Crisis
—¿Cuál es nuestra situación ahora, Wohler? —inquirió Ariel.
Ella y los dos robots acababan de dar por terminada la reunión con los alienígenas, y pasaban por la calle Mayor con el vehículo, en dirección al apartamento. Al frente se extendían las luces callejeras, hacia la Torre de la Brújula, como una sarta de perlas iluminadas a la débil claridad de un crepúsculo tardío, el crepúsculo permanente creado por la bóveda.
—¿En qué aspecto, miss Ariel? —quiso saber Wohler.
—Respecto a la ciudad, Wohler. La bóveda quedará cerrada pasado mañana, a menos que podamos vencer a esos monstruos. ¿Qué podemos hacer para ello?
—Nosotros estamos transportando el material necesario para la construcción de una segunda Torre de la Brújula y la ciudad al otro lado de la llanura… a cinco kilómetros de distancia.
—Sí, creo que antes usaste esas mismas palabras —asintió ella.
—¿Cómo podía irritarse con una máquina que, dado el mismo estímulo, repetía la misma respuesta?
—Por tanto, tu gran plan es ir saltando por todo el planeta, siempre un salto por delante de los alienígenas, construyendo Torres de la Brújula y ciudades —nodos perturbadores del tiempo—, mientras ellos siguen detrás nuestro, neutralizándolo todo con sus bóvedas, ¿eh?
¿Se sentía ella aún culpable por lo que le ocurrió a Wohler-1 y se disculpaba ante esta pobre máquina que no sabía nada del asunto?
—Primero, nosotros intentamos neutralizarlos y perdimos un robot piloto y un avión —respondió Wohler—. Después tratamos de saber más acerca de ellos y perdimos un cirujano y el escalpelo de láser.
—Hubiéramos podido aprender más acerca de ellos sólo conversando.
—Esto no ha quedado demostrado, miss Ariel, ni pareció ser necesario al principio, puesto que ellos destruyeron solamente al observador. No se interfirieron en nuestra labor cuando ampliamos el círculo patrullero para evitar la construcción de la bóveda. Tampoco pareció que violasen nuestras leyes de gobierno ni se interfirieron con la Directiva Principal hasta que su obra constructiva empezó a trazar un círculo hacia dentro… para formar la bóveda. Luego, empezamos a hablar y ellos lograron aprender nuestro lenguaje, pero nosotros aprendimos muy poco del suyo, aparte de cierta terminología especializada que ahora has determinado tú que es de carácter meteorológico.
—¿Y el núcleo central? —preguntó Ariel—. No lo dejaréis detrás…
—No, miss Ariel. El principal marco de nuestro ordenador de control es móvil. Cuando los cuerpos negros inicien la construcción el último día, nosotros nos trasladaremos para servir a la nueva ciudad.
—Que poco después estará cubierta por una bóveda.
—Sí. Por esto nosotros pedimos ayuda a Robot City por hiperonda.
—Sube con nosotros, Wohler —le invitó Ariel cuando el robot detuvo el vehículo delante del edificio de apartamentos.
Una vez en el apartamento, Jacob y Wohler-9 se encaminaron a las alacenas de la pared.
—Jacob —le dijo Ariel—, ¿quieres prepararme el almuerzo? Deseo una buena ensalada fresca… Luego, dispón la mesa. Voy a asearme un poco y volveré al momento.
Cuando volvió, le aguardaban en la mesa una ensalada y un vaso de leche. Jacob estaba sentado al otro lado de la mesa, y Wohler-9 se hallaba de pie en su alacena. Ariel sentíase incómoda cuando Jacob, el humaniforme, estaba en su nicho. Su educación auroriana hacía que le pareciese natural que Wohler-9 sí estuviese en su alacena, que era donde debía estar cuando no ejecutaba ninguna tarea para ella. En realidad, hubiera debido sentir lo mismo por Jacob, pero el aspecto de éste no se lo permitía.
