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Esquilar

Cuando Ariel declinó su ofrecimiento para ir con ella a enterrar los restos de Jacob, y Ariel se marchó con Mandelbrot, Adán fue a ver si Derec necesitaba sus servicios, pero no los ofreció voluntariamente. Tenía otros planes para la última hora del día, cuando las minillamas estuvieron pastando. Derec se hallaba muy ocupado con el montón de resultados del ordenador que tenía sobre la mesa que, al cabo de media hora, salió a leer al balcón. Adán le comunicó que debía atender a un asunto que estaba a medio terminar y se marchó.

Wohler-9, después de dejar los restos de Jacob en la factoría de desmantelamiento, se ocupó asimismo de sus propios asuntos, dejando el robot de carga estacionado delante del apartamento con todo el equipo de Adán a bordo.

Adán llevó el robot de transporte al corral. Las minillamas todavía pastaban en la pradera pero cada vez más cerca, previendo ya el final del día, cuando volverían al arroyo para saciar su sed y dormir al abrigo del bosque.

Adán aparcó cerca de la entrada al corral, descendió por la rampa de esquilado y se tumbó en ella para continuar su interrumpida observación de los ceremiones.

Eva salió del bosque y se le aproximó. Cuando la oyó, por la suavidad de las pisadas supuso quién era, y sus ojos se lo confirmaron, mas no se movió, sin dar por tanto señales de haber notado su presencia, hasta que ella estuvo directamente ante él.

—De modo que la salvaje vuelve —comentó Adán.

Eva pasó por encima de la cabeza del robot plateado por la rampa y se sentó en el montón de cuerdas que habían cubierto los restos de Jacob Winterson.

—El señor Neuronius era tan convincente, Adán —musitó Eva—. ¿Estás seguro de que se hallaba equivocado? Ahora tal vez no tengamos a nadie a quién servir.

—¿No te gusta esa idea?

—Sí, supongo que sí. La fuerza de tus Leyes debe ser mayor que las mías.

—Mayor no. Tal vez más clara. Pero esa idea también me atrae. Verme rechazado por miss Ariel no es la cosa más armoniosa positrónicamente de mi experiencia.

—Por tanto, ¿cómo puedes estar seguro de que el señor Neuronius estaba equivocado?

—Por toda mi experiencia, por todas las clonaciones que tú no has tenido.

—No es una respuesta muy convincente.

—Pues ha de serlo.

—No, no para mí.

Las hembras tenían a veces una lógica muy distinta…

—Descansa, pues. Y medita en ello. No sirvas a nadie si crees que no hay en la galaxia a quien debas obedecer. O ve en busca de otro planeta.

Esto se hallaba muy cerca del humor robótico, pero ni Adán ni Eva se dieron cuenta, ya que no poseían el canal positrónico del humor.

—No, quédate conmigo —se corrigió a sí mismo—. Siento la necesidad de una compañía femenina.

Adán había contemplado a los ceremiones mientras hablaba con Eva, sin prestar atención a lo que ocurría en tierra.

—¿Quieres que esos animales entren en el cercado? —preguntó Eva de repente.

Adán levantó la vista y se incorporó. Entonces dio un salto. Varias minillamas habían entrado en el corral por las otras dos puertas. Pero casi toda la manada se hallaba aún en la pradera, aunque dirigiéndose hacia el corral.

Mientras las estaban contemplando, una minillama se separó de la manada y se dirigió hacia el bosque antes de que Adán pudiera atraparla. Adán volvió a su sitio y cerró la puerta que estaba delante del robot de carga.

—Colócate en la puerta del centro, y deja que entren pero no dejes salir a ninguno de esos animales —le ordenó a Eva.

—No vine para recibir órdenes —se quejó la robot.

—Ayúdame y disfruta con mi compañía.

Eva obedeció sin protestar más. Adán se dirigió a la puerta más lejana para impedir que salieran por ella más animales.

El rebaño tardó otra hora en penetrar en el corral, y entonces él cerró las puertas. Había contado treinta y un animales.

—Ahora veremos si este esfuerzo tiene su recompensa —murmuró.

Se aproximó al robot de carga, sacó las tijeras y saltó la cerca. Eva seguía en la puerta del centro.

—Vamos —gritó Adán—. Creo que esto requerirá mucha colaboración.

Apoyando una mano en la cerca, Eva también la saltó. Adán se dirigió a la rampa de esquilado con las tijeras en la mano. Durante un momento estudió la rampa.

