El huevo
Plateado volvía a estar trastornado. Todo era confusión. ¿A quién debía creer? Sólo deseaba eludir el problema. Y se metamorfoseó, escapando de nuevo a la paz relativa de su «niñez» como loba, volviendo a los días en que Aullador le había integrado en la vida de la manada en el planeta de los lobos.
Así, a media mañana estaba Plateado en la clonación de la loba Ojo Avizor, trotando por un sendero animal, lejos de la ciudad robot. Igual que la noche anterior, pasó toda la mañana y la tarde explorando el inmenso Bosque del Reposo, sus sendas, sus arroyuelos, sus ríos y sus lagos, todo lo cual quedaba a unos diez kilómetros de la ciudad.
Monitorizando el campo de líneas de fuerza del magnetismo natural del planeta se mantuvo orientada durante su vagabundeo sin rumbo, de manera que, al finalizar la mañana, empezó a acercarse a la bóveda sin darse cuenta de adónde iba ni cuándo llegaría allí.
A primera hora de la tarde, llegó al lindero del bosque opuesto a la transparencia, semejante a un espejismo, que ocultaba la ciudad de los robots. Sentóse sobre sus ancas y contempló la bóveda con ojos que no veían nada, meditando, como hiciera toda la mañana, sobre lo que le habían dicho Neuronius y Sarco.
No podía rehuir la validez esencial de la declaración de Sarco acerca de Neuronius, un psicópata paranoico y ególatra, ni podía ignorar tampoco la directriz de Sinapo, según la cual debía servir a miss Ariel Welsh, así como la sensación de que esto lo haría mejor con la clonación de Jacob Winterson, que ya le estaba sirviendo y aparentemente con gran eficiencia y a satisfacción de la interesada.
La clonación de Jacob la ayudaría, pero todavía no quedaba muy claro cómo podía servir mejor a Ariel. La física que Neuronius le había enseñado sólo había servido para confundirla, ofreciéndole una información que estaba en conflicto con sus anteriores conocimientos sobre el tiempo y el espacio. No sólo no le había aclarado nada aquella lección de física sino que la había perturbado, dejando a Plateada peor de lo que estaba antes. La nueva información era inútil, y peor que inútil en la confusión que había creado respecto a la física que ya conocía.
Sentada allí, bajo el quieto calor de la tarde, estudiando la bóveda y tratando de sacar algún sentido de la abortada charla con Neuronius, fue oyendo gradualmente un zumbido débil a su izquierda, muy cerca de la bóveda pero dentro del bosque. Cuando finalmente aquel sonido irrumpió a través de sus ensueños, se levantó y trotó por una senda animal que iba en dirección aproximada del rumor.
La senda le condujo más allá del ruido, y cuando Plateada reconoció que había pasado del punto más próximo a aquél, empezó a caminar por entre la vegetación, directamente hacia la fuente del ruido. Aunque había maleza en aquella zona, no era muy espesa, por lo que no tuvo ninguna dificultad en ver por entre la misma. A medida que el zumbido iba en aumento, Plateada aumentó la velocidad de su paso hasta llegar junto a un arbusto alto, cubierto de flores sonrosadas.
Instantáneamente reconoció el origen del ruido. Era una esfera de dos metros de diámetro, igual a aquélla en que ella había estado, y la estructura dodecaédrica de las rugosas células plateadas de su piel, sucias por el calor del paso a través de la atmósfera del Mundo Ostrícola, le dijo instantáneamente que era un huevo semejante al suyo.
Estaba encima de la aplastada base de dos arbustos, como enmarcado por flores rosadas, en medio del verde follaje, muy cerca de la superficie del planeta, y como cicatrizado por el calor que el huevo había exudado antes. Ahora estaba casi frío al contacto, casi a punto de romperse. Al instante supo lo que debía hacer.
Conservó la forma de Ojo Avizor para poder correr mejor a través de la maleza del bosque, pero cuando llegó a la pradera inició la transformación para la clonación de Jacob, deteniéndose sólo el tiempo necesario para modelar las musculosas piernas que le llevarían durante los tres kilómetros que faltaban para llegar a la abertura de la bóveda en el espacio de tiempo más corto posible. Mientras corría junto a la pared de la bóveda completó su transformación en el varonil Jacob, mucho antes de llegar a la abertura por el lado norte.
Al aproximarse a la abertura, Wohler-9 lo llamó desde un pequeño vehículo estacionado cerca del borde occidental.
—No obtengo respuesta tuya por el intercomunicador, Jacob.
—Soy Plateado —respondió el robot saltando al asiento del pasajero—. Llévame hasta miss Ariel Welsh.
