Neuronius contraataca
La contradicción, el dilema, desgarraban su mente, destrozando su razón y su cordura, llevándole a la deriva en leves gritos silenciosos, como restos de un naufragio flotando sobre el borde del Acantilado del Tiempo. Plateado había encontrado la superinteligencia que buscaba, y esa inteligencia había declarado que no era humana. Ariel Welsh era humana, lo mismo que Derec Avery. «Ve a servir a miss Ariel Welsh y encuentra la forma en que puedas servirla mejor», había dicho.
Él tenía que ceder ante esa inteligencia superior, no había escapatoria a la lógica, pero él había violado las Leyes, no había servido debidamente a los humanos, y era éste un pensamiento que no podía soportar.
Plateado se aferraba desesperadamente a este razonamiento, haciéndolo rodar como una bola, escapando a la tarea absorbente de efectuar una clonación de acuerdo con todo lo que sabía de Jacob Winterson. Estuvo sobre la roca lisa hasta mucho después de marcharse los ceremiones, cada vez más inmerso en su clonación, explorando y husmeando mucho más de cuanto había hecho antes, cambiando sus células microbóticas para crear las de la función y pigmentación apropiada con la que formar esta vez una imagen perfecta la piel bronceada, el cabello rubio y bien cortado, con las mismas hebras delicadas, el cuello musculoso que sostenía la hermosa cabeza hasta los hombros, los abultados bíceps y los músculos pectorales, la cintura estrecha, los poderosos muslos, envueltos por la piel, como unas cuerdas musculosas.
Creó la misma frente alta, sin la menor arruga; la fina nariz nórdica, los ojos azules, bien separados; los altos pómulos, la boca generosa, la barbilla bien asentada, con un bello hoyuelo.
Cuando hubo terminado finalmente la clonación, se acercó al borde de la lisura rocosa y estuvo allí contemplando desde aquella escarpadura la aguda línea que separaba el bosque de la pradera. Aquella delineación condujo sus ojos a la iridiscente bóveda, que cubría la ciudad de los robots, temblorosa bajo la luz solar, y pareciendo, por espejismo, suspendida sobre el horizonte, transparente y como vacía de todo contenido.
Sintió un súbito impulso de extender las alas y volar desde la escarpadura a la bóveda y a mis Ariel Welsh. Las Leyes le estaban hablando y, por una leve fracción de segundo, sintió el impulso contrario y poderoso de escapar en otra dirección pero después las Leyes volvieron a mandar y, sin las alas, Plateado empezó a caminar descendiendo de la escarpadura, utilizando la fuerza superhumana en sus dedos para aferrarse a la superficie rocosa y escurrirse como un camaleón.
Mientras pasaba por entre las junturas y los estratos pétreos que sobresalían del Acantilado del Tiempo, iba atravesando edades geológicas primitivas del Mundo Ostrícola, pareciéndole que en el breve período del descenso volvía a sus orígenes en otro mundo, como si descendiese a través del espacio-tiempo al bosque de su nacimiento.
Se deslizó en los últimos metros por un profundo talud de apretada grava negruzca a una superficie de roca lisa que se inclinaba hacia donde empezaba la pradera herbosa. Allí se enderezó y, al trote corto, se dirigió al bosque, a medio kilómetro de distancia, para internarse en la lujuriosa jungla, en un hábitat familiar como el que había conocido poco después de nacer. Experimentaba una añoranza como jamás había sentido.
Se hallaba apenas a diez metros de aquel frío solaz cuando uno de los negros alienígenas alados surgió ante él, desde un escondite proporcionado por la densa maleza.
—¿Eres tú el llamado Plateado? —le preguntó el alienígena.
—Cierto, yo soy Plateado.
Continuó avanzando hacia el alienígena negro, pero más despacio a medida que el otro retrocedía, siempre entre Plateado y el bosque.
—Yo soy Neuronius —se presentó el alienígena—. He de hablar contigo, Plateado.
—Ya he hablado bastante con los tuyos, Neuronius, y ahora debo entrar en el bosque a reflexionar sobre todo lo que he aprendido.
