18

La visita negra

Ariel estaba a punto de dar por finalizada la reunión. Wolruf había tocado los puntos principales del esfuerzo técnico relativo al establecimiento de las granjas robot, dando además una programación detallada, y Derec había descrito las modificaciones exteriores de la ciudad para proporcionar instalaciones terminales locales e interestelares, el efecto mínimo que dichos cambios ejercerían sobre la meteorología, así como el programa detallado para efectuar tales cambios.

Ariel inició su recapitulación.

—Me gustaría revisar brevemente el programa agrícola de nuevo y resumir toda la programación, pero antes ¿hay alguna pregunta a formular con respecto a la labor descrita por Derec y Wolruf?

—No —dijo Sinapo—. Todo está muy claro.

—¿Es todo aceptable? —insistió Ariel.

—Sí.

Sinapo se volvió a mirar a su compañero.

—Sarco… ¿alguna objeción?

—No por el momento —respondió el interrogado—. La maquinaria agrícola es altamente sospechosa, pero debemos aceptar vuestra palabra, al menos por ahora. El tiempo tal vez diga lo contrario. Claro que también estoy preocupado…

Calló unos instantes y prosiguió:

—¡Por el Gran Petero! —exclamó—. ¿Qué es eso, Sinapo?

Los dos alienígenas se volvieron ligeramente a la izquierda para contemplar unos ojos rojizos que tenían detrás. Ariel también dio media vuelta y divisó una monstruosidad de color gris oscuro en el asiento trasero del camión con unas alas gigantescas planeando sobre el vehículo como una especie de ángel vengador.

Después, el monstruo plegó las alas y echó a andar por el asiento del camión hasta el costado de la misma, donde volvió a desplegar las alas, y Ariel supo al momento qué iba a ocurrir.

Pero Wolruf se le anticipó por unos segundos muy importantes, corriendo ya hacia el camión y gritando:

—¡Plateada, Plateada!

Repitió el nombre una y otra vez, como si los decibelios de sus chillidos pudieran encadenar al robot al suelo.

En realidad, Wolruf no tenía por qué inquietarse. Plateada —ahora ya Plateado— se deslizó por el suelo, con las alas extendidas. Y cuando se hubo incorporado y replegado dichas alas, Wolruf estaba ya a sus espaldas, mientras Derec los ataba a ambos con una cuerda que había sacado apresuradamente de un cajón del costado del camión.

Ariel vacilaba entre intervenir en el asunto o conservar cierta calma aparente en beneficio de los dos alienígenas. Sabía que tenía la posición de negociadora oficial, de jefe ostensible de la fuerza laboral de la ciudad de los robots, desde que había tenido que parlamentar con los alienígenas como un ministro sin cartera.

Mientras tanto, Derec estaba atando a Plateado y Wolruf con la cuerda. Ariel se volvió hacia los alienígenas a tiempo de oír a Sarco:

—Quizás esto nos dé una buena idea de la amenaza que planea sobre nuestro mundo, miss Ariel Welsh. Mañana por la mañana reanudaremos la construcción del compensador del nodo.

Mientras hablaba hizo girar su gancho hacia delante. Después, al dar media vuelta, surgió una llamarada verde, ancha y de un metro de longitud, por debajo de sus ojos. Luego, Sarco se elevó en el aire, aleteando.

El calor de la llama hirió a Ariel como el ardiente soplo de un horno.

El alienígena Sinapo se quedó mirándola después de que su colega hubo desaparecido.

Cuando habló, lo hizo en un tono que no dejaba lugar a dudas sobre el carácter de sus pensamientos. Sus palabras parecieron modular la pequeña llama verde que también brillaba bajo sus ojos rojizos, con una fluorescencia cerúlea y evanescente que resonaba con el extraño zumbido que impartían sus palabras.

—Has violado nuestra confianza y me has humillado delante de la élite, miss Ariel Welsh.