Wohler-9 puso en marcha el vehículo, emprendió la dirección de la calle Mayor, y procedió rápidamente hacia la Torre de la Brújula.
—Tengo órdenes de llevarte inmediatamente a presencia de máster Derec, Plateado.
—¿Dónde está miss Ariel? —se interesó el aludido.
—En el apartamento.
—Estupendo. Entonces vamos en la buena dirección.
—Sí. Máster Derec trabaja en el marco principal, que corrientemente se halla en el segundo nivel subterráneo de la Torre de la Brújula.
Cuando llegaron frente al apartamento, Plateado saltó velozmente al suelo. Wohler-9 detuvo el coche pero continuó sentado.
—Debo llevarte hasta máster Derec —le gritó Wohler-9.
—Más tarde —respondió Plateado por encima del hombro, echando a correr hacia el edificio.
Subió la escalera de tres en tres y entró en el apartamento.
Ariel estaba sentada a la mesa del comedor leyendo un libro por ordenador. La mesa se hallaba atestada con montones de libros de ordenador. Jacob iba repasando las pilas, por lo visto buscando el libro que ella necesitaría poco después.
Plateado se fijó bien en la escena, divisó a Ariel, la levantó entre sus brazos como si fuese un frágil bebé, la sacó del apartamento, bajó la escalera, y pasó por el lado de Wohler-9, que había abandonado el vehículo para dirigirse al apartamento.
Ariel sólo tuvo tiempo de chillar una vez antes de ser depositada en el vehículo. Cuando fue levantada en brazos de Plateado gritó sólo «¡Jaaacob…!», con una desviación por efecto Doppler de la frecuencia que cambió como el tono del silbato de un tren.
Jacob Winterson respondió con la velocidad de milisegundo, característica de los robots humaniformes del doctor Han Fastolfe. Pero tal velocidad no podía compararse a los escasos microsegundos en que Plateado realizó todos sus movimientos, exceptuando la veloz pero gentil aceleración en el momento de coger a Ariel y dirigirse a la puerta.
Él y Ariel se alejaban ya del edificio de apartamentos en el vehículo cuando Jacob pasó junto a Wohler-9, ya fuera de la casa.
El primer chillido de Ariel finalizó cuando se vio dentro del vehículo. El siguiente chillido lo lanzó en forma interrogativa, al ponerse en marcha el vehículo.
—¿Qué haces? —gritó ella con una intensidad que resonó muy fuerte en el diafragma auricular de Plateado… similar a los tímpanos.
—No tengo tiempo para explicaciones, miss Ariel —se disculpó Plateado, por encima del rugido del viento—. Necesito urgentemente tu presencia.
Jacob corría tras ellos por la calle Mayor pero pronto se quedó atrás cuando Plateado aceleró el pequeño vehículo a su máxima velocidad, sorteando el tráfico para evitar un accidente entre los vehículos dirigidos por el ordenador central de la ciudad.
—¡Para, maníaco! —le ordenó Ariel—. ¡Basta ya!
Plateado refrenó el vehículo, pero no tardó en acelerar nuevamente. La consideración de su nuevo conocimiento de la Ley Humánica (Los humanos estaban impulsados a complacerse a sí mismos), superaba al resultado de su propia Segunda Ley: Los robots deben obedecer las órdenes. Sabía que cuando Ariel considerase todos los hechos —después del hecho—, estaría contenta y aprobaría lo que ahora él estaba haciendo.
—No corres ningún peligro, miss Ariel, pero no puedo obedecer tu orden debido a la naturaleza abrumadora de la situación actual que exige tu presencia en el nacimiento de… de… —y añadió gritando todavía—… de lo que aún no estoy seguro. Sólo —finalizó— puedo esperar…
Entonces, Ariel, sollozando y gritando incoherentemente, le golpeó con las manos convertidas en puños, primero sobre la espalda y después, desesperada, en la cabeza. Pero Plateado no sentía nada, obsesionado por su propósito.
—No sigas pegándome, miss Ariel —gritó—. O te harás daño a ti misma.
Y la manera tranquila y sosegada con que él había gritado por encima del rugido del viento y el poco efecto que los esfuerzos de la joven le habían hecho a Plateado, debieron calmarla porque al fin calló y se dejó caer en el asiento, agotada por su acceso de histerismo.
Llegaron al claro y Plateado hizo girar casi en ángulo recto el vehículo, lo que les condujo hacia el lado izquierdo de la bóveda.