—Yo puedo enseñarte mucho más, Plateado; algo que te beneficiará a ti y a los de tu especie en sus tratos con los ceremiones.
—Ya sé demasiado casi. No puedo absorber todo lo que he oído siquiera. ¿Qué deseas, ponerme ante más contradicciones?
—Hay muchas más cosas respecto a los ceremiones que necesitas saber a fin de poder servir debidamente a miss Ariel Welsh. ¿Puedes desaprovechar esta oportunidad?
El alienígena había retrocedido anadeando bajo el abrigo de unas altas coníferas mientras hablaba, llevando a Plateado por un sendero abierto entre la densa hierba. Se detuvo de pronto, mirando a Plateado y bloqueándole el paso hacia la jungla.
—Déjame pasar —le pidió Plateado—. No deseo hacerle daño a un ser que tanto se parece al poderoso Sinapo.
—Sinapo no es nada, Plateado. Yo puedo enseñarte el secreto de la bóveda que separa el tiempo del espacio. Después, cuando miss Ariel Welsh deba tratar con él, podrá hacerlo en términos de igualdad. Este secreto puede ser tanto una herramienta como un arma.
Confundido como estaba con la orden de Sinapo de que sirviese a miss Ariel, fue como si el mismo Sinapo le ordenase escuchar a Neuronius.
—Bien, te escucharé unos instantes —concedió Plateado—, y luego te dejaré.
Continuaron por el sendero, un poco más adentro del bosque, hasta llegar a un claro por el que discurría un riachuelo. Neuronius abrió las alas y aleteó un poco como para sacudirse unas molestas arrugas, y volvió a plegarlas a los costados. Anadeó hacia el riachuelo, se sentó sobre una piedra que sobresalía en el centro del agua, y dejó que el líquido lamiese su emplumada cola.
—El secreto de la bóveda es meramente un asunto de comprender el espacio y el tiempo en relación con las concavidades negras —empezó a explicar Neuronius—. Esta relación se describe mejor en término de análisis tensorial.
Plateado ya estaba familiarizado con las matemáticas del tensor, la mecánica quántica, la relatividad general y la física del espacio-tiempo que, eran todavía las ciencias básicas desarrolladas por Schroedinger y Einstein.
La tecnología del hipersalto y la hiperonda eran poco más que instrumentos que el hombre había descubierto casi por casualidad y todavía no comprendía realmente, como tampoco comprendía aún lo que era un electrón.
Por eso, Neuronius condujo a Plateado por los senderos matemáticos que trataban del espacio y el tiempo que, familiares al principio, se tornaron rápidamente extraños y desconocidos, y retorcieron sus canales pensantes positrónicos en unas fórmulas mucho más incómodas.
En medio de esa incomodidad, Plateado empezó a sospechar que Neuronius, que podía torcer la mente de Plateado hasta tal punto, era tal vez superior a Sinapo. Ciertamente, Neuronius era diferente, tal vez con la diferencia de una mente superior. Continuó grabando lo que decía Neuronius, aunque suspendió la generación de enlaces de memoria asociativos, o sea que dejó de escuchar, a fin de continuar la intrigante comparación de los dos alienígenas. Finalmente, interrumpió la conferencia de Neuronius.
—¿Qué es un humano, Neuronius?
—¿Cómo?
—He estado buscando humanos, los seres cuyas leyes gobiernan mi conducta. Pensé que los humanos deben constituir la especie más inteligente de esta galaxia, pero Sinapo afirma que miss Ariel es humana, y él no, aunque sea más inteligente que ella.
Neuronius vaciló. En el silencio, el piar de los pájaros del bosque llegó a oídos de Plateado, registrándolo con una aguda claridad, con una serenidad que resultaba extraña con el torbellino de su mente.
—Yo soy humano —declaró Neuronius—, Sinapo no.
¿Acaso no existía la paz en esta vida? Incuestionablemente, Neuronius era más inteligente que miss Ariel Welsh, y cada vez resultaba más evidente que Neuronius era mucho más inteligente que Sinapo, a pesar de ser éste el jefe de los ceremiones. Inmediatamente se le presentó a la mente la pregunta más lógica.
