1

Años después te preguntarás que, si no hubiese sido por tu hermano, ¿te hubieras metido en aquel rollo? Te acuerdas de que los tígueres todos la aborrecían, que era demasiado flaca, que no tenía culo ni tetas, que parecía un palito, pero a tu hermano no le importaba. Yo se lo metería.

Tú se lo meterías a cualquiera, alguien dijo burlonamente.

Y él lo miró de arriba abajo. Lo dices como si eso fuera algo malo.

2

Tu hermano. Hace un año que murió y de vez en cuando todavía sientes una tristeza esplendorosa, aunque al final la verdad es que se había convertido en un superhijoeputa. No tuvo una muerte fácil. En esos últimos meses no dejó de tratar de escaparse. Lo agarraban tratando de coger un taxi en la puerta del Beth Israel o caminando por alguna calle de Newark en sus piyamas verdes de hospital. Una vez convenció a una ex novia para que lo llevara en carro a California, pero al llegar a las afueras de Camden empezaron a darle convulsiones y ella te llamó, aterrada. ¿Fue algún impulso atávico de querer morir solo, fuera de vista? ¿O es que estaba tratando de cumplir con algo que siempre había tenido dentro? ¿Por qué estás haciendo eso?, le preguntaste. Pero él solo sonrió. ¿Haciendo qué?

En esas últimas semanas, cuando estaba tan débil que ya no podía tratar de escaparse, se rehusó a hablar contigo o con tu mamá, se negó a pronunciar una sola palabra hasta que se murió. A tu mamá no le importó. Ella lo quería y rezaba por él y le hablaba como si él estuviera bien. Pero ese silencio terco a ti te hirió. Eran sus fokin últimos días y se negaba a decir una sola palabra. Le hacías preguntas directas: ¿Cómo te sientes hoy? Y Rafa viraba la cara. Como si ustedes no merecieran una respuesta. Como si nadie mereciera una respuesta.

3

Tú estabas en esa edad en la cual te podías enamorar de una muchacha solamente por una expresión, por un gesto. Eso fue lo que ocurrió con tu novia, Paloma; se agachó para recoger su cartera y tu corazón se te fue.

Eso fue lo que pasó también con miss Lora.

Era 1985. Tenías dieciséis años y estabas jodido y te sentías superfokin solo. Lo otro es que estabas convencido —totalmente, absolutamente convencido— de que el mundo iba a explotar en un millón de pedazos. Casi todas las noches te daban pesadillas que hacían a las del presidente en Dreamscape parecer como una comedera de mierda. En tus sueños siempre había bombas explotando y te evaporabas mientras caminabas, o cuando te comías una alita de pollo, mientras ibas en la guagua de la escuela o cuando singabas con Paloma. Te despertabas aterrorizado, mordiéndote tu propia lengua, con sangre chorreándote hasta la barbilla.

La verdad es que alguien te debería haber medicado.

Paloma encontraba todo esto ridículo. No quería saber nada de La Destrucción Mutua Asegurada, La Agonía del Gran Planeta Tierra, «Empezamos a bombardear en cinco minutos», SALT II, El día después, Catástrofe nuclear, Amanecer rojo, Juegos de guerra, Gamma World ni nada de eso. Te decía Mister Depre. Y ella sí que no necesitaba nada más depresivo de lo que ya tenía encima. Vivía en un apartamento de un cuarto, con cuatro hermanitos menores y su mamá incapacitada. Y encima de eso tomaba clases avanzadas. No tenía tiempo para nada y tú sospechabas que ella estaba contigo más que nada porque le daba pena lo que había pasado con tu hermano. Tampoco pasaban tanto tiempo juntos, ni se acostaban ni nada de eso. Era la única puertorriqueña en el planeta que no daba el culo por ninguna razón. No puedo, decía. No puedo cometer un solo error. ¿Y por qué es que el sexo conmigo sería un error?, exigías, pero ella sacudía la cabeza y te sacaba la mano de sus pantalones. Paloma estaba convencida de que si cometía un solo error en los próximos dos años, un solo error, estaría atrapada con esa familia de ella para siempre. Esa era su pesadilla. Imagínate si no me aceptan en ninguna universidad, decía. Todavía me tendrías a mí, decías, tratando de consolarla, pero Paloma te miraba como si el apocalipsis fuera preferible.

