22 de mayo de 1869

Señor [66]

Justamente ayer recibí su carta fechada el 21 de mayo; era la suya. Pues bien, sepa usted que desgraciadamente no puedo dejar escapar esta ocasión de expresarle mis excusas. Éste es el motivo: si el otro día usted me hubiese informado, ignorando lo que puede sucederle de molesto a mi persona en las circunstancias en que se encuentra, que los fondos se agotaban, no me habría privado de tocarlos, pero seguramente hubiera sentido tanta alegría en no escribir esas tres cartas como usted en no leerlas. Ha puesto usted en vigor el deplorable sistema de desconfianza vagamente prescrito por el capricho de mi padre; pero usted ha adivinado que mi dolor de cabeza no me impide considerar atentamente la difícil situación en que lo ha colocado hasta ahora una hoja de papel de carta llegada de América del Sur, cuyo principal defecto era la falta de claridad; porque no tengo en cuenta la inconveniencia de ciertas observaciones melancólicas que se perdonan fácilmente a un anciano, y que me parecieron, en una primera lectura, tener el aire de imponerle a usted, quizás en lo futuro, la necesidad de abandonar su papel escrito de banquero frente a un señor que viene a habitar en la capital… Discúlpeme, señor, tengo que hacerle un pedido: si mi padre enviase otros fondos antes del l.° de septiembre, época en la que mi cuerpo hará su aparición frente a la puerta de su banco, ¿tendría usted la bondad de hacérmelo saber? Por lo demás estoy en casa a cualquier hora del día; no tendrá más que escribirme una palabra, y es probable entonces que la reciba casi tan pronto como la señorita que tira del cordón, o mucho antes, si me encuentro en el vestíbulo… ¡Y todo esto, lo repito, por una bagatela insignificante de formalidad! Mostrar diez uñas secas en lugar de cinco; vaya negocio; después de haber reflexionado mucho, confieso que me ha parecido lleno de una notable cantidad de importancia nula…