La historia de Wohler-9
LAS LEYES DE LA ROBÓTICA
1. Un robot no puede causar daño a un ser humano ni, por omisión, permitir que un ser humano sufra daños.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, salvo cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
3. Un robot ha de proteger su existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley.
Han Fastolfe, Una Introducción a la Robótica
Capítulo I, Tecnología antigua.
—Bien, Wohler, me gustaría volver a oír todo esto desde el principio —expresó Ariel.
Acababa de sentarse para cenar. Habían llegado al apartamento una hora antes, un pequeño habitáculo de dos dormitorios en el segundo y último piso de un edificio de la calle Mayor, a medio camino de la abertura en la bóveda de la Torre de la Brújula.
Jacob estaba muy quieto en una alacena de la pared cerca de la entrada al apartamento. Wohler-9 se hallaba de pie respetuosamente al otro lado de la mesa.
—Yo fui el séptimo y último de los supervisores que llegó por teleportación con la Llave de Perihelion la mañana de… —empezó Wohler-9, pero Ariel lo interrumpió.
—No, Wohler, sin tanto detalle.
—¿No deseas oírlo desde el principio, miss Welsh? ¿Prefieres un resumen?
—Sí. Y limita el resumen a tus interacciones con los alienígenas y su erección de la bóveda.
—Muy bien. Empezamos la ciudad en la superficie del planeta con la construcción de la Torre de la Brújula en la llanura, a dos kilómetros de la vegetación del bosque más próximo.
»Habíamos progresado hasta el tercer piso de la torre cuando sucedió un incidente raro referente a un testigo en el lindero del bosque.
—¿Un testigo robot? —volvió a interrumpirle Ariel.
—Sí, miss Welsh. Para alertarnos de cualquier perturbación de la vida planetaria durante la construcción, habíamos establecido una patrulla circular de doce observadores en un perímetro de dos kilómetros de diámetro, centrado en la Torre de la Brújula.
»El extraño incidente produjo la bisección destructora de un observador que pasó cerca del bosque.
—¿Bisección, Wohler?
—Sí, miss Welsh. El observador fue cortado por la mitad. Poco antes del incidente, el mismo observador había presenciado el vuelo de varios de los alienígenas que ahora llamamos cuerpos negros en un punto próximo al bosque, a unos veinte metros encima de donde ocurrió el incidente.
»Estas observaciones fueron sus últimas transmisiones al núcleo de memoria por el intercomunicador.
—Pasa por alto el detalle de la memoria, Wohler —le ordenó Ariel.
—La pauta de los vuelos de los cuerpos negros empezó justo después de haber pasado por allí el último observador. Un cuerpo negro vuela a un punto situado a unos veinte metros del lugar del incidente, allí se detiene, se transforma en un globo o una bola, y cae hasta unos cinco metros del suelo. Entonces abre las alas y reemprende el vuelo, planeando y ascendiendo en el aire, sin llegar a chocar contra el suelo.
»Una cuidadosa inspección de la transmisión hecha por el observador muestra un débil temblor en el aire coincidente con la reanudación del vuelo del cuerpo negro. Este temblor progresa rápidamente hacia el suelo desde el punto de la reanudación del vuelo. Esta operación es repetida por una sucesión de cuerpos negros y, cuando los robots observadores se aproximan más, resulta aparente que, en cada ciclo, el movimiento fugaz del aire no sólo avanza hacia tierra, sino también hacia atrás, atravesando el perímetro de una tenue zona vertical que se eleva más a cada pasada sucesiva. La pauta fue repetida rápidamente por veintiún cuerpos negros antes de la llegada del observador. La negrura que ahora vemos hacia el interior no fue visible para el observador que se acercaba. Estaba mirando la construcción casi en esbozo, aunque ligeramente apartado, deseando obtener una visión más cercana.
—Naturalmente, la grabación finalizó en este punto —comentó Ariel.
