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El cerebot

LAS LEYES PROVISIONALES DE LA HUMANICA

1. Un ser humano no puede perjudicar a otro ser humano, ni, por omisión, permitir que un ser humano sufra daño alguno.

2. Un ser humano debe darle a un robot órdenes que preserven la existencia robótica y no pedirle nada que le ponga innecesariamente en la clase de dilema que podría causar daño o trastorno a los seres humanos.

3. Un ser humano no debe perjudicar a un robot o, por omisión, permitir que un robot sufra daños, a menos que tales daños sean necesarios para impedir que sea perjudicado o lesionado un ser humano o para que se cumpla una orden vital.

Del archivo del ordenador central Humánica.

Llave de acceso mecánico Cajón 667, compartimiento 82.

Clave de acceso: Humanos. Subclave Leyes. Creador de archivo Rydberg 1.

A la mañana siguiente, mucho antes de las diez, Mandelbrot estacionó el camión cerca del borde occidental de la abertura de la bóveda, y los tres mamíferos saltaron al suelo, ordenando a los robots que se quedasen en el vehículo y grabaran todo lo que oyesen desde el instante en que llegasen los alienígenas.

—Bien, amigo Mandelbrot, ya hace algún tiempo que no hablábamos en privado —comentó Jacob Winterson.

—Tampoco lo haremos ahora con esa salvaje presente —replicó Mandelbrot—. Cuidado con lo que dices y con lo que haces. Esto es totalmente imprevisible. En el planeta de los lobos me desactivó.

Jacob y Mandelbrot se hallaban todavía delante, frente al cuadro de mandos del camión. Plateada estaba sentada en el asiento trasero, el mismo que había ocupado junto con Wolruf camino del lugar de la cita.

—Para tu información —intervino Plateada—, yo no soy «esto». Pertenezco corrientemente al género femenino, por ser una clonación de Wolruf. Por tanto, podéis referiros a mí con el pronombre «ella». Y no tenéis que temer que desactive a ninguno de vosotros ahora que sé que mistress Wolruf no reaccionaría con agrado a tal acción. Además, no me importa en absoluto lo que digáis o hagáis, ahora que entiendo que mistress Wolruf desea que modifique la Tercera Ley, ligeramente, para concederos una modesta protección.

—Bien, amigo Jacob —intervino Mandelbrot—, ¿has reflexionado un poco más acerca de ese imponderable que son las Leyes de la Humánica?

—¡Oh, sí! —afirmó Jacob—, y las encuentro altamente inadecuadas como descripción de la conducta humana. Rydberg y sus camaradas carecen de experiencia en su trato con los humanos, que son un grupo insondable. Las emociones y no las leyes gobiernan su comportamiento. Y opino que seguramente la hembra de la especie es la más misteriosa del grupo. He estado investigando la emoción de los celos, puesto que al parecer fui adquirido esencialmente para despertar esa emoción en el pecho de máster Derec.

—No creo que los celos puedan existir en el pecho de un humano, amigo Jacob —objetó Mandelbrot.

—Bueno, era una mera figura literaria que se emplea al escribir sobre ese tema —replicó Jacob—. El punto de mayor interés en esto sin embargo, es la multiplicidad de matices y contrasentidos que existen en la mente de los humanos al considerar al sexo opuesto, matices y contrasentidos de emoción que aparentemente no tienen nada que ver con la reproducción de la especie, que es la razón ostensible para que haya dos sexos.

Sorprendentemente, Plateada se había interesado en la conversación. Estaba de acuerdo con las afirmaciones de Jacob, según las cuales ninguna Ley de la Humánica guiaba la conducta humana, ni era paralela a ninguna de las Leyes de la Robótica que dirigían su propia conducta. Y ahora el tema de su charla parecía apoyarse directamente en lo incómoda que resultaba la feminidad de su clonación de Wolruf que debía, paradójicamente, quedar aumentada por el gran interés por todo lo femenino que había experimentado antes en su forma masculina, cuando efectuó una clonación de Derec.

