Por ti será maldita la Tierra.

Dios al hombre, Génesis 3, 17.

hacia el s. X-VIII a. C.

Álzate, ¡oh, Yahvé!, no prevalezca el hombre;

sean juzgadas ante ti todas las gentes.

Arroja, ¡oh, Yahvé!, sobre ellos el terror;

sepan las gentes que son hombres.

Salmos, Libro Primero, 8, 20-21,

anterior al s. VI a. C.

Dios mío…, ¡qué sublime eres en las alturas y qué

profundo en los abismos! No te alejas nunca de

nosotros y, sin embargo, apenas si conseguimos

dar un paso de retorno hacia ti.

SAN AGUSTÍN, Confesiones, hacia 400 d. C.

Los males consiguientes al pecado son ásperos,

duros y difíciles de soportar, mas es preciso que

acompañen al hombre hasta el último instante de

su vida. Así pues, sufrir y padecer es cosa humana.

LEÓN XIII, encíclica

Rerum Novarum, II, 13, 1891

Hay Infierno —una afirmación que, para ti, tiene

visos de perogrullada—. Te la voy a repetir:

¡hay Infierno!

J. M. ESCRIVÁ DE BALAGUER,

Camino, máxima 749, 1939

¿Cuál es el origen del mal si no está en Dios? ¿Cómo puede existir entonces? Y si el mal no vino de Él, ¿cómo puede ser Dios entonces el creador de todo? Nos topamos con un problema abismal. La respuesta cristiana y bíblica dice que [el mal] procede de la libertad. (…)Con los amigos protestantes, compartimos la creencia de que el cielo y el infierno existen.

JOSEPH RATZINGER

(más tarde papa Benedicto XVI),

conversaciones con Peter Seewald, 2000