13

Votación jerárquica

Inmediatamente después del último y desastroso encuentro con los alienígenas, Sinapo ascendió a la altitud de carga con Neuronius y Axonius detrás. No miró ni arriba ni abajo, ni a derecha o izquierda. Tenía los ojos muy abiertos pero sólo miraba al frente, mirando, sin ver, por una mente cerrada a todo por la sorpresa.

De modo que, cuando llegó a su estacionamiento, le asombró ver a Sarco ante él, dando vueltas por el espacio que era suyo, con el gancho agresivamente tendido hacia delante.

Aunque nunca se había hecho, y resulta sumamente falto de ética comunicar por radio asuntos políticos, Neuronius debía de haberlo hecho, radiando la derrota de Sinapo a todos cuantos quisieran oírlo, mientras Sinapo, dentro de su estupor tenía desconectado su equipo sensorial. Si no, ¿por qué estaba Sarco ya allí, retando el dominio de Sinapo?

Había sido una conspiración, de la que formaban parte, no sólo Sarco y Neuronius, sino también Axonius.

Sinapo ignoró a Sarco y, con su gancho agresivamente hacia delante, aleteó para ahuyentar a Sarco y ocupar su lugar en un círculo muy estrecho, inmediatamente sobre el centro del compensador del nodo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Sarco, cediéndole a regañadientes el sitio—. No pareces muy contento.

Sinapo no respondió.

—¿Qué ocurrió allí abajo? —quiso saber Sarco, con más insistencia en el tono de voz.

—Ya debes saberlo —replicó Sinapo—. Uno de tus satélites cerebrones te lo ha radiado.

—¿De qué estás hablando? —se indignó Sarco—. Nadie ha radiado nada y yo no tengo satélites, y menos aún cerebrones.

—¿Y Neuronius? ¿Qué me dices de Neuronius?

—Neuronius me habló de la pronunciación del lenguaje alienígena. ¿Le convierte esto en un satélite mío? Pobrecito…

—¡Pobrecito… y un rábano! Ha estado intentando que riñamos tú y yo. Y si no te gusta esta idea, te diré que te ha estado utilizando, Sarco, y que tú eres sumamente ingenuo.

—Debo admitir que me pareció una idea elegante utilizar a tu segundo en el mando como una ventaja en nuestra rivalidad. Pero, Sinapo, la nuestra ha sido siempre una rivalidad amistosa.

—Neuronius está atacando, Sarco. Apoyado por Axonius. ¿Por qué crees que me los llevé conmigo y te excluí a ti de una manera un poco descortés?

—Francamente, no lo sé, y tú no parecías deseoso de explicarlo. Bien, ¿qué ocurrió allí abajo?

—Neuronius tomó una decisión errónea respecto a los alienígenas, yo le contradije, y Axonius apoyó a Neuronius. Tan sencillo como eso.

—Esto no parece propio de Axonius, Sinapo. Dame los detalles. Vosotros tres habéis involucrado a todos los miocerones. No esperarás que yo me quede sentado entre bastidores.

—Axonius también te engañó, ¿eh?

Tras este comienzo poco prometedor, Sinapo procedió a describir detalladamente la reunión. Antes de terminar el largo relato, Sarco ya había hecho girar su gancho pasivamente hacia atrás, expresando silenciosa pero elocuentemente de qué lado estaba.

—¿Cuándo celebraréis el congreso? —preguntó al terminar Sinapo.

Sinapo había aplazado la decisión hasta que Sarco le impulsó. Su mente había estado tan paralizada que no había elaborado ningún plan de acción durante su lenta ascensión a su estación.

—Dentro de una hora —respondió, tomando una rápida decisión.

—Por mi parte, ejercito mi derecho como jefe de los miostrianos —aprobó Sarco—, y proclamo que ese congreso será una reunión general, o sea un congreso de cerebrones, con asistencia de los miostrianos. Por favor, anúnciaselo así a los tuyos, y yo haré igual con los míos.