—Sí. Desde entonces, las grabaciones de los observadores demuestran que esta operación es la que efectúan los cuerpos negros para la construcción de la bóveda. A medida que dicha construcción avanza, los arcos de intersección atravesados por el tembleteo, y el punto al que vuelan los cuerpos negros para iniciar cada pasada, se han ido elevando en el aire hasta alcanzar la actual situación. Esta operación empieza ahora a media mañana a una altura a algo más de un kilómetro directamente sobre la Torre de la Brújula y consiste en ciento veinte pases de los cuerpos negros, lo que generalmente dura una hora o un poco más.
—¿Hora?
—Un término antiguo del archivo del vocabulario. Significa una vigésima cuarta parte. El cuerpo negro con el que hablé usó mi acceso a los archivos de la central en busca de una traducción exacta de su terminología, y vio que es una vigésima cuarta parte del período de rotación planetario.
—¿Y la dividen más, como nosotros hacemos con nuestras céntadas?
—Sí. Su otra división, en sesenta partes, debe llamarse «minutos», según la central. La conversión de estas unidades en nuestras décadas y céntadas da, para la hora…
—Puedo realizar esa conversión, Wohler.
—Así pues, la construcción de la bóveda empieza cada día a las diez en punto…
—¿Diez en punto?
—Son las diez horas AM, o más exactamente, de acuerdo con la terminología antigua, las diez «Antes del Meridiano». Su día se divide en dos partes de doce horas antes del meridiano, y después del meridiano, hasta medianoche.
—¿No les pareció extraño a esos alienígenas que encontrásemos términos que describen su tecnología en nuestros archivos de historia antigua?
—No. Según mi grabación, específicamente a este respecto, el cuerpo negro observó «Resulta satisfactorio encontrar nuestros ritmos circadianos, las divisiones metabólicas de nuestros relojes naturales, tan fielmente reproducidos en otra especie».
—A mí me parece tremendamente extraño —recalcó Ariel—. Bien, siguiendo con nuestro asunto, en el momento del incidente, el robot observador fue cortado por la mitad por los primeros elementos de la bóveda cuando su impulso le llevó más allá del borde, tal como la palanca fue cortada por la mitad esta tarde.
—Sí —asintió Wohler.
—Hasta entonces, tú no habías tenido ninguna interacción con los cuerpos negros…
—Correcto.
—Pero después iniciaste un diálogo.
—No. No inmediatamente.
—Pero no hacerlo era violar la Tercera Ley, Wohler.
—Al contrario, miss Welsh. Nosotros preferimos cumplir con la Tercera Ley como desquite.
—¡Pero, Wohler, eso violaba la Primera Ley, la que protege la vida inteligente!
—¡Oh, no!, miss Welsh. Protege a los humanos.
—Protege a Wolruf.
Wolruf era una alienígena parecida a un perro, amiga de Ariel y Derec. Juntos habían pasado por diversas experiencias poco gratas, empezando con un alienígena pirata llamado Aránimas, que los había tenido prisioneros por algún tiempo. Fue entonces cuando Ariel conoció a Wolruf.
—Pero sólo porque máster Derec quiso hacer una excepción —protestó Wohler-9—. La programación original del doctor Avery no hizo tales excepciones. Ahora, la Primera Ley protege a los humanos y a Wolruf. Pero nuestra definición de ser humano es muy limitada. Ciertamente, no incluye a los cuerpos negros.
El doctor Avery era el padre de Derec Avery y un versátil y egocéntrico científico que había creado el primitivo Robot City planetario. Había suprimido la memoria de su hijo adolescente, sometiéndolo a unos extraños experimentos en situaciones muy difíciles, dentro y fuera del planeta Robot City. Derec se había enterado ya de muchas cosas acerca de sí mismo, pero Avery había escapado de Robot City sin devolverle la memoria a su hijo.
—Prosigue, Wohler —le ordenó Ariel—. ¿Cómo os desquitasteis?
—Intentamos parar la construcción de la bóveda, interceptando la senda de vuelo de los alienígenas, atropellándolos con una avioneta, pero esto no tuvo todo el éxito que esperábamos. Quedaba destruido un alienígena, pero lo mismo les ocurría al aparato y al robot piloto. Las grabaciones espectrográficas y de la temperatura indican una explosión de hidrógeno como la causa del fracaso.
—Y entonces, iniciaste el diálogo.
