Perspicacia
Mientras estaba desayunando, Ariel le preguntó a Jacob el resultado de sus indagaciones nocturnas.
—He hecho una lista —respondió el robot— de los rasgos técnicos que la tecnología del salto y la modulación discreta de la hiperonda tienen en común. ¿Quieres que la proyecte en la pantalla?
—¡Cielos, no! —exclamó Ariel—. No entiendo esa materia. Transmite tu lista a Keymo por tu comunicador interior, y pregúntale si puede deducir un paralelismo que le permita comparar las características de la modulación continua con las características de la tecnología de la Llave de Perihelion, por los rasgos que ambas comparten.
Tras una larga pausa, añadió:
—Y dile que me gustaría tener una respuesta antes de reunirnos con los alienígenas.
Terminó de desayunar y salió a la amplia balconada para aspirar los frescos aromas de la mañana. En su lugar, se vio asaltada por los olores estériles y residuales de la noche en una ciudad de nuevo cuño; ni siquiera el aroma del fermento recién fabricado que caracterizaba a la zona de Alameda Webster a cualquier hora del día, y que ciertamente era mejor que el olor a ozono y aceite de máquinas de Ciudad Perla, podía ser peor.
Hasta este instante, Ariel no se había dado cuenta de hasta qué punto le asqueaban las ciudades. Había estado en Robot City y en las bóvedas de acero de la Tierra, y ahora en esta ciudad maldita, sólo para complacer a Derec, disgustándole siempre, pero engañándose al pensar que se estaba divirtiendo mucho.
No le gustaban las ciudades, y por la mañana todavía le gustaban menos. Había esperado oler el aroma del heno recién segado de Aurora. Y en cambio, se sentía oprimida por los olores de una ciudad que le disgustaba intensamente, a la que, no obstante, se sentía obligada a salvar. La idea de la negociación dentro de dos horas era, en su anticipación, no como una idea en su mente, sino como un ladrillo en su estómago.
Con la nariz arrugada y el desayuno dándole vueltas en su estómago, dio media vuelta y entró al apartamento para vestirse adecuadamente, con vistas a la reunión.
Una hora más tarde, vestida ya, se hallaba sentada en el salón, buscando todavía una solución al problema. Jacob estaba en su alacena. Con su humor, Ariel lo prefería así. Esta mañana no quería distracciones.
Nerviosa, decidió no esperar más para comunicarse con Keymo. Necesitaba llevar una solución a la reunión, cualquier solución, incluso una para un problema menor.
—Jacob, llama a Keymo por tu intercomunicador —le ordenó al robot—. Entérate de si ha encontrado alguna solución al problema de la hiperonda.
—Keymo informa de un éxito limitado —dijo Jacob—. Puede ver ciertos rasgos de la teleportación por Llave que no había visto antes, unos rasgos que potencialmente podrían servir como un método de comunicación instantánea muy diferente de la comunicación normal por hiperonda.
—Bien. ¿Podría llamarse modulación continua?
—Sí. Pero modula una especie de onda híbrida, no las hiperondas que ya conocemos.
—Bien, esto parece una pequeña diferencia (especialmente, porque Ariel ignoraba qué significaba todo ello). Seguramente era de esto de lo que hablaban los alienígenas. En fin —agregó—, vámonos.
—Nos sobra tiempo —comentó Jacob.
—Conduce despacio —le indicó la joven, saliendo del apartamento con el robot detrás, casi pegado a ella.
Jacob había obtenido un pequeño vehículo no automatizado la noche anterior, aunque con alguna dificultad. Con la evacuación en su punto culminante, había pocos vehículos disponibles para el transporte.
La calle Mayor estaba llena de tráfico, y había embotellamientos a cada instante, pero la riada se movía con cierta fluidez por lo que Jacob, siguiendo las instrucciones de conducir lentamente, se dividía el tráfico como una roca en un río turbulento. Los ocho carriles estaban repletos de móviles hacia el norte, para apresurar la transferencia de material.
Pese a todo, llegaron a la bóveda a las 9,40 de la mañana, unos veinte minutos antes de la hora de la cita. En la abertura de la bóveda, la calle se estrechaba a sólo cuatro carriles y después se convertía en un camino terreo a unos metros al norte de la bóveda.
Wohler-9 ya se hallaba de vigilancia en el lado occidental de la abertura, donde volvería a tener lugar la reunión con los alienígenas. Esta vez, Ariel no quería que Wohler participase en el encuentro.
