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Neuronius se sorprende

Sinapo se impacientaba con la alienígena femenina. La discusión se tornaba tediosa y poco fructífera, y al mismo tiempo él todavía no había podido provocar una circunstancia adecuada para desacreditar y poner en un aprieto a su subordinado, Neuronius.

Cada vez resultaba más obvio que la pequeña alienígena no era un jefe en ningún sentido; y que Sinapo debía lograr de alguna manera traer a este mundo un verdadero jefe de los alienígenas. Mientras tanto, tendría que ordenarle a Sarco que cerrase el compensador y empezara la construcción del siguiente si, como sospechaba, los alienígenas empezaban a construir una segunda ciudad en el otro lado de la Pradera de la Serenidad.

Eran éstos los pensamientos que le habían llevado a su última observación, y ahora la pequeña y aburrida alienígena volvía a hablar.

—No hay necesidad de traer otro jefe a este mundo. Ya estáis viendo uno. Había esperado continuar la construcción de nuestra ciudad, pero esto parece ya imposible en vista de vuestro irracional temor de que tengamos algún plan insidioso y encubierto para perturbar irrevocablemente vuestro planeta.

Los modales y la apostura de la pequeña alienígena habían cambiado; su voz sonaba con un timbre diferente. ¿Habría observado Neuronius estos cambios tan sutiles?

Descontó el fútil intento de rebajarlos al usar el adjetivo «irracional». El menosprecio era un truco diplomático que a veces resultaba eficaz, aunque no muy a menudo, si bien en el caso de ella había valido la pena probarlo. Sinapo lo reconocía, pero ¿reconocería también el altivo Neuronius el truco y lo descartaría por inútil? ¿O permitiría que su irritación distorsionara su análisis?

Con toda seguridad, tampoco reconocería Neuronius los sutiles cambios efectuados en la conducta de la alienígena, que eran pura telepatía, transmitiendo información con más eficacia que la palabra hablada.

—Nosotros tenemos otros métodos más compatibles para cohabitar con vosotros en este planeta —continuó Ariel—. La ciudad que está bajo la bóveda, en su estado actual, sería esencialmente desactivada y serviría únicamente como una central de comunicaciones y de coordinación para el nuevo esfuerzo.

Había alterado las técnicas diplomáticas, descartando sus maneras superiores y altaneras —toda la altanería semejante a la de Neuronius—, y ahora se mostraba con una táctica amistosa, llena de camaradería. Éste era el signo de un auténtico jefe. ¿Lo reconocería Neuronius y sería capaz de cambiar asimismo de táctica?

Aparentemente, la joven había abandonado el objetivo preferido de su misión, y estaba reagrupando una alternativa, de nuevo con el signo de un verdadero jefe con plena autoridad para llevar a cabo decisiones de capital importancia.

—Por favor, describe ese método compatible de cohabitación —pidió Sinapo.

—Antes deja que formule una pregunta. ¿Constituyo yo, por mí misma, un nodo perturbador del tiempo, o mi compañero Jacob, o nuestro vehículo?

Había inclinado la cabeza hacia su servidor y señalaba la creación que tenía detrás el vehículo.

—No —concedió Sinapo—. Ninguna de esas entidades, por sí solas o conjuntamente, crean un nodo perturbador de la atmósfera. La perturbación termal es muy pequeña y se disipa rápidamente.

—Bien —aprobó ella—. Entonces, cambiaremos de un modo urbano intensivamente enérgico, a un modo agrícola intensivamente laboral, de una sociedad centralizada a una sociedad dispersa, de productos industriales a productos agrícolas, de robots ciudadanos, a los que vosotros os sentís impulsados a cubrir con bóvedas, o sea vuestros compensadores del nodo, a robots granjeros que hallaréis totalmente benignos.

Wohler-9 no había proporcionado la terminología agrícola y granjera, por lo que, Sinapo no pudo traducir inmediatamente las palabras de la pequeña alienígena. Antes tuvo que extrapolarlo de todo cuanto le habían dicho la alienígena y Wohler-9, y de todos los datos adquiridos previamente monitorizando las transmisiones por hiperonda, y aún así tardó más de un instante.

—Por agricultura te refieres al cultivo intencionado de hierbas y otras plantas como las que crecen en la Pradera de la Serenidad y en el Bosque del Reposo, y por granja indicas la tierra subdividida donde este proceso tiene lugar. ¿Es esto correcto?

—Sí —asintió la pequeña alienígena.