Así que le hablabas del día del juicio final a quien te escuchara, a tu maestro de historia, que te confesó que había construido una cabaña para sobrevivir en los Poconos, a tu pana que estaba haciendo servicio militar en Panamá (en esos días todavía escribías cartas), y a la vecina de a la vuelta de la esquina, miss Lora. Eso fue lo que los conectó a ustedes dos al principio. Te escuchó. Aún mejor, había leído Ay, Babilonia y había visto parte de la película El día después, y las dos cosas la habían dejado monga de miedo.

El día después no tiene nada siniestro, te quejaste. Es una mierda. No se puede sobrevivir a la detonación de un explosivo metiéndose abajo de un tablero.

Quizá fue un milagro, dijo, haciéndote el juego.

¿Un milagro? Qué estupidez. Lo que necesitas ver es Catástrofe nuclear. Eso sí que espanta a cualquiera.

Probablemente no lo podría soportar, te dijo, y entonces te puso la mano en el hombro.

Todo el mundo siempre te andaba tocando. Ya estabas acostumbrado. Eras un levantador de pesas aficionado, algo que hacías para tener la mente ocupada y no pensar en la mierda que era tu vida. Y debes haber tenido un gen mutante en tu ADN, porque toda esa levantadera de pesas te había convertido en un fenómeno de circo. La mayoría de las veces no te molestaba cuando las muchachas y, algunas veces, los muchachos te manoseaban. Pero cuando miss Lora lo hizo te diste cuenta que la vaina era diferente.

Miss Lora te tocó y de repente la miraste y te diste cuenta de lo enormes que eran sus ojos en esa cara tan flaca, lo largas que eran sus pestañas, y cómo el iris de un ojo tenía un chin más bronce que el otro.

4

Por supuesto que la conocías; era tu vecina, era maestra en Sayreville High School. Pero había sido solo en los últimos meses que te habías fijado en ella. Había muchas mujeres de mediana edad en el barrio, naufragadas por toda clase de catástrofes, pero ella era una de las pocas que no tenía hijos, que vivía sola y que todavía se veía joven. Algo le debe haber pasado, especulaba tu mamá. Según ella, una mujer sin hijos solo se podía explicar por una gran e ilimitada calamidad.

Quizá no le gustan los niños.

A nadie le gustan los niños, te aseguró tu mamá. Eso no quiere decir que no los tengas.

Miss Lora no era nada del otro mundo. En el barrio había como mil viejas que estaban más buenas que ella, como Mrs. Del Orbe, con quien tu hermano singaba a cada rato hasta que el marido se enteró y mudó a la familia entera. Miss Lora era demasiado flaca. No tenía nada de caderas. Ni tetas tampoco, ni culo, ni siquiera el pelo llamaba la atención. Tenía los ojos lindos, sí, pero lo que le daba fama en el barrio eran los músculos. No los tenía grandes como tú, la jeva era enjuta y nervuda como un alambre, cada fibra sobresalía con estrafalaria definición. En comparación, Iggy Pop parecía un gordito, y todos los veranos ella causaba sensación en la piscina. A pesar de que no tenía curva alguna, siempre se ponía un bikini: el top estirado por encima de los pectorales como cables y el trasero sosteniendo un abanico de músculos ondulantes. Siempre nadaba por debajo del agua, y las olas de su pelo negro parecían una mancha de anguilas eléctricas que la perseguían. Siempre se bronceaba (a lo que no se atrevían ninguna de las otras mujeres) hasta que tenía el color a nuez acharolado de un zapato viejo. Las mamás se quejaban: Esa mujer necesita taparse. Es como una funda plástica llena de gusanos. Pero ¿quién le podía quitar los ojos de encima? Ni tú ni tu hermano. Los carajitos le preguntaban: Miss Lora, ¿usted es culturista? Y ella sacudía la cabeza desde detrás de un libro. Lo siento, nací así.

