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Una última clonación

Después de la excitación por el nacimiento de Eva y el breve período que costó convertir a Eva en una sirviente funcional y apropiada para Ariel, bajo la dirección de Adán, todo pareció quedar en su lugar salvo la incertidumbre de cómo se había producido el enigmático suceso. Descubrir a Adán Plateado en un planeta alienígena era ciertamente algo inesperado, puesto que Adán era un robot inexplicable en un planeta igualmente inexplicable. Claro que representar el papel de una comadrona en el nacimiento de otra criatura era algo sumamente diferente, que despertaba muchas preguntas, siempre con un grado de protagonismo por parte del tremendo doctor Avery encabezando la lista.

Cuando finalmente dejaron de formularse tales preguntas y se dedicaron a la labor creadora con que se enfrentaban, descubrieron que la tarea, aunque difícil, no lo era tanto como habían supuesto. La programación agrícola, que habían empleado en el planeta Robot City, estaba intacta en los archivos del ordenador de Ciudad Perla, dispuestos para su uso cuando fuese necesario.

Lo que Ariel sólo había fantaseado y esperado, su capacidad para el mando, en la realidad resultó algo perfecto. Más asombroso todavía era el hecho de que Derec hubiese reducido su autoridad nominal, inclinándose ante las decisiones de Ariel relativas a la construcción de las granjas y sus instalaciones.

Inicialmente, una de las primeras decisiones de la joven no fue plenamente aceptada por Derec ni por Wolruf, aunque más tarde concedieron que tenía razón. Todos estuvieron de acuerdo en que necesitaban un octavo robot supervisor que vigilase toda la operación agrícola en el planeta. Pero ni Derec ni Wolruf estuvieron de acuerdo al principio con la forma específica que Ariel deseaba para el supervisor, ni con el nombre que ella le había elegido Wheeler. Para ellos no tenía sentido darle nombre a un granjero en memoria de un físico del espacio-tiempo, del siglo XX, un tal John Archibald Wheeler. Para ella tenía mucho sentido, ya que en ambos aspectos, el supervisor estaría muy cerca de la Naturaleza: el granjero en un sentido concreto y práctico; el físico en un sentido abstracto y simbólico. (Ariel había estudiado la física del espacio-tiempo, tratando de comprender el compensador del nodo. A la sazón, tenía la cabeza llena con las heroicas personalidades de los mejores físicos).

Y en su mente, el nombre de Wheeler describía su estilo nómada de vida que le debía llevar «rodando» por toda la superficie del planeta en la persecución de su función supervisora, ya que ella insistía en que tuviese la forma de un ceremión. Wolruf y Derec concedieron más adelante que tal vez fuese ésta la forma más apropiada, porque armonizaba con el trabajo y el mundo perfectamente, aunque al principio les resultó difícil pensar en un supervisor que no tuviera una forma humanoide.

Ariel formó a Wheeler más pequeño que un ceremión, a fin de no intimidar a los alienígenas, pero mayor que cualquiera de los demás nativos voladores, a fin de que los ceremiones no lo confundieran a cierta distancia, tomándole por un habitante natural de su mundo. Insistió, además, en que sus leyes robóticas reconocieran a los ceremiones con todo el peso que ordinariamente se reservaba a los humanos, y que Derec revisase la programación de los otros supervisores para que Wheeler no tuviese que ocuparse de los asuntos referentes al Mundo Ostrícola y los ceremiones.

El problema de las semillas estuvo preocupando a Ariel casi desde el primer momento en que tuvo la idea de fundar un planeta agrícola, pero luego descubrió que no tenía por qué inquietarse. Durante la migración inicial al Mundo Ostrícola se habían acarreado semillas para una gran variedad de cosechas, y ahora estaban almacenadas en latas etiquetadas, listadas en los índices de los programas. No había necesidad de ir en busca de semillas a Aurora.

Por consejo de Wolruf, a fin de efectuar en época benigna todo el proceso de la operación agrícola, de acuerdo con el tiempo reinante en el planeta, diseminaron los jardines y huertos entre los campos de trigo, cebada, avena y otros cereales, y entre extensos campos de algodón, una ventaja que nunca había sido igualada por una adaptación total a la ecología dermal humana. Y para reducir más el trastorno de la ecología del planeta, Wolruf aconsejó que dejasen, también repartidas entre las nuevas plantas, ciertas cantidades de la hierba natural que cubría la pradera cuando ellos llegaron.

En ese primer experimento, decidieron limitarse a los productos vegetales. La producción de lana, leche y carne, y en general, animales y volatería, parecía menos armoniosa con su tarea, que el cultivo de una vida vegetal no consciente.

La irrigación, la primera preocupación del agricultor, no era ningún problema en el Mundo Ostrícola. Las lluvias reguladas era una parte integral del sistema de control del tiempo por parte de los ceremiones. Éstos habían reconocido la necesidad de la vegetación natural mucho antes de conocer a los humanos.

Las instalaciones terminales fueron construidas por encima del acceso a la calle Mayor, según el modelo de Aurora modificado para que encajara en las condiciones especiales exigidas por la configuración de la abertura de la bóveda. Todos los canales llegaban y partían de una serie de aberturas ovaladas que incluían configuraciones convenientes a todos los diseños de transbordadores y naves de carga conocidos, tanto interestelares como planetarios. Los grandes transportes interestelares serían servidos en órbita por transbordadores más pequeños que podrían penetrar por la abertura de la bóveda.