Era una ocasión histórica. Una reunión conjunta de los jefes de ambas tribus era algo que sólo sucedía una vez aproximadamente por década, e incluso no tan a menudo.

En un ordinario congreso cerebrón, Sinapo hubiese permanecido en su estación, dando vueltas perezosamente sobre el centro del compensador en un amplio círculo, con los demás miembros de la élite cerebronia volando a derecha e izquierda, arriba y abajo, como una bandada aparte.

En una asamblea mayor, en un congreso conjunto, no obstante, el congreso volante no era compatible con una comunicación clara y audible, por lo que se celebró la reunión en tierra, en los despeñaderos elevados sobre el Acantilado del Tiempo, un territorio escarpado de noventa metros de altura que cortaba a través de la intersección de la Pradera de la Serenidad y el Bosque del Reposo, a ocho kilómetros al nordeste de la ciudad robótica y su compensador del nodo.

Sinapo, con el gancho hacia adelante, se hallaba en lo más alto del acantilado, mientras los otros diez miembros de la élite de los cerebrones estaban más abajo, frente a él, en línea a una tabla de granito ligeramente ladeada. Todos los ganchos estaban vueltos hacia atrás.

Neuronius se hallaba en medio de la línea inmediatamente debajo de Sinapo. Axonius se hallaba a su derecha, a la izquierda de Neuronius estaba el siguiente en el mando, y los demás miembros de la élite de los cerebrones estaban a derecha e izquierda en orden descendente por rangos de jerarquía.

Sarco, con el gancho hacia atrás, estaba posado en un despeñadero próximo, a la derecha de Sinapo, sobre la misma tabla rocosa, con su élite reunida por debajo de él, en una forma similar a la de los cerebrones, y dentro del radio auditivo de Sinapo.

Además de Sarco, había allí catorce miembros más de la élite miostriana. Temporalmente, se había ampliado el manejo de la carga impuesta por la construcción de la enorme cúpula que compensaba los efectos del nodo perturbador del tiempo de la ciudad de los robots.

—Como ya sabéis —declaró Sinapo, abriendo el congreso—, estamos en una situación de sorpresa, no sólo al nivel más alto del mando de la élite de los cerebrones, sino con vistas a nuestro mundo en general, ya que, con toda justicia, debemos considerar la invasión de los alienígenas como un ataque para la cohabitación de un mundo que nosotros siempre hemos considerado como estrictamente nuestro.

»Considerar la presencia de los alienígenas de otra manera es no concederles su justo valor, porque ahora nosotros cohabitamos con muchas formas más inferiores de vida. Los alienígenas tal vez son solamente una especie inferior que busca una coexistencia pacífica…

»Por otra parte, tal vez eso no sea así. Debemos considerar asimismo la posibilidad de que estemos ante una raza superior y negociando desde una posición desventajosa, tratando de retener nuestros derechos de cohabitación.

»La élite de los cerebrones y el jefe de los miostrianos estaban familiarizados con esta filosofía de la negociación y con los detalles de la discusión que ya ha tenido lugar, cuando la reanudamos con los alienígenas esta mañana.

»Pero esta mañana, no obstante, he visto que Neuronius estaba compitiendo por el mando, de manera que iniciamos el último encuentro con los alienígenas bajo circunstancias muy distintas.

»Si las condiciones fuesen las apropiadas, no me importaría darle a Neuronius la oportunidad de demostrar su competencia en el mando y posiblemente probar una competencia superior en nuestro continuo intento de evitar los tropiezos que siempre acechan a una jerarquía gubernamental descrita por el Principio de Petero.

»El congreso cerebrón se ha convocado esta tarde para juzgar dicha competencia, recordando al mismo tiempo nuestra delicada situación con vistas a nuestra cohabitación con los alienígenas.

Sinapo resumió después la discusión con los alienígenas que había tenido lugar por la mañana, hasta el momento en que había cedido el control de las negociaciones a Neuronius.

