21

Intervalo

Habían apostado a Jacob y Mandelbrot en el balcón del apartamento para vigilar toda la noche un posible y prematuro cierre de la bóveda.

—Esto me recuerda otra noche antes de tu llegada —le dijo Jacob a Mandelbrot—. Pasé la noche igual que ésta, pero sin tu compañía.

—Confío en que esta noche no suceda nada irremediable —murmuró Mandelbrot.

—No. Aquélla fue la última noche que miss Ariel pasó bajo una bóveda que podía aprisionarla irremediablemente. La noche siguiente la pasó en el camión, durmiendo en el asiento trasero. Y a la mañana siguiente se resolvió la primera crisis con los alienígenas.

—Esperemos que esta crisis se solucione con un final tan feliz. ¿Cuáles crees que son las probabilidades del salvaje?

—Como ya dijiste anteriormente, es imprevisible —respondió Jacob—, pero deseo ardientemente que tenga éxito en bien de miss Ariel. Aunque supongo que esta esperanza es vana. Tarda mucho en volver.

—Temo que tengas razón —gruñó Mandelbrot—. Máster Derec observó que los jefes alienígenas regresaron a media tarde a sus observatorios normales, aunque esto no está tan claro para mí, puesto que todos son iguales.

Todos los alienígenas habían estado esperando, sentados en el camión estacionado frente a la bóveda, aguardando el regreso de Plateado.

Una bandada de alienígenas negros había regresado por la dirección emprendida cuando acompañaron a Plateado. Pero no había vuelto con ellos. Lo cual no auguraba nada bueno para el salvaje.

Para Jacob la noche pasó como la otra que había evocado, salvo que ahora tenía la compañía y la conversación de Mandelbrot. Habían charlado brevemente acerca de las Leyes de la Humánica, y luego iniciaron una larga investigación sobre las diversas ramificaciones de los nuevos conocimientos de Jacob sobre la comunicación por hiperonda, y los dos tipos de modulación, y no sólo uno el antiguo tipo discreto con el que estaban todos familiarizados, y ahora este nuevo tipo continuo, que habían deducido por las observaciones de los alienígenas, y que explicaba el misterioso enlace interno del monitor de Derec con los supervisores de las ciudades robot. La tecnología de tal enlace la había desarrollado el versátil doctor Avery, y sólo él la había comprendido hasta que miss Ariel colocó ambos tipos en conexiones y dibujos paralelos, relacionándolos con los dos tipos de viaje hiperespacial teleportación por salto, relacionada con la modulación discreta de la hiperonda, y teleportación por Llave de Perihelion, relacionada con la modulación continua de la hiperonda. Durante la larga noche, los dos robots trazaron paralelismos y conclusiones derivadas, que registraron mediante un esfuerzo conjunto como una disertación larga y muy completa, para los archivos de la ciudad robótica, una especie de tratado que intentaba responder a cada una de las cuestiones sobre el tema.

Fue una larga noche para Ariel y Derec, noche que pasaron en su dormitorio, evitando que Wolruf adivinase sus desavenencias. Su fricción había superado su acostumbrado gusto por las disputas, gusto que caracteriza las relaciones de muchas parejas de enamorados.

Empezó inmediatamente después de cenar, cuando Ariel entró en el dormitorio para apartarse de los demás. Sentíase tremendamente apenada. ¿Por qué era tan importante que intentase una conciliación, una cohabitación con un puñado de alienígenas? ¿Por qué intentar salvar e incorporar a la comunidad galáctica un mundo que no le interesaba en absoluto?

¿Era simplemente un caso de orgullo, un intento renovado de demostrar su capacidad para el mando? Derec nunca había insistido en ser él quien dijera la última palabra, el juicio final de las cosas que les afectaban a los dos, y de las que ambos eran responsables. No obstante, ¿por qué Derec siempre hacía que ella se sintiera como una niña cuando trataba de establecer su propia individualidad al respecto? Tenía tanto derecho de tomar decisiones como él, y frecuentemente las decisiones adoptadas por Derec eran justas por los consejos que ella le daba.