—¿Dónde encajas tú en la sociedad de los ceremiones?
—Yo no soy un ceremión —replicó Neuronius—. Tal vez lo parezca, pero no lo soy. Soy muy superior a cualquier ceremión.
—¿Y hay otros de tu especie?
—No en este planeta. Éste es mi planeta, y los demás, cada uno domina en un planeta distinto.
Plateado estaba impresionado. Pero en Neuronius había algo que le molestaba… tal vez su manera de hablar. Mandelbrot le molestaba de esta manera, aunque era una molestia que no debía preocuparle. Mandelbrot no era más que un robot. Pero Neuronius no lo era, y sus palabras resultaban tremendamente tentadoras y al mismo tiempo perturbadoras. Mandelbrot nunca le había trastornado tanto.
Si Neuronius era el único de su especie en este planeta, tenía que ser el más inteligente del globo… si es que era más inteligente que Sinapo. Y Plateado volvió a su comparación. En una balanza, Neuronius era el más inteligente. Había profundizado más en la tecnología de la bóveda que Sinapo durante su reunión con los mamíferos. Sinapo había parecido retener cierta información, como si no estuviera muy seguro de lo que decía. Ciertamente, Neuronius no daba esta impresión. Por el contrario, casi reventaba de información. Tanto más cuanto que los potenciales positrónicos de Plateado acerca del tema de las bóvedas eran un perfecto batiburrillo.
Su indecisión era terrible. Tenía que resolver la cuestión. Creía haberla resuelto, y ahora, al llegar de nuevo a este punto, después de haber pasado por el mismo tantas veces, con una experiencia espantosa que había solucionado finalmente con la clonación de Jacob Winterson. Y ahora, todo lo pasado no servía para nada. Bien, ¿cómo podía resolverlo de una vez por todas?
—Debo saber quién es más inteligente, tú o Sinapo. ¿Puedes sugerirme la manera de averiguarlo?
—No estoy interesado en tus jueguecitos, Plateado. Te estoy ofreciendo unos conocimientos que te permitirán servir a quien te plazca con una mayor eficacia. Supongo que te das plena cuenta de esto.
—Pero debe quedar claramente resuelto a quien debo servir antes de que se produzca ese servicio. Seguramente tú, con tu gran inteligencia, has de comprenderlo.
—De todas formas es posible entrenarse para servir eficientemente sin saber a quién.
—Sí, pero el entrenamiento que debe practicarse sólo depende del ser al que haya que servir.
Esto le parecía claro a Plateado, y si Neuronius no podía comprender algo tan simple, no podía ser tan inteligente como parecía al principio.
—Has de resolver esta cuestión, ¿eh? —preguntó Neuronius, mientras surgía momentáneamente una pequeña llamarada verde por debajo de sus ojos rojizos.
Ésta era una pieza del lenguaje corporal que Plateado había aprendido a entender. Prestaba un aire de gran sinceridad al malestar que Neuronius decía experimentar.
—Sí —asintió Plateado.
—Entonces debes servirme a mí. Yo soy humano, el único humano de este planeta y el más inteligente de las diversas especies que lo habitan. Y ciertamente mucho más inteligente que Sinapo.
Bien, esto debía ser así por el momento. Plateado no podía hacer nada más de inmediato. Tenía que tratar de aceptar lo que afirmaba Neuronius, pero tal aceptación no podía recibirla con tanta facilidad. Ya había tropezado con muchas encrucijadas en su camino de búsqueda de los seres humanos, y cada vez, en cada encrucijada, la resolución del dilema le planteaba una atroz agonía.
Ese conflicto, ahora repetido, y su intento de capearlo, enviaba como unas puñaladas de dolor a través de su cerebro positrónico, unas puñaladas que se congelaban en una bola de auténtica agonía, hasta que finalmente no pudo soportar tal dolor. Dio un gran salto y huyó sendero abajo hacia el bosque perseguido por los gritos de Neuronius, cada vez más débiles.
