II

El genio garantiza las facultades del corazón[42].

El hombre no es menos inmortal que el alma.

¡Los grandes pensamientos vienen de la razón!

La fraternidad no es un mito.

Los niños al nacer no conocen nada de la vida, ni siquiera su grandeza.

En la desgracia, los amigos aumentan.

Vosotros que entráis, dejad toda desesperación.

Bondad, te llamas hombre.

Aquí mora la sabiduría de las naciones.

Cada vez que he leído a Shakespeare me ha parecido que despedazaba el cerebro de un jaguar.

Escribiré mis pensamientos con orden, siguiendo un designio sin confusión. Si son justos, el primero será la consecuencia de los otros. Es el orden verdadero. Señala mi objeto por el desorden caligráfico. Haría demasiado deshonor a mi sujeto, si no lo tratara con orden. Quiero mostrar que es capaz de tenerlo.

No acepto el mal. El hombre es perfecto. El alma no se aniquila. El progreso existe. El bien es irreductible. Los anticristos, los ángeles acusadores, las penas eternas, las religiones, son el producto de la duda.

Dante, Milton, al describir hipotéticamente las landas infernales han demostrado que eran hienas de primera clase. La demostración es excelente. El resultado es malo. Sus obras no se venden.

El hombre es una encina. La naturaleza no las tiene más robustas. No es necesario que el universo se arme para defenderla. Una gota de agua no basta para preservarla. Aun cuando el universo lo defendiera, no estaría más deshonrado que aquello que no lo preserva. El hombre sabe que su reino no tiene muerte, que el universo posee un comienzo. El universo no sabe nada: a lo sumo es un junco pensante.

Me imagino a Elohim[43] más bien, frío que sentimental.

El amor a una mujer es incompatible con el amor a la humanidad. La imperfección debe ser rechazada. Nada más imperfecto que el egoísmo de dos. Durante la vida, las desconfianzas, las recriminaciones, los juramentos escritos en el polvo, pululan. Ya no es amante de Jimena [44], es el amante de Graciela [45]. Ya no es Petrarca, es Alfredo de Musset. Durante la muerte un fragmento de roca junto al mar, un lago cualquiera, el bosque de Fontainebleau, la isla de Isquia, un gabinete de trabajo en compañía de un cuervo, una capilla ardiente con un crucifijo, un cementerio donde surge el objeto amado al claro de una luna que acaba por fastidiar, unas estrofas, en las que un grupo de muchachas cuyos nombres se ignoran aparecen por turno a dar la medida del autor, dejan oír sus pesares. En ambos casos, la dignidad no se encuentra en absoluto.

El error es la leyenda dolorosa.

Los himnos a Elohim habitúan a la vanidad a no ocuparse de las cosas terrenas. Ése es el escollo de los himnos. Deshabitúan a la humanidad a tener en cuenta al escritor. Ella lo abandona. Lo llama místico, águila, perjuro a su misión. No sois la paloma buscada.

Un peón podría adquirir un bagaje literario, diciendo lo contrario de lo que han dicho los poetas de este siglo. Reemplazaría sus afirmaciones por negaciones. Recíprocamente. Si es ridículo atacar los primeros principios, es más ridículo defenderlos de esos mismos ataques. Yo no los defenderé.

El sueño es una recompensa para unos, un suplicio para otros. Para todos es una sanción.

Si la moral de Cleopatra hubiera sido menos corta, la faz de la tierra habría cambiado. Su nariz no se habría vuelto más larga.

Las acciones ocultas son las más dignas de estima. Cuando veo tantas en la historia, me siento muy complacido. De ningún modo han estado ocultas. Han sido conocidas. Lo poco que de ellas ha aparecido, aumenta su mérito. Lo más hermoso es que no se haya podido ocultarlas.

El encanto de la muerte sólo existe para los valerosos.

El hombre es tan grande que su grandeza se manifiesta sobre todo en que no quiere reconocerse miserable. Un árbol no se reconoce grande. Se es grande cuando uno se reconoce grande. Se es grande cuando uno no quiere reconocerse miserable. Su grandeza refuta sus miserias. Grandeza de rey.

Cuando escribo, mi pensamiento no se me escapa. Este hecho me recuerda mi fuerza, que permanentemente olvido. Me instruyo a la medida de mi pensamiento encadenado. Sólo tiendo a conocer la contradicción de mi espíritu con la nada.

El corazón del hombre es un libro que he aprendido a estimar.

Ni imperfecto ni caído, el hombre ya no es más el gran misterio.

No permito que nadie, ni siquiera Elohim, dude de mi sinceridad.

Tenemos libertad para hacer el bien.

El juicio es infalible.

No tenemos libertad para hacer el mal.