—Ahora —empezó a decir, mientras seguía comiendo—, nuestro problema más acuciante es cómo llevar a cabo nuestro objetivo de hacer que este planeta sea idóneo para la vida humana y, al mismo tiempo, evitar destruir el clima, ni siquiera perturbarlo. Porque todo el asunto meteorológico es, por lo visto, la preocupación principal de esos alienígenas. Sin embargo —añadió—, es un problema muy difícil de resolver mientras almuerzo. Arruinaría mi apetito y dificultaría mi digestión.
Hizo una pausa para tragar un bocado y luego continuó.
—Hablemos, en cambio, del ruido de la hiperonda, que es la otra forma de perturbarles. Comprendo el problema del tiempo, al menos en parte, y hasta tengo cierta noción de lo que es la alteración atmosférica de un nodo perturbador… Supongo que es el aire caliente pasando a través de una capa de aire frío, y creo que… Bueno, lo cierto es que no tengo la menor idea de lo que quieren significar al hablar de modulación discreta y continua. ¿Qué es esto, Jacob?
—No estoy seguro, miss Ariel —respondió Jacob—. Sólo conozco un tipo de modulación de hiperonda, la que los alienígenas llaman «discreta». Tampoco conozco la relación de la modulación por hiperonda con la tecnología del salto que nos permite viajar por el hiperespacio. ¿Conoces esa relación, Wohler?
—No —replicó el robot—, pero sé que la teleportación mediante una Llave de Perihelion es tecnológicamente diferente a la teleportación por salto.
—Creo que éste es un problema menor relacionado con la nueva tecnología, del que obviamente deberíamos estar enterados —intervino Ariel, con tono de autoridad—. Vamos a ocuparnos de ello, Jacob.
—Muy bien, miss Ariel. ¿Por dónde sugiere que empecemos?
Ariel pensó por un momento que tal vez Jacob se mostraba sarcástico, mas de pronto comprendió que no era éste el caso. Jacob no era más que un robot. Aunque, ¿podía el Instituto de la Robótica haber incluido un módulo sarcástico opcional en el cerebro positrónico de los humaniformes? No era probable. Pero se trataba de una idea interesante que la distraía un poco de los pesados problemas de ingeniería. Éstos sabía solucionarlos mejor Derec que ella. Los problemas sociales, los problemas de la gente, los módulos positrónicos del sarcasmo… para todo esto sí estaba ella dotada. No para los problemas relacionados con la meteorología y la hiperonda.
Ariel calló unos instantes. Jacob en la mesa y Wohler-9 en su nicho, también callaron.
—Wohler —empezó luego Ariel—, ¿hay algún robot Keymo en este planeta?
—Sí —afirmó Wohler-9—. Keymo, octava generación, está a cargo del control de la Llave de Perihelion.
—Entonces, Jacob, ésta es tu pista —prosiguió Ariel. Era solamente un problema de la gente, un problema de los robots, al fin y al cabo—. Necesitamos desarrollar una modulación continua de hiperonda. Sinapo dijo que existe una conexión entre la modulación continua de la hiperonda y la teleportación por Llave. Keymo, en Robot City, fabricó las Llaves. Keymo aquí, está a cargo del control de las Llaves, de todas las que haya, debe estar familiarizado con la teleportación, y es posible que haya profundizado en el problema de la modulación continua. Mirad si vosotros dos podéis procuraros algún equipo para implementarlo.
—Muy bien, miss Ariel —se limitó a asentir Jacob.
—Wohler —continuó Ariel—, busca un cartucho de comunicación interna, enchúfalo en Jacob para que pueda hallar a Keymo por sí mismo, y luego vuelve para ayudarme. Con tus conocimientos de los alienígenas, podremos hallar una solución a ese problema de la bóveda.
Jacob y Wohler-9, cuando no conversaban audiblemente, pero estaban cerca uno del otro, se comunicaban con sus incómodos sistemas de radio de largo alcance. El cartucho de comunicación interna le proporcionaría a Jacob una red más sofisticada de comunicación por microondas, de corto alcance.
