Los ceremiones
Ascendiendo suavemente, calentándose al sol, los dos cuerpos negros trazaban círculos por encima de una cúpula transparente, una irregularidad que se aproximaba a la perfección sobre la superficie del planeta. Tan alta como una montaña, la transparencia iridiscente, vista desde fuera, cubría una zona circular y lisa de la superficie del planeta de dos kilómetros de diámetro, excepto por un corte angular —un sector todavía no cubierto— de diez grados. Mirando por aquella abertura, se observaban unas estructuras que cubrían toda la zona interior, construidas paradójicamente en un terreno sin excavar. La más asombrosa de tales estructuras era una pirámide elevada, empinada, centrada bajo la cúpula.
Los dos cuerpos negros flotaban separados a la distancia de sus alas extendidas, cinco veces la longitud del brazo de un robot Avery, los cuales evacuaban la cúpula por el sector no cubierto. Los dos cuerpos negros sabían que aquellos robots se llamaban «robots Avery», aunque para ellos carecía de significado más allá de su entonación.
—La construcción de la cúpula se retrasó por tu ausencia de ayer, Sarco —le dijo uno al otro— y debo darte las gracias por esto. Necesitabas el día libre. Por desgracia, el trabajo sólo se retrasó. Habría sido más beneficiosa una interrupción completa.
—Eres un granuja —replicó el tal Sarco, con sus ojos escarlata brillando como tizones encendidos, muy profundos en un cuerpo diabólicamente negro—. Seguro que dispusiste que un Avery me soltara mientras yo estaba enganchado anoche.
Ambos seres tenían una forma idéntica a un diminuto, pero poderoso, gancho blancuzco, semejante a un pico curvado, surgía por en medio de unos ojos enrojecidos y muy luminosos; una fronda, como un tallo de encaje plateado, ondeaba como una cola, lánguidamente, al otro extremo. Pero, por lo demás, los cuerpos estaban desprovistos de detalles visibles, salvo en su aspecto de figuras aladas. Algunos pliegues en el pellejo y demás posibles líneas de demarcación se perdían en la suave negrura.
—¿Te soltaron? —inquirió el primero.
—No te hagas el inocentón, Sinapo. Alguien me desenganchó anoche y, cuando derivé hacia el orto, estaba sobre Barneup. Tardé el día entero en volver. ¿Has tratado alguna vez de hacer crecer un nuevo gancho por el camino?
—Pareces un poco agotado. Claro que yo también lo estoy. Intentar sacarle algo con sentido a Wohler-9 es agotador, y eso que es el mejor de los Avery. Hoy he aprendido muy poco. A los dos nos conviene descansar; creo que sería recomendable engancharnos temprano. Nos veremos por la mañana, Sarco.
—¡Aguarda! ¡No puedes irte tan pronto!
Pero Sinapo ya se había convertido en una bola y estaba cayendo, casi como una piedra, a gran velocidad, muy lejos del oído de Sarco, que suspiró con una suave emisión de oxígeno puro y un débil rastro de amoníaco. Pero Sarco no siguió inmediatamente a su compañero. Cuando Sinapo se aproximaba a la superficie del planeta, empezó a frenar, desenrollando de su cuello la dura y transparente correa de su reflector, dejando que ondulase y susurrase en su estela, arrastrándolo como si tuviese echada el ancla. Al aproximarse a los árboles que rodeaban la cúpula, lejos de la abertura, escondió su reflector y desdobló los pliegues transparentes de su pellejo dejando sólo visibles su gancho y sus ojos.
Comenzó a inflar el reflector con pausados chorros de hidrógeno comprimido, disipando así su impulso y retrasando su descenso hasta que apenas dejó de derivar. Diez metros por encima de una conífera bastante alta, soltó su diminuto gancho y la correa del reflector y, cuando aquél quedó enganchado a una rama lo suficientemente robusta, sobrevino una emisión final de hidrógeno que llenó el reflector, borrando la última rugosidad y dejando una superficie lisa e impoluta como un espejo. De inmediato, la correa quedó tensa entre el inflado reflector y la rama.