—Sigue hacia el norte, Jacob —le ordenó—. No quiero parecer ansiosa.
Sabía que sonaba inconsistente, ávida de llegar pronto en un momento dado, y reacia a llegar al siguiente. Tuvo que repetirse que él no era más que un robot, que nada podía importarle, y que no tenía por qué juzgarla a ella ni en un sentido ni en otro. Esto era una buena cosa. Pero, no obstante, se sentía bastante incómoda.
—Estamos a medio camino del punto de regreso, miss Ariel —anunció Jacob diez minutos más tarde.
La joven había estado sumida en el problema de la bóveda, incapaz todavía de idear algo que sirviese para suspender el proyecto de los alienígenas. El cierre de la bóveda parecía inevitable.
—Bien —murmuró, mirando al robot—, da media vuelta.
Durante un segundo, por su mente pasó una oleada de afecto hacia Jacob. Era una mole tan perfecta, tan atenta, tan cuidadosa… Llevaba una túnica de mangas cortas, muy atractiva, de tela ligera, que ella misma había elegido. Y la había escogido para esta ocasión debido a su aspecto casual. También ella vestía de manera informal. No quería que los alienígenas pensaran que deseaba imponerse a ellos, por más que estaba segura de que eran incapaces de clasificarla por su atuendo en absoluto. Era más bien cuestión de establecer su propio estado mental… el estado de su mente.
Alargó la mano impulsivamente y acarició el antebrazo de Jacob. Ahuyentó de su mente la idea de que el robot no podía ser atento y cuidadoso, incapaz de actuar de otra manera, por haber sido programado así. Además, era una mole perfecta.
Jacob la miró a su vez.
—¿Hay algo más, miss Ariel?
—¡Oh, sí!, Jacob. Lo hay. No anticipé el regreso a Aurora cuando te pedí que me acompañases.
«Al fin y al cabo es sólo un robot», continuó diciéndose a sí misma una y otra vez.
—¿Entonces, puedo servirla en algo más? —interrogó Jacob.
—Sí, podrías hacerlo, Jacob. Claro que yo no puedo aceptar ese servicio, por muy delicioso que pudiera encontrarlo.
De repente, saltó a su cerebro la imagen de Derec, ondulando, muy lejos, al final de una larga fila de maíz cimbreante. Y se preguntó de dónde procedía el recuerdo. Nunca había estado con Derec en un maizal. Al menos, no lo recordaba.
Esta idea la devolvió a su presente responsabilidad, que era más una obligación hacia Derec, para llevar a cabo sus deseos, puesto que ella, en realidad, experimentaba sólo sentimientos negativos hacia los robots de la ciudad. Sin embargo, la obligación continuaba en pie.
—¿Has visto algún signo de los alienígenas, Jacob? —preguntó.
—Posiblemente —respondió el robot—. Veo tres cuerpos negros que han descendido en un vuelo circular en torno a la bóveda.
—¿Puedes conseguir que lleguemos cuando ellos ya hayan aterrizado?
—Lo intentaré.
Lo consiguió. Ariel saltó fuera del vehículo, anduvo hasta hallarse frente a los alienígenas. Jacob se quedó a un lado, ligeramente detrás de ella.
—Buenos días, embajadores —dijo Ariel, con una débil nota de altanería.
El día anterior, ellos se habían llamado jefes, pero la joven se negaba a usar este término por temor a que ellos pensaran que eran también jefes de ella.
—Buenos días, miss Ariel Welsh —respondió el alienígena de en medio.
Ariel no pudo reprimir una sonrisa. El acento de la Alameda Webster siempre la pillaba por sorpresa, pero inmediatamente se dispuso a eliminar toda nota de humor en su mente para adoptar una actitud más seria de la que había mantenido el día anterior.
—Éste es mi lugarteniente, Neuronius, mi segundo en el mando —continuó el alienígena de en medio, señalando a su lado derecho lo que parecía una silueta—, y éste es mi tercero en el mando, Axonius —y señaló la silueta de la izquierda.
Ariel correspondió, inclinando la cabeza en la dirección apropiada a cada presentación, con un movimiento casi casual.
El alienígena no utilizó el ampuloso gesto que Sarco había empleado el día anterior, cuando presentó a Sinapo, y no obstante Ariel todavía ignoraba si estaba tratando con Sinapo o con Sarco.