—Hemos tenido una gran paciencia con vuestra invasión de nuestro mundo. No preguntasteis si era algo razonable, ni negociasteis, antes de perturbar el tiempo, un programa aceptable para ello. Y cuando vuestro método no resultó razonable y adoptamos medidas para aislar la perturbación hacia lo más mínimo posible, matasteis a dos de los nuestros.

»Sí, hemos sido pacientes hasta más allá de toda traducción razonable de esta palabra, y ahora voy a pedirte que tengas hoy tanta paciencia como nosotros la hemos tenido durante los días pasados. Tu paciencia será puesta a prueba, no con violación o muertes, como lo ha sido la nuestra, sino con aburrimiento y tedio, mientras llevamos a cabo, como debemos hacer, los ritos de nuestro gobierno, ritos que quedaron determinados hace milenios de años.

»En aquella época, un antiguo filósofo cerebroniano, llamado Petero, observó que todos nuestros niveles de gobierno eran desempeñados por incompetentes, hasta el punto que incluso los oficiales gubernamentales se elevaban a su último nivel de competencia, y aún a un nivel más allá, donde permanecían, incompetentes, por falta de capacidad de avanzar más.

»Esta observación fue tan sorprendente y tan evidente que fue conocida como el Principio de Petero, y fue reorganizado inmediatamente todo el gobierno para incluir el factor sorpresa, por el que cualquier oficial podía ser declarado incompetente y desplazado por un subordinado que mostrase mayor competencia a un nivel más elevado.

»Esto, por definición, demuestra que el antiguo oficial era incompetente, o sea, no tan competente como debiera haber sido, y el proceso de demostrarlo, con cualquier forma que adopte, se conoce como factor sorpresa por elevación.

»Por eso, yo cedo la responsabilidad de estos procedimientos a mi subordinado, Neuronius, a fin de que pueda evaluar y contestar tu proposición.

Al efectuar la última declaración, Sinapo indicó graciosamente a Neuronius, y observó cuidadosamente los reflejos involuntarios de su subordinado, su lenguaje corporal, la telepatía que le diría lo que pasaba por la mente de su inferior.

Y si Axonius era competente para el mando, también estudiaría los pensamientos que Neuronius irradiaba corporalmente, es decir que irradiaba con su cuerpo, con sus gestos. Y Axonius tendría esto en consideración cuando diese su detallado análisis y su juicio final sobre Neuronius en un congreso de la élite de los cerebrones.

Por eso, en cierto sentido, no sólo Neuronius y Sinapo, sino también Axonius, estaban sometidos a un proceso, ya que sería el congreso cerebrón el que impartiría el juicio final que reestructuraría el gobierno de los cerebrones, si esta negociación inmediata resultaba ser un hito decisivo en su historia.

Y en esa negociación con los alienígenas, Axonius debía ser el peso desequilibrador. Aquí mismo, si Sinapo y Neuronius no estaban de acuerdo, Axonius se hallaría en una posición muy delicada. Podría ser arrojado literalmente fuera de la élite si tomaba una decisión equivocada, fuese cual fuese el resultado de la pugna entre Sinapo y Neuronius.

Sin embargo, Axonius poseía un factor en su favor tenía votos en un congreso que excluirían a Sinapo y Neuronius. Cada miembro de la élite tenía los votos correspondientes en número a su posición en la Jerarquía.

Y con toda seguridad, todo esto estaba dando vueltas ahora en las mentes de los otros dos cerebrones, cuando Sinapo se volvió hacia Neuronius para obtener su respuesta.

La radiación corporal no era buena. Neuronius irradiaba confianza, y esto con toda seguridad tendría algún efecto sobre Axonius, lo cual dificultaría las cosas para Sinapo si Neuronius adoptaba un partido contrario.

—Miss Ariel Welsh, has planteado un buen caso para la causa de tu pueblo —asintió Neuronius—. Tal vez yo no haya entendido plenamente cuanto has dicho, pero mi mentor es un instructor excelente que jamás me ha defraudado, por lo que razonablemente sí he comprendido el meollo de tus observaciones.

»Irradias confianza y sinceridad, junto con todos los demás aspectos esenciales para la ejecución de la jefatura, por lo que con toda seguridad no estás en falta a este respecto.

»Y tu propuesto cambio al modo intensivamente laboral de la agricultura parece, al menos por encima, benigno, tal como elocuentemente lo has descrito.

»El compensador del nodo opera con una eficiencia del noventa y nueve punto dos por ciento, y esto se ha demostrado aceptable en el congreso cerebrón, lo que ciertamente es un punto a tu favor.

»Y ni tú ni tu servidor, tomados individualmente, ni la pequeña colección representada por vuestros pesados vehículos, todos ellos emisores termales minúsculos, constituyen un nodo perturbador del tiempo, como ha dicho mi mentor.