El hombre es el vencedor de las quimeras, la novedad de mañana, la regularidad de la que gime el caos, la causa de la conciliación. Juzga todas las cosas. No es imbécil. No es lombriz de tierra. Es el depositario de lo verdadero, el cúmulo de certidumbre, la gloria, no el desecho del universo. Si se rebaja, lo alabo. Si se alaba, lo alabo todavía más. Lo concilio. Logra comprender que él es la paridad del ángel.

No hay nada incomprensible.

El pensamiento no es menos claro que el cristal. Una religión cuyas mentiras se apoyan en él puede trastornarlo unos minutos a fin de hablar de esos efectos que duran largo tiempo. A fin de hablar de esos efectos que duran poco tiempo, un asesinato de ocho personas en las puertas de una capital[46], lo perturbará —es cierto— hasta la destrucción del mal. El pensamiento no tarda en recobrar su limpidez.

La poesía debe tener por objetivo la verdad práctica. Enuncia las relaciones que existen entre los primeros principios y las verdades secundarias de la vida. Cada cosa permanece en su lugar. La misión de la poesía es difícil. No se mezcla con los acontecimientos de la política, con el modo como se gobierna un pueblo, no alude a los períodos históricos, a los golpes de estado, a los regicidios, a las intrigas de corte. No habla de las luchas que el hombre emprende, por excepción, consigo mismo, con sus pasiones. Descubre las leyes que dan vida a la política teórica, a la paz universal, a las refutaciones de Maquiavelo, a los cucuruchos de que se componen las obras de Proudhon, a la psicología de la humanidad. Un poeta debe ser más útil que cualquier otro ciudadano de su tribu. Su obra es el código de los diplomáticos, de los legisladores, de los instructores de la juventud. Estamos lejos de los Homero, de los Virgilio, de los Klopstock, de los Camoëns, de las imaginaciones emancipadas, de los fabricantes de odas, de los mercaderes de epigramas contra la divinidad. ¡Retornemos a Confucio, a Buda, a Sócrates, a Jesucristo, moralistas que recorrían las aldeas sufriendo hambre! Es preciso contar en adelante con la razón, que sólo opera sobre las facultades que rigen la categoría de los fenómenos de la bondad pura.

Nada más natural que leer el Discurso del Método después de haber leído Berenice. Nada menos natural que leer el Tratado de la Inducción de Biéchy, el Problema del mal de Naville[47], después de haber leído las Hojas de Otoño, las Contemplaciones, La transición se pierde, El espíritu se rebela contra la chatarra, la mistagogia. El corazón queda pasmado ante esas páginas garabateadas por un fantoche. Esta violencia le aclara todo. Cierra el libro. Derrama una lágrima en memoria de los autores salvajes. Los poetas contemporáneos han abusado de su inteligencia. Los filósofos no han abusado de la suya. El recuerdo de los primeros se apagará. Los últimos son clásicos.

Racine, Corneille, hubieran sido capaces de componer las obras de Descartes, de Malebranche, de Bacon. El alma de los primeros forma una sola con la de los últimos. Lamartine, Hugo, no hubieran sido capaces de componer el Tratado de la Inteligencia. El alma de su autor no se adecúa a la de los primeros. La fatuidad les ha hecho perder las cualidades centrales. Lamartine, Hugo, aunque superiores a Taine, tan sólo poseen, como éste —es penoso hacer esta confesión— facultades secundarias.

Las tragedias excitan la piedad, el terror, por el deber. Es algo. Es malo. No es tan malo como el lirismo moderno. La Medea de Legouvé[48] es preferible a la colección de las obras de Byron, de Capendu[49], de Zaccone[50], de Félix[51], de Gagne[52], de Gaboriau, de Lacordaire, de Sardou, de Goethe, de Ravignan[53], de Charles Diguet[54]. ¿Qué escritor de entre vosotros, decidme, puede levantar —¿qué pasa? ¿qué significan esos resoplidos de contrariedad?— el peso del Monólogo de Augusto? Los sainetes bárbaros de Hugo no proclaman el deber. Los melodramas de Racine, de Corneille, las novelas de La Calprenède[55] lo proclaman. Lamartine no es capaz de componer la Fedra de Pradon[56]; Hugo, el Venceslas de Rotrou; Sainte-Beuve, las tragedias de Laharpe o de Marmontel. Musset es capaz de escribir proverbios. La tragedia es un error involuntario, admite la lucha, es el primer paso del bien, no aparecerá en esta obra. Ella conserva su prestigio. No sucede lo mismo con el sofisma (a deshora, el gongorismo metafísico de los autoparodistas de mi época heroico-burlesca).

