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El resto del día lo pasé intentando ordenar la escasa información con la que contaba. Era obvio que Oliver vivía prácticamente solo y que la poca relación que tenía con su abuelo no era nada buena. Por la conversación que escuché a través del tabique del baño el primer día de instituto, el hombre ni siquiera toleraba la presencia de su nieto. Pero ¿qué estarían buscando en el cuarto de Oliver? ¿Y quién era ese otro hombre?

Mis amigas no vinieron a verme esa tarde. Al día siguiente tenían el primer parcial de Lengua y aún les quedaba mucho que estudiar, sobre todo a Gabriela, porque Laura repasaba a diario los apuntes de clase.

Álvaro volvió a bombardearme con un montón de mensajes. Quería venir a verme, pero me negué. Como insistía, le mentí diciendo que estaba mi padre, para que no se le ocurriera presentarse. Sabía que algún día tendría que enfrentarme a él, pero aún no estaba preparada. Necesitaba estar fuerte física y mentalmente para poder mantenerme firme en mi decisión, pues, con el paso del tiempo, cada vez me costaba más echarle la culpa de lo ocurrido.

***

—Lo de este tío es muy fuerte —dijo Gabriela mientras echaba hacia atrás la cabeza para dejar caer en su boca los restos de una bolsa enorme de patatas fritas. Laura no había venido porque tenía que ayudar a su madre en la pastelería, así que estábamos solas—. De verdad que no sé qué le veis a Álvaro. Es idiota.

—¿Qué ha hecho ahora?

—¿No te has enterado? Laurita y él han tenido bronca otra vez. Resulta que, entre lo poco que la dejan salir y que él no hace más que ponerle excusas, no se ven desde las fiestas. Además, está muy rara. Lleva así desde el día del accidente, pero cuando le pregunto no suelta prenda. El caso es que esta mañana recibe un mensaje en el que ponía algo así como «Qué guay lo de ayer. A ver si lo repetimos, guapa».

—¿En serio?

—¡Te lo juro! Me lo ha enseñado. Que es un capullo no es nuevo, pero que sea tan bobo como para enviarle a Laura un sms que era para otra es el remate.

—¿Crees que le está poniendo los cuernos?

—¿Tú qué pensarías? —la verdad es que tenía difícil defensa—. Laura está muy mosqueada, pero él le ha dicho que era para su prima… ¿¡Su prima!? ¡Por favor! Lo peor de todo es que Laura está en fase de creerle. Ya lo digo yo siempre: el amor, de ciego, es idiota.

Otro punto menos. ¿Sería verdad que estaba con otra? Salía con Laura, tonteaba conmigo y ¿todavía le quedaba tiempo para una tercera? A lo mejor era un malentendido. El mensaje no era tan obvio. O sí. Lo único que me consolaba del asunto era que la destinataria del mensaje tampoco era yo; así que, al menos, Laura no podía sospechar de mí.

—Si te soy sincera, Gaby, ya no sé qué creerme de Álvaro.

—Ojalá Laura abriera los ojos y le mandara a la mierda. ¡Y lo mismo te digo, guapa! Pero no soy tu madre y tú sabes lo que tienes que hacer, así que, tú misma.

Sí, sabía perfectamente lo que tenía que hacer, que no era otra cosa que seguir dejándole claro que solo éramos amigos. Únicamente pedía con todas mis fuerzas ser capaz de mantenerme firme.

—¿A que hoy no ha venido tu vecinito?

—¿Cómo lo sabes?

—Pues porque esta mañana la rubia del grupo le ha traído a primera hora en coche. ¡Cómo se lo monta el tío! Está claro que han pasado la noche juntos, porque venían los dos recién duchados y con el pelo mojado. Lo que me alucina es que a él le dé igual que le vea la Miss.

—Le da igual porque no tiene nada con ella…

—¡Y dale! ¿Te crees que vas a saberlo mejor tú? ¡Si no sales de tu casa!

—Pero a mí toda esa historia me parece muy rara… Además, Morgan es su novia. No creo que tenga el morro de ponerle los cuernos tan descaradamente con la Miss.

—Según Kobalsky, Oliver no tiene novia, que le he vuelto a hacer el tercer grado.

—La verdad es que todo es un misterio con Oliver…

Le conté lo que había ocurrido el día anterior, aunque omití que había dejado aquellos papeles en mi casa. De enterarse, no habría tenido ningún pudor en mirarlos y no quería que lo hiciera. Me había comprometido a guardarlos y no estaba bien cotillear. Además, en cierto modo, me preocupaba encontrar algo que preferiría no saber.

—¡Qué fuerte! ¿Qué crees que buscarían? —tenía los ojos tan abiertos que las cejas casi le llegaban al nacimiento del pelo.

—No tengo ni idea. Tal vez debería avisarle de lo ocurrido…

—Si vuelve, podías invitarle mañana por la tarde y así le sonsacamos entre las dos.

—¿Ahora se llama así?

Me sacó la lengua.

***

Me desperté cansada y entumecida, como si me hubiera pasado la noche en tensión. Recordaba vagamente haber soñado con Oliver. No me sorprendía, porque no había hecho otra cosa que pensar en él desde que oí a su abuelo y al otro hombre hurgando en su habitación. La curiosidad a punto estuvo de hacerme caer en la tentación de mirar los papeles que había dejado en mi cuarto. Gracias a Dios, había conseguido vencerla: no estaba bien fisgonear en asuntos ajenos.

