SOS
Inmediatamente después de la reunión, Ariel y Jacob volvieron al apartamento. Jacob iba a retirarse a su nicho pero Ariel se lo impidió.
—Prepara una ensalada, Jacob —le ordenó—, con mucha hortaliza y un par de vasos de leche. Pon la mesa para dos. Y únete a mí. No te hará daño actuar como un humano por un rato, como si te gustase mi compañía. Es una orden.
—Una orden fácil de cumplir —correspondió Jacob.
—¿Te gusta el picante en la ensalada? —preguntó la joven.
—Como no tengo papilas gustativas, no tengo preferencias, miss Ariel.
—Una lástima. Te falta la mitad del placer de la vida.
—Experimentar el placer del gusto no ha sido nunca mi privilegio. Claro —añadió rápidamente, para no disgustar a Ariel— que tampoco lo echo de menos.
—¿Has notado alguna reacción a raíz de la reunión de esta mañana? ¿Placer, disgusto…?
—Mis potenciales positrónicos registraron una aguda molestia cuando se puso en claro que los alienígenas no pensaban apoyar su proposición. Sin embargo, yo reaccioné, no a un análisis subjetivo u objetivo, sino a la seguridad de que se sentía altamente defraudada, y sin saber cómo proceder.
—Has analizado mi reacción correctamente. No saber cómo proceder es el término más adecuado. No he llamado a Derec hasta ahora porque prefería poder decirle lo que tenía que hacer y no que él me dijese lo que yo debía hacer.
Jacob conectó el procesador de alimentos y recibió un cogollo de lechuga, dos tomates, un pepino, un puñado de setas, un corte de queso de oveja, otro de jamón, un paquete de bacón y un paquete de pan frito. Derec había mejorado mucho el procesador alimenticio ~.~ cuando estuvo en Robot City.
—En realidad, me encantó estar en el asiento del conductor —comentó Ariel—. Cuando me asaltó la idea de las granjas pensé que ésta era la respuesta. Creí que Sinapo la aceptaría.
No siguió hablando. La visión de los camiones de las granjas de Aurora y de los dorados trigales y maizales estaba de nuevo en su mente. Veía a los robots moviéndose por entre las interminables hileras de cereales, y cosechando lechugas, tomates, pepinos, todo lo que Jacob había sacado del procesador. Las mismas granjas podían florecer en este Mundo Ostrícola. Este mundo podía ser el nutriente de esta parte en desarrollo de la galaxia. Y sin ninguna interferencia con los alienígenas. En esta parte de la galaxia no harían falta los procesadores de comida, si lo único que uno deseaba era una ensalada vegetal.
Ariel no había logrado crear esta imagen en la mente de Sinapo. ¿Pero cómo podía haberlo conseguido? ¿Cómo podía Sinapo comprender una cosa que le era extraña, lo mismo que su gobierno era extraño para ella? No, había esperado demasiado.
¿Tan extraño era, realmente, aquel gobierno? Ariel ya había visto muchos casos en Aurora —gobernantes, ciudadanos con sus despachos, sus comités y sus consejos—, en los que el Principio de Petero encajaba perfectamente, con todos los cargos desempeñados por incompetentes, casi sin excepción.
—Supongo que no es raro que esos alienígenas no aprobasen mi propuesta —murmuró—. Son alienígenas y posiblemente no pueden pensar como nosotros. Esto no obstante, su gobierno tiene sentido, un sentido extraño, claro, como cabe esperar de unos alienígenas. Un puñado de humanos habría estado de acuerdo conmigo. Sí, esto tiene demasiado sentido.
Calló un instante.
—Bueno, supongo que Sinapo puede cambiar de opinión —agregó—. O sea que, pensándolo bien, no estoy en ningún apuro. ¿No es verdad, Jacob?
—Eso parece, miss Ariel.
En un proceso que era tan rápido que el ojo humano no podía percibirlo, Jacob había cortado la lechuga a trocitos, había cortado los tomates a rodajas, y lo había convertido todo en dados, excepto el tocino y el pan frito. Ahora lo estaba colocando todo en una gran ensaladera, todo, menos el jamón, el queso, el tocino y el pan frito.
—Mañana cerrarán la bóveda —continuó Ariel—, y nosotros tendremos que acampar en otro sitio.
—Sí, ésta es la única deducción lógica.
—O sea que he de llamar a Derec en nuestra ayuda. ¿Correcto?
—Eso creo —asintió Jacob.
—¿Cómo lo hago?
—No tengo conocimiento personal de esta función. Me pondré en contacto con Wohler-9 por medio del intercomunicador.
Al mismo tiempo, el robot pidió al procesador la leche y el aderezo picante.
Ariel no dijo nada y, mientras disponía la mesa, Jacob habló por el intercomunicador.
—Avernus-8, supervisa el enlace especial del señor Avery.