El fundamento de los cultos es el orgullo. Es ridículo dirigir la palabra a Elohim, como han hecho los Job, los Jeremías, los David, los Salomón, los Turquéty. La plegaria es un acto falso. La mejor manera de agradarle es indirecta, más conforme a nuestra fuerza. Consiste en hacer feliz a nuestra raza. No existen dos modos de agradar a Elohim. La idea del bien es una sola. Como ejemplo de un bien que aparece como menor siendo mayor, autorizo a que me mencionen la maternidad. Para agradar a su madre, un hijo no le dirá en voz alta que es comprensiva, deslumbradora y que él se comportará de modo que sea merecedor de la mayoría de sus elogios. Procede diversamente. En lugar de decirlo, lo sugiere por sus actos, despojándose de esa tristeza que hincha a los perros de Terranova. No hay que confundir la bondad de Elohim con la trivialidad. Cada cual es verosímil. La familiaridad engendra el desprecio; la veneración engendra lo contrario. El trabajo destruye el abuso de los sentimientos.

No hay razonador que crea en contra de su razón.

La fe es una virtud natural mediante la cual aceptamos las verdades que Elohim nos revela por la conciencia.

No conozco más gracia que la de haber nacido. Todo espíritu imparcial la encuentra completa.

El bien significa la victoria sobre el mal, la negación del mal. Si se canta al bien, el mal queda eliminado por ese acto congruente. No canto lo que no hay que hacer. Canto lo que hay que hacer. Lo primero no contiene lo segundo. Lo segundo contiene lo primero.

La juventud escucha los consejos de la edad madura. Tiene una confianza ilimitada en sí misma.

No conozco obstáculo que supere las fuerzas del espíritu humano, salvo la verdad.

La máxima no tiene necesidad de ella para probarse. Un razonamiento exige un razonamiento. La máxima es una ley que encierra un conjunto de razonamientos. Un razonamiento se va completando a medida que se aproxima a la máxima. Una vez convertido en máxima, su perfección rechaza las pruebas de la metamorfosis.

La duda es un homenaje rendido a la esperanza. No es un homenaje voluntario. La esperanza no consentiría en ser tan sólo un homenaje.

El mal se rebela contra el bien. Es lo menos que puede hacer.

Se da una prueba de amistad, al no advertir el aumento de la de nuestros amigos.

El amor no constituye la felicidad.

Si no tuviésemos defectos, no encontraríamos tanto placer en corregirnos, en alabar en los otros aquello que nos falta.

Los hombres que han resultado detestar a sus semejantes, ignoran que es preciso comenzar por detestarse a sí mismos.

Los hombres que no se baten en duelo creen que los hombres que se baten en duelo a muerte son valientes.

¡Cómo se acuclillan en los escaparates las infamias de la novela! Por un hombre que se pierde como otro por una moneda de cien céntimos, parece a veces que uno mataría un libro.

Lamartine creyó que la caída de un ángel se convertiría en la Elevación de un Hombre. Se equivocó al creerlo.

Para hacer que el mal sirva a la causa del bien, comenzaré por decir que la intención del primero es mala.

Una verdad trivial encierra más genio que las obras de Dickens, de Gustave Aymard[57], de Víctor Hugo, de Landelle [58]. Con las últimas, un niño que sobreviviera al universo, no podría reconstruir el alma humana. Con la primera, podría. Presumo que no llegaría a descubrir tarde o temprano la definición del sofisma.

Las palabras que expresan el mal están destinadas a adquirir un significado útil. Las ideas mejoran. El sentido de las palabras contribuye a ello.

El plagio es necesario. Está implícito en el progreso. Sigue de cerca la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, borra una idea falsa, la reemplaza por una idea justa.

Una máxima, para estar bien hecha, no requiere ser corregida. Requiere ser desarrollada.

Desde que despunta la aurora, las chiquillas van a recoger rosas. Un soplo de inocencia recorre los valles, las capitales, socorre la inteligencia de los poetas más entusiastas, deja caer protecciones para las cunas, coronas para la juventud, creencias en la inmortalidad para los ancianos.

He visto a los hombres fatigar a los moralistas descubriéndoles su corazón y hacer caer sobre ellos la bendición de lo alto. Emitían meditaciones lo más amplias posibles, llenando de júbilo al autor de nuestras felicidades. Respetaban la infancia, la vejez, lo que respira y lo que no respira, rendían homenaje a la mujer, consagraban al pudor las partes que el cuerpo se cuida de nombrar. El firmamento, cuya belleza admito, la tierra, imagen de mi corazón, fueron invocados por mí, a fin de que me señalaran un hombre que no se creyera bueno [59]. El espectáculo de ese monstruo, de haber sido realidad, no me habría hecho morir de asombro: se muere por mucho más. Todo esto no necesita comentarios.

La razón y el sentimiento se aconsejan, se complementan. Quienquiera que conozca a uno solo de ellos, renunciando al otro, se priva de la totalidad de la ayuda que nos ha sido acordada para conducirnos. Vauvenargues ha dicho: «Se priva de una parte de la ayuda».