Ella vino de visita a tu casa un par de veces después que murió tu hermano. Tu mamá y ella tenían un lugar en común, La Vega, donde miss Lora había nacido y tu mamá se había recuperado después de la Guerra Civil. Vivir un año entero detrás de la Casa Amarilla había convertido a tu mamá en vegana. Todavía oigo el río Camú en mis sueños, decía tu mamá. Miss Lora asentía. Una vez, cuando era muy joven, vi a Juan Bosch en nuestra calle. Cuando se sentaban a hablar sobre esta vaina, era una conversación sin fin. De vez en cuando ella te saludaba en el parqueo. ¿Qué tal te va? ¿Y tu mamá? Nunca sabías qué decir. Tu lengua siempre estaba hinchada, cruda, después de haberse demolido en tus sueños.

5

Hoy, al regresar de correr, te la encuentras en la escalera de la entrada hablando con la doña. Tu mamá te llama la atención. Saluda a la profesora.

Estoy sudado, protestas.

Tu mamá se encojona. ¿A quién carajo crees que le estás hablando? Saluda, coño, a la profesora.

Hola, profesora.

Hola, estudiante.

Se ríe y regresa a la conversación con tu mamá.

No entiendes por qué sientes tanta rabia de repente.

Te podría levantar, le dices, y flexionas el brazo.

Miss Lora te mira con una amplia y ridícula sonrisa. ¿De qué estás hablando? Yo soy la que te puede levantar a ti.

Te pone las manos en la cintura y se hace la que se está esforzando.

Tu mamá apenas se ríe. Pero sientes cómo los mira a los dos.

6

Cuando tu mamá enfrentó a tu hermano con el asunto de Mrs. Del Orbe, él no lo negó. ¿Qué tú quiere, ma? Se me metió por los ojos.

No me vengas con esa vaina de que se te metió por los ojos. Tú te metiste por su culo.

Verdá, dijo tu hermano alegremente. Y por su boca.

Y entonces tu mamá le dio un puñetazo, temblando de vergüenza y furia, lo que solo le causó más risa.

7

Es la primera vez que una hembra te desea. Así que tienes que pensarlo. Dejar que dé vueltas un rato por tu mente. Qué locura, te dices a ti mismo. Y después, sin pensarlo, se lo repites a Paloma. Pero ella no te presta atención. La verdad que no sabes qué hacer con esta información. No eres tu hermano, que hubiera salido corriendo inmediatamente a meterle el rabo a miss Lora. Y aunque ahora lo sabes, tienes miedo de estar equivocado. Tienes miedo de que se burle de ti.

Así que tratas de sacártela de tu mente, a ella y a la memoria de ella en bikini. Calculas que antes que tengas oportunidad de hacer algo explotará alguna bomba. Cuando las bombas se niegan a caer, se lo comentas a Paloma con cierta desesperación, que la profesora está detrás de ti. Suena muy convincente esa mentirita.

¿Esa fokin vieja bruja? Qué cochinada.

Me lo dices a mí, le contestas con tono triste.

Eso sería como singar con un palo, dice.

Así mismo, le aseguras.

Que no se te ocurra singártela, Paloma te advierte después de una pausa.

Pero ¿de qué estás hablando?

Te lo estoy advirtiendo. No te la singues. Tú sabes que me voy a enterar. Tú no sabes decir mentiras.

No seas loca, le dices, con una mirada penetrante. Obviamente, no me estoy singando a nadie.

Esa noche Paloma te permite tocar su clítoris con la punta de la lengua, pero eso es todo. Ella se aguanta como si su vida entera estuviera en juego, y tú te rindes, desmoralizado.

Le escribes al pana en Panamá: Sabía a cerveza.