Acto seguido, también él se elevó en el aire.

Ariel permaneció inmóvil largo tiempo, contemplándoles, mientras lentamente y grácilmente iban trazando círculos cada vez más altos por encima de la bóveda. El primero se equilibró y efectuó un vuelo en torno al centro exacto de la bóveda. El segundo continuó subiendo, dando vueltas una y otra vez, hasta que ella lo perdió de vista en la calinosa atmósfera.

Derec volvía a estar a su lado sin que ella lo oyese llegar.

—Un retroceso, con toda seguridad, aunque tal vez no muy grande —comentó el joven.

Sobresaltada, ella se volvió a mirarle fríamente, pero nada dijo antes de encaminarse hacia el camión. Jacob se hallaba ante los mandos. Mandelbrot, de pie entre él y Plateado, sujetaba el extremo de una cuerda, la misma que rodeaba al robot metamorfoseado, manteniendo pegadas las alas a sus costados. Wolruf se hallaba sentada en el asiento delantero, directamente detrás de Plateado. Derec los había desatado cuando pensó que todo se hallaba bajo control. Ariel trepó lentamente al vehículo y se acomodó detrás.

Derec subió a su vez y se sentó al lado de la joven. Jacob guio el camión por la carretera y luego enfiló por la calle Mayor, hacia el apartamento.

—Ya te advertí respecto a Plateado —musitó Derec—. Ya sabías que puede cambiar de forma. Admito que no esperaba que esta vez el cambio fuese tan poco propicio. ¿Qué han dicho los alienígenas antes de echar a volar?

—Estaban asustados, claro está, y coléricos. No podían sospechar que íbamos a producir un ser similar a ellos, y dos veces más grande. Según ellos, he traicionado su confianza. Lo dijeron con estas mismas palabras. Y mañana por la mañana cerrarán la bóveda —terminó Ariel—. Tu nuevo protegido ha impedido definitivamente el desarrollo de este planeta. A menos que tu genio y tus notables capacidades puedan milagrosamente impedir lo inevitable.

—Estás muy sarcástica, querida —observó Derec.

Dejaron atrás un par de cruces.

—Ya sabes que nosotros somos capaces de obrar tal milagro —añadió Derec.

—Como si tuviéramos muchas oportunidades…

—No, es una oportunidad muy pequeña, pero no deja de ser una oportunidad.

Ariel no respondió y, levantándose, pasó a la parte delantera del camión para sentarse directamente detrás de Jacob Winterson. Por el momento, el robot era su único amigo. Ariel empezó a mirar como a través de él, aunque lo que estaba viendo era una mañana terrible, no la estupenda musculatura del robot.

Wolruf alargó el brazo y posó una mano de dedos muy gruesos sobre la más pequeña de Ariel. Ésta no se movió ni pareció darse cuenta. Al cabo de un instante, Wolruf retiró la mano.

Una vez en el apartamento, Ariel se adelantó a los demás. Era una demostración en beneficio de Derec, cosa que ella misma admitía con una parte de su mente. Con la otra parte, casi esperaba que él la siguiera, pero se vio defraudada al ver que no era así. Tenía en su cabeza varias cosas que decirle. Entró en el comedor en el momento en que Jacob servía el almuerzo.

Después del almuerzo que le supo a serrín, Ariel salió al balcón para alejarse de los otros, aunque se llevó a Jacob consigo. Los dos tomaron asiento en el banco que había paralelo a la barandilla.

—Jacob, ¿dio Plateado algún indicio de que iba a cometer semejante tontería? Y además… ¿por donde anda?

No había pensado preguntarlo hasta este momento. Lo cierto era que había deseado olvidarse de Plateado, y lo había conseguido mejor de lo que esperaba. Sus pensamientos se habían concentrado en Aurora. Durante todo el almuerzo había padecido el mal de la añoranza, y Derec se lo había aumentado. El joven habíase mostrado tan callado como ella. No había querido mantener una discusión, de modo que permaneció en silencio en tanto comía. Inmediatamente después del almuerzo, Derec se había marchado al dormitorio pequeño.