Aunque su frase y la mía descansen sobre las personificaciones del alma en el sentimiento y la razón, la que yo eligiera al azar no sería mejor que la otra, si yo las hubiera escrito. Una de ella no puede ser rechazada por mí. La otra pudo ser aceptada por Vauvenargues.

Cuando un predecesor utiliza para el bien una palabra que pertenece al mal, es peligroso que su frase subsista al lado de la otra. Es mejor que la palabra conserve la significación del mal. Para utilizar en pro del bien una palabra que pertenece al mal, es preciso tener derecho a ello. Aquel que utiliza en pro del mal las palabras que pertenecen al bien, no lo posee. No es creído. Nadie querría usar la corbata de Gérard de Nerval[60].

Puesto que el alma es una, se puede introducir en el discurso la sensibilidad, la inteligencia, la voluntad, la razón, la imaginación, la memoria.

Había pasado mucho tiempo en el estudio de las ciencias abstractas. La poca gente con la que uno se comunica no me disgustaba. Cuando comencé el estudio del hombre comprobé que esas ciencias le son propias y que yo salía menos de mi condición al penetrar en ellas, que los otros al ignorarlas. ¡Les he perdonado que no se aplicaran a conocerlas! Me pareció que no habría de encontrar muchos compañeros en el estudio del hombre. Es inherente a él. Estaba engañado. Son más los que lo estudian que los que estudian la geometría.

Perdemos la vida con alegría, con tal de que no se hable de ello.

Las pasiones amenguan con la edad. El amor, al que no hay que clasificar entre las pasiones, amengua también. Lo que pierde por un lado lo gana por el otro. Ya no es severo con el objeto de sus deseos, haciéndose justicia a sí mismo: acepta la expansión. Los sentidos carecen ya del aguijón para excitar la sensualidad carnal. El amor por la humanidad comienza. En esos días en que el hombre siente que se vuelve un altar ornado de sus virtudes, hace la cuenta de cada dolor que se levantó, con el alma en un repliegue del corazón en el que todo parece tener nacimiento, siente algo que ya no palpita. He nombrado al recuerdo.

El escritor, sin separarlas una de otra, puede señalar la ley que rige cada una de sus poesías.

Algunos filósofos son más inteligentes que algunos poetas. Espinosa, Malebranche, Aristóteles, Platón, no son Hégésippe Moreau[61], Malfilâtre[62], Gilbert[63], André Chenier.

Fausto, Manfredo, Conrado, son tipos. No son aún tipos razonadores. Son ya tipos agitadores.

Las descripciones son una pradera, tres rinocerontes, la mitad de un catafalco. Ellas pueden ser el recuerdo, la profecía. No son el párrafo que estoy a punto de terminar.

El regulador del alma no es el regulador de un alma. El regulador de un alma es el regulador del alma, cuando estas dos especies de almas se confunden lo bastante para poder afirmar que un regulador no es una regulatriz sino en la imaginación de un loco que bromea.

El fenómeno pasa. Busco las leyes.

Existen hombres que no son tipos. Los tipos no son hombres. Es preciso no dejarse dominar por lo accidental.

Los juicios sobre la poesía tienen más valor que la poesía. Constituyen la filosofía de la poesía. La filosofía, así entendida, engloba la poesía. La poesía no podrá prescindir de la filosofía. La filosofía podrá prescindir de la poesía.

Racine no es capaz de condensar sus tragedias en preceptos. Una tragedia no es un precepto. Para un mismo espíritu, un precepto es una acción más inteligente que una tragedia.

Colocad una pluma de ganso en la mano de un moralista que sea escritor de primer orden. Superará a los poetas.

El amor a la justicia en la mayoría de los hombres es tan sólo el valor para sufrir la injusticia.

Escóndete, guerra.

