Diálogo
Sinapo nunca se había vaciado tanto antes. La musculatura de las piernas, especialmente, resultaba muy débil al dirigirse al riachuelo aquella mañana. Había agotado las células de energía que tenía en torno al pecho, la cintura y las nalgas, y ahora extraía las energías de las células que alimentaban sus músculos. Y las de las piernas se hallaban casi tan vacías como las pectorales que daban energía a sus alas. Las piernas siempre eran las primeras en debilitarse. Ésta era una declaración que a Sarco y a sus semejantes les gustaba citar por algún motivo, aparte del hecho de que era verdad.
Y la verdad de ese adagio nunca fue más real que cuando se dirigía al riachuelo aquella mañana. En realidad, se había sentido ya muy débil después de la larga inactividad de una noche en la que permaneció trabado.
Sarco ya se había marchado. Esto se puso de manifiesto cuando, después del desayuno, Sinapo ascendió a la óptima altitud de recarga. Sarco ya estaba de vigilancia en el espacio favorito de Sinapo, inmediatamente encima del centro del compensador. Naturalmente, Sarco era el único de las dos tribus en no reconocerlo y en menospreciarle así.
Era la primera vez que violaba ese espacio sin permiso. Sin embargo, los tiempos eran muy raros; los antiguos protocolos, tan poco utilizados, eran más fáciles de violar que los reforzados por el uso continuo. El concepto de lugar preferido no era tan natural entre los cerebrones como entre los miostrianos, que tendían a quedarse en el mismo sitio durante largos períodos en el proceso de construir y destruir los compensadores del tiempo, como el espacio abovedado de abajo. Los cerebrones no pasaban la noche en tierra, normalmente, sino que se trababan en grandes grupos que iban derivando, enlazados por los ganchos. Normalmente eran nómadas, y rondaban continuamente por todo el planeta en un estado de meditación profunda, lo cual había llevado su raza a las alturas intelectuales de que ahora disfrutaban.
La última vez que se habían anclado por un período bastante largo fue cuando las dos tribus estuvieron luchando contra los efectos del tiempo a causa de la caída del gran meteorito, un cuarto de siglo antes de la llegada de los alienígenas.
Así, el espacio preferido era el equivalente cerebrón al lugar preferido de los miostrianos. El espacio preferido estaba, naturalmente, en el centro del grupo, y el más apreciado era el centro exacto, donde la audiocomunicación llegaba menos interferida al máximo número de cerebrones, y a la primera selección en torno a ellos, donde la comunicación radiada, más interferida, llegaba a todos los cerebrones con menos gasto de energía.
Cuando las dos tribus se mezclaban, como hacían ahora y como hicieron durante el incidente del meteorito, la tribu dominante tendía a ser la de los cerebrones, a menos que los miostrianos tuviesen un jefe sumamente agresivo y, hasta aquella mañana, Sinapo había sido el más agresivo en su interacción, pese al hecho de que era Sarco y sus miostrianos los que construían agresivamente el compensador. Esto era de esperar. Sinapo se habría mostrado algo alarmado, contrariamente al tenor de sus palabras, si los miostrianos se hubiesen comportado de manera diferente.
Así, en el contexto de la conducta pasada, era sorprendente encontrar a Sarco, con su gancho agresivamente apuntando al frente, estacionado en el espacio de Sinapo. La disposición natural de ambas tribus era pacífica, por lo que Sinapo dejó su gancho apuntando a popa y se situó a dos extensiones de alas a la derecha de Sarco, mientras éste daba vueltas alrededor del centro de la bóveda, mucho más abajo.
—Has venido bastante temprano, Sarco —observó Sinapo.
—Estuve vigilando el aterrizaje alienígena anoche —explicó Sarco—. Y monitoricé su salto a nuestra zona hace dos días. Esto, tal vez, explica su modulación discontinua de la hiperonda. Pero no del todo. Los monstruos de metal se comunicaron con modulaciones continuas. ¿Cómo explicas el salto? ¿Tenemos dos series distintas de alienígenas?
