Callejón sin salida
Finalmente, Ariel se dominó y, con rostro sereno, se volvió de cara a los alienígenas. Su aspecto amedrentador casi la había paralizado hasta que el primero, Sarco, habló.
Wohler-9 los había señalado antes de que iniciasen su caída, mientras todavía trazaban círculos sobre el centro de la bóveda. De pronto aterrizó uno, tan velozmente, que pareció como si no pudiese parar a tiempo; pero, de forma inesperada, desplegó unas alas tan anchas que quedó sumergido en ellas, en un espacio negrísimo, absolutamente desprovisto de cualquier detalle, como si de repente y de manera inexplicable hubieran sido arrojadas a la concavidad negra y sin rasgos de la bóveda.
Cuando replegó las alas, parecieron fundirse con los costados y desaparecer en la aterciopelada negrura. Los contrastes de color, o la falta de éste, aumentaba el aspecto perturbador del alienígena; el garfio blanco, que obviamente podía desventrar a un humano de un solo golpe, y el brillo rojizo tan desconcertante de los hundidos ojos, le dieron a Ariel la impresión de estar contemplando las entrañas del infierno.
Luego, llegó el otro, mucho más decorosamente que el primero. Y, cuando abrió la boca, ella se halló transportada inmediatamente a la Tierra, a la Alameda Webster, una de las grutas de acero que ella y Derec habían visitado. Pero, cuando el primero también le confirmó esa impresión, la joven no pudo contenerse.
—Sí —dijo Sinapo, que era el segundo alienígena—, «benvenuta tú sias, miz Aiel Wils».
Al oírle expresarse tan mal, Ariel volvió el rostro para disimular su risa, y un incipiente estornudo le provocó un cosquilleo en la nariz, todo ello a causa del olor a amoníaco que los dos alienígenas exudaban.
Ariel apenas logró ocultar el delicioso alivio que experimentó al ver que aquellos dos demonios tenían su lado cómico. Naturalmente, no conocían el lenguaje espacial demasiado bien. Y Wohler-9 no había podido enseñarles aquel mal acento.
La joven se recobró rápidamente de su ataque de risa y ya sin estornudar, se volvió de nuevo hacia los dos extraños seres.
—Encantada de conoceros —les saludó, inclinándose—. Ésta es una ocasión histórica que seguramente recordaremos siempre. Me entristece que un encuentro tan importante pueda quedar empañado por la discusión de los incidentes discordantes que han ocurrido, y espero que podremos explorar el gran potencial de armonía para las relaciones futuras de nuestras dos especies.
Luego, trató de componer un semblante serio, dispuesta a escuchar la respuesta que, con toda seguridad, ellos le darían, y halló que le resultaba posible ignorar la mala pronunciación y concentrarse sólo en el significado.
—También nosotros estamos igualmente entristecidos —replicó Sinapo.
—El protocolo de mi especie en esta situación sugiere que tú debes elegir el primer tema de la discusión —observó Ariel.
—Di la raíz cuadrada de menos uno —le pidió al momento Sinapo.
—La raíz cuadrada de menos uno —respondió inmediatamente Jacob— es el componente de una clase de números que no pueden darse sustancialmente excepto en un contexto específico. En este caso, tal contexto es la interrelación de espacio y tiempo, en que las medidas del tiempo han de multiplicarse por la raíz cuadrada de menos uno a fin de relacionarlas adecuadamente con las medidas del espacio.
—O al contrario —agregó Sinapo—. Una respuesta muy satisfactoria a una pregunta sencilla, pero siempre hay que empezar por lo sencillo para llegar a lo más complicado. Y ahora, ¿qué quieres, miss Ariel Welsh?
«Estas tonterías no nos llevarán a ninguna parte. He de ir al fondo de la cuestión», pensó Ariel.
—¿Por qué habéis aislado la ciudad, encerrándola bajo esta inmensa bóveda?
Cuando señaló la bóveda, el primer movimiento de la mañana, o sea la primera pasada de los miostrianos ampliaba el reborde de la bóveda con un débil crujido y desaparecía en el suelo.
Ariel se sobresaltó. Con el borde de la bóveda a su izquierda y detrás, ella se había girado ligeramente al señalar y, por el rabillo del ojo, captó aquel movimiento antes de que el ruido llegara a sus oídos. Y como había sonado a sus espaldas, la sobresaltó más que si hubiese estado mirando aquel reborde.
—¡Ah!, mi gente empieza a trabajar —exclamó Sarco.