—Muy bien, miss Welsh —repuso Wohler-9.
Ariel no tenía grandes esperanzas de que Jacob y Keymo consiguiesen muy buenos resultados. Por su experiencia, los robots ordinarios no eran creativos. Claro que había habido una excepción extraordinaria el breve período en Robot City, cuando había revivido el Hamlet de Shakespeare, interpretado por robots actores, cuando robot Lucius había creado su obra maestra de arte, el edificio dinámicamente cromático, llamado el Disyuntor.
Wohler-9 regresó media hora más tarde.
—¿Localizó Jacob a Keymo? —quiso saber Ariel.
—Creo que sí. Antes de irme, ya había contactado con Keymo por su comunicador interno.
—Bien. ¿Hay un proyector de memorias en este apartamento?
—Sí. Los nichos están equipados con tomas eléctricas, y esa pared sirve de pantalla.
—Justo lo que necesitamos. ¿Cuántas veces te has encontrado con el alienígena Sinapo?
—Treinta y cuatro.
—¿Cuánto tiempo cada vez?
Cuando Wohler-9 empezó a recitar la lista que contenía la duración de cada encuentro, Ariel le interrumpió.
—El promedio…
—Cuarenta y dos minutos.
—No tendré tiempo de estudiar todo esto antes de mañana por la mañana. Y, no obstante, necesito desesperadamente alguna pista que me ayude a resolver este problema.
Hizo una pausa para reflexionar.
—Wohler, mientras pienso cómo puedo pasar por pantalla todo ese material rápidamente, descarga del núcleo central el diálogo de tus encuentros con Sinapo y consigue una fotocopia lo antes posible…
—Descarga en proceso —anunció Wohler-9.
Una fracción de segundo después, mientras Ariel aún seguía meditando sobre su problema, Wohler-9 volvió a anunciar:
—Descarga terminada.
Un par de minutos más tarde, gruñó Ariel:
—En realidad, no sé qué busco, pero sí sé lo que no busco, Wohler. Mira, suprime todas las secciones de los encuentros relativos a los lenguajes, y rebobina el resto a doble velocidad.
A esa velocidad, Ariel no podía entender ni a Wohler ni al alienígena. Luego, ya con más lentitud, pudo entender a Wohler-9, aunque siguió sin entender el acento websteriano de Sinapo. Finalmente, puso la velocidad normal y pudo entender lo que decía Sinapo, aunque no todo. De todas maneras, se negó a disminuir más la velocidad.
Igual que no esperaba gran cosa de Keymo y Jacob, tampoco esperaba realmente mucho de las conversaciones entre Wohler-9 y Sinapo. Pero esto mantenía ocupada su mente sobre el problema y dejaba a su subconsciente libre para reflexionar acerca de todas las ramificaciones del tema principal.
Ni su mente consciente ni su mente subconsciente contribuyeron con nada significativo durante una investigación que resultó monótona y aburrida después de la novedad de ver y oír a un gigantesco murciélago.
El correo del núcleo central llegó con la fotocopia de los diálogos a última hora de la tarde y, con esta interrupción, Ariel decidió tomarse un descanso y cenar temprano. No tenía noticias de Jacob y se dio cuenta de que le había estado aguardando para la cena, cuando en realidad no tenía ningún motivo para esperarle, puesto que el robot no comía, y sólo le hacía compañía cuando ella almorzaba o cenaba. Pero era un hábito al que se había acostumbrado, y ahora, privada de ese placer, lo echaba de menos.
¿Echaba de menos a Jacob o a Derec? Tan pronto como se hubo formulado esta pregunta, el ansia de ver a Derec, junto con la añoranza de las hermosas haciendas y los verdes campos de Aurora, se apoderaron de ella.
Intentó apartar estos pensamientos de su cabeza mientras cenaba, mas no le fue posible. Su mente se rebelaba ante la magnitud del problema con que se enfrentaba en este mundo alienígena y, mientras comía, se tragaba su soledad y su añoranza, y por eso, antes de concluir su cena, unas lágrimas de autocompasión resbalaron por sus mejillas.