—No les harás daño, ¿verdad? —le preguntó Eva.

—No sentirán nada. No más de lo que siente máster Derec cuando miss Ariel le corta el cabello.

—¡Oh!, ¿vas a esquilarlas?

—Sí, y veamos si podemos hacerlo fuera de la rampa. De este modo no puedo hacerles ningún daño.

Se acercó a la minillama más próxima, sumamente dócil, agarró un puñado de lana cerca de sus orejas, y empezó a trabajar con las tijeras, moviéndolas con la otra mano. Las tijeras se cerraron una sola vez antes de que el animal se liberase y trotara al otro lado del corral.

—No es tan fácil como creía —rezongó Adán—. Bien, ayúdame a meter uno de esos animales en esa especie de zanja que hay al final de la rampa.

Adán colgó las tijeras en un clavo que sobresalía precisamente del pretil y abrió la puertecita que conducía al interior de la zanja.

No era exactamente una zanja sino más bien una especie de agujero muy hondo, donde una minillama apenas podría moverse. Adán y Eva trataron de llevar la bestia más cercana al agujero, pero huyó de entre sus manos y trotó también al otro lado del corral, dejando en manos de Adán un puñado de hebras de lana, producto del primer intento de corte.

—Bueno, pasaremos al Plan C —masculló Adán.

Fue hacia la cerca, la saltó y sacó un rollo de cuerda del robot de transporte. Hizo un lazo en el extremo, volvió a saltar la valla, se aproximó al animal más cercano, y le pasó el lazo por la cabeza.

—Ahora ven conmigo —musitó.

Y echó a andar hacia la zanja. La cuerda se tensó y el animal hundió sus pezuñas en el suelo. Adán no podía tirar más de la cuerda sin hacerle daño al animal.

—Oye —le dijo a Eva—, coge la cuerda y tira tú.

Se puso detrás de la minillama para empujarla por los cuartos traseros. Eva tiró y él empujó, y la bestia dejó surcos de diez centímetros en el suelo, gruñendo y balando, y levantando furiosamente las patas, haciendo impacto en el pecho de Adán, lo que le hizo caer sentado en tierra.

Después, el animal se encabritó, sin dejar de balar y de sacudir la cuerda con tanta fuerza que Eva comprendió que le haría daño si tiraba más. Por tanto, soltó la cuerda y el animal trotó para reunirse con los otros al otro lado del corral, arrastrando consigo la cuerda.

—El Plan D —anunció Adán.

Se dirigió al animal que llevaba la cuerda al cuello, le aflojó el lazo, y le quitó la cuerda. La minillama se quedó quieta mientras él la liberaba, como si supiese que había ganado aquel asalto y ya no tenía nada que temer. Pero Adán volvió a apretar el lazo en un círculo de diez centímetros, se inclinó, agarró una pata delantera del animal y empezó a levantarla. La minillama se retorció, liberó su pata de la mano de Adán, y trotó un par de metros antes de detenerse y volver a pastar.

Adán volvió de nuevo a la carga, se inclinó otra vez con movimientos relampagueantes y levantó una pata delantera del animal, le pasó el lazo por ella, lo apretó, se incorporó y ató con la cuerda al animal, de manera que le quedaran las patas delanteras juntas. La minillama cayó al suelo, lanzando un horroroso balido mientras Adán le daba otras dos vueltas a la cuerda alrededor de las patas.

Eva se acercó a Adán.

—El Plan D es bastante doloroso —comentó.

—Esquilar es una buena causa —replicó Adán.

Cogió de nuevo las tijeras y esquiló un costado de la bestia, le dio la vuelta y esquiló el otro lado.

Desenredó la cuerda de las patas del animal, le quitó el lazo, le pegó una palmada en los cuartos traseros, y la minillama se incorporó y se alejó al trote. Había caído ya el crepúsculo.

Adán recogió toda la lana y, junto con las tijeras, la arrojó por encima de la cerca. Saltó por encima de ésta, siendo imitado por Eva, lo cargó todo en el robot de transporte, y después abrió las tres puertas y la puertecita de la zanja.

—Volveremos mañana —anunció.

Volvieron al apartamento mientras las minillamas salían del corral para internarse en el bosque. Adán prensó la lana formando una bola y la ató con la cuerda, mientras iban traqueteando.