Sentía una especie de aleteo en el estómago que no me dejaba desayunar. Quería hablar con él y no tenía modo de localizarlo. Podía haberle pedido el número a Kobalsky, pero algo me decía que era mejor mantener la discreción y evitar preguntas. Tal vez mi urgencia fuera desmedida. Al fin y al cabo, él algo debía de olerse cuando había dejado esos papeles en mi casa. Pese a todo, esperaba que volviera pronto para poder hablar con él.

Decidí salir un rato a la terraza. El día era radiante y, aunque un viento frío me golpeaba la cara, resultaba agradable sentir su contraste con la tibieza de los rayos solares. Me cerré bien la bata y me acomodé con una manta sobre las piernas dispuesta a terminar Y por eso rompimos. Me había atrapado desde que la comencé y estaba ansiosa por descubrir por qué Min terminaba con Ed. Los apuntes tendrían que esperar a un mejor momento.

Acababa de comenzar el capítulo cuando, una vez más, me alertaron unos ruidos que provenían de casa de Oliver. Casualmente, desde donde estaba, tenía un ángulo de visión bastante bueno de la terraza, pero los sonidos provenían del interior, así que no me servía de nada. ¿Me estaría convirtiendo en una cotilla profesional? La verdad es que, con la escayola y la mantita, solo me faltaban unos prismáticos y el detector en la pierna para ser como Shia LaBeouf en Disturbia. Durante un instante, el ruido cesó y, cuando estaba a punto de sumergirme de nuevo en la lectura, oí el chirrido de la puerta corredera fundido con risas de fondo. ¡Eran de una chica! ¿Sería la Miss? Imposible, a esa hora debería estar dando clase. Pronto salí de dudas cuando pude ver claramente cómo Oliver y Morgan irrumpían en la terraza. Él la llevaba a horcajadas, sujetándola por la espalda mientras ella le rodeaba con las piernas a la altura de la cintura. La besaba de un modo que solo había visto en las películas. Era una mezcla de pasión e intensidad que rozaba la violencia, pero que, a juzgar por la actitud de ambos, era más que deseada y consentida.

Él la empujó contra las cajas amontonadas y, ahí, la siguió besando y acariciando mientras la mantenía en vilo. Una de las cajas cedió y ella tuvo que colocar los pies en el suelo. De nuevo, risas. Él volvió a levantarla para dejarla sobre una de las tumbonas.

¡Vaya! Ahí perdí parte de la visión. Mejor. No debía seguir observándolos. Era algo íntimo y privado, aunque estuvieran a plena luz del día, así que no me parecía bien seguir fisgando. Me sentía como una mirona que estaba invadiendo su espacio. Traté de volver a mi libro, pero no era capaz de concentrarme. ¿Y si intentaba volver al cuarto? Mala idea. Me oirían, fijo, aunque quizá como estaban a «sus cosas»… No podía arriesgarme, pero tampoco podía evitar mirar.

Oliver se levantó y vi cómo se acercaba a la valla. ¡Mierda! Me iba a ver. Cerré los ojos haciéndome la dormida por si acaso. Unos segundos después volvieron los susurros y las risas y los abrí de nuevo. Él se había quitado la camiseta y suponía que algo más, pero el hueco que dejaba libre el brezo solo me permitía verle desde la mitad de la espalda y de lado. Morgan estaba debajo de él. Podía ver cómo los músculos de su brazo se tensaban haciendo más nítidos los tatuajes y cómo se movía de modo rítmico al tiempo que ella jadeaba.

No debía seguir mirando, pero aquella espalda tan morena, los tatuajes y los músculos tan perfectos me tenían hipnotizada. De Morgan solo podía ver por momentos sus manos blancas, de uñas largas y perfectas en color intenso, que agarraban con fuerza la espalda de Oliver. Por un segundo, quise ser ella. Nadie me había hecho sentir nada ni remotamente similar a lo que parecía estar sintiendo ella… No debía seguir mirando, pero no podía evitarlo. ¿Y si fuera yo la que estuviera en aquella tumbona? ¿Y si Oliver me abrazara y me… de ese modo? Un grito ahogado de Morgan, seguido de nuevas risas y un «Vas a despertar a todos los vecinos» de Oliver me hicieron regresar a la realidad. Noté que las mejillas me ardían. Tenía que desaparecer del lugar, al igual que los extraños pensamientos que me habían asaltado. Por suerte, ambos se levantaron y se dirigieron hacia dentro. Lo último que pude ver fugazmente fue la espalda desnuda de Oliver.

Me quedé un rato inmóvil, por si por casualidad decidían salir de nuevo a la terraza. Cuando hubo transcurrido un tiempo prudencial, retomé la lectura, pero no podía concentrarme. Las imágenes que había presenciado a través del brezo no dejaban de asaltarme. Dudaba si contárselo a Gabriela. Por un lado, sabía que era una historia lo bastante jugosa como para que le encantara conocerla, pero, por otro, no me sentía bien conmigo misma por haberme quedado ahí, espiando. Solo de pensar que alguien pudiera estar mirándome en tales circunstancias me daba un ataque. Así que no era para andar difundiendo que me había quedado mirando como un voyeur cualquiera.