»Éstos son argumentos positivos que pesan en tu favor, pero debemos poner en la balanza las pocas cosas negativas que arguyen en contra de tu propuesta, antes de poder juzgar hacia qué lado se inclina finalmente la balanza.

»Con toda seguridad, en contra de tu proposición, se hallan las muertes de nuestros dos colegas y, en el caso particular de la última fatalidad, el estado pasivo de nuestro colega antes de su muerte trabado, o sea una forma terrible de morir sin poder defenderse. ¿Cuántas más muertes les aguardan a los cerebrones en el futuro?

»Pero esas muertes, que pueden en gran parte atribuirse al malentendimiento de unos servidores incompetentes, y la nimia cantidad de muertes en el futuro, no inclinan la balanza en contra tuya.

»Ahora, debemos pesar la verdadera naturaleza del nodo perturbador agrícola y los nodos perturbadores ciudadanos, parcialmente compensados, y ahí es donde nosotros tropezamos.

»No sabemos nada del nodo agrícola, excepto las seguridades dadas por vosotros acerca de su serena benignidad, ni sabemos qué emanaciones adicionales podemos hallar al abrir el compensador de la ciudad.

»Tú adjetivas nuestros temores como irracionales, cuando todo ser racional, considerando vuestra actuación pasada, debe juzgar vuestras acciones como atemorizadoras, y tales temores están bien fundados.

»Nosotros lloramos a nuestros colegas muertos, y por eso estamos aún inseguros respecto a tu propuesta, por lo que no tenemos más opción que oponernos vehementemente a una mayor ocupación de nuestro planeta. No consideramos que vuestras intenciones sean benignas, miss Ariel Welsh, no para unos seres como nosotros, con un gancho blancuzco y unos ojos enrojecidos.

Neuronius arqueó sus alas y calló.

«El muy idiota», pensó Sinapo. «Acaba de ser arrojado de la élite. De esto no tengo la menor duda. Y tal como sospechaba, ha reaccionado ante el altivo menosprecio de la pequeña alienígena cuando ha usado el término “irracional”. Lo sopesó en alto grado con su propia irracionalidad, con su paranoia básica, que hace tiempo sospechaba. Doy gracias al dios por el buen nivel mental de Axonius».

Había llegado el momento de que Sinapo diese su voto. Si se mostraba de acuerdo con Neuronius, sólo tenía que decirlo y habría echado un cable a Axonius. Para que Sinapo manifestase su oposición, sólo tenía que preguntarle a Axonius su opinión. Cosa que hizo.

—¿Y tú qué dices, Axonius?

Por segunda vez en la mañana, Sinapo experimentó ciertas dudas. El lenguaje corporal de Axonius mostró temor e irresolución cuando hubiese debido exudar confianza y determinación.

—Claramente —murmuró Axonius—, Neuronius ha calibrado adecuadamente la situación y ha llegado a una conclusión astuta muy notable.

Sinapo se quedó estupefacto. Su hábil estrategia había fallado por completo. Se había fijado demasiado durante el año en la paranoia de Neuronius, y no había calibrado debidamente a Axonius, que siempre le había parecido un lugarteniente de confianza. Y era en esto en lo que se había equivocado Sinapo, tal vez en la dificultad de calibrar acertadamente a alguien que te agrada básicamente y que invariablemente está de acuerdo contigo.

Ahora era un simple formulismo. Sinapo era, ante todo, un estadista y un ceremión leal, y sólo un político cuando esto no lesionaba a las tribus.

Podía oponerse a sus dos subordinados, y la élite, aunque gruñendo, le habría apoyado. Pero esto, para los alienígenas, habría representado la exhibición de una raza y un gobierno en desacuerdo. Era preferible que fuese después la élite la que reconociese tal desacuerdo, mostrando cierta magnanimidad hacia los alienígenas y una gran flexibilidad en el gobierno, cambiando la decisión de sus agentes.

—Entonces, estamos de acuerdo —sentenció Sinapo—. Me duele, miss Ariel Welsh, pero no podemos aceptar tu proposición. En el corto espacio de tiempo que nos conocemos, he llegado a admirarte y respetarte por tu valentía, por tu serenidad y por tu nunca desmentido buen humor. Que todos estos atributos hablen en tu beneficio cuando lleves esta penosa decisión a tu pueblo.

Sinapo había terminado como jefe de los cerebrones, a menos que lograse cambiar esta decisión en el congreso… en un congreso con nueve miembros, nueve votos a favor de Axonius pesando contra él.