Agregas una carrera más a tu régimen de ejercicios, con la esperanza de que te vaya a calmar un poco las ganas, pero no funciona. Tienes un par de sueños en los que estás a punto de tocarla cuando explota una bomba que destruye Nueva York por completo y tú te quedas hipnotizado por la onda sísmica hasta que te despiertas, la lengua engrapada entre los dientes.

Vienes de regreso de Chicken Holiday con cuatro pedazos de pollo, un muslo en la boca, y ahí la ves saliendo del Pathmark en plena lucha con un par de fundas plásticas. Contemplas largarte pero tu hermano tiene una regla que te paraliza: Nunca corras. Es una regla que él en última instancia descartó pero a la que tú eres fiel en este preciso momento. Mansamente, le preguntas: Miss Lora, ¿necesita ayuda?

Sacude la cabeza. Es mi único ejercicio del día. Siguen juntos en silencio hasta que ella dice: ¿Cuándo vas a venir a ponerme esa película?

¿Cuál película?

La que dijiste que era la buena. La película sobre la guerra nuclear.

Quizá si fueras otra persona tuvieras la disciplina para evadir toda esta vaina, pero eres el hijo de tu padre y el hermano de tu hermano. Dos días después estás en tu casa y el silencio es terrible; el televisor parece que está transmitiendo eternamente el mismo anuncio para arreglar la tapicería de los carros. Te duchas, te afeitas, te vistes.

Hasta luego.

Tu mamá les tira un vistazo a tus zapatos de salir. ¿Adónde vas?

Por ahí.

Ya son las diez, dice. Pero sales por la puerta como un cohete.

Llamas una, dos veces, y ella abre la puerta. Tiene puesto un pantalón de sudadera y una camiseta de Howard University y la frente se le tensa de preocupación. Sus ojos parecen salir de la cara de una gigante.

No te molestas ni con un hola qué tal. Te tiras y la besas. Ella extiende el brazo por detrás de ti y cierra la puerta.

¿Tendrás un condón?

Te preocupas tanto así.

No, te dice, y tratas de controlarte y aun así te vienes dentro de ella.

I’m really sorry, dices.

Está bien, susurra; mantiene las manos en tu espalda y no te deja sacarlo. No te salgas.

8

Su apartamento es lo más limpio y arreglado que has visto, y dada la carencia de locura caribeña se podría pensar que ahí vive un blanco. Las paredes están llenas de fotografías de sus viajes y de sus hermanos y todos aparentan ser felices y formales. ¿Así que tú eres la rebelde?, le preguntas, y se ríe. Algo así.

También hay fotos de varios tipos. Reconoces algunos de cuando eras más joven, pero no dices nada.

Ella se mantiene callada, muy reservada mientras te hace un cheeseburger. De hecho, no puedo soportar a mi familia, dice mientras aplasta la carne con una espátula hasta que la grasa empieza a chispotear.

Te preguntas si ella siente lo que tú sientes. Algo así como el amor. Le pones Catástrofe nuclear. Prepárate, le dices.

Prepárate tú para que yo me esconda, te responde, pero al pasar la hora ella se estira hacia ti, te quita los lentes y te besa. Esta vez todavía no has perdido la claridad y buscas la fuerza para resistirla.

No puedo, le dices.

Y antes de meterse tu rabo en la boca, dice: ¿De verdad?

Piensas en Paloma, tan cansada cada mañana que se queda dormida rumbo a la escuela. Paloma, que a pesar de todo encontró las fuerzas para ayudarte a estudiar para el examen SAT. Paloma, que se negaba a darte el culo porque tenía terror de que si salía embarazada no lo abortaría porque te quería y entonces su vida se arruinaría. Estás tratando de pensar en ella pero lo que estás haciendo es agarrando los mechones de pelo de miss Lora como si fueran riendas e instándola para que siga moviendo la cabeza con ese ritmo tan maravilloso.

La verdad es que usted tiene un excelente cuerpo, le dices después que te vienes.

Ah, pues, gracias. Hace un gesto con la cabeza. ¿Mejor nos vamos para el cuarto?