Los sentimientos expresan la felicidad, hacen sonreír. El análisis de los sentimientos expresa la felicidad, excluido lo individual; hace sonreír. Los primeros elevan el alma, con dependencia del espacio y de la duración, hasta la concepción de la humanidad considerada en sí misma, ¡en sus miembros ilustres! El último eleva el alma con independencia de la duración, del espacio, hasta la concepción de la humanidad considerada en su expresión más alta, ¡la voluntad! Los primeros se preocupan de los vicios, de las virtudes; el último sólo se preocupa de las virtudes. Los sentimientos desconocen el orden de su propia marcha. El análisis de los sentimientos enseña el modo de conocerlo, aumenta el vigor de los sentimientos. Con los primeros todo es incertidumbre. Expresan la felicidad, el infortunio; dos extremos. Con el último, todo es certidumbre. Expresa esa felicidad que resulta, en un momento dado, de saber contenerse en medio de las buenas o malas pasiones. Emplea su serenidad para fundir la descripción de esas pasiones en un principio que circula a través de las páginas: la no existencia del mal. Los sentimientos lloran cuando es necesario y cuando no es necesario. El análisis de los sentimientos no llora. Posee una sensibilidad latente que toma por sorpresa, eleva por encima de las miserias, enseña a prescindir de guía, proporciona un arma de combate. Los sentimientos, señal de debilidad, no son el sentimiento. El análisis del sentimiento, señal de fuerza, engendra los más espléndidos sentimientos que conozco. El escritor que se deja engañar por los sentimientos no puede ser colocado en una misma línea con el escritor que no se deja engañar ni por los sentimientos ni por sí mismo. La juventud se propone lucubraciones sentimentales. La edad madura comienza a razonar sin ofuscarse. Antes sólo sentía, ahora piensa. Antes dejaba vagar sus sensaciones, ahora les suministra un piloto. Si considero la humanidad como una mujer, no explicaré que si juventud está en declinación y que su edad madura se aproxima. Su espíritu cambia en el sentido de lo mejor. El ideal de su poesía cambiará. Las tragedias, los poemas, las elegías, ya no prevalecerán. ¡Prevalecerá la frialdad de la máxima! En tiempos de Quinault[64], hubieran sido capaces de comprender lo que acabo de decir. Gracias a algunos destellos dispersos, desde hace algunos años, en las revistas, en los infolios, yo mismo soy capaz de comprenderlo. El género que emprendo es tan distinto del género de los moralistas que sólo comprueban el mal sin indicar el remedio, como el de éstos lo es de los melodramas, de las oraciones fúnebres, de la oda, del versículo religioso. No contiene el sentimiento de las luchas.

Elohim está hecho a la imagen del hombre.

Varias cosas ciertas son contradichas. Varias cosas falsas no son contradichas. La contradicción es el sello de la falsedad. La no contradicción es el sello de la certeza.

Existe una filosofía de las ciencias. No existe una de la poesía. No conozco ningún moralista que sea poeta de primer orden. Es raro, dirá alguien.

Resulta horrible sentir cómo se escurre lo que uno posee. Uno se aferra a eso, sólo con la idea de investigar si hay algo que sea permanente.

El hombre es un sujeto vacío de errores. Todo le muestra la verdad. Nada lo engaña. Los dos fundamentos de la verdad, la razón y los sentidos, aparte de que no están desprovistos de sinceridad, se aclaran uno a otro. Los sentidos aclaran la razón mediante apariencias verdaderas. Este mismo servicio que le prestan, lo reciben de ella. Cada cual toma su desquite. Los fenómenos del alma pacifican los sentidos y les producen impresiones que no garantizo que no sean molestas. Ellos no mienten. No engañan a su antojo.

La poesía debe ser hecha por todos. No por uno. ¡Pobre Hugo! ¡Pobre Racine! ¡Pobre Coppée! ¡Pobre Corneille! ¡Pobre Boileau! ¡Pobre Scarron! Tics, tics y tics.

Las ciencias tienen dos extremos que se tocan. El primero es la ignorancia en que se encuentran los hombres al nacer. El segundo es la que alcanzan las grandes almas. Éstas han recorrido lo que los hombres pueden saber, advierten que lo saben todo y se vuelven a encontrar en la misma ignorancia de la que habían partido. Es una sabia ignorancia, que se conoce. Entre ellos los hay que, habiendo salido de la ignorancia primera, sin haber podido alcanzar la otra, tienen un barniz de ciencia suficiente, se hacen los entendidos. No perturban el mundo ni juzgan todo peor que los otros. El pueblo, los expertos, regulan la marcha de una nación. Los otros, que la respetan, no son menos respetados.

Para conocer las cosas, no es preciso conocer el detalle. Como éste es limitado, nuestros conocimientos son sólidos.

El amor no se confunde con la poesía.

¡La mujer está a mis pies!

Para describir el cielo, no es necesario transportar allí los materiales de la tierra. Es necesario dejar la tierra y sus materiales en el sitio en que están, a fin de embellecer la vida con su ideal. Tutear a Elohim, dirigirle la palabra, es una bufonada inconveniente. El mejor modo de mostrarle reconocimiento, no es bocinándole al oído que tiene poder, que ha creado el mundo, que somos gusanos en comparación con su grandeza. Lo sabe mejor que nosotros. Los hombres pueden dispensarse de hacérselo saber. El modo mejor de mostrarle reconocimiento, es consolar a la humanidad, entregarle todo, llevarla de la mano, tratarla fraternalmente. Es más verdadero.

Para estudiar el orden no es necesario estudiar el desorden. Las experiencias científicas, así como las tragedias, las estrofas a mi hermana, el galimatías de los infortunios, no tienen nada que hacer aquí abajo.