Sinapo inició el meticuloso proceso de desenrollar sus entumecidas fibras, derivando por la tensa correa, quedando así suspendido de su propio pellejo. Sus células de energía no llegaron a saturarse del todo con el efecto termoeléctrico diurno que produce el calor irradiado por el sol, como normalmente lo hubiesen estado si los alienígenas no hubieran perturbado la atmósfera. Aquel día, Sinapo había estado muy poco tiempo expuesto a la escasa radiación, si bien es cierto que muy poca radiación se había escapado de la perfecta absorción de «cuerpo negro» de su pellejo[1].
La energía acumulada estaba allí, exceptuando la poca que consumió para sus lánguidos movimientos, para electrolizar el agua y comprimir el hidrógeno, y la inherente a su intensa actividad de pensar, además del consumo habitual de aquel día para conversar (si podía llamarse así) con Wohler-9. Sin embargo, le quedaba una reserva suficiente de energía en sus células. Gastaría muy poca durante la noche, sólo la cantidad precisa para mantener la temperatura corporal y hacer frente a la minúscula cantidad de energía disipada por la radiación del pellejo plateado de su reflector.
Sarco permaneció arriba hasta que Sinapo se trabó. Luego, se transformó también en una bola y descendió, trabándose muy cerca a fin de poder encontrarse frente a Sinapo a la mañana siguiente.
Los robots Avery continuaban saliendo del sector abierto de la bóveda como hormigas abandonando su hormiguero. El crepúsculo caía rápidamente, pero la noche no iba a dificultar su operación.
Wohler-9 estaba justo fuera del sector abierto. Había contemplado la caída de Sinapo y Sarco, pero no les había distinguido del resto de los cuerpos negros que, media hora más tarde, empezaron a caer del cielo como el suave descenso de nieve negra que se fundiese al aproximarse a la superficie, para brillar como gotas de lluvia, unas gotas de lluvia inversa y milagrosamente suspendidas encima de los árboles como desafiando a la gravedad.
Cuando la diminuta cantidad de luz solar absorbida empezó a calentar el reflector de Sinapo a la mañana siguiente, éste se despertó y empezó a desinflarse. Cuando su gancho quedó libre, replegó su correa y derivó hasta el suelo, fuera del follaje periférico del árbol.
Al llegar al suelo, abrió la costura frontal de su reflector y se cubrió con él como un batín para preservar el calor de su cuerpo. Anadeó sobre sus dos cortas patas a través del bosque hasta un riachuelo. Sarco ya estaba allí, desayunando y aguardándole. Su gancho estaba invertido en una posición no agresiva, lo cual era una buena señal. Sin embargo, estaba desayunando. No era posible esperar otra cosa. La cólera no puede subsistir junto a las intensas satisfacciones de un ser.
Durante la noche, la emplumada unión fría que sobresalía del anca de Sinapo se había calentado, y los millones de uniones calientes distribuidas por su negrísima piel se habían enfriado, de manera que las uniones frías y calientes se hallaban ahora a una misma temperatura, y él había ayunado toda la noche. Ahora, mientras se dirigía al riachuelo al lado de Sarco, con su reflector muy apretado en torno a su espalda para atirantarlo delante de sí, se agachó para hundir su unión fría en el agua helada, tras lo cual suspiró de contento cuando el fresco fluido eléctrico pasó a sus células de energía. La fresca inyección matutina era el mejor momento que gozaba durante todo el día.
Ninguno de los dos habló, como era su costumbre en el desayuno, pues no solían hacerlo hasta volver a volar. Hablar, a menos que les obligasen algunas exigencias, como la discusión con Wohler-9, era estrictamente un proceso de desgaste, que consumía oxígeno sobrante de la producción electrolítica del hidrógeno vital. Electrolizar, teniendo sus bolsas de hidrógeno llenas, sólo para generar el oxígeno necesario para hablar, era un lujo que apenas se permitían y una necesidad únicamente bajo las circunstancias más extrañas.