Agotado finalmente, cuando Neuronius hubo quedado muy atrás, se detuvo. Había abandonado el sendero, hundiéndose entre la espesa vegetación, arrancándola incluso de la raíz cuando no cedía de otro modo. Se quedó allí, recargando su depósito de reserva. En su confusión, había utilizado toda la producción de su reactor de microfusión, fundiendo todas sus reservas hasta que se vio obligado a detenerse.
Después, empezó lentamente a transformarse de una clonación a otra, buscando su paz mental, pasando de Jacob a Sinapo, a Wolruf y a Derec, y finalmente a Ojo Avizor, hasta la primera forma de la que tuvo conocimiento.
En la clonación de Ojo Avizor, como una loba, usando sólo una fracción de la producción de su reactor, empezó a comportarse como un lobo por el bosque, buscando y siguiendo los rastros animales creados por los habitantes naturales del Mundo Ostrícola. Encontró cierta paz en los agradables olores naturales dejados por las criaturas básicas, criaturas mucho más inferiores en la escala de la vida que Aullador, aunque similares a él en su familiar pero disimulado olor a almizcle.
Transcurrió la noche mientras Plateado rondaba sin rumbo por el Bosque del Reposo.
Amaneció cuando estaba en el lindero del bosque, bajo el Acantilado del Tiempo, en el mismo sendero que llevaba al claro donde Neuronius le había dado su conferencia. La noche había servido para aclarar una cosa debía volver a hablar con Sinapo antes de efectuar un juicio final sobre la humanidad de Neuronius.
Pudo localizar a Sinapo por radio, pero la única manera diplomática de hablar con él consistía en el vuelo. No podía pedirle que viniese a verle. Sinapo había dejado entender claramente que no deseaba volver a hablar con Plateado. Por lo que éste, que ahora volvía a ser Plateado, debía volver a adoptar la clonación de Sinapo a fin de hablar con él en sus mismos términos.
Cuando Plateado finalizó la transición a su forma de cuerpo negro, el sol se asomaba por encima del Acantilado del Tiempo. Había un ceremión trazando círculos sobre la bóveda, en la estación de Sinapo. Plateado saltó anadeando en el aire y subió muy arriba, llegando a la altitud necesaria para alcanzar al alienígena a través de la distancia existente desde el Acantilado del Tiempo.
Cuando Plateado llegó encima de la bóveda, el gancho del alienígena estaba en posición invertida, por lo que no sería difícil inducirle a conversar.
Con su garfio también hacia atrás, Plateado se deslizó quedamente al lado del alienígena.
—Jefe Sinapo, necesito resolver una cuestión que…
—Soy Sarco —le interrumpió el alienígena—. Sinapo llegará más tarde esta mañana.
Hablar con Sarco sería mejor que con Sinapo. Sarco conocía a Neuronius y a Sinapo, y también era un jefe. ¿Quién mejor para juzgar a los dos?
—Debo resolver un asunto de gran urgencia, jefe Sarco, pues se trata de comprender mejor a Sinapo y compararlo con Neuronius, que asegura ser la criatura más inteligente de este planeta.
—¿Neuronius? ¡Por el Gran Petero! —silbó Sarco, emitiendo al mismo tiempo una llamarada verde.
—Neuronius dice que es humano y no ceremión, y que en este planeta no hay nadie más de su especie.
—También yo dudo en llamarle ceremión —masculló Sarco— pero por desgracia lo es. Es un ceremión paranoico que sufre alucinaciones de grandeza. Ciertamente, no es más inteligente que Sinapo, puedes creerme. En caso contrario, no habría sido arrojado fuera de la élite de los cerebrones.
—¿Era, pues, miembro de la sociedad Cerebrón?
—Ciertamente. Algo que todos lamentamos, aunque entonces no nos dimos cuenta, porque Neuronius fue insidiosamente hábil. La habilidad, sin embargo, no iguala a la sabiduría o la inteligencia.
—Gracias. Me has prestado una gran ayuda. Ahora, debo irme.
Y con estas palabras de despedida, Plateado se transformó en una bola e inició el descenso.