—No. La lógica dictaba que determinásemos por qué una explosión provocaba el fallo, por lo que decidimos tender una trampa y examinar a un alienígena.
»De noche, los cuerpos negros se convierten en globos plateados que se suspenden de las copas de los árboles. Logramos capturar a uno que estaba en un árbol en el mismo lindero del bosque, a unos cinco kilómetros lejos de aquí. Lo descolgamos fácilmente después de talar el árbol y cortar su correa.
»Sin embargo, a fin de examinar al alienígena, fue necesario quitar antes el globo que le rodeaba. Y una explosión de hidrógeno destruyó al alienígena y al cirujano, cuando intentaba rasgar el globo con un escalpelo láser.
—Me lo imagino —suspiró Ariel—. Fue entonces cuando iniciaste el diálogo. Claro.
—No. Uno o más de los alienígenas habíase enfrentado a los robots en torno a la construcción de la Torre de la Brújula durante tres días y medio, pero nuestra programación no requería que concediésemos el reconocimiento y, naturalmente, estábamos muy ocupados en la erección de la Torre de la Brújula, que se debía terminar antes de poder iniciar los trabajos del resto de la ciudad. Muy comprensiblemente, no prestamos atención a sus enfrentamientos hasta que personalmente me hallé ante uno de esos cuerpos negros. Esto sucedió inmediatamente después de perder al cirujano y su escalpelo láser. Entonces se me ocurrió, al verme enfrentado al alienígena, que conversando con él podría descubrir lo que buscaba el cirujano; y la Tercera Ley, además, me impulsaba a tal acción. La Tercera Ley dice…
—La conozco, la conozco —le atajó Ariel—. Bueno, entonces sí iniciaste el diálogo.
—No. Seguramente ya está bien claro que fue el alienígena quien empezó el diálogo.
—Eso parece —concedió Ariel con resignación—. No me hubiese gustado que fuese al revés.
—Al contrario. Ahora resulta claro que, de haber iniciado yo antes el diálogo…
—Tienes razón, Wohler. Pero no tienes por qué acusarte…
—Comprendo técnicamente que puedas sentirte afectada de esta manera, pero yo soy incapaz de experimentar esta emoción, miss Welsh.
—Claramente —asintió Ariel—, sí, claramente. Bien, ¿qué puso de manifiesto tu diálogo con el alienígena?
—No mucho, miss Welsh. Pasé casi todo el tiempo enseñándole el estándar galáctico, puesto que no poseo suficiente capacidad lingüística para entender su lenguaje. Y enseñárselo ha sido muy difícil debido a su falta precisamente de conocimientos lingüísticos. Pero él tiene ya unos conocimientos rudimentarios de nuestro lenguaje, lo cual ha de ser útil para vuestros diálogos.
—Supongo que hablas de un alienígena masculino.
—Sí, creo que puedo adscribirlo a este género, si bien es más una descripción de sus modos y su conducta, más en semejanza con los atributos de un humano macho, que he percibido por las diferencias de comportamiento entre los machos y las hembras de la especie humana.
—¿Chauvinismo masculino en un robot? ¿Es esto lo que detecto, Wohler?
—En absoluto, miss Welsh. Mi análisis es muy objetivo.
—Al revés, Wohler. Diría que está muy programado, y que es de la variedad del doctor Avery. Pero continúa. ¿Qué más aprendiste?
—Al revisar mis grabaciones —siguió Wohler-9—, descubrí que yo le había enseñado al alienígena nuestro lenguaje y mucho acerca de los humanos, pero había aprendido muy poco sobre ellos, aparte del hecho de que la construcción de nuestra ciudad perturba su equilibrio. Él usó los términos inversiones, nodos perturbadores y termoclimas anormales, pero esos términos significan poca cosa para mí, y ese escaso significado te lo traspaso a ti.
—Tampoco me ayudan mucho esos términos —confesó Ariel—. ¿Y a ti, Jacob?
Hasta aquel instante, Jacob, en su alacena, no había intervenido en la conversación, ni se había movido en absoluto. Estaba como congelado en su postura. De pronto, movió ligeramente la cabeza y a sus ojos se asomó un destello.
—Son términos meteorológicos, miss Welsh —respondió Jacob.
—¿Del tiempo?