Durante el apasionante período de su mando, Ariel sólo experimentó una aprensión, una perturbación digna de ser registrada.

La aprensión se relacionaba con Neuronius y la advertencia de Sinapo. Una cosa era tratar con los humanos medio locos. Otra cosa bastante más perturbadora era tener a un alienígena irracional flotando por el aire, llevando hidrógeno comprimido muy cerca del oxígeno comprimido. Ni ella ni Derec habían logrado averiguar nada de lo ocurrido entre Neuronius y Adán Plateado. Adán se había escudado en la Tercera Ley interfiriéndose con la Segunda, siempre que ambos habían intentado saber algo. No insistieron temiendo que lo que Adán llamaba «la interferencia» pudiera dañar gravemente su estabilidad positrónica. ¿A qué otra cosa podía denominar «interferencia»? Ariel resolvió hacer que Eva trabajase con Adán cuando llegara el momento oportuno.

La perturbación era de carácter más grave, no tanto por su intensidad, como por su continua irritación, aunque en grado menor… La irritación de Ariel contra Adán Plateado.

Dicha irritación llegó a su culminación un día en que las cosas no habían salido muy bien. Ella y Derec, intentando obtener un poco de tranquilidad en tal día, se hallaban charlando calmosamente después de cenar, sentados en el balcón. Era allí adónde solían escapar, abandonando desconsideradamente a Wolruf en compañía de los cuatro robots.

Tras un largo silencio, los pensamientos de Ariel se centraron en Adán Plateado. La joven le había dado dos pares de vestidos de Jacob, dos pares distintos, a fin de poder ella identificar rápidamente a Adán, sin confundirlo con Jacob.

Ariel suponía que ahora sabía ya cómo era Jacob con sus ropas, ya que Adán Plateado, con las grabaciones visuales de Jacob y las grabaciones de los humanos en la biblioteca, había modelado su clonación hasta los menores detalles. Y Ariel había observado dichos detalles de la clonación el día del nacimiento de Eva, cuando Adán entró en el apartamento para llevarse en brazos a Ariel.

La joven fue la que rompió el silencio.

—¿Era la clonación que Adán hizo de ti menos real que la de Jacob? —le preguntó a Derec.

—Sí. Más o menos como la de Eva para ti —respondió el joven.

Eva no necesitaba vestidos. Aunque era una clonación de Ariel, no había prestado tanta atención a los detalles como Adán había hecho con Jacob. Eva no era más que un robot plateado organometálico.

—¿Cómo reaccionaría, según tu parecer, si le pidiera que adoptara de nuevo tu forma?

—Por un lado, tú ya no serías para él miss Ariel y, probablemente, él volvería a ser máster Derec.

—Eva y Jacob ya son suficientes. ¿Pero cómo se comportaría él? ¿Volvería a ser salvaje?

—No lo sé. Durante estas semanas se ha comportado muy bien, sin altibajos, a no ser por su aire de superioridad, que achaco a una condición de sus músculos; diría que ha alcanzado un estado de amable servidumbre.

—Son los músculos los que me molestan… no, no sólo los músculos sino todo su aspecto.

—¿Te recuerda demasiado a Jacob?

—Sí, pero aún más el hecho de que por lo demás se parezca tan poco a Jacob. Es este contraste lo que me irrita. ¿Te importa que le pida que vuelva a realizar una clonación de tu tipo?

—No, sería un experimento en robótica muy interesante.

—Pues nunca mejor que ahora.

Ariel se levantó y pasó al interior del apartamento. Mandelbrot y Jacob estaban en sus alacenas. Adán y Eva se hallaban rígidamente junto a la puerta, uno a cada lado de la misma. Wolruf estaba enroscada sobre el sofá, contemplando un videodrama por hiperonda.

Ariel esperaba que Derec la siguiese. Hubiese usado su apoyo moral en este caso, pero era demasiado orgullosa para pedírselo.

Ariel se acercó a Adán.

—¿Trastornaría tu maquinaria positrónica en alto grado si te pidiese que volvieras a realizar una clonación de Derec, con todo detalle?

—¿No hallas satisfactorio mi servicio, miss Ariel?

—Tu servicio es perfecto, Adán. No deseo que cambie tu conducta con el cambio, al menos no en su calidad.

—Pero entonces tendré que servir a máster Derec. ¿No significaría esto un cambio drástico en la calidad de mi servicio?

—Un cambio de dirección, Adán un cambio que lamentaré, pero que no provocará ningún cambio en la calidad de tu servicio. Espero que siga al mismo nivel del que yo he gozado. En realidad, si continuaras sirviéndome directamente, lo hallaría sumamente satisfactorio.

—Esto no sería lógico, miss Ariel.

El tono de Adán podía calificarse de altanero.

—Temía que tal fuese el caso.

—Tras eso, ¿todavía deseas que cambie?

—Sí, pienso que será lo mejor, Adán, pero deberías hacerlo en el dormitorio. Me trastorna todo el proceso…

—Quizá por una buena razón, miss Ariel.

—Posiblemente, Adán. Pero no puedo remediarlo.

Ariel volvió al balcón, junto a Derec, en tanto Adán penetraba en el dormitorio.

—Lo siento —murmuró Derec—. No comprendo de qué modo mi presencia hará que te encuentres más a gusto.

—Lo supongo —replicó Ariel—, pero mejor será que confíes en que Plateado no vuelva a convertirse en un robot salvaje.