Un idilio en el bosque[119]
3 de noviembre de 1790
Lausana
[Pero] ¿qué hemos de hacer con los aspectos aparentemente más fantásticos de la leyenda? No me refiero aquí a las diversas referencias a la brujería u otros asuntos por el estilo, de las que ya se encarga el propio texto y que podrían liquidarse simplemente mencionando, como harán dos personajes más adelante en el relato, que la mayor «brujería» siempre ha sido la ciencia, mientras que la «magia» más oscura se ha atribuido de modo constante a la locura. Más bien me refiero a algunas nociones apenas un poco menos estrambóticas, como la posibilidad de que hombres civilizados, o al menos relativamente civilizados, conspiren para usar enfermedades devastadoras como armas de guerra, así como al hecho de que una sociedad relativamente avanzada como la de Broken fuera capaz de mutilar y desterrar a una cantidad nada despreciable de sus miembros por motivos tan poco elevados como purgar de la raza nacional a los elementos más defectuosos, tanto en el aspecto físico como en el mental (incluyendo, entre otros muchos, a quienes poseían conocimientos o, específicamente, tendían al progreso científico, que la sociedad asimilaba a la sedición), así como para asegurarse ese aire particular de los secretos divinos que, de manera casi universal, se traduce en la obtención de un poder incontrolado y en la entrega a los excesos por parte de todas las instancias del gobierno.
¿Y qué hacemos, por contraste, con la afirmación de que la deidad premia a los animales no racionales con una consciencia y, en consecuencia, un alma, de modo que merecen ese respeto que nosotros, que nos vanagloriamos de estar hechos a imagen y semejanza del Todopoderoso, exigimos en exclusiva? Sin duda, esas creencias resultarán atractivas para esos jóvenes poetas y artistas de nuestro tiempo que, en números cada vez más crecientes, afirman buscar la dudosa sabiduría del mundo embrutecido e indómito de la Naturaleza, al tiempo que se permiten flirtear peligrosamente con ideas cercanas a las que impulsan a las fuerzas de la destrucción revolucionaria;[120] y, sin embargo, ¿acaso podemos —nosotros, que detectamos los peligros de esas fuerzas rebeldes exactamente del modo detallado por usted en sus Reflexiones— mirar más allá de esa superficialidad juvenil y encontrar un significado más profundo en cuentos como el de este «idilio»?
Respetemos, sin embargo, el orden: me estoy adelantando y adopto un aire parecido al que demuestra el personaje más misterioso y peculiar de cuantos habitan este relato, personaje que, lo confieso, ardo en deseos de que conozcáis. Porque él recorrió ciertamente el puente que une la Razón y una especie de reverencia por las almas y las aspiraciones no solo de los hombres, sino especialmente de otros seres no humanos, y entre ambas encontró bien pocas contradicciones, si es que había alguna…
De Edward Gibbon a Edmund Burke