Aún más fotos. Pero estás seguro de que ninguna sobrevivirá al desmadre nuclear. No quedará nada de este cuarto cuya ventana abre a una vista de Nueva York. Se lo dices. Bueno, entonces tendremos que arreglárnosla por el momento, dice. Se desnuda como una experta y, cuando empiezas, cierra los ojos y deja caer la cabeza como si colgara de una bisagra rota. Te da tremendo apretón en los hombros y te entierra las uñas de tal manera que sabes que te dejará la espalda como si te hubieran azotado.

Y entonces te besa la barbilla.

9

Tu papá y tu hermano, los dos eran tremendos sucios. Coño, si tu papá te llevaba con él cuando iba a sus pegaderas de cuernos, te dejaba en el carro mientras se lo metía a sus novias. Y tu hermano era igual, singándose a cuanta muchacha pudiera en la cama al lado de la tuya. Sucísimos, y ahora es oficial: tú eres igual. Habías tenido esperanza de que el gen te había pasado por alto, saltado una generación, pero es obvio que te estabas engañando a ti mismo. La sangre siempre te traiciona, le comentas a Paloma al día siguiente rumbo a la escuela. Yunior, dice medio dormida, no tengo tiempo para tus locuras, ¿OK?

10

Tratas de convencerte de que solo será una vez. Pero al día siguiente regresas. Te sientas con tremenda melancolía en la cocina mientras ella te prepara otro cheeseburger.

Are you going to be OK?, te pregunta.

No sé.

Esto es solo para divertirnos.

Tengo novia.

Me lo dijiste, ¿te acuerdas?

Te pone el plato en las piernas y te echa una mirada crítica. Sabes, te pareces a tu hermano. Estoy segura de que la gente siempre te lo comenta.

Alguna gente.

Nunca pude creer lo buen mozo que era. Y él lo sabía. Parecía que no sabía lo que era una camisa.

Esta vez ni te molestas en preguntar por un condón. Te vienes adentro de ella. Te sorprende lo encabronado que estás. Pero ella te besa la cara una y otra vez y eso te conmueve. Nadie nunca te ha hecho eso. Las otras muchachas con quienes te has acostado siempre estaban avergonzadas después. Y siempre había algún tipo de pánico. Alguien había oído algo. Había que arreglar la cama. Abrir las ventanas. Pero aquí no hay nada de eso.

Después, se levanta, su pecho tan sencillo como el tuyo. ¿Qué más quieres de comer?

11

Tratas de ser sensato. Tratas de controlarte, de estarte tranquilo. Pero estás en su apartamento todos los fokin días. La vez que tratas de faltar, te retractas y terminas fugándote de tu apartamento a las tres de la mañana y tocándole a la puerta sigilosamente hasta que ella te deja entrar. Tú sabes que tengo que trabajar, ¿verdad? Sí, contestas, pero soñé que algo te había pasado. Qué lindo que me mientas así, ella suspira, y aunque se está quedando dormida deja que se lo metas directamente por el culo. Absolutamente fokin increíble, dices durante los cuatro segundos que te toma venirte. Tienes que halarme el pelo mientras lo haces, te confía. Eso me hace venir como una loca.

Esto debería ser la gran maravilla, así que ¿por qué es que tus sueños han empeorado? ¿Por qué hay más sangre en el lavamanos por las mañanas?

