gay?

¿Gay? Tenía que haber visto la escenita de la terraza… Por un momento pensé en no sacarla de su error. Así, si descubría que pasábamos las mañanas juntos, no se preocuparía inútilmente.

—Morgan es la chica que canta en su grupo —no me atreví a mentir.

—¡Ah! Así que tiene un grupo… No me sorprende. Le pega todo con esas pintas.

—¿Qué tal el trabajo? —interrumpí. Mejor pasar a otro tema cuanto antes.

—Bien, cariño, con los líos de siempre. Por cierto, tu padre me ha dicho que pasará mañana a verte. Oye, creo que deberíamos tener un detallito con este chico —y yo que pensaba que ya habíamos cambiado de tema…

—¿Qué quieres regalarle, mamá?

—No sé, algo. Entérate de qué le puede gustar. Es lo menos.

—Es que no tengo ni idea. No lo conozco casi… —me lanzó una mirada de reprobación—. Vaaaaaleee. Me enteraré.

***

Oliver, que nunca me informaba de sus planes, en esta ocasión me contó que había quedado con su tío Rubén. Me vino bien dedicar todo el día a estudiar y me cundió bastante. Estuve empollando hasta las siete más o menos, la hora a la que solían venir Laura y Gabriela. Oí el timbre y sus pasos subiendo la escalera, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, al abrir la puerta de la habitación, vi que no venían solas.

—Hola. ¿Qué tal estás? Laurita me ha estado informando de tu evolución…

¡No me lo podía creer! Lo último que esperaba es que Álvaro se presentara en casa. No estaba preparada.

—Ho… Hola —me quedé rígida mientras me daba dos besos. A pesar de que tenía la respiración contenida, pude oler perfectamente ese perfume que me gustaba tanto—. Estoy bien, gracias.

Me senté en el borde de la cama para tomar aliento. No tenía sentido estar tan nerviosa. No podía pasar nada con Laura y Gabriela allí.

—Me alegro. Te veo muy bien. Estás guapísima —deslizó lentamente su mirada sobre mi cuerpo. No puede evitar sonrojarme. Un ratito antes de que se presentaran había descubierto con horror que, después de tanto tiempo sin apenas moverme, todas las camisetas parecían haber encogido una talla—. Te mandé un mensaje hace unos días, pero quizá no te funciona el móvil.

—Sí, sí que funciona —contesté sin apenas mirarle mientras cruzaba los brazos en un intento de disimular el pecho—. Es que en ese momento estaba ocupada y luego se me pasó.

Por suerte, Gabriela salió en mi auxilio.

—Te hemos traído los apuntes y unos cruasanes de la pastelería de Laurita y, como no los cojas ya, me los como yo sola.

Colocó la bandeja sobre el escritorio y le quitó el envoltorio. Por muy ricos que estuvieran esos bollos, no quería verlos ni de lejos. Más me valía empezar a controlarme si aspiraba a volver a pisar la calle sin tener que comprarme un fondo de armario nuevo.

—¿Qué tal lo llevas? —preguntó Laura señalando las hojas llenas de operaciones y la calculadora que estaban en mi escritorio—. Veníamos hablando en el coche de que, si tienes alguna duda de Mates o Física, Álvaro te puede echar una mano, ¿verdad?

Él asintió al tiempo que Gaby casi suelta una carcajada que, afortunadamente, ahogó el cruasán que se había metido entero en la boca.

—Déjalo, Laurita. No le des más trabajo, que bastante ocupado está con sus «líos» —hizo una pausa—. ¿No?

—Seguro que puedo encontrar algún hueco —sentí que me desnudaba al clavar sobre mí su mirada.

—Gracias —contesté con una sonrisa forzada. Menos mal que Laura era como era, porque el ambiente se podía cortar con cuchillo—. De momento, me apaño. ¿Qué tal por el insti?

—Más o menos igual —Gabriela tenía la boca llena y casi no se le entendía—. La única novedad es que esta mañana han aparecido un montón de pintadas de spray en la fachada y han roto las canastas de baloncesto. Ha sido la panda esa de macarras del pueblo.

—Eso no se sabe. No puedes acusar a alguien sin pruebas —intercedió Laura.

—Han sido ellos. Al parecer hay una cámara junto a la puerta principal y uno de ellos, el que siempre lleva la cazadora blanca, está en la cinta.

—¿Me puedes decir cómo eres capaz de saber esas cosas? —me dejaba estupefacta. Otra Jason Bourne como mi madre.

—Yo me entero de TODO —hizo hincapié en el «todo» al tiempo que le lanzaba una mirada a Álvaro. Él bajó la cabeza, como si no hubiera pillado la indirecta, pero yo estaba segura de que sí.

—Pues anda que no hay gente en vuestro instituto como para sospechar. También ha podido ser el pintas de tu vecino, con el currículum que tiene… —noté cierta inquina en el tono de Álvaro.

—¡Eh! Al vecino ni me lo toques —amenazó Gaby—, que, aparte de lo macizo que está, ganó mogollón de puntos con lo del accidente de Álex. Además, ha venido a visitarla varias veces. Es todo un caballero, aunque conmigo espero que deje de serlo…

A Álvaro se le mudó el gesto.