En realidad, ella sabía controlar mejor los robots que él. Derec podía saber más acerca de lo que les hacía vivir físicamente, pero ella sabía mucho más respecto a cómo hacerlos más sociables, incluso con Mandelbrot que era una creación de Derec. Su niñez en Aurora, rodeada por sirvientes robots, le había aportado la experiencia al respecto, un dominio natural sobre los robots que jamás hubiera logrado sin la fácil confianza que se adquiere en la niñez al ser servida en todo por unos robots. De manera extraña, Derec no había compartido esta educación primordial.

Una persona puede sentirse fuertemente unida a ellos hasta tratarlos como animalitos domésticos. La inteligencia de algunos robots puede conseguir que este afecto sea mayor que el prodigado a ciertos animales, particularmente si el robot pertenece a una de las raras creaciones humaniformes, esa clase a la que los aurorianos se sentían tan atraídos. Ciertamente, Jacob era más que un animalito doméstico muy estimado.

Esta idea se adentró en su cerebro y la sobresaltó al intuirla con tanta claridad. Antes de llegar Derec al Mundo Ostrícola, ella se había sentido culpable con Jacob, pensando en la molestia que ese robot había sido para Derec en Aurora. Pero ya no se sentía culpable en absoluto. Derec había superado ese sentimiento de culpabilidad con el monstruo robótico que había traído consigo desde el planeta de los lobos. Pese a todas sus destrezas en el manejo de los robots, Ariel no confiaba absolutamente nada en poder dominar a Plateado.

Y ahora, el robot había causado un daño tal vez irreparable en las relaciones que ella había logrado establecer con los ceremiones, especialmente con Sinapo. Sarco seguía siendo un enigma, una especie de enemigo amistoso, por lo que ella podía juzgar. Intuía que no era que Sarco la odiara, sino que sólo podía tratarla como a una alienígena. Bien, ella sentía lo mismo por él, de modo que estaban empatados. Y ahora, con las tonterías de Plateado, Ariel estaba segura de que Sarco era su enemigo.

En aquel momento penetró Derec en el dormitorio, y el sentimiento hacia Sarco quedó trasladado al joven, excepto que, en el caso de éste, el sentimiento no era tan suave. Derec era un amante enemigo, al que ella ya no podía amar por haberse convertido en un gran enemigo.

—Sal de aquí, Ariel —casi le ordenó Derec—. No tienes derecho a castigar a Wolruf con tu ausencia. Tal vez tengas algo contra mí, y ni siquiera estoy seguro de eso, pero no tienes motivos para que Wolruf esté triste. Probablemente está más de tu parte que de la mía. Al fin y al cabo, fue ella la que te apoyó en tu proyecto agrícola.

Ariel no respondió. Estaba como aislada en el rincón más alejado de la habitación, hundida en una butaca almohadillada, que más parecía una bolsa para verduras que un mueble tapizado, y mirando por una ventana contigua al balcón que daba a la calle Mayor. Desde allí veía a Jacob y a Mandelbrot que miraban hacia la abertura de la bóveda.

—Es posible que Plateado convenza a los ceremiones —continuó Derec—, pero si no es así, podemos largarnos de aquí. Con toda seguridad no tenemos por qué quedarnos en un planeta habitado. Lo he estado pensando desde que llegué.

Ariel seguía sin ver la necesidad de responder, y aún menos de responder a la última observación. Respecto a Wolruf, Derec sí había tocado una cuerda sensible. La alienígena era la experta que ayudaría a poner en práctica la idea de las granjas. Si Plateado no lo estropeaba todo por completo.

—Por otro lado, el proyecto de una agricultura robot es una idea tonta —añadió Derec—. Los robots de ciudad no son más que eso robots de ciudad. Diseñadores y constructores de ciudades. Tratar de convertirlos en granjeros es como intentar fabricar un bolso de seda con la oreja de un cerdo.

Ahora se mostraba ya personal.

—Olvidas que ya lo hicieron en un planeta llamado Robot City —replicó Ariel—. Y tú eres tan gran ingeniero que ignorabas que tu maquinaria interna funciona por hiperonda modulada en un modo continuo. Incluso pensaste que tu genial padre había inventado una nueva forma de comunicación. ¿No es así, genio?