—Mi colega Sarco —continuó Sinapo— me informó ayer que el compensador del nodo, o sea esta bóveda, quedará terminado mañana, lo cual nos deja muy poco tiempo para una negociación. También me dijo que es necesaria la bóveda a fin de controlar perfectamente las condiciones meteorológicas. Las emisiones especiales, la radiación y la convección de la energía termal de vuestras creaciones quebrantan gravemente la meteorología de nuestro planeta, con lo cual se perturban asimismo nuestros procesos mentales y nuestro equilibrio emocional.
El origen del adiestramiento lingüístico de Sinapo se puso en aquel instante de manifiesto. Hablaba exactamente igual que un supervisor de Robot City. Sólo Woholer-9 pudo haber pronunciado aquellas palabras tan grandilocuentes.
«¿Qué acababa de decir respecto a la construcción de la bóveda?». Ariel no lo había captado, perdiéndose la última frase.
Jacob tenía razón. Los alienígenas estaban preocupados por el tiempo y las condiciones meteorológicas y hablaban como si realmente lo controlaran. Los espaciales y los colonos también hablaban mucho sobre el tiempo, pero no habían logrado dominarlo.
—¿Controláis el tiempo? —quiso saber Ariel.
—Naturalmente. Es esencial que una corriente de aire irregular no perturbe nuestra actividad mental. ¿Cómo se puede pensar cuando uno se halla trastornado por una turbulencia? Vuestras creaciones engendran un nodo perturbador atmosférico pésimo para nosotros.
—Bien, yo opino que éste es nuestro turno. Y supongo que debemos dejar de ir metódicamente de lo simple a lo complicado, como intentábamos hacer.
—¿A qué propósito vital sirven vuestras creaciones? ¿Qué fines justifican la muerte de dos de nosotros, primero un miostriano en la legítima realización de una tarea a él asignada, y después un cerebrón que estaba pacíficamente trabado y con toda seguridad no se interfería en vuestro oscuro deber?
Ariel sabía que, equilibradamente, la destrucción de un robot observador era poco comparable a la muerte de dos seres inteligentes. Pero también sabía que la mejor defensa es una acusación.
—Y en la realización de esa tarea de legitimidad muy cuestionable —replicó—, vosotros, los miostrianos, habéis creado algo que partió a uno de los míos por la mitad.
En realidad, no pensaba que un robot observador fuese una persona, pero aquellos «murciélagos negros», o como los llamaba Wohler-9, los cuerpos negros, no tenían por qué saberlo.
—Te recuerdo respetuosamente que fueron vuestras creaciones las que obligaron a los miostrianos a iniciar la construcción del compensador —objetó Sinapo—. Y vuelvo a preguntarte ¿cuál es el propósito de vuestras creaciones? ¿Qué otra cosa puede amenazar más a nuestro equilibrio que la perturbación de nuestro tiempo?
Era una pregunta legítima, que le obligaba a Ariel a evaluar nuevamente lo que era grave y lo que no lo era, quién había provocado a quién, y cuándo y cómo. Tal vez el tiempo tuviese la misma importancia para la vida inteligente en las mentes de los cuerpos negros… tal vez el tiempo era su vida.
Este pensamiento, junto con la observación de que, mientras Sinapo hablaba, había hecho girar su garfio para que apuntase al frente como el de su compañero, hizo que Ariel reconsiderara la gravedad de la situación. Aunque no estaba segura del significado de aquella rotación, no parecía abrigar nada bueno, e incluso podía considerarse ominoso, en conjunción con la manera con la que Sinapo había efectuado su última declaración.
La joven había permitido que el acento provinciano de Sinapo la distrajese, y esto podía ser la causa de que pensara que no era muy grave esta confrontación, cuando en realidad sí lo era. Antes de la reunión, sabía que la misma tenía un carácter de gran seriedad, y su ansiedad fue en aumento hasta el momento del enfrentamiento. Bien, ¿cómo había dejado que las circunstancias de aquel encuentro la distrajeran y engañasen?
El movimiento que captó de reojo en aquel instante y el ruido que lo acompañó señalaron el paso de un miostriano más arriba, y esto atrajo su atención hacia la construcción de la bóveda. Entonces observó que, mientras habían estado hablando, el borde de la bóveda había progresado hacia el centro de la calle Mayor, cerrando la abertura como mínimo dos metros más en aquel lado, probablemente cuatro metros considerando ambos lados.
Los robots de la ciudad habían convertido la calle Mayor en una carretera a través de la llanura para facilitar su éxodo. Los dos bordes de la bóveda no estaban ya muy alejados del borde de dicha carretera, con cuatro carriles de anchura, allí donde salía de la bóveda.