Empiezas a conocer su vida. Se crió con un papá dominicano que era médico y estaba loco. Su mamá los abandonó por un camarero italiano, se fue a vivir a Roma, y eso acabó con su papá. Se pasaba la vida amenazando con suicidarse y, por lo menos una vez al día, ella tenía que rogarle que no lo hiciera, y eso la afectó fuertemente. Cuando era joven, había sido gimnasta y hasta se habló de ir a las Olimpiadas, pero entonces el coach se robó todo el dinero y Santo Domingo se quedó sin equipo ese año. No te digo que hubiera ganado, te dice. Pero pudiera haber hecho algo. Después de esa vaina ella creció treinta centímetros y ahí terminó su carrera como gimnasta. Al poco tiempo su papá consiguió trabajo en Ann Arbor, y ella y sus tres hermanitos lo siguieron. A los seis meses, los mudó con una viuda gorda, una blanca asquerosa que no podía soportar a Lora. No tenía amigos en la escuela y en el noveno grado se acostó con su maestro de historia. Terminó viviendo en su casa. Su ex mujer también era maestra en esa misma escuela. Te puedes imaginar cómo tiene que haber sido eso. En cuanto se graduó, se enredó con un negrito calladito y se fue a vivir con él a una base militar en Ramstein, Alemania, pero eso no funcionó. Hasta el día de hoy creo que era gay, dice. Después de unos años tratando de sobrevivir en Berlín, regresó a casa. Se mudó con una amiga que tenía un apartamento en London Terrace, tuvo algunos novios, incluyendo a un amigo de su ex de la Fuerza Aérea que la visitaba cuando tenía días libres, un moreno con una dulce disposición. Cuando la amiga se casó y se mudó, miss Lora se quedó con el apartamento y se hizo maestra. Tomó la decisión de no mudarse tanto. No era una mala vida, te dice mientras te enseña fotografías. En fin.

Ella siempre está tratando de que hables de tu hermano. Verás que te ayuda, te dice.

No hay nada que decir. Le dio cáncer, se murió.

Bueno, es una manera de empezar.

Te trae panfletos de su trabajo de diferentes universidades. Cuando te los da ya ha llenado la mitad de los formularios. Tienes que salir de aquí.

¿Adónde?, le preguntas.

A donde sea. Vete pa Alaska, a mí qué me importa.

Ella duerme con un protector bucal. Y se cubre los ojos con una máscara.

Si te tienes que ir, espera a que me quede dormida, ¿OK? Pero después de unas semanas, te está diciendo: Por favor, no te vayas. Y finalmente: Quédate.

Y así lo haces. Al amanecer te escabulles de su apartamento y te cuelas en el tuyo por la ventana del sótano. Tu mamá no tiene ni la más puta idea. En los viejos tiempos, lo sabía todo. Tenía tremendo radar campesino. Pero ahora no está en nada. Su dolor, y cuidar ese dolor, consume todo su tiempo.

Te estás cagando de miedo por lo que estás haciendo, pero a la vez te excita y te hace sentir menos solo en el mundo. Tienes dieciséis años y tienes el presentimiento de que ahora que la locomotora de sexo ha arrancado no hay fuerza en la tierra que la pueda frenar.

Pero de buenas a primeras tu abuelo en Santo Domingo se enferma y tu mamá tiene que regresar. Todo saldrá bien, dice la Doña. Miss Lora dice que te va a cuidar.

Ma, yo puedo cocinar.

No, no puedes. Y no traigas aquí a esa niña puertorriqueña. ¿Me entiendes?

Asientes. En vez de la niña puertorriqueña traes al mujerón dominicano.

Ella chilla de deleite al ver los sofás forrados en plástico y las cucharas de madera colgadas de la pared. La verdad es que te da un poquitico de pena por tu mamá.

Por supuesto que terminas en el sótano. Donde las cosas de tu hermano están por todos lados. Ella va directamente a por sus guantes de boxeo.

Por favor, deja eso.

Se los empuja contra la cara, los huele.

No hay manera de que te relajes. Estás convencido de que puedes oír a tu mamá o a Paloma en la puerta. Esto causa que pares cada cinco minutos. Despertar con ella en tu cama te inquieta. Hace café, revoltillo de huevos, y en vez de escuchar Radio WADO pone The Morning Zoo y todo le hace gracia. Es tan raro. Cuando Paloma te llama para ver si vas a la escuela, miss Lora anda por tu casa en camiseta y se le ven sus nalgas flacas.