Después de llamar a Neuronius para que defendiera su respuesta a la proposición de los alienígenas, Sinapo se situó a un paso enfrente de Neuronius, el cual había ya surgido de detrás de Sinapo y, con un salto torpe y un poderoso aleteo, se colocó sobre el despeñadero más elevado que Sinapo acababa de abandonar.

—Cerebrones, lo que se debate aquí esta tarde no es solamente el asunto de juzgar la competencia del mando. El asunto es mucho más importante. También hay que juzgar la competencia en calibrar y establecer el rango de los ceremiones en una jerarquía galáctica que incluya a los alienígenas invasores.

Su lenguaje corporal irradiaba confianza, hasta arrogancia.

—Hay muchas facetas de superioridad de una raza respecto a otra, pero el hecho que más debe preocuparnos es si somos lo bastante superiores para echar fuera de nuestro planeta a esos alienígenas. Todo lo demás es el débil juego de la cultura floja y degenerada que Sinapo querría vernos abrazar.

»Esto resume los resultados de mi actividad mental, y yo contesté convenientemente. No serviría de nada sujetaros a una retórica inútil. Les dije a los alienígenas que no podíamos tolerar su presencia en nuestro planeta, dando así por terminadas las negociaciones.

Sinapo se sintió estupefacto por segunda vez aquel día. Lo último era una flagrante mentira. Él, Sinapo, había dado por terminadas las negociaciones aquella mañana. Y que Neuronius indujese al congreso a creer otra cosa era presuponer el resultado del voto a efectuar. Neuronius calló un instante y luego continuó.

—Sin embargo, no les dije a los alienígenas cómo me propongo asegurar su desaparición. Las amenazas sólo sirven para poner alerta al enemigo y eliminar el elemento sorpresa.

»Pero a este congreso le sugiero y recomiendo expresamente que inmediatamente eliminemos de entre ellos uno accidentalmente, suprimiéndolo de nuestro mundo… cuando ciegamente corra hacia el borde de un compensador embriónico.

Neuronius volvió a hacer otra pausa. Luego, dramáticamente, hizo girar su gancho al frente.

—Sugiero que los enviemos a todos a la negra eternidad que se extiende más allá del espacio y el tiempo, donde los dos estarán juntos en las entrañas de algún compensador.

Neuronius calló un momento en su promontorio, y luego descendió a la tabla rocosa y regresó a su lugar detrás de Sinapo. Durante unos instantes, el silencio sólo fue perturbado por Neuronius, por el rumor de sus alas y por el suave ruido de sus pies contra la tabla, cuando reemprendió su posición en la línea. Finalmente, cuando incluso esos sonidos se hubieron apagado, lo único que se oyó fue un suspiro, el exceso de oxígeno exhalado aquí y allí entre los reunidos.

Sinapo estaba estupefacto también ante la sugerencia, tan desconcertado que tardó algún tiempo en asimilarla.

Al fin habló de nuevo desde su posición en la tabla rocosa.

—Axonius, te nombro Presidente del Congreso de forma temporal, con el propósito de que establezcas tu postura, y para que tomes las declaraciones de los que deseen hablar, y finalmente hagas el recuento de votos sobre la Competencia Superior.

Ésta era la declaración normal que debía efectuarse en aquel punto de los procedimientos, y ello era una suerte porque él no debía añadir nada más después de haber presentado Neuronius una solución tan fatal al problema alienígena. Ahora, Axonius voló hasta el promontorio más elevado.

Neuronius había empalado a Axonius en los cuernos de un dilema terrible. A menos que Sinapo hubiese juzgado equivocadamente al joven cerebrón, Axonius era un oportunista, cosa que se había puesto en claro por la mañana, pero no era un asesino. Sinapo sabía exactamente lo que pasaba por la mente de Axonius y simpatizaba con él, intuyendo su angustia, una terrible angustia que su lenguaje corporal pregonaba abiertamente el parpadeo de sus ojos, el leve silbido de su empalme frío, la forma cómo presionaba las alas contra su cuerpo…

Axonius estaba acabado. La única manera en que podía salvar su posición en la élite, después de la estúpida postura adoptada por la mañana, era votar por Neuronius y esperar que éste ganara. Sin embargo, era un ser honesto y no podía, honradamente, apoyar la violencia recomendada por Neuronius. Había juzgado mal a éste, y ahora debía pagar el terrible castigo por su infortunado error.