Era una incomodidad que provenía del conocimiento de su narcisismo, algo que jamás experimentara antes, algo que era a la vez fascinante y repulsivo. Así, llegó a la conclusión de que se sentía atraído por los seres femeninos, si bien prefería que éste no fuese su sexo. ¿Más cuál era la causa de tal atracción? Decidió que debía derivarse de su primera y poderosa clonación de Ojo Avizor, la jefa de los seres-lobo, la cual no había quedado totalmente desplazada por su clonación posterior de Derec, la clonación masculina. Su bienestar con una clonación masculina era solamente un poco menos poderosa que las leyes que debían dirigir su conducta y que ella hallaba tan difíciles de interpretar, por culpa de su deseo de saber lo que era un humano. No podía desprogramar ni esas leyes ni su sentimiento de masculinidad, así como tampoco la insidiosa atracción hacia todo lo femenino.

Y ahora acababa de descubrir que experimentaba otra forma de malestar al escuchar a Jacob y Mandelbrot. Jamás había oído conversar a dos robots, y su malestar procedía no de este proceso, sino de sus palabras, de lo que ella deducía de sus palabras. Estaban hablando como si supiesen qué era un ser humano, y ella, Plateada, se hallaba todavía explorando ese tema mediante el proceso de clonaciones múltiples, intentando progresar a niveles cada vez superiores de inteligencia, porque seguramente las especies más inteligentes de la galaxia podían ser únicamente los humanos que buscaba.

—Jacob, hablas de las Leyes de la Humánica como si supieras qué es un humano —intervino ella en la conversación.

—Ciertamente —asintió Jacob—. Para eso fui programado. ¿De qué otro modo podría cumplir las Leyes de la Robótica?

—¿Soy yo un humano? —quiso saber Plateada.

—No, eres un robot.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo dijo máster Derec. Además, mis sentidos tienden a apoyar esta suposición. No eres un mamífero.

—¿Y mistress Wolruf, es humana?

—No.

—Pero es mamífera.

—Cierto. Pero no todos los mamíferos son humanos.

—¿Qué es un humano, Jacob? —insistió Plateada.

—Hay muchas definiciones, algunas complicadas, algunas muy simples. Generalmente, a nosotros nos programan con una solamente.

—Dime un ejemplo de una definición simple.

—El acento al hablar en el lenguaje estándar. Casi todos los humanos hablan en estándar, de manera que una definición simple para una serie especial de robots de un planeta llamado Solaris empleó antaño el acento solariano para definir a los humanos. Fue una prueba sencilla, que no requería ninguna instrumentación especial.

—¿Cómo defines tú a un humano, Jacob?

—Por el número de sus cromosomas y por la configuración de sus cromosomas X e Y.

—¿Cómo determinas esa información?

—Con un instrumento, una nanomáquina celular, construido en mi dedo índice derecho.

—No la determinas cada vez que encuentras al mismo ser humano, ¿verdad?

—No. Una vez he decidido que un ser es humano, coloco su imagen en una tabla de reconocimiento. Además, me siento inclinado a aceptar como humano a todo ser que se aproxima a un promedio de tales imágenes… sin la prueba de los cromosomas.

—Entonces, miss Ariel y máster Derec son humanos.

—Sí.

—¿Y a cuál de ellos te sientes más impulsado a proteger?

—A mi superior inmediato, a miss Ariel.

—Y tú, Mandelbrot ¿a quién favoreces más?

—A máster Derec, aunque la elección sería difícil —reconoció el robot.

—¿Y Wolruf? —quiso saber Plateada—. ¿La protegerías, Mandelbrot?

—Sí. El amigo Jacob y yo estamos programados para tratarla como humana.

—¿No lo hallas extraño? Un ser que es…

Los pensamientos relativos a Wolruf como un ser humano quedaron en el aire por la llegada al lugar de la cita de los demoníacos seres negros… dos de ellos que simultáneamente llegaron con una coreografía perfecta, frenando con sus alas bien desplegadas, como surgidos del sol en la envoltura negra de su presencia. Luego, tocaron el suelo ligeramente, plegaron las alas a lo largo de los flancos de sus cuerpos, reduciéndose al tamaño de los mamíferos con que se enfrentaban, y se convirtieron en unas figuras negras coronadas por unos garfios blancuzcos, de aspecto estremecedor, sobre sus ardientes ojos escarlata.

La impenetrable y suave negrura, que envolvía su esencia física en el misterio, proyectaba la inquietante impresión de una energía latente.

Plateada se concentró en el registro de todo lo que se transpiraba de la conferencia. Pensaba que tal vez estaba observando la última forma de humanidad, el objetivo final de una búsqueda frustrante.

