TERCERA PARTE

El poder de la adivinanza

4 de febrero de 1791

Londres

Así, mi querido Gibbon, no es tan solo mi repulsión ante los aspectos más escabrosos de esta historia, ni mi impaciencia por su salacidad histórica, como podría pensar, sino más bien mi preocupación por su talento y su legado como Gran Intelectual y Gran Autor e Historiador cuya obra resultará no solo popular, sino incluso seminal, lo que me impulsa a devolverle el manuscrito que ha «descubierto» e instarle a destruirlo de inmediato; o, si su decidido interés por tan extraño asunto y por las conclusiones en última instancia inquietantes y desagradables hacia las que se orienta el relato le obligan a conservarlo, al menos escóndalo en un lugar donde nadie pueda descubrirlo y sobre todo no lo publique, o desde luego no de una manera que permita conectarlo con su buen nombre.

Y si usted intenta captar con sinceridad mis inquietudes, le confesaré a cambio mis prejuicios personales: primero, contra la naturaleza y las lecciones irreligiosas de estos relatos, con sus vicios vulgares y oscuros y su eficaz glorificación de un cierto tipo de barbarismo, todos ellos más ofensivos que nunca gracias a la manera en que hombres vanos, aunque inteligentes, como M. Rousseau[233] los han popularizado; y, segundo, contra la imposibilidad de verificar, en última instancia, la naturaleza de la historia, en particular por la ambigüedad al respecto de la identidad del narrador y de la época en que compuso el texto.[234] Me parece que si seguimos los únicos caminos «lógicos» (una gran torsión de la palabra) para intentar determinar esa identidad, nos enfrentamos a opciones absurdas: ¿era un profeta lunático, alucinado a la manera del fundador de este «reino de Broken»? ¿Era un memorialista inverosímil y atormentado por igual, que «recordaba» detalles que es imposible que conociera? ¿O era, como parece más probable, simplemente un fatuo estafador contemporáneo, alguien que le tenía a usted en mente, personalmente, como víctima de su estratagema? Si ese era el plan, es evidente que triunfó, habida cuenta de que usted compró el manuscrito.

Por esas razones y otras más, le pido por último que piense ahora en su propia vida y en su paralelismo con este relato que ha desenterrado: los temas compartidos, como la lucha de religiones, las difíciles relaciones de los jóvenes con padres estrictos y a veces crueles, y la manera en que una vida condenada a la soledad puede agitar el interés por el perverso hedonismo.[235] Para la mayoría de sus amigos, y desde luego para mí, todas esas cosas hacen más comprensible su atracción por esta «leyenda de Broken»; pero son circunstancias privadas de su vida que no deberían afectar (y si es usted sabio no lo harán) al concepto que el público general tiene tanto de usted como Gran Hombre de Historia, alguien a quien sigo estando orgulloso de considerar mi colega, como de su obra maestra, que, igual que su fama, nunca será igualada ni disminuida, salvo que usted mismo la menoscabe con fascinaciones tan comprometedoras como esta.

De Edmund Burke a Edward Gibbon