—¿Crees que esa bolita de lana vale todo lo que hemos pasado? —preguntó Eva—. ¿Y qué hará la pobre bestia sin su ropaje? Esto también es doloroso, ¿no?; tanto la pérdida de su calor como la de su dignidad.

—Tal vez carezca de valor. También yo me siento un poco apenado por el trabajo de esta tarde —confesó Adán—. Dejaremos que juzgue máster Derec. ¿Y tú, qué? —preguntó tras una pausa, el robot plateado—. ¿Qué efectos sientes después de las actividades del día?

—¿Cómo quieres que me sienta después de perder a mi amo? —replicó ella.

—Tal vez deberías alejarte por una temporada. Necesitas reflexionar acerca de los humanos, y en esto yo puedo ayudarte mejor que ellos. Miss Ariel podría llevarte a la factoría de desmantelamiento. Ahora mismo ella debe considerar la realización de un pequeño cambio por lo poco que quedó de Jacob Winterson. Supongo que iban a enterrar esos restos entre ella y Mandelbrot cuando yo salí de la ciudad.

—No, yo debo servir a alguien, incluso a un pseudoamo. Podría ser miss Ariel. Ella presenció mi nacimiento. Yo llevo su clonación. Sí, la serviré a ella por ahora.

Los mamíferos estaban sentados en el balcón cuando los dos llegaron frente al apartamento.

—¡Máster Derec, toma! —gritó Adán, de pie en el robot de transporte.

Arrojó la bola de lana en una trayectoria parabólica, que terminó exactamente en el regazo de Derec. Antes de que éste pudiera decir algo, Adán saltó fuera del robot transporte, y subió al apartamento, seguido más lentamente por Eva. Los dos penetraron en el piso y salieron al balcón. Derec le tiró la bola de lana a Adán.

—¡De modo que eso estuvisteis haciendo! —exclamó el joven—. Un buen esfuerzo, ¿no es cierto, Ariel?

—Es de un animal —comunicó Adán.

—Pues esto demuestra una buena iniciativa, Adán —observó Ariel.

Por el tono de la joven, Adán no estuvo seguro de si su idea había sido tan buena. Y cuando Ariel continuó, aún lo halló menos probable.

—Sin embargo, decidimos hace tiempo que no introduciríamos ninguna clase de cría animal en este mundo. Y temo que este trabajo de esquilado entra en esa categoría.

—Pero su iniciativa es muy notable, ¿verdad Ariel? —insistió Derec.

—Sí, muy notable.

De todos modos, a Adán no se lo pareció tanto.

—Tenía la impresión de que la lana de los animales era muy valiosa —se defendió Adán—, y que adquiriría bastante valor en el mercado interplanetario —pese a haber admitido los defectos de su esquilado, tal vez a causa del mismo, no le resultaba fácil a Adán aceptar graciosamente un segundo rechazo por parte de Ariel.

—Tal vez en una segunda fase, Adán. Pero en esta primera, no. Es una decisión adoptada ya en firme.

Ariel se volvió hacia Eva.

—Y ahora tú, Eva. ¿Qué te trae aquí? —le preguntó.

—Quiero servirte, miss Welsh.

—¿Y qué me dices del alienígena Neuronius?

—Ha muerto, como sabes.

—Sí, pero puedes servir a otros alienígenas.

—El señor Neuronius era especial.

—Sí, el único humano de este planeta. ¿No fue eso lo que dijo?

—Adán no lo cree.

—Ahora no estamos interesados en lo que cree Adán. ¿Qué crees tú?

—Estoy examinando de nuevo los datos.

—Bien. Hazlo. Mientras tanto, ¿por qué debo cargar contigo?

—Estuviste presente en mi nacimiento.

—¿No comprendes que ahora no estoy para esas tonterías? Tus idioteces han matado a Jacob. La verdad es que deseo verte lo menos posible.

—Te aseguro que te serviré muy bien, miss Welsh.

—Por lo que a mí respecta, puedes meterte en tu nicho y no salir nunca más de él. Ésta es la mejor manera en que podrás servirme.

Eva dio media vuelta y se metió en su alacena.

Así terminó la iniciativa agrícola de Adán, gracias a Ariel. Al día siguiente, él le pidió la ayuda de Eva, y a media mañana los dos habían saltado la valla del corral, para limpiar todo el recinto.

Eva volvió a servir a Ariel pero nunca fue perdonada.