El agrobiólogo
—Bien ¿cuál es la crisis? —quiso saber Derec—. ¿Y a qué se refiere ese mensaje tuyo referente a mi ingeniería interna? ¿Qué es todo eso?
Se hallaban en la sala de controles del Xerborodezees, adónde habían entrado para aislarse de los demás.
Plateada entró también allí, tomó asiento en una de las literas almohadilladas para pasajeros, detrás de la bien tapizada carlinga del piloto, y escuchó a Ariel y Derec.
—Bien, imaginé algo de ingeniería sin tu ayuda —respondió Ariel—. En realidad, he puesto a este planeta bajo control sin tu ayuda ni tu guía. Lo único que ahora necesito de ti son los músculos, esa parte que tienes entre las orejas.
—No has contestado a mis preguntas.
—Tu monitor interno enlazado con las ciudades robóticas. Seguro que ignoras que modula las hiperondas.
—Au contraire, querida —objetó Derec—. Ésta es una forma de comunicación que depende de una comprensión especial de la física del espacio-tiempo desarrollada por mi siempre excéntrico padre, el buen doctor Avery.
—Y au contraire te digo yo a ti, listillo, que esto es a lo que los alienígenas de este planeta, los ceremiones, se refieren como una modulación continua de hiperondas. Pregúntaselo a Avernus y Keymo, y también a Jacob. Éste incluso lo entiende. Es la versión de comunicación de la teleportación por Llave, así como la convencional modulación discreta por hiperonda es la versión de la comunicación de la tecnología por hipersalto. ¡Seguro que ni siquiera la reconoces!
En conjunto llevaban reunidos sólo unos diez minutos y ya habían discutido varias veces seguidas.
«¿Es esto el amor?», se preguntaba Derec.
—Pensaré en ello —respondió.
¿Era posible que Ariel tuviese razón? Cambió de tema.
—Bien ¿qué hay de la crisis? El motivo de mi venida.
—No hay crisis. Excepto que tuve que obligarte a venir para evitar una…
Acto seguido, le contó cómo la ciudad de los robots había perturbado el tiempo, cómo los miostrianos habían cubierto la urbe con la bóveda para controlar la perturbación, cómo habían estado a punto de cerrarla por completo, hasta que ella ideó su plan de convertir a todo el planeta en una granja, abandonando así la idea de formar una ciudad planetaria.
—Como ves —concluyó—, tu tarea es muy directa y razonablemente sencilla tienes que reprogramar a los Avery, convirtiéndolos en agricultores.
—Supongo que éste es otro ejemplo de tu estilo de ingeniería, ¿verdad? —exclamó Derec.
—No está mal, ¿eh? Ingeniería social, Derec. Algo que tú no comprendes.
—Existe un problema menor.
Derec calló un instante.
—¿Cuál? —se interesó Ariel.
—Para programar a los robots Avery a fin de que efectúen una tecnología particular, es preciso saber algo de esa tecnología. Yo sé mucho acerca de ciudades, pero no sé ni una palabra sobre agricultura, y sospecho que tú tampoco.
Wolruf entró en la cámara a tiempo de oír la última frase de Derec. Se sentó al lado de Plateada.
Ariel estaba estupefacta.
«Por lo visto, ésta es una pieza de ingeniería que ella no había calculado. Tal vez ésa ingeniería sea excesiva para ella», pensó Derec.
Derec sentíase presuntuoso y complaciente. Lo referente a la modulación continua de la hiperonda lo había desorientado por un momento, pero ahora estaba seguro de volver a estar al mando de la expedición.
—De modo que tú no saber nada de agricultura, Derec. ¿Y qué? —observó Wolruf—. Al parecer, yo haber llegado muy a punto.
—Tú no puedes reprogramar los robots Avery para que sean agricultores —razonó Derec—. Si no sabes nada de agricultura ni de tecnología agrícola…
—Tú no tener miedo, Wolruf estar aquí —exclamó la pequeña y peluda alienígena—. Yo criarme en una granja y educarme en agripolitécnica. Yo ser ingeniera de plantación.