—Buenos días, jefes de los ceremiones —les saludó Ariel—. Ésta es Wolruf y éste es Derec, los dos miembros de nuestra fuerza especial de reprogramación. Wolruf, Derec, os presento a Sinapo, jefe de los cerebrones…

El alienígena de la derecha se expandió ligeramente, con el sonido crujiente de unas alas de murciélago amplificado por un orden de magnitud.

—… y a Sarco, jefe de los miostrianos.

El alienígena de la izquierda, también se expandió, crujiendo. Fue Derec quien habló a continuación.

—Mi colega Wolruf y yo nos sentimos muy honrados de que deseéis colaborar con nosotros en la producción de un ambiente en vuestro planeta que beneficiará a nuestros dos pueblos.

—Esto es lo que deseamos —aprobó Sinapo con un acento extraño, más pronunciado que el de Wolruf, lo cual hacía que resultase más incomprensible este alienígena.

—Pero antes —prosiguió Derec—, ¿queréis explicar la naturaleza de la bóveda y su método de construcción para que podamos determinar cómo se puede modificar mejor la ciudad interiormente, a fin de que sea lo más inocua posible?

—El compensador del nodo es una separación localizada del espacio y el tiempo —explicó Sarco.

No añadió nada más, como si esto lo explicase todo.

—Sí, adelante —le animó Derec.

—Nada más. Una división localizada en el espacio-tiempo —repitió Sarco con cierto desdén, como si estuviese dando una conferencia a un estudiante torpe—, un foco de puntos del cosmos donde nuestro universo ya no existe.

—¿Y cómo creáis esa divisoria?

—¿Entiendes lo que significa una división en el cosmos?

Derec vaciló.

—No del todo —confesó al fin.

—Entonces, no entenderás cómo se creó esa división. Por consiguiente, pasemos a la discusión de otros asuntos más provechosos.

Fue en este momento cuando Sinapo se unió a la discusión.

—La divisoria se creó y amplió mediante la aplicación intensa de electrones, que son circunvoluciones en el espacio-tiempo. El flujo de electrones, altamente enfocados sobre un volumen microscópico en el punto inicial de separación, amplía el vacío progresivamente en torno a la expresión de la divisoria, lo mismo que yo desdoblo los pliegues de mi reflector cuando me destrabo cada mañana.

Hizo una leve pausa y añadió:

—Pero como sugiere mi colega Sarco, tal vez deberíamos ir directamente a la discusión de tu programa para la implantación de una cohabitación armoniosa.

—Estrictamente desde las observaciones visuales, la bóveda parece compartir la naturaleza de un agujero negro —comentó Derec—. ¿Es eso lo que estás diciendo?

—¿Agujero negro? —repitió Sinapo, como si tuviera dificultades por seguir la conversación—. ¡Agujero negro! Sí, ésta es una buena analogía. La derivación del término no era tan evidente en sí misma. Sí, el compensador es un agujero negro, pero, en su interior, resulta antinatural al universo, no en su borde; un agujero negro como una concavidad, no como una convexidad en el borde donde el espacio y el tiempo se separan en el curso de la descomposición natural del universo. Y ahora, ¿podemos proseguir?

—Sólo otras dos preguntas —continuó Derec—. Cuando miramos la bóveda desde fuera, no podemos ver la ciudad. Vemos los objetos que hay al otro lado, como si la bóveda y la ciudad no existiesen. ¿Por qué no vemos dentro la ciudad?

—La intensa curvatura del compensador de espacio-tiempo dobla la luz alrededor de la bóveda, lo mismo que la luz de una estrella distante queda doblada ligeramente cuando pasa cerca de nuestro sol. En el caso del compensador, esta inclinación no es ligera, sino que está calculada para producir el efecto de invisibilidad o no existencia, que es uno de sus atributos como compensador.

Calló un momento y luego dijo:

—¿Otra pregunta?

—Sí. ¿Por qué un avión hiperespacial cae hacia la superficie de la concavidad negra y escapa solamente por el fuerte impulso de sus motores, como me contó Ariel la noche pasada, como un efecto de la curvatura del espacio-tiempo, cuando la atmósfera, el aire que hay dentro de la bóveda, no cae hacia la negrura?

—Tú has respondido a tu pregunta —observó Sinapo.