No todas las leyes son aptas para ser comunicadas.

Estudiar el mal para que surja el bien, no equivale a estudiar el bien en sí mismo. Dado un fenómeno bueno, investigaré su causa.

Hasta el presente, se ha descrito el infortunio para inspirar terror, para inspirar piedad. Yo describiré la felicidad para inspirar los opuestos.

Una lógica existe para la poesía. No es la misma que la de la filosofía. Los filósofos no son iguales a los poetas. Los poetas tienen derecho a considerarse por encima de los filósofos.

No tengo necesidad de ocuparme en lo que haré más adelante. Yo debía hacer lo que hago. No tengo necesidad de descubrir qué cosas descubriré más tarde. En la nueva ciencia, cada cosa llega a su turno; en eso reside su excelencia.

Hay materia de poeta en los moralistas, los filósofos. Los poetas contienen al pensador. Cada casta sospecha de la otra, desarrolla sus cualidades en detrimento de las que la acercan a la otra casta. Los celos de los primeros no quieren confesar que los poetas son más fuertes que ellos. El orgullo de los últimos se declara incompetente para hacer justicia a sesos más tiernos. Cualquiera que sea la inteligencia de un hombre, el mecanismo de pensar debe ser igual para todos.

Una vez comprobada la existencia de los tics, no ha de extrañar el ver que las mismas palabras retornan con mayor frecuencia de la debida: en Lamartine, las lágrimas que caen de la nariz de su caballo, el color de los cabellos de su madre; en Hugo, la sombra y el desequilibrado forman parte de la encuadernación.

La ciencia que emprendo es una ciencia distinta de la poesía. No canto a esta última. Me esfuerzo por descubrir su fuente. Mediante el timón que orienta todo pensamiento poético, los profesores de billar distinguirán el desarrollo de las tesis sentimentales.

El teorema es bromista por naturaleza. No es indecente. El teorema no pretende servir de aplicación. La aplicación que se efectúa rebaja al teorema, se vuelve indecente. Denominad aplicación a la lucha contra la materia, contra las devastaciones del espíritu.

Luchar contra el mal es hacerle demasiado honor. Si permito que los hombres lo desprecien, que no dejen de aclarar que eso es todo lo que puedo hacer por ellos.

El hombre está seguro de no engañarse.

No estamos satisfechos con la vida que tenemos. Queremos vivir en la mente de los otros una vida imaginaria. Nos esforzamos por parecer lo que somos. Trabajamos por conservar ese ser imaginario que no es más que el verdadero. Si poseemos generosidad y fidelidad, nos afanamos por que no se sepa, a fin de ligar tales virtudes a ese ser. No las separamos de nosotros para unirlas a él. Somos valientes para no adquirir la reputación de cobardes. Signo de la capacidad de nuestro ser de no estar satisfecho de lo uno sin lo otro, de no renunciar ni a lo uno ni a lo otro. El hombre que no viviera para conservar su virtud sería infame.

¡Pese al espectáculo de nuestra grandeza que nos agarra por el pescuezo, tenemos un instinto que nos corrige, que no podemos reprimir, que nos eleva!

La naturaleza posee perfecciones para mostrar que es la imagen de Elohim; defectos para mostrar que es tan sólo la imagen.

Está bien que se obedezcan las leyes. El pueblo comprende lo que las hace justas. No se las abandona. Cuando se hace depender su justicia de algo distinto, es fácil volverla dudosa. Los pueblos no están sujetos a rebelarse.

Los que moran en el desorden dicen a los que moran en el orden que son ellos quienes se apartan de la naturaleza. Creen seguirla. Es necesario tener un punto fijo para juzgar. ¿Dónde no encontraremos ese punto en la moral?

Nada es menos extraño que las contradicciones que se descubren en el hombre. Él está hecho para conocer la verdad. La busca. Cuando intenta tomarla, se ofusca, se confunde de tal modo que no da lugar a que se le dispute la posesión. Unos quieren arrebatar al hombre el conocimiento de la verdad, otros quieren procurársela. Cada uno utiliza motivos tan dispares que destruyen la perplejidad del hombre. No tiene más luz que la que se encuentra en su propia naturaleza.

Nacemos justos. Cada cual tiende hacia sí mismo. Está de acuerdo con el orden. Es preciso tender hacia lo general. La pendiente hacia uno mismo es el final de todo desorden, en guerra, en economía.