—Creo que en esto te equivocas. ¿Cuales son las probabilidades de que una mujer y un puñado de robots estúpidos consigan algo que, además, no es ninguna innovación?

—Eso crees, ¿eh? Porque las granjas de robots son una idea femenina, ha de ser una idea estúpida. ¡Eres un maldito cerdo chauvinista, Derec Avery!

—Y tú una maldita tonta, Ariel Welsh. Y una libertina.

—Supongo que te refieres a Jacob. Ahora tus insultos son ya más personales.

—¿No me has insultado tú a mí?

—¿Por qué? ¿Por llamarte cerdo chauvinista?

—¿Por qué me lo llamas?

—Por los hechos demostrados.

—¿Y lo de la hiperonda modulada? Supongo que también lo llamarás un hecho, cuando no es más que una serie de aberrantes peregrinaciones mentales.

Ariel no podía callar, pese a no saber lo que eran «peregrinaciones».

—La modulación continua es un hecho, chico. Y no necesitas saberlo por boca de ninguna mujer. Pregúntaselo a cualquier ceremión.

—Maldita sea, Ariel, ¿por qué hemos de pelear de este modo? Entré aquí para mostrarme amable.

—¿Diciéndome que pongo triste a Wolruf? ¿Eso es amabilidad?

—Es la verdad.

—Y tú crees que yo sé que es la verdad, ¿no? Bien, puedes herirme un poco más.

—No entré para herirte. Pero intenta meter un poco de sentido común en tu cabezota.

—¡Oh!, unas palabras muy amables también. Continúa, Derec.

—Es la verdad. Por esto entré aquí.

—La tristeza de Wolruf no es lo que realmente te preocupa, ¿no es cierto, Derec?

—¡Oh!, ¿qué sugieres?

—Es por Jacob ¿eh? Estás celoso de un robot, ¿no es verdad?

—No me importa que ames a esa terrible máquina. Esto no es asunto mío.

Ariel no quiso rebatir esa última observación. Era una tonta y deseaba que él repitiese sus últimas palabras sin distraerse por nada.

—No —declaró Derec al cabo de un par de segundos—, me importa. Sí, es verdad, maldita seas. Yo te quiero, Ariel, te guste o no, ames o no a un robot. Y si, es verdad, deseo ayudarte con desesperación.

Entró en el lavabo contiguo y cerró la puerta.

Así continuó el resto de la noche. Apenas durmieron. Tampoco se juntaron, como solían hacer cuando se hallaban agotados emocionalmente. Derec durmió en su lado de la habitación, y Ariel en el suyo, pero durmieron muy poco, manteniéndose despiertos a causa de sus vueltas en la cama, y generalmente exagerando los ruidos para molestarse mutuamente.

Por fin llegó la mañana. Se desayunaron apresuradamente en silencio, y luego fueron en el camión hacia la abertura de la bóveda mucho antes de la hora en que normalmente empezaban las obras de construcción allí.

Pero las obras no empezaron. En cambio, los dos alienígenas, Sinapo y Sarco, llegaron según su forma habitual, con un gran despliegue de sus alas negras. Ariel, Derec y Wolruf descendieron, quedándose cerca de su vehículo para hablar con los dos ceremiones.

—Nos toca a nosotros solicitar una audiencia, miss Ariel Welsh —dijo Sinapo—, pues hemos descubierto que entre nosotros existe un malentendido. Tú no puedes ser responsable de la conducta versátil de la maquinaria que te sirve, que aparentemente no es tuya, al tratar de cumplir las órdenes lo mejor que saben. Me refiero, claro está, al sirviente que llamáis Plateado. La cuestión es ¿De qué maquinaria se trata y de dónde procede? Llegó a este mundo a bordo de tu nave, Wolruf. Por entonces, tenía tu forma. ¿Puedes explicarlo?

—No más de lo que tú poder explicar por qué Plateado adoptar tu forma —respondió Wolruf—. Derec sabe más de esto que nadie.

