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Wolruf inspeccionada

Llegaron al claro mucho antes de mediodía, siguiendo un ancho sendero animal que Derec había descubierto y explorado con Mandelbrot unos días antes. Aunque en el bosque no crecía una maleza demasiado espesa, había trechos esparcidos que ocasionalmente obstaculizaban la senda para el homo sapiens, ramas bajas que los animales que habían trazado la senda, posiblemente antepasados de Plateada, simplemente pisoteaban. Naturalmente, ahora la senda estaba despejada. Cuando la exploraron, Mandelbrot convirtió su brazo en un machete (el brazo fabricado con el material de Robot City) y despejó el camino con un movimiento que tenía cierta semejanza con el de aserrar.

Esta mañana era Derec quien abría camino, seguido por Mandelbrot, después por Wolruf y finalmente por Plateada en la retaguardia. Plateada mantenía una animada conversación con Wolruf, charla que duró la hora que tardaron en llegar al claro. Derec podía oír el murmullo de la conversación pero estaba demasiado lejos para comprender las palabras. Cuando llegó al claro, y en tanto se acercaban los demás, pudo oírles claramente, aunque siguió sin entenderles. Ya no hablaban en el lenguaje estándar.

Mandelbrot estaba ya erigiendo la tienda cuando Wolruf llegó al claro.

—Yo no creerlo —exclamó—. Él ya hablar mi lenguaje. No fluidamente todavía. Pero con otra década él hablar como un nativo.

—Sí, posee una estupenda disposición para adquirir nuevos conocimientos —afirmó Derec.

Esa afinidad le mantenía inquieto.

Derec recogió unos guijarros en el arroyuelo y construyó con ellos el círculo para una hoguera. Wolruf puso en orden el interior de la tienda y Mandelbrot trajo la leña.

Cuando Derec terminó la construcción del círculo, se dio cuenta de que Plateada había desaparecido. Wolruf no tardó en dormirse en uno de los camastros que había dispuesto en la tienda. Realmente, no le gustaba mucho la vida al aire libre, no como a Derec en este aspecto.

De nada hubiese servido buscar a Plateada. Éste era su habitat más que el de ellos. Tal vez no volverían a verla.

Este pensamiento llenó a Derec de desolación. Se hallaba ya vitalmente interesado en el robot, en aquel robot tan extraño, que proporcionaba un fascinante estudio sobre la robótica alienígena. Ya había aprendido mucho solamente por asociación de ideas, pero necesitaba aprender mucho más, incluyendo su origen y el propósito de su programación primitiva.

Además, había metido a Wolruf en el problema. La había traído «cruzando media galaxia», como decía Wolruf enfáticamente. ¿Cómo podría ahora explicarle que ya no necesitaba sus servicios? ¡Que había viajado hasta tan lejos para nada! Cuando Wolruf se despertó, se tomó con mucha calma la noticia de la desaparición de Plateada.

—Bueno —gruñó—. ¿Poder volver ya a la civilización? ¿Poder al menos regresar a la ciudad?

—Ya volverá —aseguró Derec con más confianza de la que sentía—. Nos quedaremos aquí toda la noche. Tal vez no querrá regresar a la ciudad, pero aquí sí vendrá.

Pasaron una tarde sosegada. Derec leyó. Wolruf durmió. Mandelbrot permaneció de guardia fuera del claro, mirando la fogata, con la espalda apoyada en un árbol al otro lado del arroyo. Plateada tendría cierta dificultad para alcanzar el panel de los interruptores de Mandelbrot, caso de querer alcanzarlo. Después de cenar, cuando ya hubo oscurecido, con la esperanza de atraer a Plateada, Derec volvió a encender la hoguera de forma que iluminara todo el claro.

Mandelbrot continuó en su puesto de guardia. Wolruf dormitaba junto a la hoguera. Derec pensaba en Ariel, y esto le trajo el recuerdo de Jacob Winterson y, tras ahuyentar la imagen evocada de su cerebro, terminó de trazar todo el círculo de ideas recordando a Plateada.