Habiendo los hombres podido curarse de la muerte, de la miseria, de la ignorancia, decidieron, para lograr la felicidad, no pensar más en ello. Es todo lo que han podido inventar para consolarse de tan escasos males. Consuelo riquísimo. No cura el mal. Lo oculta por un tiempo corto. Al ocultarlo, hace que uno piense en curarlo. Por una legítima transposición de la naturaleza del hombre resulta que el tedio, su mal más sensible, se convierte en su mayor bien. Puede contribuir, más que cualquier otra cosa, a inducirlo a buscar la curación. Eso es todo. La diversión, que considera como su mayor bien, es su más ínfimo mal. Lo empuja más que cualquier otra cosa a buscar el remedio para sus males. Uno y otro son una contraprueba de la miseria, de la corrupción del hombre, exceptuando su grandeza. El hombre se aburre, busca esa multitud de ocupaciones. Tiene la idea de la felicidad que ha conquistado, la que aunque está en su interior, la busca en las cosas exteriores. Está satisfecho. El infortunio no está ni en nosotros, ni en las criaturas. Está en Elohim.

Aunque la naturaleza nos hace felices en cualquier estado, nuestros deseos nos representan un estado de infortunio. Unen al estado en que estamos las penas del estado en que no estamos. Al llegar a esas penas, ya no seríamos infortunados por ellas, tendríamos otros deseos conformes a un nuevo estado.

La fuerza de la razón se manifiesta mejor en aquellos que la conocen que en aquellos que no la conocen.

Somos tan poco presuntuosos que quisiéramos ser conocidos por todo el mundo, hasta por quienes vendrán cuando ya no estemos más. Somos tan poco vanos, que la estima de cinco personas, digamos seis, nos divierte, nos honra.

Poco es lo que nos consuela, mucho es lo que nos aflige.

La modestia es tan natural en el corazón del hombre, que un obrero tiene cuidado de no jactarse, quiere tener sus admiradores. También quieren tenerlos los filósofos. ¡Sobre todo los poetas! Quienes escriben en favor de la gloria quieren tener la gloria de haber escrito bien. Quienes los leen quieren tener la gloria de haberlos leído. Yo, que escribo esto, me jacto de tener tal deseo. Quienes me lean se jactarán igualmente.

Las invenciones de los hombres van aumentando. La bondad, la malicia del mundo en general, no sigue siendo la misma.

El espíritu del más grande hombre no es tan dependiente que esté expuesto a ser perturbado por el menor ruido de la Batahola que se hace a su alrededor. No es preciso el silencio de un cañón para anular sus pensamientos. No es preciso el ruido de una veleta, de una polea. Actualmente, la mosca no razona bien. Un hombre zumba a sus oídos. Eso es suficiente para tornarla incapaz de cordura. Si quiero que pueda encontrar la verdad, expulsaré a ese animal que tiene a su razón en jaque, que perturba a esa inteligencia que gobierna los reinos.

El objeto de las gentes que juegan a la pelota con tanta dedicación del espíritu y agitación del cuerpo, es el de jactarse con sus amigos de que han jugado mejor que algún otro. Es la fuente de su afición. Unos sudan en sus gabinetes para mostrar a los sabios que han solucionado una cuestión de álgebra que no había podido solucionarse hasta entonces. Otros se exponen a los peligros para jactarse de una plaza que habrían conquistado menos espiritualmente, según mi gusto. Los últimos se matan para observar esas cosas. No es para llegar a saber menos. Es para mostrar por sobre todo que conocen la solidez del saber. Son los menos tontos de la banda. Lo son con conocimiento. Puede pensarse de los otros que no lo serían si no tuvieran ese conocimiento.

El ejemplo de la castidad de Alejandro no ha engendrado más sujetos continentes que partidarios de la templanza engendraron sus borracheras. Uno no se avergüenza de no ser tan virtuoso como él. Uno cree no estar completamente en las virtudes del común de los hombres, al contemplarse en las virtudes de esos grandes hombres. Uno está en contacto con ellos por el extremo en que están en contacto con el pueblo. Por muy alto que estén, se encuentran unidos al resto de los hombres por algún sitio. No están suspendidos en el aire, separados de nuestra sociedad. Son más grandes que nosotros porque tienen los pies a la misma altura que los nuestros. Todos están al mismo nivel, se apoyan sobre el mismo suelo. Por esa extremidad están tan elevados como nosotros, como los niños, un poco más que las bestias.

El mejor modo de persuadir consiste en no persuadir.

La desesperación es el menor de nuestros errores.

Cuando un pensamiento se nos ofrece como una verdad que conoce todo el mundo, al tomar el trabajo de desarrollo, advertimos que es un descubrimiento.

Puede ser justo el que no es humano.

Las tormentas de la juventud son el preludio de días brillantes.

La inconsciencia, el deshonor, la lubricidad, el odio, el desprecio de los hombres tienen su precio en dinero. La liberalidad multiplica las ventajas de las riquezas.

Los que demuestran probidad en sus placeres, la demuestran sinceramente en sus negocios. El signo de una naturaleza poco feroz es dejarse humanizar por el placer.