—Lo encontré en otro planeta —explicó Derec—. A la sazón era la jefa de una manada de seres-lobo inteligentes. Estaban atacando e interfiriéndose con los robots Avery. durante su construcción de una ciudad muy parecida a la que vosotros habéis encerrado con el compensador. Hice las paces con aquella loba a fin de estudiar su naturaleza física y su conducta programada. Por entonces reconocí que ese robot entrañaba ciertos riesgos. Yo solo soy el responsable de los inconvenientes que ese robot os pueda haber causado. Como vosotros mismos habéis reconocido, sus objetivos son básicamente benignos aunque su comportamiento sea algunas veces estúpido.

—Como tú mismo reconoces con tus propias palabras, unos objetivos benignos pueden a veces motivar hechos perjudiciales, especialmente cuando interaccionan dos aberrantes —dijo Sinapo—. Debo advertiros a todos vosotros que entre nosotros hay un cerebrón aberrante, más irracional que vuestro Plateado, y que los dos han empezado ya a actuar conjuntamente.

»Tú, miss Ariel Welsh, ya conoces a Neuronius. Fue el que impetuosamente malogró una de nuestras primeras reuniones. Los cerebrones, en asamblea general, le han despojado de toda autoridad, cosa que yo no podía hacer durante nuestra reunión a causa de los estatutos que regulan nuestro gobierno. Por el momento, los cerebrones apenas podemos hacer nada más. Pero es un peligro para todos nosotros, y su interacción con Plateado, por benigno que ese robot parezca, podría crear una situación explosiva.

»Por tanto, tú, Derec, te sientes responsable de Plateado y nosotros nos sentimos responsables de Neuronius; pero nuestros sentimientos pueden hacer por ahora muy poco por corregir una situación creada por tus intereses científicos y nuestras restricciones gubernamentales, que nos impiden neutralizar por completo a nuestros agitadores.

»Pero el objetivo primordial de esta reunión es informaros que el compensador no será cerrado y que podéis continuar con el cultivo de vuestras plantas y la construcción de la terminal de transporte.

—Gracias —manifestó Ariel—. Os estamos muy agradecidos por vuestra bondad y continuaremos con nuestros proyectos.

—En casi un día entero no hemos visto a Plateado —interpuso Derec—. ¿Sabéis dónde está o qué ha estado haciendo?

Fue Sarco quien tomó la palabra.

—Se halla terriblemente confuso respecto a quiénes han de ser sus amos. Basado en su programación, miss Ariel Welsh es su ama más probable, y así se lo dijo Sinapo ayer por la tarde en el Acantilado del Tiempo. Inmediatamente, Plateado inició una transformación en la forma de vuestro robot Jacob Winterson, y le vimos por última vez descendiendo por la escarpadura del acantilado.

»Después, esta mañana temprano subió para encontrarse conmigo bajo la forma de un ceremión, lo mejor que supo imitar, y como sabéis, se trata de un ceremión enorme. Fue entonces cuando nos enteramos de su interacción con Neuronius, el cual intentó hacerse pasar por humano, el único ser humano de este planeta a fin de conseguir la ayuda de Plateado. Creo que fui capaz de impedirlo. Vi cómo Plateado descendía a la Pradera de la Serenidad y cómo se transformaba en algo que de lejos me pareció Wolruf, aunque probablemente del doble de su tamaño. Y la última vez que le vi fue penetrando en el Bosque del Reposo bajo esa forma.

—Debía ser su clonación de Ojo Avizor —comentó Derec—, una de las criaturas lupinas que copió en ese otro planeta. Gracias. Al menos, ya sabemos que vive todavía y espero que vuelva a nosotros. Muchas gracias.

Los dos ceremiones dieron media vuelta y echaron a volar.

Inmediatamente después de la reunión, en el breve espacio de tiempo que quedaba hasta el almuerzo, Ariel, Derec y Wolruf empezaron a planear el experimento agrícola, discutiendo ampliamente las revisiones de la programación de los robots Avery que sería necesario llevar a cabo, no sólo para las diferentes granjas, sino también para la creación de unas nuevas instalaciones terminales, necesarias para mantener las granjas.

Cuando se sentaron a almorzar, Plateado no había regresado. A pesar de todas las molestias que le había causado a Ariel, ésta estaba inexplicablemente preocupada por el bienestar del robot.