12

Durante tu último año en la secundaria, ella se consigue un trabajo en tu escuela. Por supuesto. Todo te parece tan extraño. La ves en el pasillo y se te sale el corazón. ¿Esa es tu vecina?, te pregunta Paloma. Por Dios, mira cómo te está fokin mirando. La puta vieja. En la escuela, son las latinas las que la joden. Se burlan de su acento, de su ropa, de su cuerpo. (Le dicen miss Plana.) Ella nunca se queja —Es un trabajo buenísimo, te dice— pero eres testigo de esas tonterías. Son solo las latinas las que joden. Las blanquitas la quieren con cojones. Ella se encarga del equipo de gimnasia. Las lleva a ver programas de danza para inspirarlas. Y en un dos por tres, empiezan a ganar. Un día, hangueando en las afueras de la escuela, las muchachas del equipo le ruegan y le insisten y ella hace una voltereta que te deja bobo por su perfección. Es lo más bello que has visto en tu vida. Por supuesto, Mr. Everson, el maestro de ciencias, se enamora de ella por completo. Él siempre se está enamorando de alguien. Hubo un tiempo en que era Paloma, hasta que ella amenazó con reportarlo. Ahora los ves riéndose en el pasillo, almorzando juntos en la sala de los maestros.

Paloma no para de joder. Dicen que a Mr. Everson le gusta ponerse vestidos de mujer. ¿Tú crees que ella se pone un consolador de correa para él?

Ustedes están locas.

Lo más probable es que sí.

Todo esto te pone muy tenso. Pero a la vez hace que el sexo sea mucho mejor.

Algunas veces ves el carro de Mr. Everson afuera de su apartamento. Parece que Mr. Everson está de visita, te dice uno de tus panas, y se ríe. De repente te sientes débil de rabia. Consideras joderle el carro. Consideras tocarle a la puerta. Consideras mil cosas. Pero te quedas en casa levantando pesas hasta que se va. Cuando ella abre la puerta, entras hecho una furia sin decir una sola palabra. La casa apesta a cigarrillo.

Tú hiedes a chinchilín, le dices. Vas al cuarto pero ves que la cama está hecha.

Ay, pobrecito, se ríe. No seas celoso.

Pero por supuesto que lo estás.

13

Te gradúas en junio y ella está presente, aplaudiendo al lado de tu mamá. Tiene puesto un vestido rojo porque una vez le dijiste que era tu color favorito, y debajo lleva pantis del mismo color. Después los lleva a los dos a comer a un restaurante mexicano en Perth Amboy. Paloma no puede ir porque su mamá está enferma. Pero te encuentras con ella más tarde, esa misma noche, en la puerta de su apartamento.

Lo logré, dice Paloma, encantada de la vida.

Estoy muy orgulloso de ti, dices. Y entonces, aunque no es característico de ti, añades: Eres una muchacha extraordinaria.

Durante ese verano tú y Paloma solamente se ven dos veces. No hay más besos. Mentalmente, ya se fue. En agosto se muda para asistir a la Universidad de Delaware. A la semana recibes una carta que empieza con las palabras «Pasando página». No te sorprende en absoluto y ni terminas de leerla. Consideras manejar hasta Delaware para hablar con ella pero te das cuenta de lo inútil que sería. Como es de esperarse, ella jamás regresa.

Te quedas en el barrio. Consigues trabajo en Raritan River Steel. Al principio los lugareños de Pennsylvania te dan lucha, pero con el tiempo encuentras tu camino y te dejan tranquilo. Por la noche te vas a los bares con alguno de los otros idiotas que se quedaron atrapados en el barrio, te das tremenda juma y le tocas la puerta a miss Lora con el güebo en la mano. Ella todavía está tratando de convencerte de que vayas a la universidad. Hasta ofrece pagar los gastos de las solicitudes pero no estás en nada de eso y se lo dices: Ahora no. Ella está tomando clases nocturnas en Montclair. Está pensando inscribirse en un programa de doctorado. Entonces tendrás que dirigirte a mí como doctora.