Esta mañana, no obstante, Sinapo planeaba estar solamente una hora en el aire antes de reanudar su discusión con Wohler-9. Lo había calculado de este modo para poder vigilar a los miostrianos en su trabajo, como llevaba haciendo desde unos días atrás. Descargaría sus células más allá de la confortabilidad (siempre estaba hambriento), pues al menos generaría hidrógeno durante la discusión y no perdería fluido como ocurriría en caso contrario. Éste era un pobre consuelo cuando su depósito de energía vital descendía más cada vez. Pero Sinapo creía que la discusión era fundamental, no por lo que le había revelado hasta ahora sino por lo que prometía revelar en el futuro.
Terminado el desayuno y con las fibras de sus reflectores apretadamente enrolladas en collares transparentes, ambos empezaron a ascender a la altitud de carga.
Sinapo, seguido de Sarco, iba dando vueltas lentamente hacia arriba con aleteos lánguidos pero poderosos de sus grandes alas. Mantenía la iridiscencia hemisférica centrada abajo para que, al finalizar su corta carga, cayese rápidamente al sector abierto donde podría divisar a Wohler-9 todavía vigilando justo donde estaba cuando Sinapo bajó para trabarse la noche anterior.
Cuando llegaron a una altitud conveniente, Sinapo retardó sus aleteos y giro sobre su espalda, con Sarco más abajo manteniendo las alas extendidas, lo que le daba al primero la posición dominante a la que tenía derecho como interrogador. Éste había sido el meollo de su conversación la tarde precedente cuando Sinapo la dio por terminada unilateralmente.
—Sarco, ¿qué estabas diciendo?
—Olvídalo —replicó Sarco—. Mi correa fue cortada, y anoche estaba enfadado, pero no tiene importancia. Un nuevo gancho y una noche de descanso, y todo quedará olvidado.
«Bien, pensó Sinapo, pero no fue un Avery, sino mi propio aliento abrasador el que te envió de paseo al amanecer», pensó Sinapo.
No habría empleado un truco tan infantil si la situación no lo hubiese requerido. El recuerdo de tal truco no se esfumaba, perturbando su conciencia.
—Lo importante —continuó Sarco— es lograr que el tiempo vuelva a estar bajo control y se detenga el maldito chirrido de esos pequeños alienígenas en la hiperonda. Tendré al tiempo bajo control tan pronto como mi gente termine de neutralizar ese nodo perturbador del tiempo. Me imagino que habré completado el compensador pasado mañana. Claro que el ruido de la hiperonda nos está volviendo locos, Sinapo. ¿No han oído hablar esos retrasados mentales de la modulación continua?
—Naturalmente, con ese sistema llegaron —respondió Sinapo—. Pero su extraña modulación de la hiperonda y nuestra pequeña incomodidad con la modulación cruzada en nuestros canales continuos son un problema menor. El verdadero problema es tu construcción del compensador del nodo. Es una equivocación, Sarco. Habrás paralizado a los alienígenas sólo temporalmente. Y si estoy en lo cierto, como cada vez estoy más seguro de estarlo, sólo habrás logrado paralizar un grupo de servidores, y probablemente no por mucho tiempo, pero habrás irritado a sus amos, tan seguro como que el Gran Petero es nuestro guía.
—¿Qué queréis los cerebrones? Al menos los miostrianos[2] emprendemos alguna acción.
—Ayer tuvimos una conferencia —aclaró Sinapo—. Todos estuvieron de acuerdo en que me hallo cerca de un acuerdo con Wohler-9. Y tú, hagas lo que hagas, no cierres el compensador. Ya has conseguido más del noventa y cinco por ciento de compensación. Meteorológicamente, ya has vencido.
—Tienes hasta el cénit de pasado mañana para obtener tu acuerdo, Sinapo.
No servía de nada seguir discutiendo. Sinapo rodó lejos de Sarco y derivó a la izquierda mientras descendía por un gradiente de temperatura a un estrato ligeramente más frío. El gradiente invertido tan temprano era una medida del trastorno meteorológico (los efectos residuales de las creaciones alienígenas), que la bóveda terminada eliminaría.
