XXVI

Eso es todo lo que voy a contar. Podría, quizás, contarles lo que hice después de volver a casa, cómo me enfermé y todo, y a qué colegio voy a ir este otoño cuando salga de aquí, pero no tengo humor para hacerlo. De verdad. En realidad, ahora todas esas cosas han dejado ya de interesarme.

Mucha gente, sobre todo ese psicoanalista que tienen aquí, insiste en preguntarme si pienso aplicarme más cuando vuelva al colegio en setiembre. Opino que se trata de una pregunta sumamente estúpida. Quiero decir, ¿cómo es posible saber anticipadamente lo que uno va a hacer más adelante? Uno puede pensar que va a hacer algo, ¿pero cómo puede tener la seguridad? Juro que es una pregunta estúpida.

D. B. no se pone tan pesado como los demás, pero también me hace un montón de preguntas. Vino a verme el sábado con esa inglesita que trabaja en la película cuyo guión él está escribiendo. Me resultó bastante afectada y artificial, pero la encontré muy linda. Bueno, aprovechando un momento en que ella se fue al baño de señoras, que queda en la otra ala del edificio, D. B. me preguntó qué pensaba de todo esto que acabo de contarles. No sabía qué diablo contestarle. Si quieren que les confiese la verdad, ni siquiera sé lo que pienso. Siento habérselo contado a tanta gente. Lo único que sé es que, en cierta forma, echo de menos a todas las personas de que hablé; por ejemplo, hasta a Stradlater y Ackley. Y hasta creo que echo de menos al maldito Maurice. Es algo curioso. No le vayan a contar nada a nadie. Si lo hacen en seguida empezarán a echar de menos a todo el mundo.

FIN