—¿Estás diciendo que ese, ese… que le has dejado entrar en tu casa?

—Baja la voz —respondí con firmeza. Me sentí más segura al comprobar que, pasada la sorpresa inicial, podía dirigirme a él casi con total normalidad—. Claro que le he dejado entrar. Es bastante majete y, si no llega a ser por él, lo mismo no estaba aquí hoy.

—¿Insinúas que el que te haya ayudado lo convierte en buen tipo? ¡Cualquiera habría hecho lo mismo! Ese tío es peligroso. Además de quemar su casa, ha estado metido en rollos chungos. Yo no le dejaría entrar tan alegremente, Álex. Ten cuidado.

Tenía que reconocer que, a pesar de que me sentía cien por cien segura con Oliver, me hacía ilusión que Álvaro se preocupara por mí.

—Pues no te creas, que muchas veces son peores los que parecen no haber roto un plato. ¿No estás de acuerdo, Laura? —apostilló Gabriela.

—Mmmm. Sí, es cierto. A veces no sabes de quién fiarte… Pero en este caso le doy la razón a Alvarito. Con esos antecedentes, deberías andarte con ojo.

—Me alegro de que estés conmigo, Laura, porque tú siempre piensas que todo el mundo es bueno y no es así —dijo Álvaro.

—Por supuesto que no es así. Debería ser más desconfiada —sentenció Gaby lanzándole una mirada acusatoria.

Y yo que me esperaba una tarde tranquila… Gaby en su línea, Álvaro de morros y Laura en la parra. Ni siquiera podía salir corriendo. Afortunadamente, la providencial aparición de mi madre acabó con ese suplicio.

—Chicos, siento echaros, pero vamos a cenar. Mañana tenemos médico muy temprano. Gracias por venir.

Me despedí de los tres. Álvaro aprovechó los dos besos de rigor para murmurar en mi oído: «Te llamaré. Cógeme el teléfono, por favor». Ese susurro se me clavó en el alma. Casi parecía una súplica. Provocó que mi coraza volviera a tambalearse. Además, desde un punto de vista práctico, no podía pasarme la vida tratando de evitarle. Era el novio de Laura y, cuanto antes normalizara la situación, mejor. Pero ¿por qué tenía esa habilidad para descolocarme tanto?

***

No tuve que esperar mucho para hablar con él. Esa misma noche, cuando ya estaba leyendo en la cama, recibí un whatsapp en el que me preguntaba si estaba despierta para llamarme. No tenía sentido aplazarlo más. De hecho, si era completamente sincera, el motivo por el que venía dilatando la conversación era yo y no él: en cierto modo, me daba pena terminar con cualquier posibilidad de que pudiéramos estar juntos. Gaby tenía parte de razón y Álvaro era bastante interesado y caprichoso en ocasiones, pero ella no conocía su mejor cara. Yo sí, y por eso me gustaba. Álvaro era capaz de hacerme sentir única y especial, bonita y atractiva. Cuando estaba con él era como si el mundo no existiera y lo único importante fuera yo. Era detallista y caballeroso: me sujetaba la puerta, me cedía el asiento, me ayudaba a quitarme el abrigo… Ese tipo de detalles, que a Gaby le ponían de los nervios, a mí me encantaban. Otro de los dones de Álvaro es que escuchaba con sumo interés cualquier cosa que pudiera contarle y nunca lo olvidaba, aunque hubieran pasado siglos. Era divertido y siempre lograba arrancarme una sonrisa.

Los días de agosto que pasamos juntos recuperamos lo que hacía mucho tiempo habíamos perdido. Volvimos a ser cómplices, confidentes, «colegas a muerte», como decíamos cuando éramos más pequeños. Había vuelto a convertirse en la persona con la que más a gusto me sentía, con la que podía hablar de lo que fuera; y él había tenido la misma sensación.

Todo eso era Álvaro. Pero también era el novio de Laura y, por mucho que me doliera, esa circunstancia debía eclipsar todo lo demás.

—Hola —descolgué antes de que llegara a sonar el primer acorde de High. No quería que mi madre me oyera.

—¡Hola, Álex! —había en su voz una mezcla de sorpresa y alegría. Supongo que no estaba seguro de que respondería a su llamada—. Gracias por coger el teléfono. No sabes cuánto necesitaba hablar contigo… Me ha encantado verte hoy. La verdad es que iba algo nervioso, porque no sabía cómo te iba a encontrar. Charlie me dijo que te había visto fatal en el hospital y además tenía miedo de que te enfadaras conmigo por presentarme sin avisar… Pero estás muy bien, Álex, tan guapa como siempre.

—Gracias.

—En primer lugar, quiero pedirte perdón y decirte que siento mucho todo lo que ha pasado. Cuando nos llamaron para decirnos que habías tenido un accidente, a punto estuve de volverme loco. Si te llega a pasar algo, Álex…

—¿Te parece poco lo que me pasó? —saqué toda mi acritud. No quería ser cruel, pero tampoco quitarle importancia a lo sucedido.

