La adivinanza del Agua, el Fuego y la Piedra
3 de noviembre de 1790
Lausana
Mantengo la esperanza de que usted, entre todos mis amigos y colegas, entienda por qué contemplo no solo la posibilidad de publicar esta historia, sino hasta de asociar mi nombre a ella. No se trata tan solo de que, incluso mientras esto escribo, se estén cometiendo graves abusos de Oportunismo (aprovechando, ciertamente, oportunidades que la Historia no suele ofrecer dos veces a ningún hombre o estado) por parte de una colección de soñadores destructivos, tunantes interesados y —¡los peores de todos!— hombres capaces de manipulaciones perversas, aunque brillantes, todos ellos posando como legisladores legítimos[154] de uno de nuestros reinos europeos más poderosos y antiguos [Francia]; igual de trágicas son las riadas de exiliados de toda condición que están abandonando dicho estado en todas las direcciones. Muchos han venido hasta aquí, a Lausana; y os puedo asegurar que están aprendiendo la misma lección a la que se enfrentaron las clases comerciantes y gobernantes de Broken, sobre las que con tanta sabiduría habéis hablado en vuestras Reflexiones; que los hombres sabios, cuando se ven obligados a tomar las armas contra males disfrazados de pasiones «populares», han de tener cuidado de que sus reclamos representen agravios demostrablemente ciertos. Si fracasan en ello, con toda seguridad concederán credibilidad a los más absurdos y violentos vociferios de los canallas más viles; de hecho, esta última consideración nos lleva a la pregunta tal vez más desconcertante en un sentido filosófico de cuantas plantea este texto: ¿cómo podía una sociedad humana alcanzar la superioridad relativa y la sofisticación evidenciadas por el gran reino de Broken y luego, por culpa de una falta de voluntad terca y definitivamente cataclísmica para adaptar sus costumbres religiosas y políticas a realidades tan cambiantes, desaparecer de un modo tan brutal que hubo de pasar un milenio entero para que el único relato superviviente de su existencia llegara a ojos y oídos de alguien capaz de entenderlo? En este mismo momento estamos siendo testigos de la reiteración de esa encrucijada eterna: y, así como hace diez siglos eran pocas, o acaso ninguna, las posibilidades de predecir los horrores que provocarían los inflexibles, aunque fallidos, ritos, dictados y normas de quienes ejercían en última instancia el poder en Broken, nosotros, gracias a historias y leyendas como esta, deberíamos estar mucho mejor preparados. Y sin embargo… ¡no hacemos más que dar señales DE LO CONTRARIO!
Edward Gibbon a Edmund Burke