Fue entonces cuando recordó el anterior comentario de Sinapo: «Mi colega Sarco me informó ayer que el compensador del nodo, o sea esta bóveda, quedará terminado mañana, lo cual nos da muy poco tiempo para una negociación».
Ariel no lo había olvidado. Solamente lo había pasado por alto a causa de una sobrecarga de los estímulos sensoriales. Era difícil captar todos los datos y digerirlos en el debido orden. Sin embargo, se hallaban, claramente, en medio de una negociación en la que ella estaba ciertamente acorralada, cosa que debía reconocer en presencia de esos alienígenas, y que el tiempo se le estaba acabando.
Tal vez este conocimiento le concedería algo de tiempo. Un diplomático se habría mostrado un poco tortuoso, pero Ariel reconocía que no era muy diplomática. Uno consigue los datos, los analiza y procede de acuerdo con ellos.
—Tu argumento es perfecto —admitió Ariel—. Y sólo se tarda un breve instante, conociendo todos los datos, en reconocer que nosotros somos los ofensores y vosotros los ofendidos. Os pedimos un poco de paciencia. Os pedimos que suspendáis la construcción de la bóveda mientras nosotros consideramos cómo podemos resolver este dilema, de manera que nadie más de nuestros pueblos sufra daño alguno y queden restablecidas nuestras relaciones.
Sabía que esto no era del todo cierto. Sus relaciones nunca habían sido armoniosas. Ésta era una concesión menor a la duplicidad de la diplomacia. Ninguno de los alienígenas respondió, pero Ariel intuyó que algo había ganado. De pie, lado a lado, los dos habían encarado sus sectores delanteros de manera que sus garfios y sus ojos se enfrentaron uno al otro brevemente. Luego, ambos volvieron a mirar a Ariel.
—Accedemos a un día de descanso en la construcción del compensador tras la terminación del esfuerzo de hoy. Nos reuniremos de nuevo mañana, igual que hoy.
Ariel sintió un golpecito en el codo y se volvió a medias cuando Jacob le susurró:
—¿No sería una ayuda conocer la estabilidad actual de su tiempo?
—No entiendo —replicó Ariel, también en susurros.
—¿Cuál es la efectividad de la bóveda ahora? —aclaró Jacob—. Esos datos servirán para estudiar las posibilidades que hay de resolver el problema.
—Noventa y nueve punto dos por ciento de compensación, incluyendo la mejora permitida y considerando los dos efectos positivos de los bordes —contestó Sarco antes de que Ariel formulase la pregunta.
La joven comprendió entonces por qué Jacob había formulado la pregunta.
—¿Podríais vivir si no causáramos más efectos nocivos? —inquirió Ariel.
—Sí —asintió Sinapo.
—¿Por qué —preguntó Sarco a su vez, como para no ser menos que el lugarteniente de Ariel— emitís hiperondas con modulación discreta para saltar cuando la fidelidad de la señal y el nivel de ruido son mejores con una modulación continua?
Esta vez, Ariel no vaciló ni un segundo.
—Jacob… —dijo mirando al robot.
Jacob retrasó su respuesta debido a estar distraído. Una llamarada verdosa, pequeña y muy lumínica, de no más de diez centímetros de longitud, surgió en la negrura, a unos centímetros más abajo de los ojos de Sinapo. Pero éste nada dijo.
Jacob quedó distraído sólo momentáneamente, aunque lo bastante para que pudiera registrar el espectro y la temperatura de la llama de hidrógeno puro mezclado con oxígeno puro y un rastro de amoníaco.
—No sabemos mucho de la modulación continua —replicó Jacob.
—Es extraño. Vosotros teleportáis con los dos tipos de transición —observó Sarco. No parecía molesto por el fuego de Sinapo—. Saltasteis aquí en un modo discreto, y la fase de Wohler-9 se condensó en un modo continuo. ¿No reconocéis el paralelismo con la hiperonda?
—No soy experto en estas tecnologías —admitió Jacob—. Sólo podemos aceptar tu pregunta para consultarla.
A fin de evitar más discusiones, Sinapo se volvió bruscamente y, con una corta carrerita y un salto torpón, saltó al aire e inició grácilmente el vuelo. Sarco vaciló sólo un instante y luego dio media vuelta, anadeó y, con un salto todavía más torpe, le siguió rápidamente. Pronto estuvieron muy por encima de la bóveda. Cuando terminó la actividad del día en la construcción de la bóveda, los bordes de la misma habían empezado a cortar la carretera de cuatro calzadas.