—Sí.
—¡Estamos perturbando su tiempo! —exclamó Ariel.
—Eso parece, miss Ariel —confirmó Jacob.
—Wohler, he de hablar con ese alienígena… ahora, esta noche.
—Imposible, miss Welsh —Wohler rechazó la sugestión—. Ya se ha retirado a su globo.
—¿Qué hacemos pues, Jacob? —exclamó ella desesperada—. ¿Qué hacemos?
—No se puede hacer nada hasta mañana, miss Ariel —replicó Jacob.
—¿Cómo podremos contactar con él mañana, Wohler? —quiso saber la joven.
—No sé de qué modo, miss Welsh, ni cómo llevarte hasta él. No distingo un cuerpo negro de otro. Y, aunque pudiera, casi nunca están en tierra, salvo de noche, y entonces se aíslan en su globo de hidrógeno.
—Bien, ¿qué hacemos? —repitió Ariel.
—Hemos de esperar a que venga hacia nosotros.
—¿Y cuándo vendrá?
—Generalmente, todas las mañanas viene por el lado este de la abertura de la bóveda.
—Lo cual me recuerda, Wohler, que has de dar la orden por tu intercomunicador de que todas las referencias futuras al tiempo de cada día y al del paso del tiempo en general se expresarán en la terminología alienígena. Hemos de acostumbrarnos a su forma de pensar. Si vas a Roma, haz como los romanos. Y ahora dime ¿cuándo acude ese cuerpo negro a la bóveda?
Hubo una pausa antes de que Wohler respondiese.
—Perdón, miss Welsh, pero el archivo enciclopédico no dice nada respecto a la conducta ni en Roma ni de los romanos.
—Olvídalo, Wohler. Es un proverbio. No distinguiría a un romano aunque lo viera. Responde a mi pregunta.
—Va a la bóveda hacia las diez de la mañana, justo antes de que los alienígenas inicien su construcción. Por lo visto, inspecciona ese trabajo.
—Un buen supervisor —comentó Ariel.
—No. Tengo la impresión de que no aprueba la construcción, y que ésta la ejecutan los de una tribu que no es la suya. Sus comentarios se centran más en la crítica de la obra que en el sentido artístico.
Ariel no durmió bien aquella noche. Deseaba tener a su lado a Derec y también añoraba su planeta. Comparado con este planeta extraño, con su insidiosa bóveda y los seres de cuerpo negro como salidos del infierno, Aurora era el más encantador de los lugares, cómodo y sosegado, típico de los mundos espaciales. Añoraba sus granjas y sus praderas verdes, sus ciudades abiertas, apenas discernibles, con sus jardines y parques bien atendidos, sus tiendas de comestibles y sus alamedas subterráneas donde ella y Derec tanto se habían divertido con sus amigos. Le sobresaltó de pronto darse cuenta de que se había divertido. Había ignorado a los viejos amigos que la habían mantenido apartada de ellos, pero los nuevos, aunque también podían acudir a ella por su fortuna, igual que los antiguos, eran realmente divertidos.
Y se había divertido con Derec. Deseaba intensamente verle. Le echaba mucho de menos. También le gustaba mucho Jacob y mentalmente no pensaba en él como en un robot, ya que resultaba muy divertida su compañía. Tenía un modo de decir las cosas sumamente gracioso, y Ariel suponía que lo cultivaba por alguna razón, aunque, naturalmente, él jamás admitiría que poseía el menor concepto del humor humano. Sí, a ella le encantaba Jacob.
Pero era a Derec al que añoraba su cara enjuta, su delgadez. Típicamente masculino, su rápido crecimiento de adolescente había sacrificado carne y anchura en beneficio de la estatura. Pese a lo cual, ella le superaba en varios centímetros. Pero ella había dejado de crecer, mientras él seguramente seguiría creciendo algo más, hasta ser más alto que ella. Por el momento, a Ariel le divertía ser más alta, y se aprovechaba de esta circunstancia cuando le parecía apropiado. Le gustaba burlarse de Derec en este sentido. ¡Ah!, Derec era tan encantador, tan adorable…
Y fue quedándose dormida, en un sueño inquieto, con pesadillas.