Aquí estaba ella, como sobre una delgada capa de hielo, cuando la reunión sólo acababa de empezar. Pensó al fin que debía ser Sinapo. Era él quien había dominado en la conferencia el día anterior. Por otra parte, los otros eran subordinados. No habían tampoco efectuado el gesto tan grandilocuente, aunque éste fuese Sarco.
Ariel no tenía nada que ofrecer ni de qué hablar, a no ser del análisis de la modulación por hiperonda que Jacob y Keymo habían proyectado a petición suya. Y si éste era Sinapo, y si ella había interpretado debidamente que su verde llamarada del día anterior era una justificación impaciente de las quejas de Sarco, debía de haber habido una queja trivial en la mente de Sinapo y no una brizna de retroceso por parte de ella. Como no sabía con seguridad con quién trataba, decidió ganar tiempo.
—Confío en que habréis llegado a la conclusión de que el cierre de la bóveda ya no tiene una importancia inmediata, puesto que ya es el noventa y nueve punto dos por ciento efectiva.
—Al contrario, creemos que sería mucho mejor completar el compensador del nodo y cerrar la bóveda completamente, albergando en ella todas las creaciones futuras —replicó el alienígena—. Aunque las emisiones de la creación que Wohler-9 llama una ciudad estén bajo control, podrían convertirse en algo mucho peor, como cosas ajenas a nuestro mundo y que podrían sernos infligidas.
—Puedo asegurarte que esas cosas peligrosas no existen. Sólo deseamos compartir este planeta con vosotros y estamos ansiosos de demostraros nuestra mutua compatibilidad.
—Esto sería más tranquilizador si viniese de un jefe que perteneciera a vuestro clan masculino, si he entendido a Wohler-9 correctamente.
«Otro macho chauvinista como Wohler-9», pensó Ariel. «Este enorme murciélago debía ser un macho. Claro».
Todo el universo estaba lleno de machos insufribles.
—No necesariamente. Las mujeres, nuestro clan femenino, según tú, han tenido a menudo jefes, jefes femeninos muy capaces que han actuado tan bien como los hombres… como los del clan masculino.
—Pero la mayoría de jefes todavía pertenecen al clan masculino ¿no?
—Sí —se vio Ariel obligada a responder.
La discusión no iba por buen camino. Ariel decidió arriesgar su única posibilidad de alcanzar un trato en un esfuerzo para decantar las cosas a su favor.
—Pero volvamos al punto principal —agregó, sin dar tiempo a una réplica—, a las cosas que hemos estado haciendo y que os han molestado. Nosotros no queremos molestaros en ningún sentido, y estamos ansiosos de asegurar que tal cosa no ocurra.
Hizo una leve pausa y prosiguió.
—Por ejemplo, podemos cambiar nuestra modulación de hiperonda, de discreta a continua, a fin de no perturbar vuestra comodidad de escucha.
Una leve llamarada de irritación refulgió bajo los ojos del alienígena, mucho menor que la del día anterior, pero todavía con una luminosidad bien visible.
—¡Sarco! —gritó el alienígena, como si lanzara una maldición—. Esa perturbación de hiperonda no es bastante importante para discutirla aquí. Mi estimado colega es un amante de la música y muy dispuesto a conceder a esas pequeñas perturbaciones más atención de la que merecen.
Ariel había disparado su andanada contra un alienígena erróneo.
—Sin embargo —objetó ella—, esto demuestra hasta qué punto estamos dispuestos a evitar perturbar a vuestro pueblo. Y esto debería tranquilizaros acerca de nuestras intenciones.
—Una tranquilidad perfecta solamente nos la puede dar vuestro jefe.
Con una extraña mezcla de emociones, irritación y añoranza, Ariel pensó: «Yo soy aquí la Jefa, señor murciélago, y tú estás por debajo de mí. Pero me gustaría que mi querido compañero estuviese aquí en vez de estar recorriendo un desconocido maizal…».
No se detuvo a razonar de dónde procedía esa extraña imagen… La visión de Derec al final de un campo de maíz, un campo muy verde. Añoraba tanto a Derec… Y de pronto, la respuesta al problema de la bóveda la asaltó con la maravillosa visión interior que sólo puede proceder de un hemisferio cerebral comunicando con otro, pasando por las maquinaciones subconscientes del que está oculto del otro. Por primera vez, Ariel se sintió al mando de la situación.