—¿Sientes algún dolor, miss Welsh? —se interesó Wohler-9 al ver sus lágrimas.
Ariel se las secó con una servilleta.
—No, Wohler-9. Es la soledad.
—¿No alivia tu soledad en algún grado mi presencia?
—No.
—¿En qué grado mi asistencia de esta tarde sirvió para preservar la ciudad, miss Welsh?
—Siento confesar que en un grado muy pequeño —replicó ella—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Esperabas otra cosa?
—Ciertamente, esperaba algo más, miss Welsh. He procedido constantemente en la dirección que mejor sirve a la Directiva Principal, cuando tal cosa no violaba las reglas que gobiernan mi comportamiento. He descuidado mis deberes de supervisor de la construcción y operatividad de la ciudad, miss Welsh, porque pensé que a tu servicio servía mejor a la Directiva Principal. Si tal no es el caso, debo volver a mis deberes, que actualmente están repartidos entre los otros seis supervisores.
—Muy bien, Wohler. Vuelve a tu deber.
—Quitaré los platos de la mesa. En el futuro pide un robot doméstico para que te sirva, y entonces me marcharé.
—Yo asearé la mesa, Wohler. Y no necesito ningún robot doméstico. Me bastará Jacob.
—Pero Jacob tiene otro deber que cumplir, miss Welsh —objetó Wohler-9.
—Ya nos arreglaremos, Wohler. Llama a Jacob por el intercomunicador, dile que esté aquí no más tarde de las diez, y luego márchate.
Deseaba estar sola. Wohler empezaba a ponerla nerviosa, Wohler y aquel alienígena al que había estado viendo y oyendo toda la tarde.
—¿Me necesitarás mañana en la reunión? —preguntó Wohler.
—No. ¿Llamaste a Jacob ya?
—Sí, miss Welsh. Estará aquí a las diez.
—Entonces, vete, Wohler.
A pesar de sus antiguos sentimientos por Wohler-1, Ariel estaba harta de este Wohler-9. Pese a lo cual, creía que, en sus diálogos con el alienígena, debía haber alguna pista respecto a la conducta de éstos, sus necesidades, su cultura, una pista de algo que hiciese a los alienígenas compatibles con los humanos, de forma que este planeta tan deseable no tuviese que ser abandonado y evitado en el futuro.
Se concentró en la fotocopia entregada por el correo antes de cenar. Era extraño cómo una forma tan arcaica de transmitir información, la palabra impresa, había perdurado tanto tiempo. Y todavía resultaba más extraño si se tenía en cuenta ese maravilloso instrumento que es el cerebro humano la velocidad con que ella podía asimilar las palabras y conjurar las imágenes con ellas relacionadas, la velocidad a que podía examinar las páginas.
Rápidamente, llegó al sitio donde Wohler lo había dejado por la tarde, y repasó el resto de los diálogos —diez veces el volumen de lo escuchado anteriormente—, pero lo hizo en menos de dos horas. Y extrajo bastantes deducciones de todo ello, al poder pasarlo una y otra vez, más deprisa, más despacio, saltándose lo menos importante, y al ser capaz de meditar sobre el significado de una frase, de una simple palabra.
Era verdad que el núcleo central había eliminado el peculiar acento del alienígena, lo cual ciertamente aceleraba todo el proceso, pero la auténtica eficiencia procedía de la palabra impresa, de la arcaica telepatía que extraía ideas alienígenas de una mente alienígena y se las traspasaba a ella.
Pero, a pesar de la antigua belleza de la fotocopia, sus observaciones no le aportaron ningún significado, no añadió nada a lo que ya había sabido aquella tarde gracias a Wohler y al proyector de memorias.