—Enlaza con él —le advirtió Ariel al robot.
—Ahora tengo a Avernus-8.
—Dile que transmita el siguiente mensaje a Derec.
Ariel vaciló, meditando, mientras Jacob terminaba de disponerlo todo en la mesa. Había colocado dos platos con ensalada y los dados de jamón y queso, todo ello aderezado generosamente con especias picantes, y salpicado finalmente con trocitos de tocino y el pan frito.
—No —exclamó de pronto Ariel—. Pregúntale antes qué hay de especial en el enlace con Derec, ¿quieres? Cómo funciona…
Ariel se sentó a la mesa y le indicó con el gesto a Jacob que la imitase, y ambos empezaron a comer.
—Avernus-8 dice que la conexión con el monitor interno de máster Derec no recoge la hiperonda —explicó Jacob—. Es un sistema especial inventado por el doctor Avery. El equipo va montado sobre la plataforma móvil que soporta el ordenador y en la plataforma que lo sustenta, pero es accesible a los siete robots supervisores.
—¿Y quién ha diseñado el esquema técnico de este sistema? —quiso saber Ariel—. ¿Manual del usuario, diagramas de cableado, manual de mantenimiento?
—Avernus-8 y el técnico de cada dos plataformas de ordenadores.
—Me apuesto lo que sea a que el enlace especial con Derec usa la hiperonda, aunque nunca la haya usado antes. No es una modulación discreta común, ordinaria. Sí, el doctor Avery nos ha vencido en ello, maldita sea. Ya inventó la modulación continua de los alienígenas.
Una pausa para llevarse un bocado a la boca.
—Jacob, busca a Keymo por tu conexión con el intercomunicador y dile a Avernus que le describa el sistema monitor de Derec. Mira si ellos dos están de acuerdo en que se trata de una modulación continua de hiperonda, como lo definiría Keymo.
La conexión y el análisis fueron realizados con suma rapidez, aunque casi transcurrieron dos minutos antes de obtener la respuesta.
—Avernus-8 replica afirmativamente —informó Jacob—. Para comunicarse con todas las ciudades de robots, máster Derec tiene un monitor interno que manipula metabólicamente la hiperonda, de forma semejante a lo que Keymo describe como modulación continua.
—¡Bingo! —exclamó Ariel—. Derec lo hace así sin que lo sepa siquiera. Y yo no necesito saber nada de ingeniería para ejecutar obras de ingeniería. Dile a Avernus que llame a Derec y le dé este mensaje. ¡Ah! No te olvides de pedir acuse de recibo: «Crisis en Mundo Ostrícola. Debes inmediatamente reprogramar robots Avery. Yo también tengo que enseñarte algo importante de ingeniería tecnológica. En realidad, tu propia ingeniería interna. Ven al momento. Con amor, Ariel».
Durante diez minutos, Jacob no habló mientras Ariel se llevaba la ensalada a la boca y pensaba en Derec. Con la inmensa imaginación que se posee cuando hay esperanzas, Ariel soñaba en su encuentro con Sinapo antes de la llegada de Derec, diciéndole que los alienígenas habían cambiado de idea y aceptaban su proposición. Entonces, ella sería una especie de jefe para los alienígenas.
Fuera como fuera, era preciso reprogramar a los robots. No se construiría ninguna otra ciudad de robots en este planeta.
Cuando estaban finalizando el almuerzo, Jacob rompió el silencio.
—Avernus-8 ha recibido esta respuesta de máster Derec: «En camino, listilla. Con amor, Derec».
Ariel pasó el resto de la tarde en el balcón que daba a la calle Mayor, sentada bajo la luz amortiguada del crepúsculo perpetuo bajo la bóveda, leyendo un libro de poesías que llevaba siempre consigo cuando viajaba: Poesía selecta de la vieja Tierra.
Era un libro antiguo, encuadernado en una imitación de piel de Suecia, color marrón, e impreso con caracteres claros en un papel imitación pergamino. Era lo único que su madre le había regalado y que ella atesoraba. Juliana Welsh también le había dado otras muchas cosas caras: vestidos, joyas, coches, aviones, saltadores, pero casi nada con gusto, nada con el refinado sabor que tenía la selección del pequeño libro. Se preguntaba si su madre era quien lo había escogido o si se había limitado a pedirle a uno de sus robots que escogiese algo, por medio del servicio de compras en hiperonda.
Ariel llegó a un poema corto que casi había olvidado y, al releerlo, le pareció un fragmento de sabiduría que podía aplicarse casi a cualquier instante de la vida de una persona; la sabiduría de Robot Frost.
El Secreto se instala.
Danzamos en torno a un círculo y suponemos,
pero el Secreto se instala en medio y lo sabe.