Una pequeña llamarada verde surgió de la negrura a unos centímetros más abajo de los ojos, y su voz adoptó una nota de irritación, como si se le hubiese acabado la paciencia.

—La curvatura del espacio-tiempo, como has sugerido. El avión estaba más allá de la cápsula neutra, en el campo gravitatorio de la concavidad negra. La atmósfera del planeta se halla dentro de esa cápsula neutra, en el campo gravitatorio del planeta.

Con un tono de conclusión, Sinapo continuó con otra pregunta.

—¿No tuviste que adquirir la velocidad normal de escape para penetrar con tu saltador hiperespacial en la negrura antes de volverte atrás y tratar de escapar del planeta?

Rápidamente, antes de que Derec tuviese tiempo de digerir las últimas observaciones, Ariel recuperó el control de la reunión.

—Ahora, honorables ceremiones —dijo con firmeza—, nuestro programa exige que la primera fase de nuestro esfuerzo quede terminada en dos meses. Ese esfuerzo proporcionará una zona agrícola suficiente y una producción, en mil kilómetros cuadrados, para pruebas de la pasividad ambiental.

»Al mismo tiempo, modificaremos la ciudad para aportar instalaciones terminales para los vehículos locales e interestelares. Esas instalaciones se proyectarán a través de la abertura de la bóveda, pero estarán aisladas y ventiladas para asegurar que todas las radiaciones y emisiones peligrosas queden retenidas dentro de la bóveda.

»Wolruf, nuestra especialista en ingeniería agrícola, y Derec, el especialista en ingeniería urbana, describirán ahora detalladamente los programas para tales actividades.

Plateada iba registrando todas esas palabras, pero su atención, todo su ser, estaba concentrado en los alienígenas, de manera especial en Sinapo. Como éste llevaba la voz cantante, comprendió que era él el superior de los dos extraños y, potencialmente, más poderoso y más inteligente, que cualquiera de los mamíferos con los que hasta entonces se había familiarizado. En resumen, había encontrado el último objetivo de su clonación final, o eso creía.

Por eso dejó de registrar la reunión con los alienígenas. Acababa de encontrar un nuevo modelo de seres a los que servir mediante las Leyes de la Robótica. Ya no se sentía obligada a observar las órdenes de seres inferiores. Sin embargo, le dedicó a Wolruf un último pensamiento lleno de ternura, la nueva emoción que había descubierto en su consideración de Aullador, ahora ya muy lejos de ella. Continuaría protegiendo a Wolruf aunque con un poco menos de fuerza de la protección que se concedía a sí misma por la Tercera Ley, la ley de la autoconservación.

Concentró su atención nuevamente en el alienígena de la derecha, Sinapo, y estudió los detalles técnicos de la clonación, particularmente en las características aerodinámicas que serían más difíciles de duplicar. Los cálculos le mostraron rápidamente que la zona que abarcaba la extensión de las alas y el reflector debería ser mucho mayor que la de los alienígenas, a fin de soportar el peso de su cuerpo. Aunque el volumen corporal debía ser bastante ligero, con varios refuerzos estructurales huecos. También tendría que aumentar las dimensiones de su cuerpo para proporcionar la geometría necesaria a las conexiones de las alas y el equilibrio requerido para los manipuladores de las mismas. Asimismo, cosa poco asombrosa, tendría que reducir la densidad de su cuerpo para igualar la de los alienígenas.

Después, se ocupó de los ojos. Eran compuestos, radiando rojo e infrarrojo. La radiación procedía de un anillo que rodeaba la convencional óptica animal en el centro y proporcionaba una iluminación controlada para ver los objetos cuando la radiación solar quedaba bloqueada por el planeta.

Luego, concentró su atención en la superficie corporal de color negro, y descubrió que existían más problemas, aparte de los aerodinámicos y ópticos. Experimentó en su brazo, sentada en el asiento trasero del camión, y finalmente tuvo que desistir y conformarse con un gris negruzco, de un lustre plateado, suave, tal como había tenido que desistir de imitar los detalles del pelo y el colorido epidérmico de los mamíferos.

Acto seguido, atacó la naturaleza y el origen de la llamarada verde que había visto destellar en el alienígena Sinapo. Tenía la sensación de que era una herramienta, y no un arma necesaria para dar una clonación satisfactoria. Designó una pequeña célula electrolítica, un compresor y unos contenedores de alta presión para el hidrógeno y el oxígeno, y un orificio de evacuación al fondo de la cavidad oral, pero conservó sus altavoces convencionales para la comunicación. Y añadió una diminuta factoría para fijar el nitrógeno en forma de amoníaco, a fin de aportar el rastro del compuesto que daba a la llama su color verde.