—Debes comprender lo que sucede —gritó Plateado—. Es algo muy importante para mí, para el nuevo vástago, incluso para ti, miss Ariel, a quien deseo servir muy bien.
Ariel no respondió. Estaba sentada a su lado como una muñeca de trapo.
—Está naciendo otro como yo. El huevo está en el bosque, a punto de romperse. Y la recién nacida debe tener un modelo apropiado, una hembra humana, para que no se vea tan confusa como yo, para que su clonación no sea equivocada como lo fue la mía. Debes estar allí para guiarla por este extraño mundo. ¿Entiendes lo que te digo, miss Ariel?
La joven seguía sin despegar los labios, pero se había enderezado un poco en el asiento, tal vez debido al traqueteo del vehículo.
—No te pasará nada malo, miss Ariel. Una vez todo haya concluido, cuando medites en ello, estarás muy contenta de haber venido. Estoy seguro de ello. La Ley Humánica te guiará.
Esto pareció confortar a Plateado. La Ley Humánica funcionaba sobre el efecto de sus propias Leyes, regulando su relativo potencial para algo que era mucho menos confortable. Estaba realizando algo que sabía que iba a complacer a Ariel aunque ésta, tal vez, no estuviese muy contenta por el momento.
Cuando llegaron al bosque, detuvo el vehículo, saltó fuera del mismo y abrió la portezuela para que saliera Ariel. La joven lo hizo sosegadamente. Debía haber reflexionado sobre lo que Plateado le había gritado, puesto que no objetó cuando él le cogió gentilmente una mano para ayudarla a saltar a tierra.
Esto le hizo comprender a Plateado que Ariel le seguiría sin objeción, por lo que le soltó la mano y echó a andar por el bosque. Ariel le siguió de cerca, viendo cómo él casi corría en dirección al huevo.
Plateado siguió gentilmente a Ariel hasta que ésta estuvo a dos metros del huevo, directamente delante de la grieta que ya se iba formando. Plateado la dejó allí y él se escondió detrás del arbusto de flores rosadas.
El huevo empezó a abrirse con un leve sonido de rasgado.
Plateado atisbaba a través de las ramas bajas del alto arbusto, más allá del costado derecho de Ariel, contemplando la rotura del huevo.
Una masa amorfa, de color gris-plateado, se movió en el fondo de la abertura y formó, en la parte de la masa que colgaba ya por el borde de la abertura, una bola brillante, con multitud de facetas, de color verde-gris, que empezó a girar lentamente, como un ojo gira en su cuenca, pareciendo avizorar el paisaje. La inspección se estrechó y, empezando por los pies de Ariel, fue subiendo poco a poco hasta su cabeza.
Una vez terminada la inspección, la mancha se alargó y pasó por la abertura, como si fuese un músculo bastante ancho, como la base de un enorme caracol. Surgió del huevo, y descansó en el suelo frente a Ariel, igual que un pastel grueso, con el ojo intacto en el centro.
Las facetas de la masa desaparecieron lentamente, absorbidas en un anillo verde-gris que rodeaba una pupila negra, mientras que el resto de la masa se volvía blanca. Una masa esférica del tamaño de una pelota de bolera comenzó a elevarse del pastel, levantando el ojo, que ahora ya se veía claramente, y un segundo ojo empezó a formarse, ocasionando así el aspecto de una cara.
Después, siempre con gran lentitud, se fueron formando la cabeza, los hombros, el pecho, las caderas, las nalgas y las piernas… todo ello surgido de la masa hasta que no quedó ni rastro de la misma, pues el resto final formó los tobillos y los pies… y, de pronto, un cuerpo plateado semejante a Ariel estuvo delante de la joven.
Plateado salió de detrás del arbusto y silenciosamente inspeccionó a la recién llegada. Ariel había estado inmóvil, muda y como transfigurada durante todo el proceso.
Plateado habló por fin, con orgullo, para darle nombre a esta deliciosa nueva creación.
—Tú eres la hembra, Eva Plateada.
Después de una leve pausa para que esta idea penetrara en los cerebros de Ariel y Eva, Plateado volvió a hablar, con acento triunfal, contento de haber hallado al fin su verdadera identidad.
—Y yo soy el macho, Adán Plateado.
Continuaron allí sin decir nada, hasta que la voz de Jacob llegó hasta ellos, con el ruido de unos pies corriendo por la blanda tierra.
—Miss Ariel, ¿dónde estás?
De pronto el ruido cesó, y oyeron al robot pasando por entre la maleza.
—¡Miss Ariel! —gritó Jacob, acercándose más cada vez.
—¡Estoy aquí, Jacob! —respondió Ariel.