—No. No, si entendí lo que me dijo Wohler-9. Este nuevo ser es, claramente, un amo de los metálicos.
—Bien, esta mañana me uniré a ti. Así podré observar la construcción casi tan bien desde tu estación como desde la mía. Y aunque no me preocupo en absoluto por ninguna de las dos series de alienígenas, sería una lástima destruir vida innecesariamente. Deseo ver por mí mismo cómo los manejas tú.
Sinapo no dijo nada más durante el resto de la corta recarga. Ya estaba agotado por los interminables días de charla y el excedente de oxígeno venenoso que se sentía impulsado a contener en sus bolsas. Pero continuó manteniendo su gancho a popa para que Sarco comprendiese que su silencio no era ninguna ofensa. Podía permitir que Sarco dominase esta breve carga matinal, aunque esto era todo lo que podía permitirle.
Se inflaron y bajaron cuando la gente de Sarco formaron filas para iniciar la construcción. Sinapo no había pretendido que Sarco se le adelantara, pero, por la costumbre instaurada desde el breve tiempo que los alienígenas estaban en su mundo, Sinapo empezó su deslizamiento según su forma habitual, lo que le condujo a un elevado movimiento circular en torno a la bóveda.
Sarco prefirió ir directamente. Cuando Sinapo se dio cuenta de que Sarco no le seguía, era ya tarde para corregir su error, pero trazó el círculo más estrecho, muy elevado, y empezó a descender mucho antes de completar un medio círculo. Sinapo contempló a Sarco a través de la bóveda transparente cuando aquél efectuó su rápido e impulsado acercamiento y un aterrizaje agresivo una rápida detención a medio metro del suelo, con sus alas extendidas en toda su longitud de unos diez metros, cuando se posó a dos metros de los alienígenas.
Mentalmente, Sinapo maldijo a Sarco, pero se reprimió y no radió sus sentimientos como hubiera hecho de saber que los alienígenas no podían recibir su mensaje radiado. Una nube de polvo oscureció a Sarco y los alienígenas cuando Sinapo llegó con un suave deslizamiento y se posó en tierra, en medio de la nube. Sabía que era más majestuoso en el aire, pero también sabía que su aproximación quedaría oscurecida por el polvo de Sarco, por lo que prefirió acercarse aún más que su colega. Y su aproximación la ejecutó tan bien que no añadió ni una mota a la nube de polvo que se estaba ya disipando rápidamente.
Había tres alienígenas Wohler-9, un segundo ser no metálico, una cabeza más bajo, y un tercer ser tan alto como Wohler-9, que Sinapo creyó no metálico hasta que detectó la radiación de neutrinos que caracterizaba a Wohler-9 y a la microfusión en general. Tuvo que llegar a la conclusión de que, pese a su engañoso aspecto, el tercer alienígena debía pertenecer a la tribu de servidores, aunque sabía que una apresurada generalización podía resultar diplomáticamente embarazosa si era equivocada.
Sarco, al menos, tuvo el buen sentido de no abrir su salida de oxígeno prematuramente. Y era evidente que Wohler-9 estaba confundido, sin ser capaz de distinguir entre Sinapo y Sarco. Los ojos del robot iban de uno a otro incesantemente.
—Buenos días, Wohler-9 —le saludó Sinapo.
Esta mañana, el ser metálico no vaciló ni ignoró a Sinapo. Wohler-9 volvió la cabeza e hizo rodar los ojos hasta posarse en Sinapo, mucho antes de terminar el movimiento giratorio de aquélla.
—Ésta es miss Ariel Welsh —presentó el robot con un gesto ampuloso hacia la diminuta alienígena, que apenas llegaba a las articulaciones de los hombros de Sinapo.
Y con un simple gesto, Wohler-9 indicó que el tercer individuo era un servidor fuera de consideración, hecho confirmado por sus palabras.
—Éste es el humaniforme Jacob Winterson, el robot personal de miss Welsh.