La sensación de aislamiento de Ariel se había intensificado no sólo por el silencio de Derec sino también por el silencio de Wolruf. Esta sensación, este silencio, habían persistido durante todo el almuerzo. Ariel volvió a sentir el contacto de la mano de Wolruf en la suya cuando iban en el camión.

—Para contestar primero a tu pregunta más inmediata, máster Derec obligó a Plateado a tenderse en el suelo del dormitorio pequeño tan pronto como llegamos —explicó Jacob—. A Plateado le costó bastante pasar por la puerta. Era mucho más alto y ancho que la abertura. Por eso, le resultaba también difícil doblarse y, al mismo tiempo, pasar por la puerta de lado, estando además sujeto por la cuerda. Y para responder a tu primera pregunta, el salvaje, como lo llama Mandelbrot, y a mí me parece un apodo particularmente apto, el salvaje habló con nosotros brevemente, pero sin dar indicios de que el cambio fuese inminente.

—Entonces, ¿no dijo nada extraordinario? —quiso saber Ariel.

—Por lo visto, ignora qué son los humanos. Éste asunto de la clonación y los cambios de forma, por ejemplo. ¿Sabías que efectúa esos cambios para encontrar la especie que pueda finalmente llamar humana?

—Derec sugirió que tal podía ser el caso.

—Entonces, ¿dejará de proteger a las que considera especies inferiores?

—Supongo que sí. Derec así lo piensa.

—¿Y esto no lo convierte en un ente peligroso para los humanos?

—Es posible.

—¿No debería, pues, ser desactivado?

—Hasta hoy no lo había pensado. Derec parece considerarlo un experimento muy valioso que debe ser protegido. Y por la breve conversación que sostuvimos, sospecho que sigue opinando lo mismo.

—Tal vez deberías volver a hablarle del asunto, miss Ariel. Tanto Mandelbrot como yo tememos que el salvaje pueda escapar de nuestro control. Los dos estamos perturbados por la Primera Ley, y nos resulta mucho más difícil permanecer junto a ese robot ahora que ha adoptado esa nueva forma alienígena.

—Tienes razón, Jacob. Hablaré con Derec.

Posó una mano sobre el cuello de Jacob y suavemente fue siguiendo los músculos como si acariciase a un animalito doméstico. La preocupación de Jacob la emocionaba. Era por ella que estaba tan preocupado. A una mujer joven le resulta difícil ignorar tal preocupación cuando procede de un ser de piel caliente tan magnífico como Jacob. Era un hermano muy querido.

Esta idea la dejó confusa. ¿Cuándo había dejado de pensar en Jacob como en un robot? Lo consideraba como un hermano; ¿no era así? Sólo podía ser esto con toda seguridad. A pesar del modo cómo Derec la ignoraba debido a su interés por el salvaje Plateado.

Tal vez su propio experimento estaba escapándosele de la mano. Desde que Derec había llegado al Mundo Ostrícola, no se había mostrado con el cariño que ella había soñado tan intensamente.

Y la preocupación de Jacob era muy grata, y el contacto con sus músculos resultaba ciertamente estimulante.

Tras esta idea, Ariel apartó su mano del robot, se puso de pie, penetró en el apartamento y abrió la puerta del dormitorio al que se había retirado Derec inmediatamente después de almorzar, y donde Jacob decía que tenían a Plateado.

Derec se había quitado la ropa y Plateado estaba sentado en el suelo, entre las dos camas gemelas, de espaldas contra la pared, formando una bola, a la curiosa manera con que los alienígenas reducían su área superficial. Con esto, su altura disminuía a la mitad. Derec estaba sentado en la cama más alejada de la puerta, mirando fijamente los ojos rojizos del robot. Ariel se sentó en la otra cama. Jacob la había seguido. Se quedó junto a la puerta, de espaldas a la pared.