Después de una hora de carga, Sinapo seguía hambriento, no obstante lo cual, se convirtió en un globo y cayó, con el viento silbando a través de la fronda emplumada de su unión fría, hasta que se aproximó a lo alto de la bóveda. Entonces, extendió lentamente sus alas, trazando un descenso que le llevó a efectuar una inspección circular muy completa de la cúpula.
Realizó una pasada un poco más baja alrededor de la bóveda buscando cualquier signo de inestabilidad del espacio-tiempo. ¿Por qué le importaba tanto? La bóveda hubiera podido hundirse y no le habría importado. Pero era una costumbre, un asunto de orgullo profesional, orgullo en su carrera, orgullo en la gente de Sarco, y en la tecnología que compartían con los cerebrones.
Mientras se dirigía de nuevo al sector abierto, pasó a un deslizamiento suave y, agitando apenas unas motas de polvo, descansó junto a Wohler-9, el robot Avery.
Sinapo ya tenía una buena idea de lo que era un robot Avery. También tenía un modesto conocimiento del lenguaje llamado estándar galáctico y, aunque no era muy común en esta parte de la galaxia, lo conocía gracias a los ocasionales estallidos de la hiperonda que les llegaban desde varios siglos antes. La traducción del lenguaje había sido lenta e incompleta, a falta de algo que hubiera podido servir de piedra Rosetta, pero habían adquirido cierta percepción de la lógica de aquel lenguaje, en términos del análisis matemático de su estructura, y con Wohler-9 a mano (no como algo comparable a la mencionada piedra Rosetta), su fluidez había progresado hasta la modesta habilidad de la que ahora gozaba Sinapo.
—Buenos días, Wohler-9 —le saludó Sinapo.
El robot giró lentamente su cabeza hasta que sus ojos taladraron intensamente a Sinapo, pero, por lo demás, no dio señales de reconocimiento. Esto no molestó a Sinapo. En realidad, lo esperaba. Ahora sabía que el robot no le consideraba como su amo, por lo que no era digno de atención a menos que violase la programación básica del robot la directriz principal y los tres principios de guía.
La directriz principal era erigir las monstruosidades que habían efectuado tales trastornos en el tiempo, por culpa de las emisiones de energía y de partículas, pero que ahora estaban cubiertas y casi neutralizadas por el compensador. La perturbación había sido casi tan grande como la causada por el impacto de un meteoro gigantesco un cuarto de siglo antes.
La función de las monstruosidades aún no estaba clara, aparte de ser unas creaciones para los amos de los robots. Con un tiempo benigno, ya bajo su control, muchos eones antes, la noción de refugio y edificios, si alguna vez había existido, había desaparecido de la memoria racial de los cuerpos negros, perdida en la prehistoria.
—Tú informaste debidamente a tus amos de nuestra interferencia y pediste ayuda hace ya más de una mano de días, si traducimos tu mensaje correctamente. Todos los días te pregunto si has recibido más instrucciones entre los numerosos mensajes que hemos monitorizado en ambas direcciones. Hasta ahora, tus respuestas no han sido satisfactorias ni tranquilizadoras. Pero ahora tenemos razones para sospechar que has recibido alguna aclaración de la situación, si es que hemos entendido el mensaje que recibiste ayer por la mañana. Te mencioné dicho mensaje ayer por la tarde. Y ahora vuelvo a preguntártelo: ¿Has recibido más instrucciones?
El robot siguió sin responder. Había vuelto a girar la cabeza para vigilar la procesión de robots y vehículos que salían de la bóveda, encaminándose al norte, a través de la llanura bordeada por el bosque.
—Completaremos el compensador, la bóveda, mañana, bloqueando así tu objetivo principal —añadió Sinapo.
Esto sí produjo una respuesta. Wohler-9 miró a Sinapo.
—Miss Ariel Welsh discutirá esto contigo cuando llegue esta tarde —dijo Wohler-9, y volvió a contemplar la evacuación.
No servía de nada continuar el diálogo. Sinapo se marchó de allí, encaminándose a la altitud de carga y a celebrar una conferencia con los cerebrones.