ADVERTENCIA

No he inventado nada. Hay tanto de novelesco en esta vida jalonada de coincidencias, señales y prodigios que no había razón alguna para añadir más. Se ha escrito mucho sobre la emperatriz Eugenia, personaje muy controvertido, uno de los más calumniados en vida e incluso después de su muerte. Fiel a lo que Napoleón III le dijo después de la batalla de Sedán, «uno no se defiende contra su pueblo», nunca se justificó. Durante cuarenta y siete años prefirió soportar las peores acusaciones y oponer sólo grandeza y la dignidad del silencio. Se le intentó convencer, en varias ocasiones, de que escribiese sus Memorias. Tiempo perdido. Su obstinado rechazo nos priva actualmente de una obra preciosa que nos habría permitido entender mejor a la insólita mujer que ella era.

Así las cosas, me vino la idea de darle la palabra. Porque podemos oírla en sus Cartas familiares, publicadas después de su muerte por el duque de Alba, incluida su variada correspondencia con sus mejores amigas como la reina Victoria, la duquesa de Mouchy…, con hombres políticos, colaboradores cercanos, diplomáticos y ministros extranjeros. Las entrevistas que concertó con Maurice Paléologue entre 1901 y 1919 nos clarifican muy particularmente los grandes momentos del imperio tal como ella los vivió. En lo referente a su vida personal, a sus emociones, sus alegrías y sus sufrimientos, el exilio, la muerte del emperador y la de su hijo, me he basado en las cartas de Mérimée a la condesa de Montijo y a su amigo Panizzi, en los testimonios de algunas damas de compañía como la señora Carette, la condesa des Garets, miss Vesey y Ethel Smith, en las obras de Augustin Filon y Lucien Daudet, ambas aprobadas por la emperatriz, además de numerosas conversaciones o correspondencia reproducidas en varias publicaciones. También señalo la obra de Harold Kurtz, quien tuvo acceso a los archivos de Viena y de Madrid, y mantuvo encuentros en Inglaterra con algunos miembros del exilio.

Con la ayuda de, todos estos textos, he intentado reconstruir estas Memorias que la emperatriz no consideró oportuno escribir. «Para el emperador y para mí, el tiempo nos hará justicia», decía. Quizás haya llegado ese momento…

GENEVIÈVE CHAUVEL