—Le he explicado la crisis que ha provocado con los ceremiones —murmuró Derec—, y Plateado está deseando solucionar este asunto. No deseaba ofender a esos seres, sino que trataba de emularlos y servirles.

—Ellos podrían destruirlo antes de que tuviese la menor oportunidad de servirles —rezongó Ariel—. Están sumamente enojados.

—Éste es el peligro que debo correr, Ariel —respondió Plateado—, aunque no creo que sea muy agradable… ni tampoco demasiado probable.

En las palabras de Plateado faltó el título de miss. Claramente, había realizado la clonación de los alienígenas no sólo en el aspecto sino también en el pensamiento.

—Sin embargo, mejor será que les hables desde cierta distancia —le aconsejó Ariel—. Lejos del alcance de sus llamaradas.

—La comunicación por radio servirá para el caso —replicó Plateado—, sin el peligro que sugieres.

—Primero hay que entender su jerga por radio —razonó Ariel—. La modulación es una verdadera jerigonza ultrasónica.

—Lo he estado estudiando desde que llegamos. No es diferente del ultrasonido que usaron para conversar en privado cuando te reuniste con ellos. Esa reunión me proporcionó las pistas que necesitaba para comprender las transmisiones por radio, que capté la tarde de nuestra llegada. Modestamente, puedo afirmar que hablo fluidamente su lenguaje.

—Tan fluidamente que sospecho que hallarás a varios representantes de su especie aguardándote fuera, y probablemente al alcance de sus llamaradas.

Derec saltó de la cama y corrió desde el dormitorio a la vidriera que daba al balcón. Ariel le siguió. El joven iba a salir al balcón pero se detuvo en seco. Había dos alienígenas encaramados a la barandilla, claramente visibles a través de las cortinas, y a pesar del crepúsculo permanente creado por la bóveda. Estaban silueteados contra los edificios blancos del otro lado de la calle, como dos enormes cuervos negros. Probablemente, había más a nivel de la calle.

Derec y Ariel volvieron al dormitorio.

—¡Has estado hablando con ellos! —dijo Derec blandiendo un dedo en dirección a Plateado.

—Sí. Ya he iniciado mis negociaciones.

—¿Y con quién has hablado? —preguntó Derec.

—Con el jefe llamado Sarco.

—¿Qué quieren?

—Mi libertad. Les he dicho que estoy aquí prisionero.

—No es cierto. Hubieras podido romper la cuerda cuando hubieras querido, antes o después de llegar aquí.

—Tal vez sí, pero no quería correr el peligro de dañarme las alas. Para volverme aerodinámico, he tenido que sacrificar mi fuerza y mi rudeza a la resistencia y ligereza necesarias para el vuelo, que inevitablemente entraña cierta fragilidad. Pero ahora he de hablar con el amo Sarco.

—Pero diles la verdad —le advirtió Ariel—. Explícales nuestra sinceridad, que nada sabíamos de esta última transformación tuya.

—He de decir la verdad. No puedo obrar de otra manera —asintió Plateado.

—Pero a veces omites cosas —observó Derec—. Intenta decir todo lo que interesa con respecto a nuestra situación.

—Mi primera preocupación ha de ser para mis nuevos amos, pero jamás me olvidaré de los primeros, Aullador y luego Wolruf, que tan amables fueron conmigo. Claro que atarme con cuerdas apenas puede llamarse amabilidad.

—Entonces piensa en Wolruf —le recomendó Derec—. Y en todas las atenciones que tuve contigo antes de este último incidente.

—Ahora he de ir a conferenciar con Sarco —repitió Plateado, poniéndose de pie convertido aún en una bola.

Después, parcialmente enderezado, todavía doblado lateralmente, cruzó la puerta del dormitorio.