La moderación de los grandes hombres sólo limita sus virtudes.

Se ofende a los humanos tributándoles elogios que amplían los límites de su mérito. Muchas gentes son lo bastante modestas para sufrir sin mortificarse que se les aprecie.

Hay que esperarlo todo, no temer nada del tiempo, de los hombres.

Si el mérito y la gloria no vuelven desdichados a los hombres, lo que se llama desdicha no merece su aflicción. Un alma acepta de buen grado la fortuna, el reposo, si es necesario añadirles el vigor de sus sentimientos, el vuelo de su genio.

Se estiman los grandes designios, cuando uno se considera capaz de los grandes éxitos.

La circunspección es el aprendizaje de los espíritus.

Se dicen cosas sólidas cuando no se pretende decir cosas extraordinarias.

No hay nada verdadero que sea falso; no hay nada falso que sea verdadero. Todo es lo contrario de sueño, de mentira.

No hay que creer que lo que la naturaleza ha hecho amable sea vicioso. No hay siglo ni pueblo que haya establecido virtudes, vicios imaginarios.

No se puede juzgar la belleza de la vida si no es por la de la muerte.

Un dramaturgo puede adjudicar a la palabra pasión una significación de utilidad. Ya no es más dramaturgo.

Un moralista adjudica a una palabra cualquiera un significado de utilidad. ¡Sigue siendo moralista!

Quien examine la vida de un hombre, encuentra en ella la historia del género. Nada ha podido volverlo malo.

¿Es necesario que yo escriba en verso para apartarme de los otros hombres? ¡Que la caridad juzgue!

El pretexto de los que hacen la felicidad de los otros es que quieren su bien.

La generosidad goza con la dicha ajena, como si ella fuera responsable.

El orden domina en el género humano. La razón, la virtud, no son lo más fuerte en él.

Los príncipes crean pocos ingratos. Dan todo lo que pueden.

Se puede amar de todo corazón a aquellos en quienes reconocemos grandes defectos. Sería impertinente creer que la imperfección es la única que tiene derecho a agradarnos. Nuestras debilidades nos mantienen ligados unos a otros, tanto como podría hacerlo lo que no es la virtud.

Si nuestros amigos nos prestan servicios, pensamos que por ser amigos nos los deben. No se nos ocurre pensar que nos deben su enemistad.

Aquel que ha nacido para mandar, mandará hasta en el trono.

Cuando los deberes nos han agotado, creemos haber agotado los deberes. Decimos que todo puede llenar el corazón del hombre.

Todo vive por la acción. De allí, la comunicación de los seres, la armonía del universo. Esta ley tan fecunda de la naturaleza nos parece un vicio en el hombre. Él está obligado a obedecerla. Como no puede subsistir en el reposo, deducimos que está bien donde está.

Se sabe lo que son el Sol, los cielos. Poseemos el secreto de sus movimientos. En la mano de Elohim, instrumento ciego, resorte insensible, el mundo atrae nuestros homenajes. Las revoluciones de los imperios, las fases del tiempo, las naciones, los conquistadores de la ciencia, todo proviene de un átomo que se arrastra no dura más que un día destruye el espectáculo del universo en todas las edades.

Hay más verdades que errores, más buenas cualidades que malas, más placeres que aflicciones. Nos gusta controlar el carácter. Nos elevamos por encima de nuestra especie. Nos enriquecemos con la consideración con que la hemos colmado. Creemos no poder separar nuestro interés del de la humanidad, no poder hablar mal del género sin comprometernos nosotros mismos. Esta ridícula vanidad ha llenado los libros de himnos en favor de la naturaleza. El hombre ha caído en desgracia ante los que piensan. Pertenece a quien lo cargará menos de vicios. ¿Cuándo no estuvo a punto de levantarse, de hacerse restituir sus virtudes?

Nada está dicho. Uno llega demasiado pronto después de más de siete mil años que existen los hombres. En lo concerniente a las costumbres, como en todo lo demás, ha sido quitado lo menos bueno. Tenemos la ventaja de trabajar después de los antiguos, los despabilados entre los modernos.

Somos susceptibles de amistad, justicia, compasión y razón. ¡Oh amigos míos!, ¿en qué consiste entonces la falta de virtud?

Hasta que mis amigos no mueran no hablaré de la muerte.

Estamos consternados por nuestras recaídas, por ver que nuestros infortunios han podido corregirnos de nuestros defectos.

Sólo se puede juzgar la belleza de la muerte por la de la vida.

Los tres puntos finales hacen que me encoja de hombros de lástima. ¿Es necesario esto para probar que se es un hombre espiritual, vale decir, un imbécil? Como si la claridad no tuviese el mismo valor que la vaguedad en el terreno de las cuestiones.