El fuego agonizó. Derec estaba hablando cuando Wolruf, quedamente, posó una mano en su brazo y señaló al otro lado del camino precisamente enfrente del sitio donde Mandelbrot estaba de vigilancia.

Allí… justo dentro del claro, a la débil luminosidad del mortecino fuego, había dos formas grises, como lobos, sentados sobre sus cuartos traseros. Cuando Derec los miró, la luz de la hoguera se reflejó en los ojos de ambos lobos, volviendo a él como un resplandor fantasmal de color verde. Debió ser así como los viera Wolruf en primer lugar, pues de lo contrario eran invisibles.

—Máster Derec —le llamó Mandelbrot por detrás de ellos— estamos rodeados por unos animales que dan vueltas en torno al campamento. ¿Debo emprender alguna acción?

—¿Puedes sugerir algo conveniente? —inquirió Derec.

—No por el momento.

—Entonces, quédate en tu puesto.

—Esto no gustarme —se quejó Wolruf—. ¿Por qué siempre tú querer que yo acompañarte?

Fue entonces cuando la forma de la derecha echó atrás la cabeza y aulló, con un aullido largo y penetrante, dejando que terminara en una serie de sollozos débiles, suaves.

El aullido fue contestado por otro idéntico desde el bosque, que pareció progresar en torno al campamento hasta que también finalizó en un sollozo varias veces repetido.

Las dos formas se incorporaron y trotaron hacia el campamento.

La de la izquierda era más pequeña, del tamaño de Wolruf y, al aproximarse al campamento, su forma adoptó un tono plateado, en tanto que la forma del otro lobo, que medía un metro hasta su hocico, resultó moteada de negro y gris.

Después de penetrar dentro del círculo luminoso de la hoguera, la mayor de las bestias dio media vuelta y saltó hacia el bosque. La bestia plateada, mucho menor, se acercó al fuego y se sentó sobre sus ancas al lado de Wolruf.

—Ése era Aullador —dijo la bestia pequeña—. Quería inspeccionar a Wolruf.

—¿Plateada? —preguntó Derec.

—Sí. Puedes decir que soy yo. La imitación es bastante realista.

—¿Ser, pues, copiada? —inquirió Wolruf.

—Yo no estaría aquí, en caso contrario, mistress Wolruf —replicó Plateada.

Había conseguido una semejanza muy notable con Wolruf, considerando que el robot era una construcción organometálica de bastos microrrobots celulares. La cara plana, las orejas puntiagudas, las garras delanteras, todo estaba en consonancia. Incluso había conseguido una buena simulación de la piel sin hacer crecer pelos individuales.

—Creo que los lobos han desaparecido, máster Derec —notificó Mandelbrot.

—Eso creo —contestó Derec—. Plateada ha vuelto. Tal vez deberías venir a conocerla bajo su nueva forma.

Mandelbrot atravesó el arroyuelo y se acercó al fuego. Echó una larga ojeada a Plateada.

—¿Quieres que avive la hoguera, máster Derec? —preguntó.

—Sí, y tal vez deberías reanudar tu guardia. Pueden venir otras bestias, no tan amigables.

Derec recordaba que la que se había marchado no había sido tan amistosa en otra ocasión.

—Plateada —continuó Derec—, será mejor que te sitúes al otro lado del campamento, pero esta vez no te internes en el bosque.

—¿Mistress Wolruf? —dijo Plateada, interrogando con una elevada inflexión de voz.

—¿Sí?

—¿Es éste tu deseo?

—Claro.

La lealtad de Plateada se refería claramente a Wolruf.

Derec durmió bien hasta medianoche o algo más. Con Plateada de nuevo con ellos, su atención se concentraba ya en sí mismo, y durante el sueño añoró a Ariel. El gentil ronquido del camastro de al lado le recordaba a Ariel y esto aumentaba su deseo, aunque no era suficiente para mantenerle despierto.

Aquella noche no soñó con Ariel ni con nada más. El breve viaje, el aire libre y el alivio relacionado con la vuelta de Plateada promovieron un sueño profundo en el joven, y no se movió en absoluto hasta el amanecer, cuando le despertó la llamada de Avernus por su monitor interno, transmitiendo la llamada de socorro de Ariel.