El 4 de abril de 1846 viene al mundo en Montevideo —a la opereta bufa de un Consulado francés en país de epidemias y vicalvaradas con el que no podría menos que conciliarse un alma sensible, por gracia del esplendor de la Naturaleza en marco a la vileza humana (rescatada por el estribillo de cualquier canción)— un hijo a François Ducasse, que recibe los nombres de Isidore y Lucien. Su madre, muerta a los veinte meses (uno tan sólo después de la ceremonia bautismal) incurre ya en la predeterminación de la familia a las fosas comunes.

Isidore llega a Francia por primera vez en 1859 y estudia en el Liceo Imperial de Tarbes, de 1859 a 1862, y posteriormente en el Pau, de 1863 a 1865. Estudios que nunca terminó y en los que no obtuvo brillantes resultados. Sus lecturas predilectas en aquella época escolar parecen haber sido Poe y Teófilo Gautier. Materia de su ensueño, además de la memoria de su país natal, vagamente idealizada y amazónica (Isidoro era gran nadador y muy dado, son confidencias de un condiscípulo, a especular), en base a la piscina del Liceo, con su añoranza de un agua lustral en que sumergir su cerveau malade.

Parecería inmediato relacionar el satanismo de los Cantos con una existencia precaria. Pero Ducasse vivió en confortables y desahogados hoteles del París de las Peleterías y los perfumistas, y si al cruzarse por el Boulevard Montmartre con las croqueuses de diamants no plantó la rodilla en tierra a la manera de un Aurélien Sholl o un Néstor Roqueplan, no veamos en ello un sentimiento de clase: para sucumbir al encanto del Segundo Imperio (el de ese tertium genus de mujer intermedio entre la amante y la prostituta) le hubiera hecho falta un sentido del humor que nunca tuvo, lo mismo que a Baudelaire (aunque la incursión de este último a las barricadas nos la pudiera acaso explicar Maurice Chevaüer con el cherchez-la-femme). O la capacidad de entusiasmo por que convirtieron sus coterráneos fin de siglo la etiqueta del Veuve Clicquot en material literario de primera magnitud.

En agosto de 1868 el poeta entrega a la imprenta el Canto Primero de Maldoror, que se publica sin el nombre del autor. El conjunto de los Seis Cantos, impreso en Bruselas por Lacroix-Verboeckhoven, es secuestrado por el primero de los dos editores, que teme desencadenar un movimiento de la opinión pública (!) similar al que produjeron Las Flores del Mal. El libro no se distribuyó en vida de su autor.

El 24 de noviembre de 1870 firman su acta de defunción, como testigos, un gerente y un chasseur de hotel. Enterrado en terrenos municipales afectos a una concesión temporal, sus restos fueron transferidos a una fosa común.

GUILLERMO CARNERO