Sin embargo, su intuición le dijo que debía de haber una solución. O no lo examinaba debidamente con una mentalidad apropiada, o no lo examinaba en el sitio adecuado. Y si no era en la bóveda, ¿dónde tenía que investigar en este extraño mundo? La ciudad era el problema, un nodo perturbador del tiempo, como lo llamaban los alienígenas, una especie de grano de arena irritante, incontrolable, dentro de una ostra…
Y los alienígenas lo estaban revistiendo, alisándolo, para librarlo de las asperezas y las irritaciones, como una ostra reviste las agudas aristas de un grano de arena con el nácar iridiscente, con la madreperla. Ahora, ella empezaba a pensar como una alienígena. Este mundo es una ostra y la ciudad y su bóveda son la perla. El Mundo Ostrícola. La Ciudad Perla. Ariel acababa de bautizar un mundo y una ciudad. Y cuando Jacob llegó a las diez en punto, Ariel no había deducido nada más.
—Bueno, al fin has vuelto —exclamó ella, al ver al robot—. ¿Qué pudo decirte Keymo sobre el problema de la hiperonda?
—Muy poco, miss Ariel —respondió Jacob—. Ninguno de los dos ha visto cómo puede aplicarse la tecnología de la teleportación por Llave a las señales moduladoras de la hiperonda.
—¿Examinasteis la dicotomía paralela de la tecnología del salto hiperespacial y la modulación discreta de la hiperonda? Esta conexión paralela debería proporcionar pistas acerca de la relación entre la Llave de Perihelion y la modulación continua, ¿no es verdad?
Ariel había oído por primera vez la palabra dicotomía camino del Mundo Ostrícola, cuando la empleó Jacob y, desde entonces, deseaba usarla. La palabra tenía un timbre de erudición. Y ahora ella se la había devuelto al robot.
—Sólo sugirió que buscásemos una conexión entre la modulación continua y la teleportación por Llave, miss Ariel. Y ninguno de los dos vio tal conexión durante la larga discusión que finalizó hace sólo media hora.
«¡Oh!, torpe», pensó Ariel. «El proceso creativo es primariamente un asunto de trazar correlaciones…».
Si había conexión entre la modulación discreta y la tecnología del salto, como afirmaban los alienígenas, primero habría que indagar y entender tal conexión. Luego, sería posible deducir qué es la modulación continua examinando la teleportación por Llave con la conexión paralela que existe, según los alienígenas. Ariel pensaba que esto lo había explicado con gran claridad antes de que Jacob se marchara. Además, también él había oído lo que dijo el alienígena.
—Esta noche, mientras yo duerma —dijo Ariel en voz alta—, examina todo lo que haya en tu memoria referente a la tecnología del salto y la modulación de la hiperonda. Repásalo y compáralo punto por punto. Busca las similitudes. Correlaciona una cosa con la otra. Y por la mañana me darás un informe de todos los casos en que hayas visto una semejanza entre las dos.
—Muy bien, miss Ariel.
La joven se fue a la cama, pensando que le gustaría contemplar toda la musculatura de Jacob sin sus ropas. Y esto la hizo sentirse culpable y su añoranza de Derec creció al punto. Toda la velada había estado intentando ahuyentar esta añoranza de su mente, y probablemente era esto lo que ahora le daba esas ideas poco ortodoxas sobre Jacob.
Se durmió finalmente y, en algún momento de la larga noche, soñó que estaba jugando en un verde prado de su planeta Aurora con su robot personal, como cuando era niña, pero de repente el robot se convirtió en Jacob, y los dos corrieron y rieron, mientras él la perseguía por entre las hileras de plantas verdes que se ondulaban bajo la brisa, y gradualmente el robot ya no la perseguía sino que la esperaba al extremo de una fila de plantas muy altas; luego, ya no era Jacob; de pronto comprendió que era Derec que acababa de llegar al Mundo Ostrícola, quien estaba allí con los brazos extendidos, aguardándola. Gozosamente, ella iba hacia él, por entre la alta vegetación…
Ariel se despertó. Era ya de mañana y estaba en el Mundo Ostrícola, pero Derec no estaba en él.