La validez de la generalización de Sinapo fue tan tranquilizadora como su reacción inicial ante la apariencia inexpresiva de la pequeña alienígena. Pero Wohler-9 no presentó a Sinapo, un fallo de etiqueta difícil de perdonar, cosa que no resultaba tranquilizadora en absoluto.
Sin embargo, el robot era sólo un servidor y quizá no tan ducho en diplomacia como su pequeña ama, pues era hembra, o sea un miembro del clan subordinado de la tribu dominante. Sinapo ya sabía que era hembra gracias a sus anteriores conversaciones con Wohler-9.
Pero todo esto también era desalentador, puesto que todavía ignoraba, después de las interminables discusiones que seguramente tendrían lugar, hasta qué punto era dominante el otro clan, y si éste también dominaría a las tribus de su mundo si esta miss Welsh no podía hacerlo por sí misma. Ciertamente, no imponía demasiado.
Pero sí impresionaba su robot personal, pese a ser sólo un servidor. Esto dejó a Sinapo sin ningún apoyo para continuar sus apreciaciones, aparte de las apariencias superficiales, las cuales, por su larga experiencia sabía que podían ser erróneas.
Luego, ante la extrañeza de Sinapo, Sarco empezó a hablar.
—Bienvenida a nuestro mundo, miss Ariel Welsh. Mi nombre es Sarco, aunque esta palabra es la más aproximada a una traducción en tu lenguaje. Soy el jefe de los miostrianos.
Esto pilló a Sinapo por sorpresa. No había esperado que Sarco conociese tan a fondo aquel lenguaje. Así, Sarco dominaba su lenguaje más de lo que Sinapo había creído posible, gracias a las breves lecciones radiadas que él les había impartido a los cerebrones. Obviamente, Sarco había escuchado atentamente dichas lecciones, aunque sólo podía haber captado los audio-patrones mediante una ayuda especial por parte de alguno de sus más selectos cerebrones.
Y esto también molestaba a Sinapo. Alguien de su élite debía ser muy dominante, y lo bastante osado para arriesgarse a menospreciar a Sinapo en su rivalidad con Sarco.
Sinapo estaba tan asombrado que, antes de poder decir algo, Sarco, con un gesto tan ampuloso como el de Wohler-9, añadió:
—Y éste es Sinapo, el jefe de los cerebrones.
La presentación de Sarco podía aceptarse de dos maneras. Sinapo esperaba que la pequeña alienígena situara las relaciones de Sarco con él de la misma manera que las de Wohler-9 con ella. ¿Había intentado Sarco que tal fuese el caso? ¿Había juzgado mal la conducta de Sarco durante la carga de la mañana?
—Sí, miss Ariel Welsh —repitió Sinapo—. Bienvenida a nuestro mundo.
La pequeña alienígena dio media vuelta, temblando, sumamente estremecida, después de haber puesto repentinamente su mano sobre sus primarios y secundarios orificios. Obviamente, sufría un ataque de fiebres intermitentes.
Estudiosamente, Wohler-9 ignoró su estado. La única reacción del otro ser, el humaniforme, fue una leve curvatura en las esquinas de su orificio primario. La conducta de la joven y la de ellos indujo a Sinapo, en su confusión, a cuestionar la eficacia de los robots como servidores capaces. Seguramente, uno de ellos hubiese debido hacer algo para aliviar aquel ataque.
Sin embargo, Ariel se recuperó rápidamente.
—Encantada de conoceros a los dos —expresó, llevándose una mano a la frente y la otra a la espalda, y doblándose por la cintura, lo que hizo que Sinapo se preguntase si de pronto sufría algún calambre como los que a veces tenía él cuando llevaba una carga de oxígeno demasiado grande, como le ocurría en estos momentos. Pero, al revés que a ella, si a él le sorprendía un calambre en esta situación, lo sufriría y lo ignoraría. Lo cual le dio al momento un grato sentimiento de superioridad.