—No, no, claro que no —titubeó—. Lo que quiero decir es que…

—¿Por qué no te presentaste en el parque, Álvaro? Fuiste tú el que insistió en hablar. Yo no quería quedar contigo, ¿recuerdas? Yo solo quería ir al maldito concierto, pero no me dejaste opción. Te estuve esperando un montón de tiempo. Te hice varias perdidas y ni siquiera te molestaste en contestar —no era propio de mí soltar las cosas tan directamente. Sin embargo, aquel era un tema demasiado importante como para andarse con rodeos.

—Siento muchísimo no haber ido, pero… —el silencio se hizo tan largo que tuve que intervenir.

—Pero ¿qué?

—Estaba dejando a Laura.

Podía esperarme cualquier cosa, menos eso.

—Quería hacer las cosas bien por una vez en mi vida, Álex —continuó al ver que yo no decía nada—, así que me decidí a hablar con ella. Pero tenía que quitarme a Charlie de encima. Fuimos hasta el recinto ferial y allí conseguí perderle de vista. Sin embargo, Laura insistía una y otra vez en ver el concierto. Pensaba que Gaby y tú estabais ya allí y quería reunirse con vosotras.

Se detuvo un instante, como para cederme el turno de palabra. Pero yo estaba muda. Me costaba tanto procesar toda aquella información que no me quedaban recursos suficientes como para hablar.

—Por fin conseguí sacarla de allí e irnos a un sitio tranquilo. Estaba muy agobiado, veía tus llamadas perdidas y no podía responderte. Laura no debía enterarse de que había quedado contigo después de cortar con ella. Y entonces le dije la verdad: que de un tiempo a esta parte todo era distinto; que, aunque la quería muchísimo, tenía dudas sobre mis sentimientos, y que debíamos tomarnos un descanso… La pobre se puso a llorar, así que tuve que quedarme. Estuvimos hablando un montón, hasta que nos llamaron y nos enteramos de lo que te había pasado…

Creo que, en términos informáticos, en ese momento estaba sufriendo un desbordamiento del buffer. Estaba completamente bloqueada. Por desgracia, no tenía ningún botón con el que reiniciarme.

Supongo que Álvaro tomó mi silencio como una constatación de que su explicación era insuficiente, así que continuó:

—Hacía bastante rato que el concierto había terminado. Buscamos a Gaby por todas partes hasta que la encontramos y nos fuimos corriendo al hospital. Eduardo nos contó que te estaban haciendo pruebas, que el golpe en la cabeza había sido brutal y que la situación era muy grave… Aunque todos nos quedamos impactadísimos, yo me sentía tan mal y tan culpable que creo que Laura se dio cuenta de todo. Fue tan angustioso… Las veinticuatro horas siguientes eran cruciales para ver si se reducía la inflamación y, si eso sucedía, solo quedaba rezar para que no te quedaran secuelas graves. ¡Y todo por mi culpa! ¿Cómo podía vivir con eso, Álex?

—¿Cuál es el pero, Álvaro? —intervine al fin.

—¿Qué pero? —no se esperaba la pregunta.

—El pero de todo esto. Debe de haber uno, ya que ahora estáis juntos.

Me extrañaba que Laura no nos hubiera contado nada de todo esto ni a Gaby ni a mí. Por eso estaba triste y algo rara. Oí que Álvaro se agitaba al otro lado.

—El pero es que quiero a Laura —continuó después de tomar aliento—. Y no podía dejarla así. Me odiaría a mí y a ti también. Además, todos estábamos muy afectados por lo de tu accidente… Así que al día siguiente volví a buscarla como si no pasara nada. No hemos vuelto a hablar de esto, pero ya no es igual; y, aunque no dice nada, lo nuestro no funciona bien…

Sentí una punzada muy dentro al pensar que Laura estaba pasando por aquello sola. Era una persona tan buena que lo último que se merecía era esto…

—Álvaro, Laura es perfecta para ti. No vas a encontrar a nadie mejor y que te quiera más. No seas idiota y no lo estropees.

—Pero, Álex, yo… también te… quiero a ti.

No. No. No. Llevaba toda la vida soñando con ese momento, de mil maneras, en multitud de escenarios distintos, pero siempre el final era el mismo: él me decía que me quería y no volvíamos a separarnos jamás. Ahora sabía que mi cuento no tenía un final feliz.

—Pero yo no, Álvaro —hice acopio de todas mis fuerzas—. Laura se merece lo mejor, así que dejemos las cosas como están.

Incluso a mí me sorprendió la frialdad de mi voz.

—Lo mío con Laura tiene fecha de caducidad, Álex. Eso lo tengo claro, y también que tú siempre serás mi chica. Da igual lo que pase, lo nuestro siempre será especial.

Nos quedamos los dos en silencio. El único signo que me indicaba que él seguía al otro lado de la línea era el sonido de su respiración. Tras una eternidad pensando en qué decir, al final colgué. Intenté reprimir las lágrimas, pero fue completamente inútil.