Durante todo el período que Plateada estuvo analizando a Sinapo, absorbió asimismo la poderosa masculinidad que éste irradiaba, interceptando y grabando el resplandor rojizo de sus ojos, absorbiendo su esencia física, el lenguaje corporal, los sutiles modales que escapaban a la figura negra del alienígena.

Por fin estuvo lista, y puso las células organometálicas de su cuerpo y sus pseudorribosomas a la tarea de alterar sus cintas genéticas. Su DNA robótico, sus equivalentes de transmisión y transferencia: el RNA ribosomático, y la miríada de distintos factores contenidos en sus células microbóticas que finalmente efectuarían la clonación alienígena.

Cuando hubo cambiado su forma, se instaló en la parte posterior del abierto camión para dar a sus patas delanteras el sitio suficiente para que se desarrollasen en alas, y después acortó y engrosó sus patas traseras, braceando con fuerza para poder afianzarse sobre el suelo del vehículo.

Con su atención puesta en la reunión, los dos robots que iban en la parte delantera del camión no observaron la transformación, como tampoco se dieron cuenta de ella los mamíferos de la reunión, que estaban de espaldas a ella. A Plateada sólo la observaban los alienígenas, a los que no parecía importarles en absoluto todo lo referente a Plateada.

Finalmente, la transformación quedó ultimada, excepto el gancho y su correa, que había dejado para el final debido a su distinta matriz, una forma de brillante acero inoxidable configurado en un cuerno hueco y curvado, y un cable fino y flexible. Plateada esperaba poder volar, aunque había abandonado el globo y el acto de inflarse que había visto la noche anterior. El gancho, por tanto, era solamente para causar un buen efecto.

Ya cómodamente masculino, Plateado, que no Plateada, se irguió en el asiento posterior del camión en toda su altura, unos tres metros, con las alas plegadas fuertemente contra su cuerpo, como si acabara de salir de un capullo, lo mismo que una mariposa recién metamorfoseada. Experimentaba la necesidad de abrir las alas y ejercitarlas, de sentirlas, y con esto recordó el vuelo en forma de pájaro en el planeta de los lobos.

Los mamíferos y los alienígenas se hallaban demasiado absortos en su reunión. Los segundos, aparentemente, pensaban que el aumento de tamaño de Plateada, ahora Plateado, era un fenómeno natural asociado al camión, porque no dieron señales de mirar directamente hacia el robot transformado.

Lentamente, Plateado abrió las alas. La delgada pero dura membrana organometálica crujió débilmente cuando desplegó la plancha aérea en sus veinticinco metros. Entonces descubrió que le era preciso medir las corrientes de aire.

No se había dado cuenta de una débil brisa mientras estaba en el asiento trasero de la camioneta con las alas plegadas, pero ahora sentía la suave presión que actuaba sobre sus alas, presionando su simulado empalme frío y emplumado, contra el respaldo del asiento. Resistió el embate que amenazaba con derribarlo fuera del vehículo con un gran esfuerzo, hundiendo los dedos de sus pies en el almohadillado del asiento.

El esfuerzo fue superior a sus fuerzas, por lo que plegó las alas contra su cuerpo para reducir la zona aérea.

Luego, dio media vuelta, anduvo por el asiento hacia el costado del camión, vaciló, mirando a Wolruf que corría hacia él, gritando su nombre, y extendió las alas de nuevo, saltando por el costado del vehículo. Volvió a experimentar la gloriosa sensación de volar, de estar en el aire, al deslizarse suavemente hacia el suelo. Cuando sus pies tocaron la tierra, cayó de cara con las alas extendidas y la impresión de movimiento retardado, que empezaba con sus pies abriendo surcos en el polvo, junto a la carretera.

Dificultosamente se incorporó, usando las alas para equilibrarse antes de plegarlas. Wolruf llegó a su lado, forzándole las patas hacia el lomo y pegándole las alas a los costados, al tiempo que con las manos asía el gancho para sujetarlo mejor. Derec, por su parte, empezó a enrollar una cuerda en torno a Plateado y Wolruf, para atarlos juntos.