De vez en cuando se encuentran en Perth Amboy, donde nadie conoce a ninguno de los dos. Salen a cenar como gente normal. Es obvio que eres demasiado joven para ella y te mata cada vez que te toca en público, pero ¿qué le vas a hacer? Ella siempre está contenta de verte. Tú sabes que esto no puede durar, y se lo dices, y ella asiente: Solo quiero lo mejor para ti. Tú haces un gran esfuerzo para conocer a otras muchachas, te dices a ti mismo que necesitas a alguien que te ayude con la transición, pero jamás encuentras a alguien que te guste.

Algunas veces, cuando dejas su apartamento, caminas hasta el vertedero donde tú y tu hermano jugaban de niños y te sientas en un columpio. Es el mismo lugar donde Mr. Del Orbe amenazó con meterle un tiro a tu hermano en los granos. Hazlo, dijo Rafa, y entonces mi hermano te pegará un tiro en el culo. A tus espaldas Nueva York zumba en la distancia. El mundo, te dices a ti mismo, jamás se va a acabar.

14

Te toma un largo tiempo recuperarte. Acostumbrarte a una vida sin secretos. Aun después que ya es parte de tu pasado y la has bloqueado por completo, todavía tienes miedo de que vas a recaer. En Rutgers, donde por fin aterrizaste, llevas una vida social de loco, y cuando vas de un fracaso a otro te convences de que tienes problemas con muchachas de tu misma edad por culpa de ella.

Por supuesto que jamás hablas del tema con nadie. Hasta tu último año, cuando conoces al mujerón de tus sueños, la que deja a su novio moreno para estar contigo, y la que espanta a todos los pollitos de tu gallinero. Ella es en quien por fin confías. Ella es a quien se lo cuentas todo.

Deben arrestar a ese cuero loco.

No fue así.

La deben arrestar hoy mismo.

Te hace bien decírselo a alguien. Tu gran miedo había sido que ella te odiara, que todas ellas te odiaran.

Cómo te voy a odiar. Tú eres mi hombre, dice con orgullo.

Cuando van de visita a tu casa, ella se lo comenta a tu mamá. Doña, ¿es verdá que tu hijo taba rapando una vieja?

Tu mamá sacude la cabeza, indignada. Es igualito que su papá y su hermano.

Los hombres dominicanos, ¿verdá, Doña?

Estos tres son los peores.

Después te pide pasar por casa de miss Lora. Hay una luz prendida.

Voy a ir a decirle tres cosas, te dice el mujerón.

Porfa, no.

Aquí voy.

Toca fuerte a la puerta.

Negra, no.

Le grita: ¡Abre la puerta!

Pero nadie contesta.

Después de ese incidente no le hablas por unas semanas. Es una de tus separaciones más serias. Al final los dos se encuentran en un concierto de A Tribe Called Quest y ella te ve bailando con otra jeva y te saluda y es todo lo que necesitas. Vas a donde está sentada con todo su grupito malvado. Se ha afeitado la cabeza al rape de nuevo.

Negra, dices.

Te arrastra a una esquina. Discúlpame por portarme así. Solo quería protegerte.

Sacudes la cabeza. Ella vuelve a tus brazos.

15

Graduación: y cuando la ves no te sorprende. Lo que sí te sorprende es que no lo anticiparas. El segundo justo antes que tú y el mujerón entren en la procesión, la ves vestida de rojo, sola. Ha empezado a aumentar de peso; se la ve bien. Después la ves caminando sola por el césped de Old Queens con un birrete en la mano. Tu mamá tiene uno también. Después, lo colgará en la pared.

Sucede que a final de cuentas se muda de London Terrace. Los precios han subido. Se está llenando de banglas y paquistanís. En unos años, tu mamá también se mudará, a Bergenline.

Después, cuando tú y el mujerón ya no están juntos, escribirás su nombre en la línea de búsqueda en la computadora, pero no aparecerá ni una sola pista. En un viaje a la República Dominicana vas hasta La Vega y preguntas por ella. Enseñas una foto como si fueras un detective. En ella se ven los dos, la única vez que fueron a la playa en Sandy Hook. Los dos sonríen. Y en ese justo momento, los dos pestañean.