Esto era lo que parecía estar haciendo ella. Danzar en torno a la solución del problema. Se había acercado mucho a la respuesta en su encuentro con Sinapo y sus lugartenientes. El alienígena le había dado a entender, con su elaborada disculpa, que por sí solo las cosas irían por un camino muy diferente. En cuyo caso, ¿aceptaría él la proposición formulada por la joven?
De vez en cuando, Ariel levantaba la vista para observar la abertura de la bóveda. Esto la ponía nerviosa. ¿Y si la cerraban de repente y los atrapaba a todos dentro de aquella insidiosa negrura? No habría forma de salir, ninguna forma que pudiese proporcionar la tecnología humana.
Pero ella no deseaba huir y, ciertamente, no quería pasar más tiempo en aquel diminuto saltador para dos pasajeros, al menos más tiempo de lo preciso.
Después del almuerzo, Jacob dispuso una pantalla en el balcón a fin de que Ariel pasara la tarde contemplando la crítica abertura de la bóveda al tiempo que miraba una cinta de libros de un antiguo drama en hiperonda referente a Elijah Baley, Gladia Solaria y el robot Daneel Olivaw.
Cuando volvió a levantar la vista no pudo ya divisar la abertura de la bóveda. El brillo estelar del cielo negro no era suficiente para ver a través de las pupilas contraídas por la iluminación requerida para presentar a Elijah Baley en toda su gloria. Pero sí pudo percibir las luces del tráfico de robots en la llanura, tráfico que iba disminuyendo a medida que finalizaba la transferencia del material.
Cuando se fue a la cama, dejó a Jacob en el balcón con la orden de llamarla inmediatamente si observaba algún cambio en la abertura de la bóveda.
Hacia medianoche, Ariel soñó que intentaba escapar del negro vacío del interior de la bóveda, pilotando su saltador hiperespacial con el monstruoso Sinapo sentado a su lado en la carlinga, en una ruta que les llevaría por la calle Mayor, lejos de la Torre de la Brújula. Pero se vio despedida hacia el vacío, quedando colgada e inmóvil a menos de un kilómetro de donde empezaba la calle Mayor, con la palanca del aparato puesta al límite. A medida que se alejaba, proliferaban las largas hileras de trigo verde y ondulante y, en el extremo de la calle, entre las últimas hileras del trigal, estaba Derec saludando y llamándola. Ella se volvió hacia Sinapo, en medio de una sensación de horror inigualable, y de la negrura que el monstruo tenía bajo sus ojos luminosos brotó una llamarada que le chamuscó la mano.
Se despertó bañada en sudor, con una mano apoyada dolorosamente en la esquina de la mesita de noche que tenía junto a la cama. Finalmente, volvió a dormirse, deseando que Derec estuviera con ella en la cama, pero en Aurora, no en el Mundo Ostrícola.
A las diez de la mañana siguiente, la transferencia del material cesó y, con sus limitadas posesiones amontonadas en el vehículo que tenían al lado, Ariel y Jacob se hallaban ya cerca de la bóveda, en el lugar de reunión, manteniendo la vigilancia con Wohler-9 y su camión, esperando observar el cierre definitivo de la bóveda.
Transcurrieron cinco minutos sin que se dejara ver ningún cuerpo negro colocando sus adiciones en el borde de la bóveda; después, pasó media hora y la actividad constructora tampoco dio señales de vida.
Ni siquiera había señales de actividad preconstructora como la larga fila de cuerpos negros que se formaban las mañanas anteriores en dirección al vértice de la abertura, como una cinta en espiral que se desovillase desde un agujero negro, como una masa negra y esférica que desde lejos no podía resolverse en una serie de cuerpos negros individuales, calentando sus alas a la luz del sol.
Esta mañana no había ninguna bola negra en el cielo. Los cuerpos negros estaban allí como todas las mañanas, pero al revés que en los días de construcción, se hallaban dispersos de horizonte a horizonte, trazando círculos lánguidamente y empapándose de radiación solar.
Ariel y los dos robots permanecieron sentados allí todo el día, esperando que ocurriese algo, pero no fue así no hubo actividad constructora ni visita alguna por parte de los alienígenas que explicase la falta de actividad.
Ariel almorzó y cenó con las provisiones que Wohler-9 había apilado en el camión para ella, provisiones que debían durar un mes, dando así tiempo a la resolución del problema del Mundo Ostrícola.
Derec debía llegar dentro de tres días uno para alejarse lo suficiente del otro planeta a fin de poder saltar a través del hiperespacio, y dos días más para viajar del punto del salto al punto de llegada, la zona más próxima y segura al Mundo Ostrícola.
Pasaron la noche al aire libre. Ariel durmió en el largo asiento del camión sin toldo, bajo las estrellas de un firmamento sin nubes Se negó a pasar otra noche bajo la bóveda con la amenaza de su inminente cierre, amenaza que literalmente colgaba sobre ella como nueva espada de Damocles. Una noche como aquélla ya era bastante.