—De acuerdo, Derec. ¿Qué dices ahora? —dijo Ariel—. ¿Crees que no lo sabía? ¿Dónde has estado todo este tiempo?
Derec ignoró a Ariel.
—¿Tú eres agricultora? —le preguntó a Wolruf.
—¿Qué productos crees tú que los eranios comprar a mi familia? —preguntó a su vez Wolruf—. No todos los eranios ser piratas como Aránimas. La mayoría ser comerciantes, y vivir en un mundo rocoso donde sólo crecer líquen además de tomates. En esos días de superpoblación, los eranios sobrevivir gracias a los cereales y otros productos agrícolas que ellos comprar a nosotros.
Y allí estaba Ariel, resplandeciente, mientras había estado sombría y apenada antes de que Wolruf hablase. Jamás hubiera pensado que Wolruf fuera agricultora.
Derec, por su parte, se había recuperado antes de la sorpresa y ahora admitía ya que la contribución de Wolruf podía ser importante en grado sumo.
—Está bien, me someto. Yo me ocuparé de la tecnología de los ordenadores, Wolruf se cuidará de la tecnología agrícola, y tú puedes seguir ocupándote de la tecnología social.
—No del todo —objetó Ariel. Estaba a punto, al parecer, de revelar algo que no era demasiado fácil de divulgar—. Tienes que reunirte conmigo y los alienígenas mañana por la mañana. Y supongo que Wolruf también debe asistir a la reunión, en calidad de especialista agrícola.
—¿Con qué propósito? —quiso saber Derec.
—Ellos quieren desarrollar un programa. Los cerebrones están ansiosos por volver a su vida nómada, de la que fueron apartados por el problema de nuestra ciudad. Han estado acampando en el Bosque del Reposo, como lo llaman, o sea el bosque próximo a la ciudad.
Ariel consultó su reloj.
—Quizá te gustará contemplar esto —continuó la joven—. Es bastante espectacular. Puedes verlo desde el camión, mientras regresamos a la ciudad. De todos modos hemos de irnos de aquí, pues es casi la hora de cenar.
Jacob y Mandelbrot estaban junto al camión cuando Derec y Ariel descendieron por la rampa. Los robots ya habían cargado todo el equipo del joven en el vehículo.
—Quiero que conduzcas tú, Mandelbrot —ordenó Derec.
Deseaba ir al lado del conductor, a fin de contemplar mejor el espectáculo prometido por Ariel, fuese cual fuese, y no quería de ninguna manera que el robot musculado llamado Jacob fuese a su lado ni que le disminuyese, por así decirlo, delante de los que iban detrás.
Miró a Ariel, como desafiándola a oponerse a su orden.
Ariel le contempló críticamente, pero al final sonrió ligeramente y calló. Claro que esto, para Derec, era tan enfurecedor como si se hubiese opuesto a su orden. Ariel sabía muy bien por qué él deseaba que condujese Mandelbrot. Derec siempre dejaba ver sus sentimientos, y Ariel sabía exactamente cómo tocarle en lo más sensible.
Pero el espectáculo era tan estupendo como él había supuesto. Ariel se levantó para señalar al que creía jefe de los cerebrones, Sinapo, dando vueltas por encima de la bóveda. Fue éste el primero en descender una diminuta bola negra cayendo hacia el bosque como una bala de plomo, convertida en una pequeña bomba, dejando una estela de humo que lentamente se expandía en una bola de plata que derivaba suavemente por las copas de los árboles, hasta trabarse en una de ellas, como un globo de mercurio.
Ésta era una actuación individual, y luego, cerca del círculo de vuelo de Sinapo, le siguió otro, Sarco, el jefe de los miostrianos, supuso Ariel. Y poco después, en el espacio de un cuarto de hora, fueron cayendo todos, hasta dispersarse como miríadas de gotas de rocío sobre la superficie de verde follaje.