Sinapo ignoraba cómo se las compondría Axonius. Aunque deseaba verlo destruido con una derrota, deseaba saber que no lo había juzgado mal por completo.

—Honorables jefes, amigos cerebrones, amigos ceremiones, esta tarde me hallo colocado en una posición terriblemente difícil.

«Bien, ésta es la primera observación prometedora que he oído en todo el día a un cerebrón», pensó Sinapo.

—Esta mañana —continuó Axonius— sustenté la opinión de que Neuronius hablaba desde una posición de competencia superior en su evaluación de lo que sería la postura de los cerebrones si deseamos asegurar nuestro sitio en la jerarquía galáctica, para utilizar sus propios términos.

»No fue decisión tomada a la ligera, y siento un gran respeto por nuestro jefe, al que jamás había visto efectuar un juicio erróneo. En efecto, creo que está en su derecho al desear una política de cohabitación pacífica con todas las formas de vida de nuestro mundo.

»¿Pero tiene el mismo derecho a aplicar la misma política a cualquier especie galáctica que tenga la idea de habitar en nuestro planeta? ¿Cómo podemos determinar y juzgar las intenciones de una especie alienígena sin llevar a cabo un experimento y arriesgar nuestra supervivencia en el proceso de dicho experimento?

»Es un dilema desdichado que supone el riesgo, por una parte, de prejuzgar y castigar a una especie alienígena sin un proceso. Pero, por otra parte, pondría en peligro nuestra supervivencia de no hacerlo así, si no prejuzgamos.

»La mía no es una decisión a la que haya llegado esta mañana de manera impetuosa y poco meditada. Todos hemos prestado atención al problema, y puesto al día nuestra actividad mental con cada informe acerca de las negociaciones llevadas a cabo por nuestro jefe.

»Por eso, esta mañana, el riesgo para nuestra supervivencia me pareció abrumador, y favorecí la posición de Neuronius por ser, a mi entender, el ejercicio más competente de una jefatura.

»Pero no apoyo decididamente las observaciones de Neuronius de esta tarde, y termino diciendo que, en buena conciencia, no puedo apoyarlas, puesto que no reflejan ya una jefatura competente.

Su gancho había permanecido apuntando hacia atrás durante sus observaciones.

Continuó barbotando sin pausas dramáticas, con palabras surgidas de su boca en un esfuerzo por poner cierta distancia entre sí mismo y su declaración.

—¿Desea alguno hacer una declaración? —preguntó al final.

Sinapo se sintió orgulloso de Axonius. Casi estaba dispuesto a perdonarle. Axonius se había aferrado valerosamente a la postura adoptada por la mañana y, no obstante, no había apoyado la proposición hecha por Neuronius por la tarde.

Sinapo, como todos los demás, esperaba que la élite de los cerebrones efectuara otras observaciones antes de que Axonius le llamara para una declaración final, concediéndole el privilegio tradicional de la última declaración antes de la votación.

Por tanto, todos se asombraron cuando Sarco habló de pie a la derecha de Axonius.

—Honorable presidente, en circunstancias ordinarias, cualquier declaración que yo efectuase ante un congreso cerebrón quedaría fuera de acta, a menos que fuese convocado como testigo oficial, cosa que no soy en este día. En realidad, muy al contrario, los miostrianos estamos aquí a causa del privilegio de jefe que ostento, reconociendo que este congreso tiene una importancia vital para los miostrianos. Éste es nuestro mundo tanto como el vuestro, cerebrones, y las decisiones ordinarias que afectan a nuestro bienestar común han de tomarse conjuntamente mediante una discusión amistosa entre los jefes de nuestras dos tribus.

