París, 23 de octubre [67]
Déjeme que ante todo le explique mi situación. Canté el mal como han hecho Mickiewicz, Byron, Milton, Southey, A. de Mussett, Baudelaire, etcétera. Naturalmente exageré el diapasón para crear algo nuevo en el sentido de esa literatura sublime que canta la desesperación sólo para atormentar al lector y hacerle desear el bien como remedio. De este modo, es el bien lo que en definitiva se canta, pero con un método más filosófico y menos ingenuo que el de la antigua escuela, de la que Víctor Hugo y algunos otros son los únicos representantes todavía vivos. Venda usted, no se lo impido: ¿qué tendría yo que hacer? Prepare sus condiciones. Lo que quisiera es que la entrega a la crítica se haga a los principales articulistas. Ellos serán los jueces exclusivos en primera y última instancia del comienzo de una publicación que evidentemente sólo verá su fin más tarde, cuando yo haya visto el mío. Por consiguiente, todavía no está hecha la moraleja final. Y, sin embargo, hay ya un inmenso dolor en cada página. ¿En esto consiste el mal? No, por cierto. Le estaré reconocido porque si la crítica se pronunciara favorablemente, podría yo, en las ediciones sucesivas, suprimir algunos trozos demasiado violentos. Por lo tanto, lo que deseo ante todo es ser juzgado por la crítica, y, una vez conocido, todo marchará solo.
Siempre suyo
I. Ducasse
Sr. I. Ducasse.
Rue de Faubourg Montmartre, 32.