»Hoy, un asunto de importancia vital para ambas tribus va inevitablemente a decidirse por el voto exclusivo de un congreso cerebrón truncado, sin que nuestro jefe pueda participar en la decisión.

»Por tanto, podéis entender mi inquietud, y el motivo por el que os pido ser considerado como testigo oficial en vuestros procedimientos. ¿Qué dices, señor Presidente?

—Esto queda anotado y registrado, honorable jefe —respondió Axonius.

—Mis observaciones no serán breves, aunque tampoco pienso ser excesivamente retórico. Por fortuna, no me veo constreñido por la extraordinaria posición en que se halla Axonius. Al contrario, me siento fuertemente impulsado a rechazar plenamente la postura de Neuronius de esta mañana y sus declaraciones de esta tarde.

Al concluir la frase, sin pausas, Sarco giró su gancho al frente.

—Teniendo en cuenta su última declaración de esta tarde, se confirma lo que ya habíamos sospechado que es un psicópata paranoico con una forma muy hábil de disimular su enfermedad mediante diestras palabras y arteras adulaciones.

»Después, sus inmensos temores y sus soluciones irracionales resultan improcedentes de todo punto, como he escuchado en un silencio de estupefacción esta tarde. Si vosotros no estáis estupefactos, miocerones, necesitáis que os revisen vuestro estado mental.

»Axonius, indudablemente, lo estaba, y su introspección lo guio en consecuencia. Neuronius lo había deslumbrado con la promesa de una honorable ascensión hasta esta tarde, cuando todo el honor se evaporó en el curso de un irracional intento de hacerse con el poder.

»Comprendo la reacción de Axonius en la reunión matinal con los alienígenas, pero un jefe auténtico ha de juzgar con mayor profundidad de lo que hizo Axonius, y razonar racionalmente, cosa que Neuronius no hizo, para encontrar una última solución a los problemas la solución que se halla más allá de cualquier solución fácil e inmediata.

»Típicamente, Sinapo lo ha resumido todo concisamente en sus primeras observaciones de esta tarde, y así, siempre podemos contar con él. Neuronius podía habernos ahorrado muchos pesares, de haber escuchado y seguido los consejos aceptables y de haber prestado atención a los informes diarios de Sinapo durante los días pasados.

»Dejando el honor a un lado, y el honor es para Sinapo tan importante como la lógica, atacar ciegamente como recomienda Neuronius es posiblemente dar patadas al pie de un gigante que, como sugiere también Sinapo, tal vez no esté tan deseoso de cohabitar, e incluso puede enviar a todos los miocerones hacia su propia versión de participar del espacio-tiempo o —terrible pensamiento—, buscar una forma más malévola y dolorosa de aniquilación.

»No atacar ciegamente, sino tratar de comprender a los alienígenas —y yo ya estoy muy impresionado por su pequeña jefa y creo que entiendo sus intenciones—, es suavizar al gigante en las peores circunstancias, o ayudar y favorecer a una especie menor bajo las mejores circunstancias. Ambas son directrices honorables para los miocerones.

»Indudablemente, Neuronius os ha engañado, cerebrones. Sinapo ya os había indicado el camino. Yo sólo reitero lo que él dijo concisa y claramente Por favor, no le falléis.

Un silencio tan profundo como el que había seguido a la última declaración de Neuronius cayó sobre toda la asamblea.

Axonius no pareció ansioso de romper tal silencio y, en cambio pareció conceder un espacio de tiempo a los cerebrones para que meditaran las observaciones de Sarco.

—¿Alguien más desea hacer una declaración? —preguntó al fin—. De lo contrario —continuó, sin aguardar a que otros tomaran la palabra—, nuestro honorable jefe pronunciará las tradicionales últimas palabras antes de proceder a la votación de la Competencia Superior.

—No tengo nada más que añadir a las observaciones de mis colegas —pronunció Sinapo y giró su gancho en señal de que aceptaba cualquier decisión votada por la élite de los cerebrones.

Axonius tomó la votación por voto-radio: secreto y unánime.